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Volver al pasado para recuperar el futuro – Por Eduardo Jozami

Eduardo Jozami nos envía la ponencia que leyó en el panel de cierre del Coloquio Internacional «La memoria en la encrucijada del presente». El panel estuvo integrado por Judith Butler, Estela de Carlotto y el autor del texto.

Por Eduardo Jozami*

 

En vísperas del primer milenio, los teólogos discutían si el fin del mundo se produciría al cumplirse mil años del nacimiento de Cristo o 33 años más tarde, en ocasión del aniversario de su muerte. Lo cierto es que no fueron pocos los que entonces creyeron que estaba llegando el fin de los tiempos. Al acercarse el año 2000, tampoco faltaron las predicciones, pero esta vez no tuvieron el tono desgarrado de quienes temían los rigores del Apocalipsis sino que predominó un aire celebratorio. La celebración de la hegemonía indiscutida de los Estados Unidos y de su versión de la democracia. En 1989, el bicentenario de la Revolución Francesa fue la ocasión de afirmar que había perdido vigencia no sólo el legado de ese acontecimiento histórico sino la idea misma de revolución, mientras, el rápidamente olvidado, Francis Fukuyama, anunciaba el Fin de la Historia y la consolidación del capitalismo liberal como paradigma excluyente de los tiempos futuros.  

La caída de los regímenes del este europeo daba sustento a esos pronósticos, en sociedades que vivían en muchos terrenos ese clima terminal. El neoliberalismo de Thatcher y Reagan dejaba atrás la visión keynesiana del crecimiento económico, mientras la crisis del modelo fordista debilitaba los colectivos de producción, los sindicatos y los grandes partidos políticos de masas. Nuevas reivindicaciones y nuevos movimientos sociales, feminismo, diversidad sexual, ecología, aparecieron como esperanza de un nuevo horizonte emancipatorio en esos tiempos de crisis ideológica y desintegración social.

La crisis tenía una dimensión civilizatoria porque, terminaba un tiempo en que el futuro daba sentido y legitimaba al presente. El régimen futurista de historicidad, como dio en llamársele, tenía dos figuras fundamentales, el Progreso y la Revolución. Ambas venían golpeadas durante el siglo. ¿Cómo seguir creyendo en el Progreso en un mundo que había conocido los horrores de dos guerras mundiales y el Holocausto? Cuando fue advirtiéndose la fuerte presencia en el genocidio nazi de las prácticas del colonialismo y de la racionalidad productiva de Occidente fue difícil no aceptar que el innegable avance científico y tecnológico podía coexistir con el más notable retroceso en la sociedad. En cuanto a la Revolución, parecía gozar de buena salud en los ’60 cuando los Estados Unidos eran derrotados en el pantano vietnamita, el Tercer Mundo se convertía en importante protagonista de la escena internacional y se esperaban revoluciones por doquier. Pero cuando la caída del socialismo real dio el golpe de gracia, hacía rato que declinaba la idea revolucionaria. 

Esta crisis del futuro necesariamente se vinculaba con una crisis del pasado. En el nuevo mundo neoliberal, una sola de las dimensiones domina la constelación temporal: el presente. Por eso pudo denominarse presentismo a este nuevo régimen de historicidad. La aceleración del cambio tecnológico, la globalización financiera y las operaciones en tiempo real, acentuaron este magnetismo del presente, al tiempo que un abismo creciente nos separaba de un pasado cuya atracción se debilitaba cada vez más.

En momentos en que se afirmaba en el mundo la hegemonía neoliberal, a comienzos del nuevo siglo, nuestro país, como otros de la región, pudo liberarse parcialmente de ese condicionamiento emprendiendo un proceso de reformas de expansión de derechos, entre las que se destacaron las llamadas políticas de Memoria, Verdad y Justicia. El camino iniciado a comienzos de la restauración democrática con el juzgamiento de los principales responsables del terrorismo de estado se había desandado, poco después, cuando la presión militar impuso las llamadas leyes de impunidad. La llegada al gobierno del presidente Néstor Kirchner permitió, más tarde, reanudar el camino de Justicia, honrando la lucha infatigable de las Madres, las Abuelas y  el movimiento de Derechos Humanos.

