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Proyecto y política – Por Ricardo Rouvier

El proyecto es una racionalización deliberada de la vida política, a diferencia del proceso que es inevitable y se impone. Justamente, el proyecto, y ese es su principal deseo, intenta modificar los procesos, acelerarlos, detenerlos, reconducirlos, etc. También está la adaptación, el modo en que un proceso general puede incorporarse a lo local manteniendo la soberanía. Poner de pie a nuestro país implica hoy mantenernos conectados con el mundo pero con un proyecto que pueda mejorar la vida de nuestro pueblo.

Por Ricardo Rouvier*

(para La Tecl@ Eñe)

 

  1. Procesos

La política es atravesada por procesos y proyectos como lo mencionábamos en este mismo portal (“Proceso y Proyecto”;  19 de febrero del 2020). Al primero lo definimos como un encadenamiento de fenómenos que se orientan hacia un fin más o menos específico, aunque no evita la incertidumbre de todo futuro que se agudizó a partir de mediados del siglo pasado. La búsqueda del sentido de la vida aparece como un anhelo creciente en medio de la predominancia de la coyuntura y la materialidad de la vida social.

El processus apunta a progresar, al desarrollo, a la evolución, que supone un mejoramiento, un perfeccionamiento de lo existente. Los rastros que va dejando el tiempo sobre nuestro equipo biológico, dentro de un contexto general que también implica un proceso que denominamos cultura y que comprende: las condiciones materiales de la existencia, valores y una subjetividad propia de cada época. Somos cultura y, como tal, parte de una configuración civilizatoria, que nos determina en buena medida aunque tengamos cierta autonomía, mientras no pongamos en peligro el sistema.

Las conductas públicas se ordenan respecto al canon hegemónico, que en una clasificación simple definimos como propias del sistema o antisistema. La política es pensamiento y acción que se desenvuelve en el espacio público respecto a la inexorabilidad de los procesos que lo cruzan. A veces, en el ajedrez de la política, la gesta individual es de tal fortaleza relativa, que logra intervenir en los procesos para acelerarlos, retrasarlos o intentar anularlos.

No debemos olvidar mencionar que todos los procesos vinculados a lo humano están fuertemente afectados por la pandemia, que agrega más incertidumbre a la ya vigente. Cómo desconocemos la evolución de la misma es que tenemos más interrogantes sobre el futuro, sin embargo, las grandes mayorías en las sociedades modernas tienen confianza en la ciencia.

Hasta ahora en la historia de la humanidad los procesos duran un tiempo, que pueden ser  prolongados, pero no eternos. El siglo XX ha sido un tiempo de grandes cambios, de rupturas de la línea cronológica: confrontaciones bélicas, de aparición y desaparición de grandes movimientos políticos y sociales, caída de utopías, de humanitarias conquistas en el campo científico o de su potencialidad genocida. Los procesos políticos, sociales y económicos son múltiples cabezas que son dirigidos o interpelados por la praxis u otros caminos del conocimiento. En tiempos en que el conocimiento está puesto en cuestión ante la decadencia del positivismo. Esa interpelación puede producir en el mejor de los casos la redireccionalidad de un proceso o por el contrario su confirmación. Ese cambio de rumbo puede tener la profundidad de una revolución o puede ser reformista, y ambas pueden disolverse antes de su cumplimiento o afirmarse por un tiempo, aunque  no sabemos cuánto. No se dudaba sobre la eternidad del socialismo soviético, o el período de Mao en China. No se dudaba de la aparición del hombre nuevo en la revolución cubana. Esto muestra los límites de la voluntad y la presencia de un conjunto de estructuras condicionantes, estructuras que muchas veces no están a la vista espontánea de los dirigentes, y que hay que descubrir, para no ser un espectador miope de la historia. Por supuesto que media entre el sujeto y el objeto, las verdades implantadas por el dominio como un hecho natural, cuando el poder y la subordinación son históricos y corresponden a una etapa del largo proceso civilizatorio.

