Aborto: Legislar sobre el dolor – Por Sebastián Plut

La sonrisa de Pétain (Los colaboracionistas como dialoguistas) – Por Julián Axat
4 julio, 2018
A 100 años de la Reforma, ¿Por cuál Universidad luchamos? – Por Carlos Raimundi
9 julio, 2018

Aborto: Legislar sobre el dolor – Por Sebastián Plut

Sebastián Plut profundiza en esta nota sobre la problemática del aborto y el debate que atraviesa a la sociedad. Plut sostiene que nadie que apoye la legalización del aborto lo visualiza como un desenlace feliz sino que se trata de qué hacer frente a un problema de salud pública, y de cómo legislar sobre el dolor.

Sebastián Plut profundiza en esta nota sobre la problemática del aborto y el debate que atraviesa a la sociedad. Plut sostiene que nadie que apoye la legalización del aborto lo visualiza como un desenlace feliz sino que se trata de qué hacer frente a un problema de salud pública, y de cómo legislar sobre el dolor.

Por Sebastián Plut*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Hay diversas hipótesis freudianas que suelo tener en cuenta en mis investigaciones sobre las categorías psicoanalíticas pertinentes para pensar la política. Creo que varias de tales referencias son útiles, también, para pensar el problema del aborto y, específicamente, el debate sobre la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE).

Por ejemplo, Freud sostuvo que “dada la lentitud de las personas que guían la sociedad no suele quedar otro remedio para corregir esas leyes inadecuadas que el de infringirlas a sabiendas”. [1] Tiempo después, destacó “la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad”. [2]

La primera cita alude al problema de la temporalidad de las leyes, es decir, éstas siempre resultan tardías respecto de la realidad, de modo que ciertas infracciones constituyen más un empujón para el cambio legislativo que un propósito transgresor.

Por su parte, la segunda referencia exhibe las limitaciones de todo código normativo o, dicho de otro modo, éste nunca logra comprender o abarcar en su totalidad toda la trama de conflictos y necesidades humanas. Agreguemos que al hablar sobre la mencionada insuficiencia, Freud destacó que el mayor problema es que nos negamos a admitirla, esto es, pretendemos creer que las leyes permiten expresar y resolver todas las tensiones posibles.

A la luz de estas hipótesis, entonces, me referiré en lo que sigue a la problemática del aborto y, sobre todo, al debate que, en estos últimos meses, atraviesa a la sociedad en su conjunto.

 

Debatir sobre el aborto

Aunque ni el problema del aborto ni el debate en torno de él constituyan fenómenos nuevos, resultó un hecho muy significativo el tratamiento parlamentario –con la participación de diferentes ciudadanos y organizaciones- que permitió discutir –y eventualmente legislar- sobre la interrupción voluntaria del embarazo (IVE)[3]. La masividad de ciudadanos que, además, se convocaron en la zona del Congreso Nacional –especialmente mujeres jóvenes- así como las posiciones que exhibieron los legisladores, puso de manifiesto que el problema del aborto constituye un asunto transversal. En efecto, si bien en proporciones diferentes, al interior de cada fuerza política hubo votos a favor y en contra de la legalización.

Si en sí mismo el tema embarazo-aborto tiene todo el espesor necesario para ubicarlo en una posición prioritaria de la agenda política y social, de inmediato se anuda con otros tópicos que, ineludiblemente, se cruzan con aquél.

En efecto, en el mismo instante que nos proponemos la discusión sobre la IVE, nos hallamos con la necesidad de reflexionar sobre la violencia de género, la vulnerabilidad de las mujeres, la relación entre Estado y religión, el posible desacierto de la participación del derecho penal cuando se trata de un problema de salud pública, entre otros tantos asuntos.

A su vez, y en un marco más amplio, es posible detectar dos cuestiones que, sin ser específicas de la discusión sobre la IVE, cobran en ella un particular relieve. Una de tales cuestiones es la argumentación, si se quiere, la calidad de la argumentación. Entre las múltiples afirmaciones que se expresaron podemos observar que muchas de ellas no poseen consistencia ni encadenamientos lógicos, carecen de la coherencia necesaria y, por lo tanto, no resultan concluyentes. Algunas, pues, son solo apelaciones emocionales, eslóganes sin fundamento, prejuicios y creencias singulares, y ello sin mencionar los mensajes injuriosos o las agresiones y descalificaciones de todo tipo. Asimismo, importa también considerar qué define la pertinencia de un argumento en este terreno, ya que tratándose de un asunto público no todo pensamiento tiene su lugar en el debate.

