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CUATRO POSTALES SOBRE SALVADOR ALLENDE* – POR JORGE BOCCANERA

Salvador Allende en la plaza de La Moneda.

A CINCUENTA AÑOS DE LA UNIDAD POPULAR.

Por Jorge Boccanera

Generaciones anteriores a la mía fueron impactadas por diversos acontecimientos sociales en América Latina, como la primavera democrática de Guatemala que se extendió casi por diez años hasta el golpe que le arrebató el poder a Jacobo Árbenz en 1954, y por supuesto la gesta revolucionaria de Cuba a finales de esa década.

Ya en 1970, el fervor político de los jóvenes pasaba por Argentina y Chile; festejábamos en las calles la llegada al poder de una fuerza de coalición, la Unidad Popular, que alzaba la voz al otro lado de la cordillera para devolverle la dignidad al pueblo; cantábamos canciones de Inti-Illimani, Víctor Jara, Los Jaivas, Quilapayún.

Fue un cuatro de setiembre de hace cincuenta años que Salvador Allende proclamó su victoria en las elecciones a la presidencia, con un discurso desde la Federación de Estudiantes en el que resonaba con fuerza la palabra “revolución”. Entre las prioridades de su programa figuraba la nacionalización de la banca, el cobre y el salitre, más un proyecto de reforma agraria.

De este lado nos alentaba un aplastante caudal de votos que desde las urnas desalojaba al partido militar del poder, llevando al peronismo al gobierno. En el acto de asunción de Héctor Cámpora a la primera magistratura en mayo de 1973, la presencia de Salvador Allende, insuflaba de anhelo una palabra que pasaba de mano en mano, “compañero”, con un programa de “hondo sentido humanista” como horizonte de justicia social. Mucha gente fue a vivar al presidente de Chile a su llegada al aeropuerto y luego escuchó hablar en la embajada de su país a ese orador que improvisaba sobre la marcha y dejaba un tono vibrante en cada frase.

Peor pronto vimos con tristeza cómo su gestión era aquejada por una red de sabotajes en los planos político, económico y aún militar, comenzando con el asesinato en los mismos días de traspaso de gobierno del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general René Schneider. Tras bambalinas, se movía la figura siniestra del entonces secretario de estado norteamericano Henry Kissinger.   

II

Yo tenía en imprenta mi primer libro con poemas alusivos y rondaba la redacción de Crisis con la idea de estrenarme en el periodismo; no imaginaba que tiempo después iba a pasar a formar parte de la redacción. Esa revista dirigida por Eduardo Galeano dedicó muchas de sus páginas a Chile desde su primer número aparecido justamente de mayo de 1973 con un texto inédito de Neruda, al que seguiría poco después su “Elegía para cantar” dedicado a Violeta Parra.  Consumado el golpe militar, Crisis dio amplia cobertura a la situación chilena informando -incluso con una gran nota de Gabriel García Márquez sobre la asonada castrense- a través de algunas voces “anónimas” de quienes luego integrarían la resistencia. Para el número de octubre de 1973, ya consumado el golpe, Crisis publicó junto a testimonios populares recabados desde el mismo suelo chileno, una entrevista telefónica a Hortensia Bussi, viuda de Allende, que afirmaba que el presidente: “murió combatiendo. Murió luchando”.

A “Tencha”, como le decían, me la presentó el escritor Poli Délano en un departamento del Distrito Federal de México; recuerdo su sobriedad, su entereza. Yo me había exiliado allí a fin de 1976 y consustanciado con la suma de destierros que albergaba el generoso pueblo mexicano; desde republicanos españoles a centro y sudamericanos. Trabé amistad con muchos chilenos, entre ellos Délano, amigo para siempre, Miguel Littín, Jaime Valdivieso y, entre otros, Aníbal Quijada, quien con su libro Cerco de púas daba un elocuente testimonio de su detención y confinamiento en la isla de Dawson.

Acerco esta referencia personal solamente a los fines de manifestar mi afecto por el país hermano, que me llevó en el exilio a participar en actos de repudio y denuncia del régimen militar trasandino, y a estar presente en Santiago en 1988 en el festival solidario y multitudinario “Chile Crea”, que puso en evidencia una sociedad viva y luchadora. La misma que apenas unos meses después, en un plebiscito, estamparía un rotundo “no” sobre el rostro manchado de sangre de los “momios”.