Desde la derecha del arco ideológico en el siglo pasado: el falangismo, el fascismo y el nazismo también prometían un cambio radical de la historia para siempre. Los falangistas doctrinarios no contaban como propios los 40 años de gobierno de Franco, pensaban que los principios habían sido abandonados, mucho antes. Hoy, el neofacismo vuelve en parte de Europa, pero no es el mismo. No podemos decir, por ahora, que es una copia exacta de aquellos años. Sí es el resurgimiento preocupante del autoritarismo frente a una democracia que exhibe sus fallas.  Estamos en presencia de una crisis del subsistema político cuya mayor conquista fue la institucionalidad de la democracia moderna. Por estos días la meca que era el régimen norteamericano, nos está dando testimonios de un agotamiento que los pone lejos de las fuentes, cuyos titulares fueron Hamilton, Madison, Franklin, Jefferson, Adams, entre otros.

Nuestra interpretación sobre el poder mundial es que hay tres procesos que condicionan directamente lo político. Uno es el capitalismo, otro que es el que conforma la institucionalidad política-jurídica que tiene al Estado como supraentidad y la representación, y por último la que es propiamente cultural y se ocupa de la naturalización del sistema, su justificación, su reproducción simbólica.

Hay diversas maneras de abordar los procesos en el campo político; hay varios enfoques en las reglas de determinación de la causalidad. Uno más estructuralista, ubica al proceso por encima del sujeto, e inclusive considera que él es el resultado del mismo. En cambio hay otro enfoque, sustancialista, que privilegia al sujeto histórico y le otorga la potestad de  construir la historia. Por eso, esta postura se opone al corte estructural de un tiempo evolutivo para acceder a lo subyacente que es exterior al fenómeno observable.

 

El modelo argentino para el proyecto nacional": el libro póstumo de Perón - Big Bang! News

 

Esta lectura se hace más compleja en países en que la tradición es la predominancia de un sujeto como en nuestro caso, con el peronismo concentrado en la excepcionalidad de Perón. No hay duda que en el proceso de la constitución de la Argentina contemporánea (Estado intervencionista, soberanía, desarrollo industrial e inclusión social) la relación entre sujeto-pueblo y el objeto Nación, muestra una fuerte intervención del peronismo, tanto en la realidad material (economía, política, derechos sociales, experiencias populares) como en la subjetividad, tanto en la cultura oficial como en el sentido común. Es imposible pensar la argentina actual sin el peronismo, ha dejado, independientemente de quién gobierne, huellas que un poco más a la vista o menos, está en la conformación del ser argentino.

Incluimos, lógicamente, como parte del proceso local, también a su negatividad. El peronismo (con sus fracciones) y el antiperonismo constituyen una unidad en la contradicción. Cada uno trata de lograr la liquidación del otro. Esta antigua guerra supone la permanencia y recambio de los protagonistas. La permanencia está expresada en un activismo antioligárquico, antimperialista, gesta en la acción “combatiendo al capital” y la actualización expresada por el kirchnerismo (núcleo duro y homogéneo del peronismo), con una nueva excepcionalidad expresada por el liderazgo de CFK. En frente, se encuentra el primer antiperonismo que viene del rechazo a las políticas y señales populares de Perón y Evita. Pero, como la vieja guardia va disminuyendo, aparece después de la caída de los ´90 y la convertibilidad, como réplica del primer peronismo, el antikirchnerismo y anticristinismo (liberalismo político y económico, procapitalismo, proimperialismo).

La disputa entre ambos lados de la grieta, hoy, se dirime en la práctica política profesional, pero sobre todo en la violencia simbólica en las redes. Esto otorga y refuerza la identidad y encuentra un sentido, pero ese sentido siempre es parcial, táctico. Ambos contendientes van y vienen debilitándose o reforzándose. Una debilidad del peronismo es su desagregación y ausencia de una dirección nacional, y su fortaleza, cuando los pedazos (kirchnerismo, massismo, gobernadores) se agrupan en una sumatoria para ganar elecciones.

