En noviembre del 2003, en uno de los congresos de Madres, se ideó una intervención de lectura ininterrumpida que duró doce horas. Por el entusiasmo se propuso hacer una intervención similar en la Facultad de Psicología de UBA. No se autorizó y se proyectó hacer la acción el día en que se tomara la Facultad.
Por Marcelo Percia*
(para La Tecl@ Eñe)
¿Soledades burbujean sumergidas en un momento en común?
Lecturas en voz alta, ¿intensifican lo que cada cual sentiría leyendo por su cuenta? Afectaciones, ¿se mezclan con otras afectaciones? Una escucha con otras escuchas, ¿acentúa lo escuchado? Una audición, ¿se enrarece con la concurrencia simultánea de muchas audiciones disímiles? En un espacio de percepciones excitadas, ¿nace la revuelta?
En noviembre del 2003, en uno de los congresos de Madres, se ideó una intervención de lectura ininterrumpida que duró doce horas.
Se llamó: “Sin fantasía, es mucho el dolor”. Un verso robado a Macedonio Fernández.
La acción contaba con diez cómplices muñidos de textos para ocupar lugares o huecos cada vez que hiciera falta.
La lectura no tenía que decaer, ni pausarse, ni agotarse.
Se invitaron amistades para que también vinieran a leer.
Además se armó un cronograma de lecturas discrepantes e insumisas en diferentes horarios.
Cuando quienes participaban en el congreso se asomaban a la sala por amistad, curiosidad o porque les había atraído la convocatoria, en la puerta se les entregaba un impreso con el nombre de la intervención y una descripción del procedimiento.
Al costado de la entrada, en una enorme caja con alas, se ofrecían libros, páginas sueltas, diarios, revistas, panfletos, publicidades, folletos, manuales de instrucciones para arreglar lavarropas.
En el escenario había una mesa con tres sillas siempre ocupadas por leyentes.
Cuando la persona sentada en el extremo izquierdo terminaba de leer decía, mientras se levantaba, “Dejo aquí estas palabras” y depositaba el texto que había leído sobre la mesa.
Entonces, ingresaba otra persona por la derecha y las otras dos se corrían una silla dejándole lugar.
Cualquiera podía participar.
Si en ese momento no tenían nada escrito para leer, podían improvisar algo en un papel o tomar alguna página de la caja de lecturas o recoger algo ya leído que había quedado en la mesa de lectura.
Con las horas, el escenario se iba llenado con libros y hojas sueltas, con diarios y revistas, con fotocopias y escritos improvisados en hojas de cuadernos o agendas.
La sala por ratos estaba casi vacía, pero de tanto en tanto se llenaba.
En un momento, Hebe visitó la instalación. Enseguida quiso participar. Cuando se desocupó una silla subió al escenario.
No esperó su turno.
Avisó que iba a decir algo que tenía grabado en el alma.
Dijo: “Hubo un tiempo en el que yo leía, pero no sabía leer. Aprendí a leer luchando, aprendí a leer leyendo lo que leían las vidas que tanto queríamos. Aprendí a leer para no dejar de luchar nunca”.
Se levantó y se retiró por la izquierda como había ingresado.
Un poco antes de las 20 el salón estaba repleto. Muchas personas querían leer. Mientras todavía estaba leyendo alguien en el escenario, se repartieron los textos ya leídos durante la jornada. Se pidió que los mostraran con una mano en alto.
Entonces, se invitó a que cada cual leyera a viva voz, casi gritando, la página que le tocó, durante un minuto.
Una lectura coral superpuesta de todas las voces a la vez con diferentes textos.
Durante ese minuto no se podía dejar de leer. Si el texto terminaba antes, se comenzaba de nuevo.
Se alentaba a que se levantara la voz más y más.
Quienes estaban en la plaza intentaron volver a entrar para ver qué estaba pasando.
Al terminar el minuto, se gritó y se aplaudió.
Esa noche del mes de noviembre se sintió cálida.
El entusiasmo continuó.
Se propuso hacer una intervención similar en la Facultad de Psicología de UBA.
La idea consistía en una sesión de lecturas ininterrumpidas de bibliografías que circulaban en la carrera. Salvo en cuatro intervalos de una hora en los que se abriría la invitación a lo que venga.
Se comenzó a invitar al Centro de Estudiantes, a las agrupaciones estudiantiles, a todas las aulas. Se pegaron carteles en los baños, en los pasillos, en los bares, en las paradas de los colectivos.
Se programó para el primer viernes de diciembre del 2003 entre las 20 y las 8 de la mañana del sábado.
No se autorizó.
En ese momento, se proyectó hacer la acción el día en que se tomara la Facultad.
Buenos Aires, 4 de nociembre de 2024.
*El autor es psicoanalista, ensayista y Profesor de Psicología de la UBA. Autor de Deliberar las psicosis ( 2004); Alejandra Pizarnik, maestra de (2008): Inconformidad (2010). Su último trabajo publicado es «Sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades». Ediciones La Cebra.