La segunda cuestión concierne al diálogo o, más aun, a sus límites. Es un lugar común, creo, encomiar las virtudes del diálogo y la construcción de acuerdos y consensos, y no podemos sino sumarnos a tal entusiasmo. Sin embargo, también nos vemos llevados a destacar los límites inevitables del diálogo, a señalar su insalvable insuficiencia, ya que no solo nuestras pasiones matizan siempre nuestra ilusionada racionalidad sino que, además, reconocemos la irreductibilidad (o la inconmensurabilidad) de las argumentaciones contrapuestas.

Por mi parte, considero que con todas las bondades que tienen el diálogo y las afinidades, más relevante resulta el trabajo de pensamiento y profundización sobre los argumentos propios y ajenos. Esto es, luego de los esfuerzos por buscar coincidencias, será central fundamentar con claridad y consistencia por qué uno está a favor (o en contra) y, por otro lado, intentar comprender las razones de quienes se oponen. Solo esto último es lo que abrirá algún intercambio posible con quienes se encuentren en la perspectiva opuesta.

En síntesis, encaramos la exposición de nuestras conjeturas teniendo en cuenta la amplitud de los problemas implicados, la importancia de desarrollar ideas que tengan algún grado de solidez y con la conciencia de saber que la voluntad de hallar afinidades no escapa a la admisión de diferencias que, sí o sí, matizan aquella voluntad.

 

Legislar sobre el dolor

Pese a las acusaciones de quienes se oponen a la despenalización, nadie que apoye esta última considera el aborto como un desenlace feliz, grato. Se trata, más bien, de qué hacer frente a una realidad insoslayable, qué hacer frente a un dramático problema de salud pública, cómo pensar la realidad y la sociedad por fuera de la criminalización y, sobre todo, cómo, por fin, darle cabida a la decisión de las mujeres sobre sus propios cuerpos.

Vuelvo sobre lo recién mencionado, que el aborto nunca es un desenlace feliz. Mientras quienes pretenden mantener la prohibición del aborto insisten en consignas e imágenes sobre la belleza de la maternidad, sobre la felicidad del parir, es posible que constituya un inapreciable aprendizaje –social y singular- asumir que el éxito no siempre es la meta, que “tener ganas” (de tener un hijo, por ejemplo) no siempre es un objetivo, que la vida no puede nunca reducirse a un programa banal sobre la felicidad. 

Podemos sintetizar cuatro grandes argumentos que presentaron quienes buscan la legalización del aborto: a) que prohibidos o no, los abortos se realizan igual; b) que las mujeres pobres mueren al tener que realizarlos de forma clandestina y precaria; c) que las mujeres tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos; d) que nada indica que una mujer sí o sí debe desear ser madre.

Quiero, ahora, centrarme en el cuarto argumento, que las mujeres no tienen por qué desear ser madres. No es necesario recordar aquí el peso que tiene la expectativa social sobre las mujeres en cuanto a la maternidad, o bien lo difícil que resulta aceptar que una mujer muestre su rechazo o su desinterés a ese proyecto.

Creo que esta ley, entonces, nos enseñará una distinción fundamental, la diferencia entre “no tener ganas” y el “desgano”. La lógica neoliberal exige una motivación permanente, un esfuerzo constante que no hace sino encubrir el desgano, la desvitalización, que al mismo tiempo resulta de ello. Aquella lógica no admite que el sujeto “no tenga ganas” cuando se trata de mandatos e imperativos que considera naturales, obvios. Entre ellos, el éxito, la riqueza y, por qué no, la maternidad. Es por ello que aceptar como posible el “no tener ganas” indudablemente será un aprendizaje significativo.

Despenalizar el aborto es legalizar el dolor, ya que dicha ley representará la mencionada decepción para muchos, mientras que para otros tantos será la posibilidad de atravesar sin clandestinidad una dolorosa experiencia. Hagamos realidad, entonces, aquello con lo cual nos llenamos la boca tan frecuentemente, esto es, que el aprendizaje es dolor y no tanto una banal y ficticia felicidad.

La legalización del aborto –si bien, al momento en que escribo estas líneas aún falta la resolución de los senadores- se inscribe en una tradición de la que también forman parte el voto femenino, el divorcio y el matrimonio igualitario. Claro que el caso actual presenta una diferencia, pues en ninguno de los otros tres casos la práctica no habilitada por la ley constituía un delito. En este sentido, y algo de ello comenté al inicio, es interesante el proceso según el cual un problema social deja de ser pensado desde la perspectiva del Derecho Penal.

