Nicol A. Barria-Asenjo sostiene en este artículo que pese a los dolores, tragedias e imposibilidades de ser uno, de atrapar lo incapturable, el amor es sin duda uno de los riesgos que nos ofrece la vida en su aleatoriedad que hacen de la vida la vida misma.
Por Nicol A. Barria-Asenjo*
(para La Tecl@ Eñe)
I. Introducción.
“El goce del Otro, del Otro con mayúscula, del cuerpo del otro que lo simboliza, no es signo de amor” dijo Jacques Lacan, aumentando las desventuras que hay en concepto amor y elevando cualquier intento de captura o entendimiento del asunto a un imposible.
Quien se haya enamorado en algún momento, además de sentirse inmensamente afortunado y comenzar a deambular entre la complejidad de la vida en una suerte de extasíes cotidiano, de forma paralela también ha conocido -o conocerá- el dolor y/o miseria que la intensidad-potencia de ese sentimientos involucra. El amor es eso en esencia, división, unión y co-existencia de opuestos.
El amor aunque quiera negarse va acompañado del odio, la idealización y la degradación, consciente o inconscientemente estos mecanismos en contra del objeto de amor producen realidades incluso paralelas entre la realidad misma y el mundo del pensamiento-discurso.
Estos mecanismos anteriormente mencionados también acompañan la existencia de la maquinaria avasalladora de subjetividad, libertad reconocida como desamor.
Lo traumático no es el amor como algunos plantean, lo realmente traumático es el momento en que vamos siendo conscientes de como los lazos van aflojándose, esa distancia que va apareciendo con lentitud entre los amantes, no hay nada más doloroso e impotente que el visualizar la paulatina eliminación del amor que alguna vez existió.
En esa fragmentación de la realidad y de la vida misma, aparece el significante “vacío” como una concepto abstracto que por ser abstracto puede encriptar lo volátil del devenir que tiene lugar, porque junto con el desamor hay una suerte de instalación del vacío en la cotidianidad misma, seguimos haciendo todo pero en realidad no hacemos ni deseamos nada. Por el amor conocimos el todo y el desamor nos ha lanzado violentamente a la nada, en un abrir y cerrar de ojos. Una vez que se acaba el amor, pasamos a otra forma de vida, vivimos diferentes vidas en una vida, porque hemos de conocer una forma de vida en la cual el vacío se instala sobre el lenguaje que antes conocíamos y debemos reescribir nuestra forma de vida y el guion que orientará nuestra existencia en el futuro cercano y lejano.
No quiero ser una pesimista radical, el amor, en principio puede ser un milagro que ha tocado lo más profundo de nuestro existir. PERO, también puede arrastrarnos a las profundidades de lo no conocido.
Y por otro lado, el amor siempre requiere de un apoyo simbólico que evite que el sinsentido corrompa al amor mismo, el amor es requisito tras requisito, por eso es sublime, porque requiere de valentía, de riesgos.
Incluso cuando el amor no puede ser explicado y carece de sentido, requiere de una construcción de un marco simbólico que sirva de soporte para la estructura amorosa en esa co-existencia entre lo público y lo privado subyacente al amor.
Es en ese vaivén del amor, entre las oscilaciones que comienzan a operar en el mundo afectivo, cognitivo y corporal, que nuevas formas de vida se producen. Como he escrito anteriormente, dentro de una vida podemos vivir diferentes vidas y el amor nos abre la puerta de ingreso a todas aquellas opciones que antes de caer en el amor no conocíamos. Tal vez, en tiempos de fin del mundo, el amor podrá entregarnos otra alternativa para poder seguir sufriendo como humanos por el amor como tal.
Innegablemente, el amor puede ser enlazado con diferentes otros fenómenos, ahora me gustaría enlazarlo a la muerte, porque comparten algo, o mucho más que algo, en principio ambos estados nos permiten mirar la vida desde otra perspectiva. Estar cerca de la muerte y estar cerca del amor pueden traer consigo consecuencias similares o al menos muy parecidas. Es un encuentro con el despertar anhelado y con el trauma absoluto.
