En esta nota el sociólogo y analista político Ricardo Rouvier analiza la tensión existente entre la democracia liberal, que es hegemónica casi a nivel mundial, y los gobiernos populares, llamados populismos, más allá de sus relaciones con el acto eleccionario.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
Nos interesa como problema la relación, o mejor dicho la tensión existente entre la democracia liberal, que es hegemónica en buena parte del mundo, con los populismos o gobiernos populares más allá del voto. Hoy, se registra un repliegue del populismo de izquierda en la región y un avance de la derecha en Europa en que ya administra cinco gobiernos y tiene 22 parlamentarios en la UE.
Desde un enfoque sistémico consideramos la constitución de la política como un subsistema que está ligado en su determinación a la hegemonía mundial capitalista, democrática e individualista. El régimen político burgués es consecuencia de la evolución de la sociedad civil y política, y las luchas entre el progreso y el conservadorismo cultural. El populismo puede ser considerado como una realidad que funde pueblo con clase social, y desplaza desde éste hacia aquel el motor de la historia. El pueblo es considerado como mito colectivo que abreva en las tradiciones culturales y que requiere un o una líder que sintetice y signifique el deseo múltiple que converge, real o simbólicamente, hacia la igualdad. Para Chantal Mouffe, que observa la crisis hegemónica neoliberal: “El populismo no es una ideología, es una estrategia discursiva de construcción política, una construcción sobre la base de la frontera pueblo-oligarquía”. Muchas veces en el discurso típico del populismo en nuestra región se incluyen interpelaciones, inclusive fuertes calificaciones sobre el “enemigo” que sirven para mantener vigentes las fronteras. Hay un conflicto permanente, que oscila entre la revolución inconclusa y el deseo de su completamiento. Este conflicto es el fuego que alimenta a los populismos. De allí que en unos más que en otros, aparecen las manifestaciones maximalistas como una rutina de la identidad. La violencia simbólica es una de sus características, sobre todo se observan en las redes de comunicación y las declaraciones de dirigentes políticos.
Hay fenómenos que presionan hacia la inmovilidad de la democracia contraria a lo que los populismos pretenden remover. Estos fenómenos son: la concentración económica que genera riqueza y más riqueza, que supera en tamaño económico a varias provincias y regiones, y de las cuales los países no pueden prescindir. La globalización convierte a las naciones en mercados, al trabajo en porciones de la división internacional del trabajo, y a las políticas nacionales en políticas locales.
El populismo enfatiza el poder, a veces lo sobreactúa, en función de la escasez del mismo. Los cambios que los gobiernos populistas requieren extender su mandato, bajo la sospecha de perpetuación. También, a veces, dicha tendencia trae complicaciones innecesarias cuando de lo que se trata es de contar con una sucesión preparada. El trabajo en las organizaciones políticas no debería ser abandonada a la indiferencia de sus afiliados y la escasa responsabilidad de sus dirigentes, para sustentar el poder.
Los Partidos Políticos, columnas de la democracia moderna según la Constitución, se han debilitado como instituciones de representación social. No hay sistematización del debate público, no hay creación de proyectos, hay inundación electoral y ausencia de estrategias de largo plazo. Se ha generado una burocratización de la política, de tal naturaleza, que ha creado un estamento diferenciado y ajeno al votante.
Hay otro aspecto a considerar que es la cuestión cultural vinculada a lo político, y se trata de cómo son las condiciones subjetivas que exhiben hoy los pueblos de Occidente respecto al espacio público, y en particular a la política. Ante una comunidad hipercomunicada, con un alto grado de exposición a los medios masivos y a la revolución digital, predomina la indiferencia respecto al destino comunitario suplantado por el individualismo que construye la ilusión de la totalidad como expresión más de la comunicación política que como realidad empírica. La solidaridad, la unión nacional, son expresiones de deseos que son aprovechadas como consignas marketineras.
Para la derecha de prosapia liberal, los populismos son una realidad antidemocrática, y para la socialdemocracia europea “es la antidemocracia”, dice Habermas. Su motor es el conflicto político que sirve como eje de las contradicciones. Se caracteriza a un enemigo próximo y a un enemigo oculto que siempre está presentizado en el fantasma del otro. Ahora bien, el campo de batalla siempre se juega sobre el espacio dominante y con las reglas de la democracia y la República que no tiene alternativa. La comunicación radial que proponen los populismos se contrapone a la horizontalidad y el feed back. Horizontalidad inexistente ya que la parafernalia del régimen político se instala sobre la desigualdad social y el individualismo. El ceremonial del voto no alcanza para darle sustancialidad a la utopía del gobierno del pueblo. La ilusión democrática es “un ciudadano un voto” y eso supone un vaciamiento social de uno y el otro, creyendo que ambos son simétricos.