III

Una persona lúcida, honesta, de convicciones firmes. Esa es la imagen que brinda a la posteridad Salvador Allende y que está presente en cada una de las banderas de reclamo y justicia que vuelven una y otra vez a desplegarse en las calles chilenas. Siempre me llamó la atención ese apellido, “Allende”, un término que  empuja la vista a nuevos horizontes; pero más su nombre, “Salvador”, que va abrochado a su profesión de médico cirujano. Hoy más que nunca, cuando nuestros países tratan de defenderse de la pandemia del coronavirus con la precariedad de una salud pública diezmada por la ceguera de las políticas neoliberales, resaltan los numerosos emprendimientos del doctor Allende. Durante su extensa carrera política, ya sea como gremialista, diputado, senador, ministro de salubridad o presidente, impulsó las leyes más importantes de la salud pública chilena, medidas cuya mención exceden esta breve nota, aunque podrían señalarse algunos hitos como la Ley de Medicina Preventiva, la creación del Sistema Nacional de Salud, su bregar por el surgimiento del Colegio Médico de Chile, sin olvidar que en 1939 ese joven facultativo se adelantó a plantear un abordaje a fondo del tema con su libro La realidad médico social chilena.

Allende viajó en 1959 a Cuba donde mantuvo reuniones con Fidel Castro, encuentro que según algunos analistas lo marcaría definitivamente en su camino revolucionario. Además, en esa misma ocasión el médico chileno estrechó la mano de un médico argentino; Ernesto Che Guevara. Imagino a la distancia un diálogo entre ambos, cada cual proponiendo caminos hacia el socialismo con diferentes enfoques, pero cercanos en la inmensa tarea de crear conciencia. despertar, abrir los ojos. La frase suena a paradoja al recrear imágenes recientes de los carabineros disparando a los ojos de los manifestantes. 

Salvador Allende y Pablo Neruda.

IV

Neruda y Allende fueron candidatos a la presidencia de Chile. La larga amistad entre ambos, a ratos con diferentes puntos de vista -el primero era miembro del Partido Comunista y Allende por su parte uno de los líderes del Partido Socialista- ha quedado documentada en libros, testimonios y cartas. Ya a fines de los ’50 el poeta había llamado a apoyar al médico socialista, entonces candidato a presidente por el Frente de Acción Popular- con palabras cargadas de efusividad: “Con Salvador Allende está lo bueno del pasado, lo mejor del presente y todo el futuro” (1). Si varios son los momentos sustanciales de sus vidas, 1971 será un año especial con el Premio Nobel a Neruda y el gobierno de Allende nacionalizando el cobre.

Las lecturas del “Chicho” (apodo que viene de “chichito” y éste de “salvadorcito”), abarcaban el psicoanálisis, la novela policial, algo de poesía y los libros de ciencia ficción, de Erich Fromm e Isaac Asimov, pasando por el autor de Canto General. En una alocución del año citado, en referencia al galardón internacional, Allende elogia a Neruda destacando su “prodigiosa imaginación” que “alcanza todos los aspectos de la vida del hombre”, agregando que: “por la poesía de Neruda pasa Chile entero”.

Sin duda, una característica que destaca en la poesía chilena del siglo XX a la actualidad, es que está atravesada en mucho por el devenir social –incluido el exilio- sin menoscabo de su calidad, ni trancos demorados por vanas dicotomías entre una supuesta poesía hermética y otra de mensaje. Comenzando con Gabriela Mistral, defensora de los humildes, fundadora de escuelas para mujeres trabajadoras que pudo palpar en Magallanes, donde se desempeñó como maestra rural, la ferocidad de gobiernos antipopulares. Enterada de la brutal represión en Puerto Natales de 1919, conoció un año después la matazón de obreros en  Punta Arenas a cargo del ejército. Algunos de estos hechos  motivarían versos que dedicó a  los prisioneros y que caben en una línea suya de advertencia: “¡Ay de los que no escucharon/ el sonar de las cadenas”.

Muchos años después, un Neruda convaleciente, enterado del bombardeo a La Moneda y la muerte del presidente a manos de los militares, señaló sin ambages: “Allende fue asesinado por haber nacionalizado la riqueza del suelo chileno”. Hacía rato que en su poema “Sólo el hombre” había manifestado su convicción en el camino de lo fraterno, lo solidario. Escribe: “Creo/ que bajo la tierra nada nos espera,/ pero sobre la tierra/ vamos juntos./ Nuestra unidad está sobre la tierra” (…) Los árboles se tocan en la altura”.

*Nota Publicada en Araucaria, N°49, Santiago, 2020 

1-Pablo Neruda y Salvador Allende. Una amistad, una historia del escritor chileno Abraham Quezada Vergara (RIL editores, Santiago, 2014).

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