Ante las declaraciones del Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires Daniel Gollán, acerca de la intención de suspender el fútbol profesional, Martín Kohan indaga sobre cómo el planteo de disyuntivas morales en torno a lo importante y lo que no lo es en relación a los contagios que produce el Covid, conduce a extravíos en los debates.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
Creo saber lo que es el fútbol. De lo que simboliza, en cambio, no estoy nada seguro. Será por eso que no alcancé a entender las declaraciones que hace días formuló Daniel Gollán, Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires, acerca de la intención de suspender el fútbol profesional en razón de lo que simboliza, más allá de su incidencia efectiva en los contagios del corona virus.
¿El fútbol qué es? Lo que sabemos: un juego que se basa en renunciar a las partes del cuerpo con las que podemos ser más hábiles (las manos y los brazos), para desarrollar por ende destrezas ahí donde en principio parecía no haberlas (de los jugadores más talentosos se dice que tienen “un guante en el pie” o que ponen un pase “como con la mano”).
¿El fútbol qué simboliza? Eso no lo sé. Pero presiento que no ha de simbolizar lo mismo cuando se trata de mundiales y selecciones, cuando se trata de equipos de adhesión masiva y cuando se trata de equipos chicos o barriales, cuando se trata de fútbol internacional y cuando se trata de fútbol de ascenso, etc. Así que habría que revisar caso por caso.
Ahora bien, como estaba de por medio la cuestión de la educación argentina, el debate sobre si las clases se darían a distancia o de forma presencial, lo que Gollán evidentemente quiso plantear es que, poniendo restricciones a lo más importante (la educación), no se podía sino aplicarlas también a lo menos importante (el fútbol). Dedico a esos dos rubros la mayor parte de mi tiempo en la pandemia (horas y horas dando clases por Zoom o leyendo libros para dar esas clases; horas y horas viendo partidos por televisión o escuchando programas de fútbol en la radio), así que podría sentirme autorizado a dar mi humilde opinión al respecto. Pero, ¿cuál es la razón para plantear una disyuntiva semejante, con una resolución por lo demás tan previsible y tan obvia: que para una sociedad y su futuro, la educación tiene, en efecto, más importancia que el fútbol? A menos que una clase y un partido caigan justo a la misma hora, ¿por qué habría que elegir? ¿De dónde sale la comparación?
Sale, ya lo sé, de las consideraciones a las que la pandemia induce tan a menudo: discernir una y otra vez qué cosas son fundamentales y qué cosas son triviales. Bajo un criterio de aleccionamiento moral, sin embargo, uno que se propone educarnos en los valores y sus jerarquías, se diluye el aspecto más concreto y pertinente, el más necesario, el más específico, el más requerido por la pandemia: uno que lleve a restringir lo que pueda agravar la situación sanitaria y prescinda de restringir lo que no habrá de agravarla.
Suspender el fútbol, aunque no genere mayormente contagios, porque no es socialmente prioritario, es lo mismo que exigir la apertura de las escuelas, independientemente de que generen contagios o no, por el hecho de que en cambio sí lo son. Los debates se extravían así en facilismos simbólicos, cuando estamos, como pocas veces, urgidos por la realidad: qué hay que hacer para evitar contagios (y prohibir lo que no contagia no ayuda a ese esclarecimiento), cómo hay que hacer para generar condiciones que permitan recobrar espacios sociales sin por eso exponerse al covid. Por eso el fútbol profesional se sigue jugando y por eso el debate sobre la educación sigue abierto.
Buenos Aires, 4 de mayo de 2021.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.