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Los vulnerables – Por Horacio González

Horacio González se interroga sobre cómo los organismos gubernamentales y de financiación internacional aprendieron que sus decisiones opresivas se deberían presentar bajo el ropaje de un plan de atención a los humillados de la tierra, invirtiendo sus lógicas para presentarlos como el montaje de actos de preocupación por los pobres, que tan buenos resultados le diera al macrismo.

Horacio González se interroga sobre cómo los organismos gubernamentales y de financiación internacional aprendieron que sus decisiones opresivas se deberían presentar bajo el ropaje de un plan de atención a los humillados de la tierra, invirtiendo sus lógicas para presentarlos como el montaje de actos de preocupación por los pobres, que tan buenos resultados le diera al macrismo.

Por Horacio González

(para La Tecl@ Eñe)

 

En el comunicado gubernamental sobre las condiciones que impone el Fondo Monetario Internacional, leemos la palabra “vulnerables”. El préstamo “preventivo” tiene en cuenta a los vulnerables. Sería el indicio de “cómo cambió el Fondo”. Se declara que habrá excepciones en el plan con los efectos que provoque en los más desfavorecidos. Recordemos la jerga que emplean. “El programa es innovador ya que protege especialmente a los sectores más vulnerables. En efecto, se incluye explícitamente el monitoreo de indicadores sociales y, por primera vez en la historia en un programa con el FMI, una salvaguarda que permite incrementar el gasto social si el gobierno argentino lo considerara necesario. Esto significa que en caso de que la economía no creciera como esperamos, podrán realizarse ampliaciones de gasto focalizadas especialmente en los programas de asignaciones por hijo y embarazo. Nuestro plan también incorpora medidas para promover la equidad de género y estimular la participación de la mujer en el mercado laboral”.

Hace tiempo los organismos internacionales promueven vocabularios, diccionarios que hurgan en “nuevas sensibilidades” donde yacen las palabras clave para explicar procedimientos que tienen alto tenor de sometimiento y pérdida de las autonomías nacionales, pero todo ello intenta ser presentado con una terminología bondadosa y edificante. Nunca dejó de ser así, pero ahora es una cuestión más explícita. Ya el Banco Mundial había originado palabras como “empoderamiento”, que los gobiernos democráticos con horizontes muy amplios de genuina sensibilidad social, comenzaron también a emplear. Es que esas palabras suelen ser “tentadoras”. En décadas pasadas se habló de población carenciada, una suerte de neologismo que apuntaba a señalar los yacimientos humanos donde habitaban los desprotegidos, explotados o marginados. Pero al hablar así… ¿No estamos empleando también un repertorio semejante al de esos organismos?

Porque ellos emiten frases como éstas: «Esto significa que en caso de que la economía no creciera como esperamos, podrán realizarse ampliaciones de gasto focalizadas especialmente en los programas de asignaciones por hijo y embarazo”. Lagarde, por su lado, indicó su preocupación por la pobreza y la igualdad entre hombres y mujeres. En caso de ser necesario, se derivarán más recursos. El rudo corazón blindado de las finanzas, parece haberse conmovido.

Estas pequeñas maniobras publicitarias ejercitadas sobre medidas económicas de fondo que comprometen severamente el destino de país, son una marca del neoliberalismo reinante no sólo en la economía sino en el modo de describirla. No en vano, en esta materia, el gobierno macrista puede anotarse varios éxitos, según lo expresado en reciente discurso del senador Pino Solanas en el Senado. Que un sector importante de la población creyera que las tarifas eléctricas y de energía en general eran demasiado bajas y concuerde con un “sinceramiento” que los perjudica, es efectivamente un logro de gran magnitud. Los afectados aprueban la medida que los lleva a esa condición de menoscabados materiales, pero en nombre de un supuesto rasgo moral, la sinceridad. Podríamos afirmar así que hay una nueva manera de exponer decisiones económicas con reconocible poder de descalabrar las economías nacionales. Abundan los ejemplos de países heridos en el corazón de su vida económica, que viven atenazados por controles de FMI, que es reconocible portador de las fórmulas de rebajar costos laborales, jubilatorios, gasto público, y en el caso argentino, imponer una relación de ajuste/deuda de porcentajes más estrechos que los que calculaba el gobierno. No obstante, un sesgo calamitoso es vestido con tules que arropan a desamparados, pobres y endebles.