El psicoanálisis nos entrega diferentes perspectivas sobre el amor, para el marco de este breve ensayo solo nos enfocaremos en una: la identificación con el objeto amado y el objeto perdido. El objetivo de esta reflexión no es realizar una revisión exhaustiva del concepto identificación en la corriente psicoanalítica, ni tampoco pretendo generar un esquema integral de lo que la identificación puede o no generar. Me limitaré a tomar algunos miramientos que fueron abordados por Darian Leader (2008) en su libro titulado “La moda negra: Duelo, melancolía y depresión”, además de algunas frases de Freud, Lacan y otros referentes de la corriente psicoanalítica.
Respecto de la identificación Leader (2008) señalará que: “tanto la medicina como la psicología permanecen peligrosamente inconscientes a estos comunes sucesos. La medicina no quiere saber nada del deseo de morir. Y la psicología tiende a rehuir la idea freudiana de la identificación con el objeto perdido. Sin embargo, ejemplo tras ejemplo muestran que esta es una respuesta humana básica ante la pérdida. O adoptamos rasgos de la persona que hemos perdido, características particulares que permanecen como parte de nosotros o, como en el caso del melancólico, lo tomamos todo. Como dijo el analista estadounidense Bertram Levin, el melancólico castiga a la persona amada perdida en efigie, sin embargo es el mismo el que se ha convertido en esta efigie”. (p.54)
Luego agrega:
“Curiosamente, el proceso mismo mediante el cual Freud caracterizaba la identificación melancólica fue después usado para describir la constitución en sí misma del ser humano. Nuestros egos, escribió él, están constituidos por todas las huellas dejadas por nuestras relaciones abandonadas. Cada relación rota deja una marca en nosotros, y nuestra identidad es el resultado de la construcción a lo largo del tiempo de estos residuos (…) la idea de construcción de nuestro ego a partir de las relaciones abandonadas ciertamente suena verdadera. Cuando experimentamos una ruptura o decepción en nuestra relación con alguien que amamos, a menudo adoptamos algunos de sus atributos: un tono de voz, el gusto por cierta comida o incluso una forma de caminar. Es como si permaneciéramos atrapados dentro de su imagen” (p.54-55)
Con lo anterior no es necesario preguntarse por cuál es la constitución del ego, sería la melancolía el componente central de la construcción de nuestro ego y por tanto, siempre estaremos sujetos a las oscilaciones afectivas que la ganancia y perdida nos entreguen, lo que nos lleva a concluir que el ser humano es por esencia un monstruo devorador de subjetividad, diferencia, y pretende mediante el amor arrasar con cualquier atisbo de esperanza. En un mundo complejo y lleno de caos, el amor siempre podrá entregar algo más de descontrol, dolor y sufrimiento a la vida misma.
Una complejidad más emerge en el amor a propósito de la identificación, la perdida y el registro de la pérdida, en esa triada trágica aparece la imposibilidad del registro sin la figura de terceros que sean capaces de avalar el dolor e incluso la perdida, entonces, ingresamos a terrenos más pantanosos cuando esa figura de amor que puede existir o dejar de existir no es conocida ni reconocida por nuestros vínculos más significativos.