La reanudación de los juicios a los genocidas impulsó una oleada de testimonios que se constituyeron rápidamente en el principal insumo de la memoria sobre la dictadura y el período de luchas populares que la precedió. Las declaraciones de los sobrevivientes de los centros clandestinos y las cárceles sustentaron la acusación contra los perpetradores y permitieron la más plena reconstrucción del horror.  No faltaron entonces cuestionamientos a esos testimonios señalando su carácter subjetivo. Sin embargo, en ello consistía tal vez su mayor riqueza, porque ese vasto tramado intersubjetivo de testimonios judiciales, literarios, periodísticos, artísticos, fue conformando la más rica recreación de la Argentina de los años ’70.

Esta fuerte disposición  a testimoniar fue alentada por una importante producción literaria y artística estimulada desde la segunda mitad de los años 90’ por el fortalecimiento del reclamo contra la impunidad: apareció entonces   la Agrupación HIJOS y aumentó significativamente la concurrencia en las convocatorias del 24 de marzo. Se produjo también un cambio en el modo de recordar a los desaparecidos, cuya memoria adquirió mayor carnadura cuando comenzaron a ser evocados en los lugares en que habían vivido, trabajado y militado. Películas, obras de ficción, producciones visuales, obras de teatro abordaron la experiencia de la dictadura y del período de grandes luchas populares que la precedió. Los registros fueron los más variados, desde investigaciones que reconstruían minuciosamente algunos episodios, hasta ejercicios literarios no menos ricos en su aporte al conocimiento de la época; alegatos apasionados en los que no siempre campeaba el sentido crítico junto con investigaciones que permitían recuperar materiales valiosísimos para la reflexión, como los Papeles de Rodolfo Walsh.

Lugar especial entre estas obras ocupa el cine y la literatura de ficción producida por los hijos de desaparecidos sobre la vida y militancia de sus padres. Son en general obras polémicas, pero imprescindibles, que retoman el diálogo intergeneracional con actitud amorosa, pero con las dificultades, recelos y contradicciones que habitualmente manifiestan las discusiones entre padres e hijes. La muy reciente aparición de testimonios y escritos de las hijes de represores es un aporte inesperado y más que significativo. Un modo de completar la memoria muy distinto al que imaginan quienes predican una memoria completa para negar el genocidio e igualar el comportamiento de unos y otros. Muy distinto es el propósito que guía estos escritos que desde una mirada familiar agregan una más de las múltiples dimensiones de la tragedia.

En la afirmación de nuestra voluntad de memoria tuvo especial influencia el historiador Yoseph Yerusalmi quien reivindicaba la tradición del pueblo judío que había mantenido su unidad cultural, religiosa y nacional, a lo largo de los siglos, basándose en la memoria de los textos sagrados. Israel¸ que no era entonces un estado, pudo ser conocido como el pueblo del Libro. Una sentencia de Yerushalmi inscripta en una pared del Centro Haroldo Conti fue nuestra divisa: “Si me es dado elegir, me pondré del lado del ‘exceso’ de historia, tanto más poderoso es mi terror al olvido que el temor de tener que recordar demasiado”.

