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EL DERECHO A NO SER TAN MANSOS – POR MAGALI BESSON

La psicoanalista y docente Magali Besson aborda la cuestión de los modos violentos en que se manifiesta la opinión pública y su correlato cancelatorio. Y plantea un interrogante: Cómo recuperar el espíritu de la contienda en medio de las violencias sordas y los silencios cobardes.

Por Magali Besson

(para La Tecl@ Eñe)

El conflicto amenazado.

La avanzada de los modos violentos de opinión política que buscan cancelar al otro diferente impactan en buena parte de quienes nos sentimos parte del campo democrático.

El rechazo de la tensión se impone y el odio sordo acecha desde su lema: «es conmigo o en contra mío». 

Son épocas en las que esta premisa también subyace en los modos de institucionalidad democrática degradados y de las construcciones políticas que de un lado y otro de la cancha desatan las paranoias y las fidelizaciones más miserables. La corrección política intenta evitar el conflicto y la polémica se juzga como pérdida de tiempo o riesgo para el orden entendido como signo de buen funcionamiento de las cosas, incluidas las relaciones. Asistimos así a una pobreza en materia de discusiones que no tarda en empobrecer las relaciones. 

La caída de la contienda en los modos actuales de la violencia.

Por estos días tan teñidos por la situación de la inminente elección nacional suelo escuchar redoblada la posición: «no hablo de política porque si lo hago es para pelear». Aunque las ganas del diálogo se hagan sentir, el silencio parece imponerse ante el riesgo de la violencia sorda. Y no es para menos cuando la situación se da en el ámbito de lo familiar o de la convivencia laboral pero, ¿no podremos encontrar mejor opción que el silencio en todas las situaciones?

Con la idea de que la emocionalidad ganó a la razón damos por perdidos algunos diálogos que ni siquiera intentamos: «si están como locos, ¿qué les vas a decir?»; «si les comieron la cabeza, no te escuchan, no te gastes» son algunas de las sentencias que justifican el no participar pero; ¿adónde van a parar las palabras no dichas? ¿A la impotencia, al propio enojo?

Las trincheras para la contienda. 

Quienes trabajamos en instituciones educativas tenemos una tarea tan trabajosa como potencialmente valiosa si pensamos en que, 1. debemos ver cómo restituimos el valor de la palabra comenzando por nosotros mismos, los docentes, y 2. Cómo reconstruimos con los estudiantes y sus familias proyectos que permitan avizorar un futuro con la idea de que algo se puede ganar y por ende, también perder, por lo que la acción de cuidar y hacer esfuerzos mutuos no son en vano. Cuidar la escuela, el instituto o la universidad;  cuidar el tiempo de estudio, cortar con el uso abusivo del celular, son algunas de las condiciones que pueden reconciliarnos con la idea de no quedar impotentes frente a la propuesta violenta del desguace del Estado y de la comunidad. Pero para ello las instituciones tienen que poder encontrar un lugar en una realidad viable para el conjunto. Viable y sobre todo creíble y creable. ¿Se puede hacer esto sin dar lugar a la contienda y cuando hablar de derechos o historizar y tomar posición frente a los acontecimientos actuales es objeto de acusación de adoctrinamiento?

Discusión democrática en época de linchamientos.

Una docente de literatura me comenta que viene desde hace meses trabajando con los adolescentes la idea de que ciertos discursos políticos violentos no contienen la novedad prometida: «los chicos necesitan una asimetría, que les demos argumentos. El problema es cuando me acusan de kirchnerista y me atacan incluso de muy mala manera. Pero con varios puedo conversar. El problema son las frustraciones que ellos cargan sin que les pertenezcan y la caída de la ilusión en caso de poder escuchar algo que ponga en jaque aquello en lo que se están apoyando». 

¿Qué les hace ilusión a estos adolescentes? ¿Qué necesitamos armar entre todos y qué necesitamos demandar a un gobierno? son preguntas simples pero no siempre trabajadas. Sus preguntas, las de los estudiantes, no la de los docentes, son parte insoslayable de cualquier proyecto educativo democrático. Si aparece alguna ilusión es porque hay algún germen de futuro que habrá que disputar.

En otra escena un grupo de alumnos de un EEMPA defiende a los policías imputados por un crimen de gatillo fácil ocurrido en Rosario y acusan a la docente de defensora de los DDHH de delincuentes. La amedrentan tras una clase. La docente convoca a un docente externo a hablar sobre la problemática del derecho al agua. Al leer la lógica anti-derechos de algunos de los estudiantes, el docente invitado  les recuerda que ellos están en esa escuela porque el Estado no les preguntó por qué dejaron de asistir regularmente en otro momento. Hay una necesidad y hay un derecho. ¿Cómo transmitir esto sin que la asimetría que debemos guardar se convierta en pasto para desresponsabilizar a nuestros semejantes en condiciones de desventaja? Ese entiendo es un punto de recuperación de la contienda, el gesto de no desubjetivar a nuestro posible interlocutor.  