El pasado permite una vuelta nostálgica pero congelada, y el  futuro es pura incertidumbre; lo que hace imposible la certeza de toda proyección. ¿Quién iba a anticipar hace unas décadas atrás que emergiera una China con capitalismo de Estado, y que compitiera con posibilidades con el capitalismo de mercado de los EE.UU, Canadá y Europa? ¿Qué nos espera en el futuro? ¿Habrá una guerra nuclear entre las potencias para modificar los ejes geopolíticos?

Ninguna de estas preguntas pueden ser contestadas en forma rotunda pero los interrogantes principales de la humanidad surgen de la observación principal de los procesos hegemónicos que abarcan la economía, la política, y la cultura; a lo que ahora hay que agregar la sorpresa biológica.

¿Cómo deben situarse las fuerzas políticas nacionales, sobre todo las históricas, ante estos procesos mundiales? ¿En particular, el peronismo/progresismo debe estimular algunos procesos o debe intentar desviarlos, bloquearlos?

Hay uno sobre el cual hay una convicción universal que es inexorable y que hay que subirse a ese tren, que es la cuarta revolución industrial.

No sabemos a dónde vamos, pero hay vivencia de que nos movemos, con alguna certidumbre sobre lo que se llama progreso, aunque no conocemos qué nos espera como configuración del porvenir. Sin duda que constituye una coordenada central al sistema  aquella relacionada con la expansión de la creación y reproducción de riqueza, representado por el capitalismo como forma dominante de organización política y social con el liderazgo de la innovación dada por la robotización y la inteligencia artificial.

Un ejemplo, que fue interpelado en los últimos meses en nuestro país, es la consolidación de la propiedad privada como el corazón del sistema. Esto se asienta sobre una estructura judicial que tiene su centro en el Estado; pero el Estado es débil ante las corporaciones, que acompañado por las clases medias sostienen con decisión el orden social.

En este momento de la historia mundial, los pueblos o las organizaciones políticas que quieren ejercer sus reformas se encuentran con el muro de la imposibilidad revolucionaria. Avanzar con la voluntad reformista es caminar sin eliminar el interés privado, articulándolo con el papel del Estado. Las fuerzas políticas tienen una vez obtenido el gobierno, la posibilidad de redistribuir con las políticas impositivas, sin tocar la propiedad.

En nuestro país no termina de resolverse la creación de una economía social alternativa. El cooperativismo es un camino poco reconocido por las administraciones, inclusive aquellas que lo incluyen en sus discursos; sin embargo basta caminar la República para encontrar que esa modalidad económica y social se ha extendido a pulmón. Allí hay un rol político vacante que hay que considerar.  

Otro ejemplo en la relación entre procesos y política fue en los ´90, cuando el peronismo se alineó con el Consenso de Washington y se enganchó con la expansión capitalista. Con elocuencia, el Canciller Di Tella caracterizó como “relaciones carnales con EE.UU” nuestro vínculo durante el menemismo.  Como sabemos, los ´90 tuvieron en la centralidad hegemónica la preeminencia central de Thatcher y de Reagan que representaron el apogeo del neoliberalismo.

En el peronismo hay otras experiencias distintas dentro de la complejidad que significa. Néstor Kirchner asumió luego de la posconvertibilidad y de la crisis del 2001/2, y aprovechó un momento bueno de los términos del intercambio comercial. Gobernó con un discurso reinvindicativo de lo social, y con gestos y señales de rechazo a la desigualdad nacional e internacional, que luego se profundizarían con Cristina Fernández de Kirchner, aunque el escenario externo ya no era tan favorable. Esto quiere decir, en la línea que venimos hablando, que los procesos exteriores dominantes atraviesan lo local y dejan menor grado de libertad para los países subdesarrollados.