El descubrimiento de Walter Benjamin fue aún más significativo. Frente a quienes invitaban a no volver los ojos al pasado y predicaban una reconciliación que sólo podía basarse en la negación del genocidio, el gran pensador muerto en Port Bou nos enseñaba que las luchas emancipatorias se nutrían precisamente de los dolores del pasado, que éste encierra una promesa de redención  y que -la bella frase se convirtió en consigna- debemos estar preparados para apropiarnos de ese pasado “tal como relumbra en un instante de peligro”. La mezcla benjaminiana de teoría marxista y teología judía que hubiera resultado demasiado heterodoxa décadas atrás, nos atrajo precisamente por su originalidad en un tiempo en que todas las ortodoxias se revelaban insuficientes. No hay dudas de que el autor de las póstumas Notas sobre el concepto de Historia expresaba en 1940 una profunda sensación de derrota, pero aún en ese momento en que el nazismo avanzaba victorioso, Benjamin no renunciaba a seguir pensando ese tiempo mesiánico que era el de la emancipación.

 

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En los últimos años del siglo, se había producido en Europa un importante debate en torno a la memoria del Holocausto y a los modos en que la literatura y el arte podían participar de esa conmemoración. Cuando conocimos ese proceso memorial  constatamos que la doctrina que lo alentaba –dominante también en Israel y los Estados Unidos- era bien distinta de la que surgía de nuestras incipientes reflexiones argentinas. Aunque la Shoah y sus modos de conmemoración se habían universalizado, se afirmaba, paradojalmente, su carácter único, lo que trababa cualquier mirada comparativa. Además, una visión deshistorizada del Holocausto escindía al nazismo como experiencia totalitaria de la gran crisis europea de su tiempo. Nuestra reflexión había avanzado por otros rumbos, porque precisamente trataba de situar el genocidio como culminación del proceso de golpes militares y políticas fuertemente antipopulares que conoció la Argentina a partir de 1955.

Esta unicidad de la Shoah fundamentaba además la negativa a su abordaje por la literatura y las artes, afirmando el carácter inefable e irrepresentable del genocidio. Ese rechazo que se expresó sucesivamente en relación a la utilización cinematográfica de las imágenes de archivo, al abordaje por la literatura de ficción y a la representación artística en general tuvo su más clara expresión en las palabras de Claude Lanzmann, autor de un notable film de 9 horas de duración basado en testimonios, quien señaló que respecto de la Shoah era obsceno todo intento de comprender.

Enzo Traverso y George Didi Huberman , que visitaron la ex ESMA en esos años, hicieron un aporte importante en estas discusiones. El primero, criticando la noción abstracta de totalitarismo que fundaba las políticas memoriales europeas y enfatizando que señalar las tendencias ideológicas y los procesos sociales que confluyeron en el genocidio, no implicaba negar cierta singularidad irreductible del acontecimiento. Por su parte, el texto de Didi Huberman, Imágenes a pesar de todo, que reivindicaba la exhibición de las fotos tomadas en el ingreso al crematorio de Auschwiz, constituía un alegato sobre la importancia de la fotografía y el archivo en el trabajo de memoria y en favor de una visión menos restrictiva en la relación entre el Arte y los grandes crímenes contra la Humanidad.

La irrupción inesperada a fines de 2015 de un gobierno que no ocultaba su escasa simpatía por las Madres, las Abuelas y las políticas de Memoria, Verdad y Justicia no tardó en manifestarse con el desfinanciamiento de los Espacios de Memoria y el escaso aliento oficial a la continuidad de los juicios. El respaldo mayoritario de la sociedad, evidenciado nuevamente en la multitudinaria presencia en las calles el último 24 de marzo, impidió en estos años un mayor avance de las políticas oficiales, dejando sin sustento político a importantes funcionarios de gobierno que tuvieron expresiones negacionistas respecto a los 30.000 desparecidos o rechazaron que pudiera calificarse de plan sistemático la represión dictatorial y la práctica de apropiación y sustitución de identidad de lo niños.