Ahora, ¿cómo dar lugar a la argumentación y a la discusión cuando el otro no escucha, cuando la ilusión no está dispuesta a ponerse en duda o cuando el odio le gana a otros afectos? Quizás allí se trate de reconocer el límite. La contienda necesita refundar el antagonismo y la contradicción necesita de dos términos.  Sin embargo, enunciar las condiciones que entendemos necesarias para la contienda saludable puede ser un modo de retirada no silenciosa.

Por otro lado, la  idea de que estamos ante un fenómeno de anulación a gran escala del pensamiento crítico por efecto de la emocionalidad puede ser un elemento necesario de nuestro diagnóstico. Ahora, apelar a no hacer el esfuerzo porque «no tiene sentido, no escucha,  no entiende o es burro» ¿No será otro modo de declinar nuestra supuesta actitud democrática? ¿No será también una coartada para no dar siquiera apertura al diálogo y al trabajo que esto supone? 

¿No se trataría en cambio de deponer la expectativa del convencer ansiosamente al otro (quizás apremiados por reparar nuestros narcisismos dañados por lo que fue mal de los programas progresistas) para contentarnos con abrir al menos un hilo de intercambio? ¿Jugar un intercambio sin más regla que la de ser respetuosos a la vez que irreverentes? 

¿Seguir identificando qué tipo de registro de interpelación y escucha queremos ofrecer? ¿Será que a veces no podemos avanzar porque es más conveniente el silencio tenso que la tensión que nos impone el riesgo del propio desborde temido? No nos damos la libertad de equivocarnos ni un poco. Reforzamos el corset narcisista, no nos mezclamos con la chusma y mientras, La Libertad avanza.

La propia frustración tiene que poder tramitarse para poder escuchar la frustración ajena. Si no es la sensación de fracaso por los proyectos personales inconclusos quizás pueda ser aquello que no nos contenta de la comunidad de la que formamos parte,  porque muchos semejantes sufren, porque no hay proyecto colectivo que alcance para poder sentir el protagonismo que haga retroceder la amenaza de depresión o de ansiedad desatada en nosotros mismos.  

La contienda no puede reponerse sin esta tarea de revisión de las propias frustraciones y responsabilidades. De no poder elaborar estas tensiones es esperable que cualquier embate inesperado de la realidad nos amenace con devenir en pelea y descarga automática del propio resentimiento e impotencia. 

Quizás para poder encontrar el registro anhelado tengamos que abandonar los libretos y dejar que las palabras surjan como puedan, a veces con una pregunta, a veces con una ironía.

Las preguntas y respuestas irónicas o incisivas que no son con odio (en busca de la eliminación) sino con voluntad de delimitación podrían ser pensadas como un punto de llegada que implica haber elaborado las propias tendencias destructivas y el temor defensivo a que nos desborden. De allí que en muchas ocasiones nos quedemos en silencio aún cuando el diálogo no está del todo impedido. Mira si atacó o me atacan… Mira si daño o me dañan… Mejor seguir así, resignados, charlando con los de la misma madriguera, en la cueva. 

Alojar la tensión agresiva para no sucumbir ante el odio. 

Poder pensar la distinción entre la tensión agresiva necesaria para la diferenciación con el otro del odio que demanda la eliminación del otro es una de las condiciones que necesitan nuestras contiendas. Para que podamos ir por encuentros más reales en los que afectarnos no tenga que ver con guerrear pero sí con dejar que las diferencias proliferen con sus tensiones.

Quizás solo de esa forma pueda luego tener lugar una ternura más genuina en nosotros mismos y en aquellos interlocutores que aunque se sientan vencidos puedan intuir que no se quedaron enojados porque los escuchamos y respondimos sin venganza pero también sin tanta piedad. El derecho a no ser mansos también es parte de los derechos democráticos. 


Rosario, 18 de octubre de 2023.

*Psicoanalista y docente en la Universidad Nacional de Rosario.

2 Comments

  1. Adriana De Piero dice:

    Escuché algunos párrafos de la nota por radio, leída hoy por Cinthia García. Me interesó leerla completa. Y acá estoy, afirmando algunas certezas que » nos pasan» y » les pasan», con respecto a las frustraciones y el amarre por seguridad al Ego. Y sí, es real que ni agresivos ni mansos, sería el camino para alivianar tensiones que, de no expresarse, nos vuelven a dejar a todos sin la posibilidad de quiebre o corte, que idefectiblemente se recreará.

  2. Magali bessob dice:

    Gracias por tu lectura Adriana! Así es.. creo que venimos un poco dormidos y darnos el trabajo de volver al diálogo es todo un trabajo que merecemos darnos. Por nosotros y por el país. Abrazo.