Dicho proceso es correlativo de una sociedad más plural, de una sociedad menos excluyente y no necesariamente porque a partir de la legalización del aborto haya más o menos personas a favor de ella. Las leyes, sabemos, siempre son insuficientes, nunca un sistema legal es absoluto u omnipotente en la resolución de los conflictos y, por ello mismo, difícilmente pueda representarnos a todos. Ninguna sociedad es homogénea, ni siquiera pequeños agrupamientos o instituciones lo son. Por el contrario, la diversidad de deseos, de principios, de tradiciones, de expectativas, etc., es la característica propia del conjunto social y por tal motivo no es esperable que una ley pueda representarnos a todos por igual. Dicho de otro modo, el “todos” es una ilusión, al menos si anhelamos su existencia bajo la premisa de la homogeneidad. Ni la prohibición del aborto ni su legalización podrán ser representativas de todos, pese a lo cual es posible marcar una diferencia entre una y otra situación. Si no se despenaliza el aborto, se impone un todos homogéneo, a costa de una de las partes. En cambio, si se legaliza la interrupción voluntaria del embarazo, se procede a la construcción de un todos heterogéneo. En este último, caso, pues, la ley no representará a todos, no obstante sí le da cabida al todos, en tanto, como se dijo una y mil veces, nadie queda obligado a abortar. Por el contrario, si se mantiene la prohibición, la ley tampoco representa al todos, aunque en este caso no todos tienen cabida. 

Es esta una de las cuestiones relevantes de la legalización, la asunción social de una universalidad imposible, universalidad que, cuando se pretende posible, desde ya no es más que una ilusión en tanto, de inmediato, crea una marginalidad, un terreno de criminalización y muerte[4]. Si se despenaliza el aborto, desde ya que se impide tal ilusión y, por lo tanto, una posible decepción para una parte de la sociedad. La prohibición del aborto, por tanto, se erige como una ley absoluta, mientras que su legalización pone de manifiesto con mayor claridad la inevitable insuficiencia de todo código normativo. Legalizar el aborto, entonces, es un paso más en el largo camino, más bien interminable, de la asunción de nuestra sustancial imposibilidad de concordar.

¿Se crearán problemas a partir de la legalización? Sí, desde ya que se crearán nuevos problemas, nuevas complejidades, pero si no se legaliza se conservarán viejos problemas que siempre quedarán irresueltos.

 

Buenos Aires, 7 de julio de 2018

*Doctor en Psicología. Psicoanalista.

 

Referencias:

[1] Freud, S.; (1926) ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, Vol. XX, Obras Completas, Amorrortu Editores, pág. 221.

[2] Freud, S.; (1930) El malestar en la cultura, Vol. XXI, Obras Completas, Amorrortu Editores, pág. 85.

[3] El debate en el Congreso de la Nación comenzó en Junio de 2018, si bien durante unos meses antes los legisladores pudieron escuchar las posiciones de diferentes juristas, artistas, psicólogos, estudiantes, etc., que fueron a exponer ante aquéllos.

[4] Durante los días del debate, la Vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, expresando la voz de la mencionada pretensión universalista de quienes se oponen a la legalización del aborto, sostuvo que “todos pasamos por ser embriones”.

4 Comments

  1. Sara berlfein dice:

    No es sólo legalización es respeto , comprensión, contención por parte de los médicos y de los que están en contra

  2. Norman dice:

    Me parece que hay varias inconsistencias en esta nota. No es este el lugar para desarrollarlas in extenso, pero haré hincapié en la cuestión de que la ley no puede representar a todos. Como sabemos, la herramienta con que hoy cuenta nuestra sociedad para legislar es la democracia representativa, que contempla, precisamente, mecanismos para hacerlo conforme a la opinión de las mayorías, no a «hegemonizar» a la totalidad. Un ejemplo burdo para mostrar una verdad de Perogrullo: los delincuentes también son parte de la sociedad, y no estarán conformes con las leyes que los condenen… Además, en casos como el del aborto, la cuestión no pasa por la representatividad de los legisladores, sino por la opinión personal de cada uno de ellos, por la cual la opinión de las mayorías no está garantizada sin un prebiscito previo.
    Por otra parte, esto es aplicable a los propios principios de los que parte el autor: las hipótesis, como el término lo indica, son hipotéticas; hay quienes comparten las de Freud, quienes las desconocen y quienes no están de acuerdo con ellas, por lo que están comprendidas en las mismas condiciones generales que el debate en cuestión.

  3. Me parece una excelente nota, una vez más, en palabras de Sebastián Plut, a quien envío mi consideración

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *