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BLONDI O LA FIBRA FRATERNA DE LA PARENTALIDAD – POR MAGALI BESSON

La psicoanalista y docente Magali Besson realiza en esta nota un análisis de la película Blondi, y sostiene que el núcleo fundamental de su propuesta nos recuerda que no hay legalidad ni posibilidad de pensar a nuestro semejante si no es sobre la base del amor, aunque este pueda construirse en medio de situaciones de desorden.

Por Magali Besson*

(para La Tecl@ Eñe) 

Dolores Fonzi escribe, dirige y actúa su ópera prima; una película que puede leerse como efecto de una intersección entre problemáticas cruciales que, presentadas con un estilo  provocador y fresco, logra divertirnos a la vez que nos conmueve desde una humanidad que nos  interpela en el punto de nuestros prejuicios más arraigados, aquellos que definen cierta cultura de la clase media, o como diría un amigo poeta, de «la media clase». Sin embargo no me detendré extensamente en estas consideraciones ya que, no es la idea hacer un análisis sociológico ni menos aún psicológico de lo que Fonzi nos presenta en Blondi. La idea es en todo caso ir a un núcleo aún más fundamental de su propuesta y para eso, y tratando de no develar el desenlace, comienzo por comentarles de qué va la historia. 

La película

Fonzi interpreta a Blondi, una mujer de 33 años que tiene un hijo de 18, Mirko (Toto Rovito) . Es decir, fue mamá a sus 15 años, por lo que la crianza del niño involucró también a la abuela, madre de Blondi, en una interpretación atesorable de Rita Cortese. Del padre no sabemos más que de su ausencia. 

En cuanto al personaje de Dolores, lejos de las melenas platinadas de las actrices de Hollywood, Blondi sin «e», presenta un estilo más acorde al de una adolescente cuya mirada descontracturada de la vida admite vivir sin peluqueria y sin  demasiada culpa la posibilidad de tardanzas recurrentes, fiestas improvisadas y un estilo de encuentro comunitario que deja en deuda la consigna de la organización propia de la familia hiper disciplinada. 

Su empleo como encuestadora no la apasiona pero ello no le impide hacerlo con ímpetu y compromiso al tiempo que disfruta especialmente de la familia y de las salidas en compañía de Mirko. Ama la música pero, sobre todo, ama a su hijo. Disfruta sinceramente de esa relación filial-amistosa desde la que comparten charlas, marihuana, música y la cama grande. Blondi comparte y se divierte sin que esto le impida preocuparse en caso de que algún supuesto peligro pueda rozar a Mirko, logrando encender en ella una decidida alarma materna (que no se apaga a pesar de sus cuelgues y dependencias a formas de evasión que podríamos problematizar en otro momento). 

Frente a la exposición de aquel cotidiano familiar protagonizado por este par filiatorio tan singular y en el que pareciera predominar el ocio y lo compartido, desde alguna voz identificada con la moral de las buenas costumbres podrían escucharse algunas protestas al estilo de: «!Que mal que está esa chica!? ¿Qué podría pasarle a este chico con una madre así?». 

Blondi sería la madre adolescente que hace tambalear la autoridad y el respeto por la ley. Sin embargo, ¿de qué autoridad estaríamos hablando? ¿Y de qué ley? Por las dudas, una vez más la moral de «la buena familia» contraataca desde su ilusión aspiracional de padres perfectos para hijos perfectos. 

Entre la moral y la ética, los límites y las legalidades 

La psicoanalista Silvia Bleichmar nos aportó un distingo fundamental entre la idea de impartir límites y la de construir legalidades. Mientras la puesta de límites apela al cumplimiento de una pauta por mero respeto a la autoridad sin una necesaria convicción acerca de su legitimidad (algo tan escuchado en discursos de coaching para padres así como en instituciones  incapacitadas de pensarse a sí mismas y que reclaman límites y sanciones para los desobedientes),  la construcción de legalidades se funda en la ética del semejante. Esta ética se sostiene en el amor que emana del reconocimiento del semejante como un igual y a la vez como un otro diverso al que poder cuidar más allá de sus necesidades biológicas.  Las acciones guiadas por esta ética implicarán la evitación de hacerle al otro lo que no quiero que me hagan a mi así como la responsabilidad de auxiliarlo cuando este lo necesite y más aún si su situación es de dependencia por su condición de niño o de desvalimiento por otras razones. En resumen, la ética del semejante sostiene el cuidado del otro sin perseguir su dominio arbitrario. 

No toda autoridad garantiza responsabilidad 

Abriendo una pregunta sobre la autoridad de las madres a partir de la película ¿podríamos arriesgar que la ausencia de jerarquías tradicionales  entre madre e hijo o la no aparición de un conflicto interno en torno a ciertas transgresiones convierten a Blondi en una madre irresponsable o antiética?

Es más,  a partir de sus transgresiones típicamente adolescentes (cómo la de robar en el supermercado tal como aparece en la película) ¿se podría sostener la idea de la influencia nociva para el hijo como si pensáramos que los hijos estuvieran condenados a ser meras réplicas de sus padres? 

