Una de las mayores crueldades de estos tiempos consiste en rehusar la confirmación de lo vivido.
Por Marcelo Percia*
(para La Tecl@ Eñe)
En los años noventa, antes de las redes sociales, la cámara sorpresa se empleaba como entretenimiento o espectáculo de crueldad.
Recordemos un episodio. El escenario: un curso de entrenamiento de buceo. Varias personas vestidas con trajes de buceo esperan al borde de una pileta cubierta para sumergirse junto a sus instructores, es el día de bautismo de los participantes; pero, la situación está planeada como un engaño o simulación en la que sólo está excluido el incauto. La cámara toma el primer plano de un muchacho elegido como víctima. El conductor del programa relata lo que está sucediendo y hace notar que el elegido tiene temor. Cuando le toca el turno, se sumerge junto con los instructores. La cámara debajo del agua muestra tres figuras tomadas de la mano. Pero, de pronto, sumergen un tiburón de utilería. Los instructores simulan huir aterrorizados. Abandonan al discípulo sumido en la desesperación y el pánico. En la secuencia que sigue, se ve al muchacho salir del fondo de la pileta como de una pesadilla: pálido, con palpitaciones, angustia, sensación de muerte. Todavía atontado y casi sin aire, comienza a reaccionar con odio y violencia ante lo que interpreta como una trampa siniestra, tal como deduce por las risas y burlas de todos los presentes, a las que se suman inesperados camarógrafos e iluminadores que salen de sus escondites. En plena descarga de bronca, alguien le avisa que está siendo filmado para el programa famoso. Lo que ocurre en ese momento es sorprendente: la víctima pasa de la indignación justificada, a la complicidad con sus verdugos. Su mueca de dolor se transforma en gesto de diversión, convierte su ofuscación en complacencia. Abandona sus sentimientos, para participar de una mirada que lo toma como objeto de crueldad. Desmiente sus sensaciones para entregarse a la euforia de la burla. Participa de su tortura con alegría. Deserta de sí, renuncia a su indignación, hace de su furia nerviosa un nudo callado. El exceso de crueldad de la experiencia reside en el modo en que se arranca el consentimiento del participante: en pleno estado de pánico, la víctima se asocia a los verdugos. Asistimos a la desmentida de sí.
En la última escena, se ve al incauto en el estudio, ahora, vestido con un traje que le regaló la producción, junto al admirado conductor, gozando de su propio desamparo.
Una de las mayores crueldades de estos tiempos consiste en rehusar la confirmación de lo vivido: no estás viendo lo que estás viviendo, lo que ocurrió no pasó, no estás sintiendo lo que estás sintiendo. Sonríe, te están filmando.
Buenos Aires, 28 de junio de 2024.
*El autor es psicoanalista, ensayista y Profesor de Psicología de la UBA. Autor de Deliberar las psicosis ( 2004); Alejandra Pizarnik, maestra de (2008): Inconformidad (2010). Su último trabajo publicado es «Sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades». Ediciones La Cebra.
5 Comments
Muy bueno el escrito,un aporte para ver claramente la desmentida.
Gracias!!!
Brillante tal cual y aun hoy por televisión hay un programa que muestra esta crueldad, gracias muchas gracias por mostrar como esta naturalizada la crueldad.
Tremendo lo que estamos viviendo.
Aún para quienes lo «sabemos» es impactante el grado de alienación y negación.
Estamos en el fondo del pozo como especie, co en otras épocas del devenir humano.
Hora de resetear el mundo.
Como siempre, excelente laTecla.
Un abrazo!
Muchas gracias, Cecilia.
Abrazo.
Como no se puede negar lo que no existe,se niega la realidad que vemos en nosotros mismos y aceptamos la naturalización de la crueldad que en otros sí vemos