En el libro «Ese Infierno» editado en 2001, una sobreviviente de la ESMA, Adriana Marcus deslizó que Alfredo Astiz –al que nombra por uno de sus apodos, “Rubio”-, le alcanzó un ejemplar de «El Eternauta». A partir de este dato, Boccanera se comunicó con Marcus en 2006 y nuevamente en estos días cuando la serie de la historieta cobra repercusión internacional, para referirse a esa escena insólita dentro del que fuera el mayor campo de concentración del país.
Por Jorge Boccanera*
(para La Tecl@ Eñe)
Por sobre la ola pestilente actual del negacionismo vuelan en bandada los personajes de la obra de Héctor Germán Oesterheld y una muy amplia bibliografía sobre este gran escritor argentino que ocupa ahora un primer plano con su obra icónica, El Eternauta, llevada a la pantalla de la mano del director Bruno Stagnaro.
Hoy, que es vista y leída en muchos países (en China fue traducida y publicada en edición de lujo por el sello Lucida), podríamos imaginarnos dos identidades ficticias mirándose fijamente: el protagonista de El Eternauta Juan Salvo, que con audacia y un sentido de resistencia protagoniza la saga, y “Gustavo Niño”, el militar infiltrado entre las Madres de Plaza de Mayo al que algunos familiares de desaparecidos llamaban “el rubito” y que no era otro que el ex capitán de fragata Alfredo Astiz.
Dicha escena lleva a preguntarse cómo repercute semejante celebración a nivel mundial de El Eternauta y la consiguiente reaparición de Oesterheld, en algún punto reparadora, en aquel “Gustavo Niño”, o sea Astiz. De un lado un humanista y escritor destacado y del otro Astiz, alias “Cuervo”, condenado por secuestro, tormentos y desapariciones; entre ellas, la de la joven sueca Dagmar Hagelin y las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon.
Marcus, fue secuestrada en 1978 a los 22 años, cursaba las últimas materias de medicina y se desempeñaba en el hospital Finochietto. Unos meses después le ordenaron trabajar para Emilio Massera –el mesiánico almirante que ese año publicó su periódico Convicción, no ocultaba sus apetencias políticas-, junto a otros secuestrados que debían traducir textos, fotocopiar, tomar fotos, leer publicaciones locales y extranjeras, transcribir a máquina, falsificar documentos.
Todo lo anterior viene de la mano del relato que me hizo hace algunos años la doctora Adriana Marcus, sobreviviente de la ESMA, afirmando que “El Ángel de la Muerte” le había alcanzado en ese campo de concentración un ejemplar de El Eternauta.
La primera referencia sobre el caso -el “Ángel de la Muerte” portando el relato más emblemático de Oesterheld en un campo de concentración- la había tenido en 2001cuando entrevisté para TELAM a Miriam Lewin y Manú Actis por el libro Ese Infierno, en cuyas páginas sumaban sus testimonios, en forma de diálogo, otras sobrevivientes de la ESMA: Cristina Aldini, Liliana Gardella y Elisa Tokar. Por momentos, se agregaba una sexta mujer que llegaba de la Patagonia a visitarlas y a aportar al proyecto que estaban bocetando y que saldría con prólogo de León Rozitchner.
Era Marcus, que en un párrafo breve sin nombrar a Astiz, decía: “un día entró Rubio en el camarote donde dormía con otras compañeras y me dio una revista: ‘Esto te va a gustar, leélo’”. Se descarta que el “te va gustar” era una sugerencia de alguien que ya la había leído.
Unos años después, en 2006, mientras preparaba el primer número de la revista de la UNSAM, Nómada, decidimos dedicar el primer fascículo de la revista a Oesterheld, a cargo de la periodista Judith Gociol. Recordé entonces aquel pasaje breve de Marcus en Ese Infierno y la contacté. Seguía viviendo en el sur. Cuando le solicité un testimonio breve para incluirlo dentro del fascículo, aceptó de inmediato. Es el que sigue: “Caí en la ESMA el 26 de agosto de 1978. Cuando llevaba cinco meses allí, Astiz me trajo un libro. Yo estaba en un ‘camarote’ ocupando la cucheta del medio –eran tres superpuestas- con otras dos compañeras, y apareció él con un libro, ¿para qué me distrajera? Ya me había acercado uno de Jean Larteguy, para que comprendiera de qué se trataba el ‘proceso de recuperación’ de los subversivos, que se supone que éramos todos los que estábamos allí ‘alojados’. El libro hablaba sobre la guerra en Argelia y la experiencia de los franceses en Vietnam. Pero esta vez traía otro, un volumen de historieta. Me dijo ‘esto te va a gustar’ y me dejó El Eternauta. Yo no lo conocía. Había visto los dibujos en una revista, Scorpio, que los compañeros leían habitualmente. Cuando lo leí me impresionó el paralelismo con lo que estábamos viviendo ahí; cerca de la ESMA estaba el lugar donde habían llegado los invasores; los que sobrevivieron pudieron construir una resistencia grupal basada en la solidaridad; los ‘ellos’ eran invisibles y manejaban como marionetistas a quienes realmente habían realizado la invasión. Yo no sabía que su autor estaba desaparecido, como sus hijas y sus yernos”.