 

Argentina: cinco claves del proyecto del presidente Fernández para legalizar el aborto

 

El feminismo es uno de los procesos culturales y sociales más  modernos y de gran empuje al que se oponen los sectores conservadores del sistema, soldados del patriarcado. Hoy, el reconocimiento a la mujer enriquece el derecho, la política, la vida social, e inclusive, la estructura del habla. Sin embargo, la envergadura de la transformación de los nuevos derechos, y que aún no ha terminado, no ha provocado una modificación en el corazón del sistema. Han sido absorbidos por el sistema, modificando la cultura, pero sin tocar el núcleo fundante de la hegemonía.

La legalización del aborto, la protección de la mujer embarazada, son pasos a favor del progreso en la emancipación de la mitad de la humanidad. La dirección es clara hacia dónde avanza el mundo, y fue buena la percepción del gobierno de CFK de los cambios culturales alentando la ley del matrimonio igualitario.

La alianza progresista del Unasur no significó separarnos del mundo al cual pertenecemos y del cual los EE.UU es la cabeza del mismo, pero fue una interpelación a la hegemonía, sobre todo de parte del chavismo, que mantuvo una relación conflictiva con la primera potencia y que amenazó con un nuevo sistema que se denominó Socialismo del Siglo XXI, que no logró concretarse. Además se produjo el fallecimiento del propio Chávez y Néstor Kirchner, y la pérdida del gobierno de los populismos en la región. Hoy, se abre la posibilidad de una nueva oleada con Argentina, México, y el triunfo electoral del MAS en Bolivia, aunque por ahora es insuficiente para reeditar la experiencia. Como antes, ahora se repite el mismo problema, la medida de la relación de fuerzas. Estamos en tiempos en que lo instituido tiene una clara ventaja comparativa sobre lo instituyente. 

Ahora, en los procesos observamos también que hay cambios en la geopolítica mundial que abren interrogantes sobre la creciente bipolaridad entre EE.UU y China, con una UE que intentará recuperarse, y una Rusia que busca posicionarse siendo el segundo poder militar en él planeta. Algunos creen que hay una decadencia del imperio de los EE.UU y una progresiva pero silenciosa  influencia china. Del punto de vista del modo de producción sería el exitoso capitalismo; tanto  el  de Mercado o del Estado (se suma a la República Popular, Vietnam, Rusia, Singapur y tal vez Corea del Norte).

La multiplicidad e interrelación de procesos que afectan la política, requieren del pensamiento complejo, entrelazado, sistémico, para alcanzar cierta certidumbre (no pretender la verdad) sobre cómo funciona la matriz del sistema  y las relaciones entre estructuras; y por último llegar a la micro observación del acontecimiento.

 

  1. Proyectos

A diferencia del proceso, el proyecto señala la conformación de una intención privada o pública de realización de uno o varios objetivos. En el caso de lo privado existe el proyecto personal o causa que tienen o deberían tener los individuos; un proyecto de vida lanzado al futuro.  Ahora, nos  referimos a lo público y dentro de él a lo político, y se requiere de una visión, de la formulación de objetivos y alguna caracterización metodológica para  alcanzarlos. El proyecto es una racionalización deliberada de la vida política, a diferencia del proceso que es inevitable y se impone. Justamente, el proyecto, y ese es su principal deseo, intenta modificar los procesos, acelerarlos, detenerlos, reconducirlos, etc. También está la adaptación, el modo en que un proceso general puede incorporarse a lo local manteniendo la soberanía. Un ejemplo reciente en la historia es la globalización, que al volverse inevitable, el debate en los países periféricos es cómo integrarlo en favor de los intereses nacionales.

No vamos a hablar de los proyectos como plan individual, ni el diseño que puede exigirse en otras acciones humanas. Venimos hablando de lo político. Y es ahí donde debemos detenernos. No hay duda que los  proyectos, si bien tienen la autoría de la intención, no pueden evitar estar situados en una realidad concreta que los determina, bajo las condiciones que establecen los procesos civilizatorios. Por supuesto qué en los países con fuerte densidad cultural autóctona, la incidencia de lo general es menor.