Es que el reino de los eufemismos predomina aquí: el gradualismo es el primero de ellos, pues se actúa a sabiendas de que se tomarán medidas dañosas, pero se las expresa consolatoriamente; “serán graduales”. ¿Pero es tan simple hacer que miles y miles de personas festejen la manera en que son lesionados? Y que incluso discutan en foros públicos la necesidad de que fueran alcanzados por esos daños a sus cálculos de vida, porque “pagar tan barato los servicios” … ¡no podía ser! Efectivamente, algo profundo en materia de los alcances y sostenes de las creencias colectivas ha ocurrido.

En la discusión sobre las tarifas eléctricas en el Senado escuchamos dos sólidos discursos, el de Cristina Kirchner y el de Pino Solanas. En ambos aparece una cuestión fundamental, cual es la de la manera en que aparece “la presentación de los hechos”. Llamamos así a la facultad del poder político de narrar siempre a su favor los más disímiles episodios, incluso los que bajo una primera vista del sentido común, se evidencian como totalmente desfavorables a la vida de los habitantes sencillos de un país. Cristina mostró tapas de diarios de La Nación y Clarín de la época de sus mandatos; en ellos se atacaban las menores subas de tarifas en los servicios públicos, que son liliputienses comparadas con las desmesuras que ocurren hoy, ante el silencio o aprobación de esos mismos órganos de prensa y sus ramificaciones. Sin temor a brutales incoherencias, ese condensado final del mando comunicacional y simbólico, aprueba la forma mayúscula que hoy aherroja al pueblo llano, mientras ayer ponía el grito en el cielo por ocurrencias muy menores o insignificantes, si comparadas con las que ahora ocurren. Solanas se refirió, en tono irónico, al “éxito” que tuvieron las maquinarias publicitarias del gobierno en hacer creer a buena parte de la población, que el aumento de un servicio los favorecía, en vez de empobrecerlos más.

En los dos discursos referidos, hay algo común a pesar de que subyacen diferencias de trayectoria, intención y estilo. Solanas se inspira en una autocomprensión biográfica ligada desde tiempos muy anteriores por la preocupación energética, que situó en un ciclo que atraviesa las presidencias de Yrigoyen y Perón, que incluye la notoria participación de los generales Savio y Mosconi -al que presentó como numen de la austeridad administrativa-, sin olvidar al presidente Alvear. Es cierto que durante su presidencia se fundó YPF, pero no deja de llamar la atención este recordatorio, no habitual en las tradiciones directa o indirectamente vinculadas al “forjismo”, el grupo caro a Solanas que en tiempos ya lejanos se expresó en términos del yrigoyenismo antialvearista. Este señalamiento no pequeño en el debate histórico exigiría mayores detalles y precisiones, que por ahora dejamos de lado. Otro tema de importancia en la exposición de Pino -que festeja el cincuentenario del estreno en el Festival de Pesaro de La Hora de los Hornos, para la cual -dice- “vi todos los clásicos del cine ruso”-, fueron las consideraciones sobre Vaca Muerta. Señaló lo riesgoso de ese convenio, tanto en lo que se refiere a la llamada “letra chica” en los acuerdos con Chevron, como en el riesgo para el medio ambiente que supone ese método exploratorio, el fracking, ya prohibido en varios países, y que sin embargo acá se lo festeja siendo aún más dificultosas las condiciones de extracción del crudo, pues se halla a tres mil metros de profundidad. La ex-presidenta aludió también a Vaca Muerta, pero de manera diferente. Siendo un convenio realizado durante su gobierno -no sin polémicas diversas-, reprochó a Macri que se exhibiera con esas instalaciones de fondo, aferrado despegadamente a los monolitos e instalaciones de acero que dejó la tan criticada “pesada herencia”. Pino utilizó su acostumbrado tono épico, el del “gran proyecto de nación”, que el macrismo por su propia esencia no sólo diluye, sino que esa expresión sólo cuenta -si cuenta-, en su diccionario de vituperios. Para Pino, a la luz del abrazo Perón-Balbín, acto efusivo y componedor bajo el cual él se sitúa, aun tendría sentido un llamado de lo que todavía quedaría hundido en las frágiles y titubeantes reservas anímicas que restarían en el trasfondo olvidadizo de radicales y peronistas. Llamado para despojarse de sus caparazones amnésicas y volver a los orígenes. ¿Pero eso aun parece posible? Permítasenos escribir el vocablo dudoso. Por la misma razón que el discurso de Pino propone examinar: ¿por qué hay un sector vulnerado de la población que festeja que lo sigan humillando? ¿Qué lo sostiene? ¿Avalados por cuáles razones piensan que les conviene saludar un aumento de las tarifas o condiciones de vida evidentemente más ruinosas?