Algo común entre ambos secuestrados, Oesterheld en 1977 y Marcus un año después: ambos tenían ascendencia alemana. Hubo cerca de 85 desaparecidos alemanes o argentinos de origen germánico cuyos familiares, que reclamaban en la embajada de Alemania, fueron atendidos con fingida amabilidad por quien se hacía llamar el Mayor Peirano, otro militar espía (su nombre verdadero es Carlos Antonio Españadero, ex agente de inteligencia del Ejército, ya condenado a prisión perpetua).
Teniendo en cuenta que los secuestros iban de la mano del saqueo, no descarto la posibilidad de que el ejemplar citado en esta nota fuese uno que Oesterheld llevaba consigo al momento de su detención –se dice que llegó incluso a enviar algunos de sus guiones desde la clandestinidad. La misma Marcus en su declaración de casi tres horas en el juicio contra represores de la ESMA en 2010, contó que en abril de 1979 cumplió trabajos forzados en la oficina de un departamento de Jaramillo y Zapiola, donde se clasificaba información. En el garaje, había una biblioteca con libros que “evidentemente”, dijo, fueron robados en los domicilios de los secuestrados.
Hoy, con el regreso de El Eternauta y casi dos décadas después de aquel fascículo de Nómada, trato de comunicarme de nuevo con la doctora Marcus.
Mientras la ubico, pienso que no es para nada extraño que Astiz haya leído El Eternauta, ya que su infancia y juventud, como la de muchos de los que atravesamos los ´70 años, estuvo marcada por la llamada época de oro del género con revistas como Misterix, Patoruzú, Puño fuerte, Hora Cero y Frontera, estas dos últimas editadas por Oesterheld y su hermano Jorge.
Y de nuevo el interrogante de qué pasará hoy por la cabeza de Astiz, que purga condenas perpetuas por crímenes de lesa humanidad, frente a ese Eternauta que, a 47 años de su desaparición, aún llama a resistir desde una idea de comunidad.
El 10 de mayo pasado Adriana Marcus me atendió el teléfono. Era tarde noche y en el preciso momento que hablábamos, en Barrancas de Belgrano se llevaba a cabo un evento sobre El Eternauta con miles de fanáticos experimentando la emoción de entrar en los cuadritos de la historieta ataviados con máscaras caseras y disfraces, cruzándose con esos bichos, especie de ácaros gigantes, mientras se recreaban escenas de la serie.
Corroboró lo que ya me había contado, y agregó: “Me llamó la atención que Astiz llegara a verme, ya que el oficial que tenía a cargo mi caso era Ricardo Cavallo (N. de R: alias “Sérpico”, acusado en España en el año 2000 por el juez Baltasar Garzón, detenido en México, extraditado a Argentina y condenado a prisión perpetua); los libros de contrainsurgencia eran el leitmotiv de Astiz, su literatura inspiradora para emprender el proceso de ‘recuperación’, ¿se habrán creído en serio el tema de la ‘recuperación’?”.
–¿Vió la serie?
-No, ni la voy a ver; mis hijos me dijeron que tiene escenas violentas; en realidad veo poco cine, pero sí vi 1985, y más allá de que no son del todo fieles a la realidad, el lenguaje visual levanta revuelo…
–Difunden cosas que parece que se van olvidando.
-Hay muchos jóvenes que no tienen la menor idea de nada. Yo insisto, en la zona donde vivo, con la necesidad de dar charlas sobre el tema, que escuchen algunos testimonios. Aunque muchas propuestas han caído en saco roto; en marzo pasado di un conversatorio y se hizo una muestra de fotografías de las Madres de Plaza de Mayo.
–¿Conoció a la viuda de Oesterheld?
-Sí, a Elsa Oesterheld la conocí en el 2000 cuando me integré al grupo de familiares de desaparecidos de origen alemán. Le conté la anécdota, la impresionó mucho. Con mis hijos llegamos a visitarla un par de veces a su casa.
–Aunque en la serie no haya una placa final que explique en dos líneas la suerte corrida por el guionista, la historia de Oesterheld y su familia diezmada por la dictadura, está siendo difundida en numerosas notas de prensa.
-Es maravilloso que en este momento nefasto de la historia argentina aparezcan estas películas, porque el lenguaje visual es consumido por más gente.
Cierra la charla Marcus repitiendo: “yo leía una ficción que ocurría cerca de donde estaba secuestrada, ahí, cerca de Barrancas de Belgrano y la cancha de River”.
Una ficción en forma de historieta que publicada en 1957 se había adelantado, como otros tantos relatos de Oesterheld, a advertirnos sobre aquellos que desde el poder se valen de las armas y los adelantos tecnológicos para adueñarse de nuestros cuerpos, nuestras mentes y el suelo que pisamos.
Llavallol, 15 de mayo de 2025.
*Poeta, escritor y periodista. En el 2020 se publicó su obra reunida Tráfico Estiba, por HD Ediciones.