El escritor Martín Kohan sostiene que los textos no interesan, la lectura crítica de los textos o discursos menos aún; no importa lo que se diga o se haya dicho, porque todo se dirime en un plano meramente personal que habilita un proceder básico: la afinidad acrítica o el agravio.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
Me entusiasman esos momentos, esas formas de lectura, las que ponen el foco en los textos más que en quien los escribió. Pienso por ejemplo en Engels (en Engels y más tarde en Lukács) leyendo las novelas de Balzac más allá del propio Balzac, subrayando en ellas algunos aspectos que él mismo no pudo advertir. Pienso también en los formalistas rusos y su rechazo a la crítica biografista, concentrándose tanto mejor en los textos y en cómo están hechos. Pienso también en el psicoanálisis y su máquina de lectura (de lectura/escucha), ahí donde lo que cuenta es el decir por fuera del querer decir, las palabras liberadas del equívoco dominio de las meras intenciones. Pienso en esa consabida formula de Beckett, la de “No importa quién habla”, que Michel Foucault retomó en su intervención en “¿Qué es un autor?”: si hay un sujeto, ese sujeto es constituido por el discurso (constituido y no constituyente).
A mí estas variantes me entusiasman porque promueven, según creo, un mejor desarrollo de las discusiones de ideas, con lecturas críticas mejor orientadas a confluir o a confrontar con lo que determinado texto plantea, con lo que determinados discursos indican. Aparece a menudo, sin embargo, una tendencia más bien opuesta, una que en lugar de plantear “No importa quién habla”, plantearía a cambio un “No importa lo que diga”. No importa lo que se diga o se haya dicho, porque todo se dirime en un plano meramente personal, de adhesión o encono siempre predeterminados. Los textos no interesan, de hecho se los suele pasar por alto; se los lee ligerito o no se los lee y chau. El asunto es quién es el que habló, el que escribió, el que dijo. Es eso lo único que cuenta, pues habilita a continuación un proceder sumamente simple, incluso elemental: si esa persona vota de la misma manera que el interesado, el interesado procede a ofrendarle unos dibujitos de manos aplaudiendo; si esa persona vota de manera distinta que el interesado, el interesado procede a agredirlo así sin más (con mofas de fondo de aula de secundaria, omitidas en su momento, o con violencias de barra brava digital, sin coraje de tablón, según el tono y los casos).
Son gustos y son estilos, no se trata de quejarse, porque cada cual define qué es lo que quiere o lo que puede, hasta dónde le da o no le da. Lo que cabe señalar, en todo caso, es que bajo tal estado de cosas la lectura comprensiva de textos irá perdiendo importancia (si es que no la ha estado perdiendo ya). Como las razones para aprobar o para agraviar están ya previamente definidas, no hace falta ponerse a leer, se puede recortar un cachito, quedarse apenas con un título o ignorarlo directamente todo, para pasar a poner sin más trámite el dibujo de las manitos o los insultos de rigor. Quienes piensan o proceden así no tienen motivos para preocuparse por los magros resultados obtenidos en las últimas pruebas Aprender, los que indican que buena parte de los estudiantes no alcanzan a comprender lo que leen. De seguir las cosas así, de acentuarse estas tendencias, no va a serles necesario, no lo van a precisar para nada.
Buenos Aires, 28 de julio de 2022.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.
2 Comments
Muy buena precisión; se infiere de una reflexión de este tipo que la lectura no es una práctica mecánica sino un interpretante de toda relación con la realidad.
Comparto esta precisa lectura de Kohan