La fuerza política que hoy gobierna la Argentina (surgida en buena medida de la gran conmoción del 2001) expresión de derecha de un acontecimiento que generó lecturas y movimientos más interesantes, ha adoptado un discurso reñido con la historia que se inspira en gran medida en la Vulgata neoliberal. Ese discurso rechaza la discusión de ideas y considera innecesaria toda lectura del pasado, diferenciándose de la tradición del liberalismo conservador argentino que siempre fundamentó en la historia su derecho a gobernar.  “La historia es una abstracción y el pasado está lleno de muertos”, sentenció uno de los más importantes asesores del actual presidente- mostrando el nivel de degradación que ha alcanzado el discurso político.

A pesar de su constante banalización y la reiteración de promesas de felicidad a bajo costo, el neoliberalismo tiene una matriz claramente autoritaria. En el mundo del supuesto consenso neoliberal, las grandes potencias que han resucitado el colonialismo, bombardean y arrasan sistemáticamente naciones enteras. La exacerbación de la guerra comercial y el intento de asegurarse el control de los recursos naturales plantea ominosas perspectivas para el futuro inmediato, mientras la política de rechazo al extranjero por parte de las naciones europeas genera una masa creciente de personas víctimas del hambre y la creciente degradación de sus condiciones de vida. Quienes aún tienen memoria del nazismo deberían recordar que el primer paso en el proceso que culminó con la eliminación de los judíos –como lo señaló Hannah Arendt-  fue constituirlos como parias, privados no sólo de la ciudadanía sino de los más elementales derechos humanos.

En nuestro país, socio íntimo hoy de los gobiernos de Trump y Netanhayu, esa matriz violenta se expresa en las políticas de Seguridad que han habilitado la represión a las manifestaciones, reforzado el control social y aumentado los atropellos en los barrios populares. La demagogia punitivista que toma como blanco a las poblaciones más pobres llega hasta a celebrar como una victoria todo enfrentamiento protagonizado por las fuerzas de seguridad que genere muertos, sin preocuparse por el número de éstos ni por las circunstancias en que perdieron la vida.

Este fuerte componente autoritario no debe hacernos olvidar que la gubernamentalidad neoliberal no se apoya sólo sobre la coacción sino en un amplio trabajo sobre las subjetividades para que las personas  presten su concurso voluntario. El panóptico de Bentham era una manifestación de la sociedad disciplinaria en la que los reclusos para ser mejor controlados eran puestos en soledad. En el gran panóptico digital de hoy no existen muros que limiten la interacción ni tampoco una coacción explícita nos obliga  a ingresar en Google o en las redes sociales. Más bien, hoy cada uno se entrega vountariamente a la mirada panóptica, escribe Byung-Chul Han.

El neoliberalismo no es sólo un discurso apologético de la globalización financiera y la libertad de los mercados. Se lo ha calificado acertadamente como la nueva razón del mundo porque, a diferencia del liberalismo clásico, que siempre respetó la existencia de un orden político distinto de la economía, la racionalidad neoliberal pretende extender la competencia y los demás principios del mercado a todos los órdenes de la vida social. Ni la salud ni la educación u otros ámbitos donde sería necesario preservar cierta equidad social quedan excluidos de esta economización de la sociedad. Si todos comenzamos a vernos menos como miembros de una comunidad o integrantes de cualquier colectivo que como empresarios de nosotros mismos en competencia con los demás, es evidente, como lo señalara Wendy Brown, que la igualdad deja de existir como marco normativo en nuestras sociedades, porque ese concierto competitivo debe darse naturalmente en un contexto de desigualdad. 

Un número muy importante de argentinos nos hemos convertido en militantes de la memoria porque creemos que de ese modo se mantiene la vitalidad de las grandes tradiciones populares y se alimenta la vocación por la democracia, la justicia y la transformación social. Sin embargo, quizás deberíamos preguntarnos cómo es esa memoria que atesoramos. No queremos pensarla como un gran texto ya escrito en el que podríamos incluir sin dificultad las novedades de la historia sino al modo como Terry Eagleton definía la tarea benjaminiana: “la práctica de escarbar, salvaguardar, violar, desechar y reinscribir continuamente el pasado”  Ese carácter fragmentario con que se nos aparece el pasado, garantiza una necesaria pluralidad de la memoria. Hay naturalmente corrientes de opinión que tienen más adhesión y peso en la cultura y la política argentina, pero habrá que desalentar las versiones canónicas que cierren discusiones y le quiten al pasado ese carácter abierto e inconcluso que nos estimula a sumergirnos en él.