 

Para Cristina la tarea discursiva presentaba otros ángulos que eran necesarios porque lo que salga de su boca debe dirigirse, aunque sea de un modo indirecto, a resguardar en la memoria pública activa, los actos de su gobierno, vilipendiados por un engranaje hasta hoy casi inconmovible. Un entrelazamiento granítico de medios que han generado mitologías de escarnio presentadas como “información pura y dura” -frase salida del laboratorio de rimas de las derechas del dispositivo semiológico del poder-, cuestiones que exigen respuestas en gran parte irónicas, tema en el que la ex presidenta se ha lucido, no siempre produciendo los resultados que esperaba. Pero esta vez, su blanco era la pobre figura vicepresidencial, símbolo del macrismo en el Senado, que en el pasado había emitido opiniones contrarias a las suaves regulaciones de aquel tiempo, esos reducidos aumentos de precios en el servicio que se imponían sobre el sector energético, ínfimas medidas que harían sonrojar al “Recaudador Zaqueo” que aún no ha despertado de su delirio de colector de gabelas, ante el chistido alarmado de los obispos.

En los dos discursos veo una similar preocupación por temas tales como el acto de sustraer las variables económicas de su ámbito de historicidad (Cristina: los billetes de banco extirpados de las figuras de la memoria nacional; Pino: la historia energética del país que cruza a los partidos populares olvidados de su memoria) pero con diferentes encuadres discursivos y políticos. En una, dirigirse con incisivo sarcasmo a los débiles sustentos del gobierno macrista que exacerba los mismos males que antes decía combatir. En el otro, la pregunta por el manto de incongruencias con las que los grandes medios productores de lenguajes e imágenes masacran a diario la vida popular. Por esas vías, amplias franjas agraviadas objetivamente, agravian a la vez a quienes dedicaron esfuerzos en levantarlas socialmente, mientras agasajan a los que con toda precisión rebajan sus condiciones existenciales. Grandes enigmas de la conciencia colectiva que estamos lejos de poder comprender y desanudar de sus complejos nudos espirituales y morales.

Desvío por fin este breve comentario a un episodio fundamental del debate sobre tarifas -cuyo resultado final fue de inmediato y desfachatado veto por el gobierno-, para detenerme en las consecuencias de la parte que destaco de ese debate – ¿cómo los organismos gubernamentales y de financiación internacional aprendieron a que sus decisiones opresivas se deberían presentar bajo el ropaje de un plan de atender a los pobres y humillados de la tierra? El acuerdo con el FMI, aun no firmado cuando escribo estas líneas, significa un porcentaje mayor de ajuste, restricción y apisonamiento forzado del marco inflacionario, más de lo que el gobierno tenía ya pautado. El resultado, aun si evitamos recaer en la figura de la “causa y el efecto” -tan cultivada por quienes somos los históricos adversarios de estos planes restrictivos para la vida en general-, es un regresivo escalón más a recorrer en los términos de achicamiento del sector público, opacamiento de las soberanías de las instituciones políticas y económicas, gobierno central, banco nación, banco central, paradójicamente llamado “independiente”, etc. Todas las sórdidas consecuencias para trabajadores, empleados, ciudadanía en general y pautas genéricas del mínimo de autonomismo nacional que garanticen el sentido de toda vida política, ya fueron suficientemente analizados. La foto de Macri en la primera fila de los representantes del G7 como cobayo -roedor roído-, explica la lógica del laboratorio donde los poderes financieros mundiales, mientras discuten sus propios dilemas arancelarios, tienen a la Argentina como gran hangar de pruebas para controlar financiera, económica, policial, militar y existencialmente a la población. El recinto de la experimentación no es diferente al de otras épocas, pero ahora incluye, con más énfasis que antes, la idea que hay una variabilidad de recursos -según marchen las demás medidas de encogimiento de la vida colectiva popular- que podrían aplicarse a reformar asignaciones familiares, partidas por embarazo y otras urgentes cuestiones sociales.