Hay una dificultad de empalme o encaje entre democracia y populismo, que muestra la contradicción de pertenecer al régimen y cuestionarlo al mismo tiempo. El instituto principal que se mantiene es el eje de representación, el ejercicio del poder indirecto a través del voto y la constitución de las estructuras republicanas con el poder tripartito que supone una mediación y articulación, un control cruzado de los poderes, de los cuales dos provienen directamente del voto popular. La excepción es el Poder Judicial, que se constituye por un camino más indirecto que para elegir un o una presidente o diputada/o, y cuánto más indirecto más lejano y más opaco. El poder independiente es respecto a los otros poderes, y no debe ser respecto a la fuente de soberanía que es el pueblo.
La naturaleza interpeladora de los populismos agrega siempre a las políticas públicas la cuestión social (éstas a su vez quedan prisioneras de la evolución del capitalismo internacional y nacional), pero intenta avanzar, a veces solo denunciar, las cualidades estructurales del subsitema a favor del privilegio. Existe un peligro en los progresismos y populismos cuando gobiernan: que se agoten en planes de emergencia social y solidaridad sin tocar las fuentes de la producción de riqueza.
Distinguimos la representación de la participación. La institucionalidad dominante establece desde hace siglos el valor de la representación o democracia indirecta. Más allá de la participación legal establecida por las leyes, la realidad es que hoy hay una ausencia de participación en todas las organizaciones que sean de naturaleza democrática (sindicatos, centros de estudiantes, organizaciones de la economía social, movimientos sociales, etc.) La Constitución del ´49 preveía las organizaciones libres del pueblo de la Comunidad Organizada, y constituyen una oportunidad democrática de nuevo cuño que deberían ser aprovechadas.
Es una forma más profunda de ejercer la democracia y un acercamiento entre el representante y el representado. Como diferenciamos legalidad de legitimidad, el populismo tiende a privilegiar el poder que otorga la legitimidad, que el imperio de la propia ley como contrato social. De este modo, los rangos de espontaneidad popular adquieren legalidad una vez que el conflicto se enerva y naturaliza en el campo de batalla. Los gobiernos populares entran en colisión consigo mismo porque no encuentran afinidad con los objetivos funcionales de las instituciones creadas por el liberalismo, además de la presencia de una burocracia patrimonialista. En América Latina se consagró: el «pueblo al poder«, y tuvo como representantes a Lázaro Cárdenas quien dio forma al legendario PRI en México, Getulio Vargas creador del Estado Novo en Brasil, Perón, Eva Duarte (ejemplo de liderazgo antiburocrático). En los años recientes se sumaron Lula, Lugo, Hugo Chávez, Correa, Evo Morales, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y López Obrador. Casi todos ellos con cierta base común de coincidencia que calificamos como progresismo. Por fuera, habría que agregar al populismo de Carlos Menem; para la derecha prohegemónica Menem hacía viable su plan de gobierno dependiente y para el peronismo se cumplía lo principal: retener el poder formal y por ende los recursos. Por supuesto, la alianza alcanzó un tiempo breve de la historia.
Respecto a la problemática de la participación hay elaboraciones constitucionales que no se utilizan (como la consulta popular), como una forma de inyectar entusiasmo a los ciudadanos. El art. 40 de la Constitución del ´94 habilitó la consulta popular no vinculante con voto voluntario. Pero antes de eso, y en el contexto de la reciente vuelta a la democracia, se realizó en 1984 una consulta popular no vinculante respecto de una propuesta de paz con Chile, referida a la cuestión del canal Beagle. Votó el 70% del padrón; el 82,6% voto a favor. En ese momento aún había entusiasmo democrático.
Sobre un mundo inequitativo se despliega la democracia. Y cualquier mirada sobre lo global, lo económico estructural, involucra los dispositivos de gobierno y oposición sobre las leyes para la convivencia social, y el monopolio de la fuerza. Pero, el problema está justamente en que a pesar de todos sus defectos, no hay otro subsistema político alternativo. Lo que hay son posibilidades de reformas, una vez que se obtenga el poder suficiente de representación en relación a las fuerzas del status quo.
En realidad en la base de los populismos progresistas existen facciones o tendencias más combativas y que se oponen a la hegemonía mundial, a la distribución del poder político, económico y militar. Por supuesto que el poder legal y oculto presentará batalla, sobre todo lo hace en el andarivel en que ya está capturada gran parte de la subjetividad occidental: lo cultural. No sería de extrañar que a medida que sobrellevamos la pandemia que afecta a todo el mundo, sus características acentúen el individualismo, el distanciamiento del otro y el incremento de demandas sociales de difícil satisfacción.
Este modelo político hegemónico en la actualidad no tiene alternancia excepto desplegando políticas que puedan intervenir en las relaciones sociales consagradas. La participación, la acumulación de poder y las reformas siguen estando a disposición de la acción política.
Buenos Aires, 18 de mayo de 2021.
*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.
1 Comment
Esta un poquitin complicado y diriamos inmerso en la pseudo cultura progre creada por el paleo liberalismo actual como metodo de promover una accion politica inactiva, desprovista de sangre y utopia, de acción intelectual desprovista de accion directa, arriesgando el cuerpo y tambien el plato de lentejas.