 

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Esa memoria que es confluencia de muchos aportes políticos y culturales tiene que enriquecerse a tono con los tiempos. Es imperioso incorporar la memoria de nuestros pueblos originarios, víctimas del primer genocidio argentino. Contribuiremos así al reconocimiento de los derechos de las comunidades y se fortalecerá el repudio al racismo hoy vigente reflejado en la arbitraria detención de Milagro Sala y las prácticas asesinas que terminaron con la vida de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Como el interés por el pasado es alentado por las luchas del presente, haremos también memoria de la lucha feminista, desde las primeras sufragistas hasta Evita, recogiendo las historias  militantes que abogaron por los derechos de la mujer hasta la irrupción del Movimiento ni Una Menos.

Esta memoria nos permitirá también mirar hacia adelante, en la medida que sepamos rastrear en el pasado los futuros incumplidos, todos aquellos posibles que no se realizaron. Sólo de ese diálogo con el pasado puede surgir una nueva mirada hacia el futuro. En el gran debate político y cultural de hoy, frente a la reivindicación de una supuesta mirada hacia el futuro que oculta la defensa de las más rancias explotaciones, desigualdades y discriminaciones, nosotros levantamos con orgullo nuestro pasado de lucha popular en su más amplia acepción. Pero no basta con eso, ese pasado debe ser revisitado con un riguroso pensamiento crítico para revisar y debatir todo lo necesario, para incorporar sin sectarismos todo lo nuevo y lo distinto.

El feminismo que ha incorporado las reivindicaciones de la diversidad sexual, es hoy mucho más que un conjunto de demandas para sumar a la agenda política. Es una revolución que sacude a la sociedad, que nos interpela a todes y exige revisar las instituciones, la cultura, la vida familiar, los modos de construir poder, para erradicar el patriarcalismo dominante. Cuando se trata de condenar abusos y violencias asesinas, de expandir derechos, desterrar prejuicios, avanzar hacia una mayor igualdad y garantizar el derecho de las mujeres a disponer sobre su cuerpo, no cabe sino el apoyo más ferviente. El Ni Una Menos ha introducido un aire de renovación profunda en las anquilosadas estructuras y muestra un nuevo estilo de convocatoria amplia, igualitaria y participativa del que la política argentina tiene mucho que aprender. La imagen de miles de jóvenes mujeres llenando la ciudad con su irreverencia, sus pañuelos verdes y sus ganas de vivir ha quedado en la conciencia de todes y nos alienta a seguir esa lucha y todas las demás.

 

Buenos Aires, 22 de abril d 2019

*Abogado, profesor universitario, periodista y escritor. Ex director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

 

1 Comment

  1. Oscar De Paoli dice:

    L,a idea de una memoria por un lado y en el mismo sentido una memoria crítica de los errores de nuestros últimos 12 años de gobierno que no anula la pertenencia a un proyecto emancipatorio ni abomina de esa idea de otro país es posible implica asumir y no negarse a revisar los procesos de corrupción y enriquecimiento ilícito no olvidando que ellos fueron funcionales al neoliberalismo y a su idea de lo que es la vida. La inmensa acumulación de bienes en muchos de nuestros funcionarios y su estilo de vida rodeados de lujos y placeres amantes de Puerto Madero y las alta gama si bien coexistieron con un ascenso en el nivel de vida y derechos de nuestro pueblo llevan inevitablemete a la derrota y afianzamiento del neoliberalismo porque conlleva la afirmación que así es la vida y la normalización del robo y el prebendaje en la actividad política.

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