Para desarrollar un poco más la idea anterior, tomaré el caso de Darian Leader en el cual retrata la complejidad de vivir el duelo. La viñeta de caso que expone trata sobre una mujer que mantuvo una larga relación amorosa con un hombre casado, se conocían íntimamente pero nadie conocía los detalles de su relación amorosa: era un secreto. Cuando el hombre la abandonó se vio imposibilitada de vivir el duelo porque no había miradas de los grandes otros que pudieran acompañarla en su proceso de duelo, la paciente se preguntaba “¿Cómo podía ella transmitir lo que había pasado cuando, en un sentido, la relación no había existido para aquéllos alrededor de ella?” Leader ante esta disyuntiva, confirma que: “De súbito nos damos cuenta del hecho de que necesitamos a otras personas no solo para compartir nuestros sentimientos, sino de hecho para confirmar nuestras experiencias, para asegurarnos de que realmente las hemos vivido” (p.57)
La importancia del “discurso” tanto en el caso anterior y en otros casos parece ser una parte fundamental de los afectos. El discurso de amor, el discurso de perdón, el discurso de confesión, requieren de la mirada de terceros, de un público. El amor requiere de un público que pueda ser espectador de las marcas que el amor va creando. La relación entre el amor y la muerte nuevamente se encuentra con facilidad ya que es el punto culmine de ambos, si el amor requiere de testigos que evidencien el amor mutuo que existe entre una pareja de amantes, la muerte requiere de seres amados que se paren frente a un ataúd y sean testigos del último momento de existencia en el mundo terrenal.
Leader dirá sobre la cuestión que: «En su importante estudio de 1965, muerte, pena y duelo, el antropólogo Ceoffrey Corer llamó la atención sobre esta omisión, señalando que toda sociedad humana documentada tiene rituales de duelo que involucran manifestaciones públicas. Además de rituales funerarios, incluso los códigos de vestimenta podían revelar que alguien que se encontraba afligido, a quién habían perdido y cuánto tiempo había pasado desde la perdida. Muchos países occidentales portaban ropas negras, aunque los primeros cristianos de hecho eran instruidos para vestir de blanco para distinguirse de los paganos. En Siria, el azul claro es el color del luto, mientras que es blanco para los hindúes y para los chinos” (p.69)
Agregaría a lo anterior las similitudes en las representaciones o marcas de amor, sin afán de generalizar, es muy sencillo identificar a algunos enamorados en las calles, a menudo se ven hombres que llevan rosas rojas en sus manos, globos con formas de corazón y cajas de chocolates. La mayoría de las declaraciones de amor requieren de un público y es habitual encontrar a hombres de rodillas pidiendo matrimonio antes de ingresar a las salas de cine, en un restaurante o en medio de la calle: la mirada de terceros, de un público pareciera ser requisito para la existencia del amor.
Pareciera que así como el amor tiene requisitos que muchos pueden identificar con facilidad, también es posible reconocer rasgos característicos del amor, hay elementos que son transversales y están presentes en el tejido social, insertos en las esferas sociales y relacionales, en los casos más comunes de encuentros amorosos como también hay huellas de estas necesidades o demandas en aquellos encuentros amorosos que para algunos parecen ser un poco menos habituales.
Tanto el amor como la muerte requieren de un apoyo simbólico para evitar que se descarrile por complejo el mundo afectivo y la vida misma hasta un sinsentido absoluto. Ahora bien, retomando, anteriormente hemos propuesto la primera tesis, de que el ego es construido por y desde la melancolía.
Para Leader (2008) “en la melancolía, el odio inconsciente hacia el que hemos perdido se vuelve contra nosotros para hundirnos: nos enfurecemos contra nosotros mismos de la misma forma que antes nos enfurecíamos contra el otro, debido a nuestra identificación inconsciente con él. Nos hemos convertido en aquello a lo que no podemos renunciar”
El objeto de amor, alterará nuestra conducta alimentaria, nuestros estados afectivos, nuestro estado de vigilia, horas de sueño y además, nos asegurará una identificación inconsciente permaneciendo en nosotros una huella afectiva y memorial que nos acompañará por el resto de nuestra vida. En suma, el amor es una figura demoníaca que poseerá todo de nosotros y finalmente, como si lo anterior fuera poco, nos transformará en monstruos caníbales afectivos y cognitivos para asegurarse de que nuestro fin sea una autodestrucción dolorosa en la cual día a día nos comamos una parte de nuestra propia vida.