La responsabilidad no queda asegurada por una determinada moral. 

¿Qué implica ser una madre o un padre responsable? ¿Pasaría por hacer cumplir al hijo una agenda de actividades o por promover que nunca lleguen tarde o dejen de asistir a sus compromisos? ¿Prepararlos para que ganen dinero? 

El contraejemplo de la aparente anomia de Blondi es personificado en la película por su hermana Martina (Carla Peterson), una «chica bien» cuyo cabello rubio y prolijo armoniza con el brillo de su casa de catálogo. Casada y con éxitos laborales y económicos, no parece estar sin embargo contenta. Y como es de esperar para una producción que pretende generar tensiones lejos de personajes unidimensionales, esta mujer tan perfecta no tarda en explotar y en revelar su necesidad de comunidad. Las propias presiones la alejaron demasiado de algunos deseos que cree que no son para ella aunque intenta disruptivamente recuperarlos. Es así como se va de su rutina pero no fumando marihuana ni por un rato sino por varios días y sin aviso. A su rescate va Blondi, «la hippie y falopera» que atiende a los sobrinos que se quedaron sin saber qué pasó con la madre. Al rescate va Blondi, la que hizo de la maternidad un proyecto de vida en una época en la que una mujer sin éxitos personales por fuera de lo materno, podría ser considerada  como una fracasada. Ella interpela a su hermana perfecta en su desencuentro con el amor y el sentido más allá del aparente éxito. 

El éxito de Blondi

A distancia del estereotipo de madre alienante, Blondi se puede retirar de la escena cuando llega el momento, y diría que este es el punto en el que radica una de las maniobras más interesantes del relato ya que, ante las apelaciones del hijo a estar tranquilo en su pieza, a salir solo o dormir en camas separadas, la madre escucha y acepta. 

Y digo que este es el punto que más me interesa subrayar porque, en contraste con lo mostrado en esta película, asistimos a la exposición de otros cotidianos en los cuales los padres invaden a sus hijos en nombre de buenas intenciones o de «buenos planes», como el del ingreso a un colegio «de categoría» (se puede ver en la película «El Suplente»), sin que estas expectativas parentales generen tantas críticas (a pesar de sus tristes consecuencias) como puede hacerlo una madre sin pareja y que comparte «demasiado» con su hijo. 

Blondi abre la pregunta por la ética más allá de los contenidos morales presentes en los estilos de crianza. Es así como en su modo de ejercer cuidados podemos advertir que brota una posible fibra fraterna de la maternidad (aunque también podría ser de la paternidad) que nos mueve a pensar en una relación filiatoria que suspende el afán de dominio por los otros (hijos) para verlos en su alteridad y para, también, divertirnos con ellos, como lo hicimos con nuestros hermanos; sin pretender que sean nuestra réplica o los responsables últimos de realizar nuestros sueños rotos. 

Blondi nos recuerda que no hay legalidad ni posibilidad de pensar a nuestro semejante si no es sobre la base del amor, aunque este pueda construirse en medio de situaciones de desorden (maternidad adolescente, entrevero de territorios y transgresiones a discutir pero más en sus efectos que a priori). 

En este sentido, la ilusión de ser exitosos para criar hijos exitosos es parte de aquello que Fonzi coloca en el blanco de sus dardos con elementos que pueden generar polémica al tiempo que definen un fundamento, a mi criterio, inteligente: lo que nos une más allá de las diferencias con otras trayectorias vitales radica en nuestra relación con lo que priorizamos. Y aquí sí necesitamos hablar de jerarquías, porque no es lo mismo priorizar el éxito individual que el proyecto cotidiano y en plural. Quizás tenga más que ver con esto el empezar por el detalle de cuidar las relaciones con los más próximos, con aquellos a quienes más queremos, para poder disfrutar con lo que tenemos, entre lo dado y lo inventado. 

Referencia: 

Bleichmar, Silvia «Violencia social, violencia escolar. De la puesta de límites a la construcción de legalidades»  Ed Noveduc. 

Rosario, 4 de julio de 2023.

*Psicoanalista y docente de la materia Psicología de la infancia en la Facultad de Psicología de la Universidad de Rosario. 

1 Comment

  1. Monica dice:

    Gracias Magalí Besson.!!! Una sutil critica a la sociedad piccola burguesa, tan reinante no solo en Argentina, sino en lo que se llama «Occidente». Novedad la forma de vivir de Blondi, es este siglo XXI, yo he conocido otras Blonde del siglo pasado,. Me agrada este personaje Blonde. Del análisis de la autora: «En resumen, la ética del semejante sostiene el cuidado del otro sin perseguir su dominio arbitrario. «; «A distancia del estereotipo de madre alienante, Blondi se puede retirar de la escena cuando llega el momento, y diría que este es el punto en el que radica una de las maniobras más interesantes del relato ya que, ante las apelaciones del hijo a estar tranquilo en su pieza, a salir solo o dormir en camas separadas, la madre escucha y acepta. «.

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