El proyecto también existe como mera imaginación, o deseo, pero es más posible pensarlo en un documento escrito sobre el cual la política difunde como una ventaja en la racionalidad política. La inteligencia de su producción consiste en alinear lo posible con lo deseable.

Cuando hablamos de proyecto político en nuestro país, y en la etapa moderna, se relaciona con cambios en los procesos, como fue el que lideró la generación del ´80 (comienzo de la decadencia de la hegemonía británica, crisis económica, configuración liberal del Estado Nacional, modelo agroexportador), y sus elites políticas. Con la aparición del peronismo se interrumpió el proyecto liberal y surgió una nueva visión fuertemente ligada a la planificación estatal, a la inclusión de la nueva clase trabajadora, con el protagonismo de los sectores que conforman la Comunidad Organizada.

Pero, si bien es verdad que la entidad del proyecto en la Argentina moderna tiene sus bases en el justicialismo, también lo es en su ausencia. Porque en realidad, desde el punto de vista concreto, el último proyecto nacional fue en 1974 con el Modelo Argentino, y luego no hubo otro más. Eso hace que el peronismo viva invocándolo, en algunos casos como existente, y no como faltante. Perón concurrió a abrir las sesiones ordinarias del Congreso el 1° de mayo (dos meses antes de su fallecimiento) a presentar su Modelo Nacional para que sea debatido y se materialice. Hoy, es su legado, pero al que se recurre retóricamente entre los mayores, mientras los jóvenes ni lo conocen.

 

 

Nuestro país es una sociedad abierta occidental muy influida por las corrientes  inmigratorias  y por lo tanto es uno de los países que podemos considerar sensibles a los procesos mundiales. Esto quiere decir que si la Nación no define un proyecto, que exprese a la mayoría del país, entonces se ve más facilitado el dispositivo de la imposición de la dependencia. Otra alternativa es definir los propios intereses nacionales en relación con la inevitabilidad  de algunos dominios.

El o los proyectos a favor de la dominación cuentan con la realidad así como está, que se reproduce por segundo, y se va justificando en el proceso de socialización, desde que nacemos, antes de caer bajo la influencia de los medios de comunicación. No hay un solo camino táctico para sostener el poder, hay varios y fracciones de clase que disputan entre sí, pero coinciden en lo nuclear: la invulnerabilidad de la propiedad privada de los medios de producción.  

Cuando se invoca ante la crisis la necesidad de un acuerdo económico y social, o de una mesa de negociación entre sectores críticos respecto de la producción y distribución, se está mencionando un cuasi proyecto técnico económico que no alcanza a concretarse. El proyecto es más amplio y más profundo; y supone la movilización y participación activa de los sectores que van desde los sectores políticos, sindicatos, las gremiales empresarias, las universidades, la cultura. Es decir, que el proyecto es una definición política global sobre la sociedad nacional y sus posibilidades en base a sus recursos. Pero, la desagregación, la caída de representación, alcanza la expresión de pedazos separados que no terminan de corporizarse.

La atomización política, la ausencia de una mayor densidad institucional, la grieta (que si bien está explicada por la historia, supone una pérdida de energía que no se recupera), impiden un salto cualitativo de la praxis. Es razonable evitar una visión angelical de la política, pero el nivel destructivo es de tal naturaleza que se convierte en el propósito y no en una consecuencia. Mientras tanto viajamos en los procesos mundiales casi sin darnos cuenta. Estamos sumidos en la desagregación, la lucha de facciones y los micropoderes, frente al inicio de la  cuarta revolución industrial conducida por fracciones del dominio y sus contradicciones.

Poner de pie a nuestro país sería mantenernos conectados con el mundo pero con un proyecto. Hay procesos que pueden mejorar la vida de nuestro pueblo, pero hay otros que no, como el accionar de la última etapa del capitalismo: el financiero.   

 

Buenos Aires, 23 de noviembre de 2020.

*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.

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