Por esto, Colette Soler, afirmó que los primeros freudianos fallaron al momento de ver el sadismo en la necesidad de oler, pellizcar, morder, etc. Para ella, en el inicio de nuestra vida, estas manifestaciones son formas de incorporar en nuestros registros un conocimiento del cuerpo de nuestros cuidadores. En el amor, encontramos también esta necesidad de aprehender el cuerpo del otro. Nuestro objeto de amor irremediablemente representa el deseo irrefrenable de tocar, oler, pellizcar. Deseamos inevitablemente poseer completamente aquello que es imposible de poseer y alcanzar.
La psicoanalista Melanie Klein por otro lado, irá en una dirección divergente a la freudiana y señalará que perder a alguien despertará todas las perdidas anteriores, en ese despertar de las pérdidas que fueron tempranas y que no fuimos capaces de representar o significar, encontraremos un huracán que se enlazará a la pérdida actual generando una mixtura sostenida desde una culpa irracional pero existente y presente. Todo parece ser aún más horrible y traumático en este punto, no solo se trata de una pérdida, o de intentar sobrevivir a la pérdida de nuestro objeto de amor, sino que, tendremos que rememorar las heridas afectivas que han dormido hasta el momento.
Con Klein tenemos la trágica lección de que toda pérdida amorosa también nos acercará a todos los objetos perdidos o dañados que nos hirieron a lo largo de nuestra vida. El amor nos hace retornar a nuestro inicio y es un retorno lento, doloroso en el cual vamos parando por diferentes estaciones que creíamos cerradas pero que retornarán una y otra vez con la misma intensidad con cada alejamiento o ruptura amorosa.
Por último, para Jacques Lacan, esa identificación que se produce en el amor guarda relación con el cuerpo y lo explica de la siguiente manera:
“Puedo contarles un cuento, el de una cotorra que estaba enamorada de Picasso. ¿En qué se notaba? En la manera como le mordisqueaba el cuello de la camisa y las solapas de la chaqueta. En efecto, la cotorra estaba enamorada de lo que es esencial al hombre, su atuendo. Esa cotorra era como Descartes, para quien los hombres eran trajes que… paseaban. Los trajes, cuando se les deja vacantes, prometen bacantes. Pero esto no es más que un mito, un mito que viene a converger con la cama de hace un rato. Gozar de un cuerpo cuando ya no hay traje deja intacta la pregunta acerca de lo que configura al Uno, es decir la de la identificación. La cotorra se identificaba con Picasso vestido. Pasa lo mismo en todo lo tocante al amor. El hábito ama al monje, porque por eso no son más que uno. Dicho de otra manera, lo que hay bajo el hábito y que llamamos cuerpo, quizá no es más que ese resto que llamo objeto a. Lo que hace que la imagen se mantenga es un resto. El análisis demuestra que el amor en su esencia es narcisista, y denuncia que la sustancia pretendidamente objetal -puro camelo- es de hecho lo que en el deseo es resto, es decir, su causa, y el sostén de su insatisfacción, y hasta de su imposibilidad. El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que el deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de establecer la relación de ellos. ¿La relación de ellos, quiénes? -dos sexos (p.13-14)
El deseo es impotente aunque sea reciproco, pero aunque esto parezca desalentador en tanto amor y los tiempos actuales sean aún más duros si de amor se trata, hemos de afirmar que pese a los dolores, tragedias e imposibilidades de ser uno, de atrapar lo incapturable, el amor es sin duda uno de los riesgos que nos ofrece la vida en su aleatoriedad que hacen de la vida la vida misma.
En tiempos donde se vende el poliamor, la ruptura fácil. En tiempos donde la palabra tóxico parecer ser un descriptor del amor, es necesario amar, precisamente porque se nos advierte sobre el amor es porque debemos atrevernos a amar.
El amor es lo que nos acerca a nuestra propia humanidad y también nos demuestra la fragilidad misma de lo que es ser humano. El amor nos deja una gran lección, en esencia somos miseria, dolor, sensibilidad y fragilidad, por eso es que el amor es razón suficiente para aprender a cuidarnos.
Chile, 12 de enero de 2022.
*Escritora y ensayista.
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Excelente.