Invirtiendo sus lógicas bien conocidas, ahora el Fondo, inspirándose en el macrismo que a su vez se ha inspirado en el Fondo, encubre todos los proyectos para rehacer el país hasta llevarlo a su ruina histórica y a su agonía social y su mendacidad cultural. Los presenta como un acto de preocupación por los pobres. Es el rastro de un montaje que tan buenos resultados le diera al macrismo, que en vez de construir un Arsat, construyó o dejó que su propio ser fuera construido por una Ingeniería Mediática que extremaba los medios para hablar falsariamente desde un sector quebrantado de la vida popular. Pero presentado con felicidad balsámica. “Vamos juntos”. Prestándole así el lenguaje de la imputación a los otros o ejerciendo la alquimia de crearlo artificiosamente para que esa inocente voz hueca fuera asumida como propia por los estratos más agobiados y encolerizados de la población. Sembraron piedras en las vejigas del país. Luego, se haría fácil dirigir con una regla de cálculo esos fastidios hacia los que quisieron remediarlos genuinamente (con los defectos que hoy puedan reconocerse), tanto como elaborar series mecanizadas de sonrisas almibaradas ante los viejos patrones que retornaban. Con la venida prepotente del Fondo a co-gobernar el país -si se desea, extráigase por innecesaria la partícula “co”- también se ensayará el mesianismo financiero para ser aplaudido por el regazo borroso de una vida popular entrecruzada por ráfagas complejas de creencias, consumos de imágenes y deseos irredentos que desatan cargas que antes parecían llevarse con comodidad, la correlación entre vidas golpeadas o experiencias laborales explotadas y creencias políticas de emancipación. El Fondo, el Macrismo Monetario, el fraude moral Internacional sigue existiendo porque confían cada vez más en que el pueblo nunca más será pueblo, sino ataduras ya solidificadas entre la pesadumbre social y el apoyo al autor de las desdichas, acompañado con el improperio hacia las tradiciones y gobiernos populares que respiran, con las dificultades conocidas, los aires de una historia mayor de visos emancipatorios.

Por eso, reseñábamos rápidamente dos discursos en el Senado de la Nación que percibían estos problemas y con obvias fórmulas de dicción heterogéneas, pero no ausentes de posibles complementaciones, pues hablaban no desde posibles rutinas expositivas, sino desde la hondonada trágica que se diseña ante nosotros. La de que, si no se hace lo necesario, pero también lo profundo y no lo improvisadamente rejuntado, pueda proseguir, luego del año 19, este gobierno que al sentido de la estafa le agrega las señales de la impostura masiva. Rústicos vasos de burócratas y falsarios, que es imperativo que se les rompan en las manos antes de beber el último sorbo. 

 

Buenos Aires, 11 de junio de 2018

*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional

4 Comments

  1. nora merlin dice:

    Muy bueno, comparto

  2. Sara berlfein dice:

    Triste pero muy lucido gracias a la tecla y a H gonzales

  3. Lucas Varela dice:

    La democracia se sostiene, o no, con los hechos y con los dichos. Los hechos se hacen y quedan, los dichos se dicen y pasan.
    En la democracia neoliberal que estamos padeciendo, ocurre que los dichos ocultan o simulan la verdad de los hechos. El gobierno pierde los valores de la verdad, y el pueblo pierde la conciencia. Todos pierden.

  4. Lucas Varela dice:

    Estimado Horacio González y amigos lectores,
    “Hacer lo necesario” requiere primero, creo yo, una clara definición del problema planteado por ei señor Hracio Gonzalez. Quizás podría servir como definición, la siguiente: CRISIS DE LA PALABRA de quienes nos gobiernan.
    Crisis, porque está en peligro la conciencia popular de la realidad de las cosas públicas. Y es de palabra, porque premeditadamente se abusa del lenguaje para engañar, falsear u ocultar.
    Esta crisis requiere, ciertamente, de falsarios. Son funcionarios, demócratas falsificadores, que abusan del poder y de la credulidad de la buena gente.
    La solución, está por verse.

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