Hay palabras más poderosas que mil imágenes e imágenes para las cuales todas las palabras del idioma quedan chicas. La palabra militancia es excesiva a cualquier imagen pero si una le correspondiese, ha de ser aquella que todavía no existe: millones de jóvenes pateando fábricas, barrios, escuelas y universidades llevando la buena nueva de los frutos que han dado la lucha por una distribución más justa de la riqueza, la del ambientalismo popular por una educación que tenga en su centro a la naturaleza como bien común y la de las mujeres por el derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos.
Por Darío Capelli*
(para La Tecl@ Eñe)
Fue tal su empacho con una tarta que ya no podía siquiera pronunciar aquel nombre: pensar en la sola palabra “atún” le provocaba una arcada al amigo que nos contó la experiencia. He allí insinuado un gran debate sobre si el valor de una imagen es superior a las mil palabras –como propone el dicho del que abusan los pedagogos cuando recurren a los cromos para una clase- o si una mera palabreja de cuatro letras puede más que una compleja trama de imágenes. O nada de eso. El dilema, en todo caso, está en determinar con qué varas medir los efectos de una y de otra –palabra e imagen- en relación a lo que cada una presentifica en su facticidad. Hubo una vivencia, en efecto: la indigestión. De aquella quedó un rastro hacia el que se desplazó todo el sentido. Ese rastro es sonoro, pues hemos dicho que la palabra “atún” recrea algo de la intensidad de lo vivido, más –incluso- que un dibujo o una foto de aquel pez marino; rastro sonoro como todo palabra, dijimos, pero que ni siquiera es necesario que alguien la pronuncie para que haga su efecto: con tan sólo “escucharla mentalmente” ya produce la náusea en el indigesto. Es decir, nuevo desplazamiento: de material sonoro a imagen acústica para decirlo con Saussure. Pero no son sólo especulaciones lingüísticas. Son estéticas y son, también, filosóficas. Desde la filosofía y de las traducciones malditas entre el texto y la imagen se ha ocupado Horacio González en su libro más fenomenológico: justamente, Traducciones malditas. Y desde la estética, a propósito de los transportes de sentido o de cómo interpretar lo bello en las artes plásticas como en la poesía, fue el viejo Lessing quien dio en la tecla con su Laocoonte. Lo recordamos. Virgilio, en Eneida, narra líricamente el sufrimiento del sacerdote Laocoonte al ser envuelto por dos serpientes gigantes que van desgarrando su cuerpo a dentelladas. El poeta le hace proferir “gritos horrendos que llegan hasta los astros”. Por otra parte, la escultura que data de principios de la era cristiana y que representa el mismo episodio (es probable, incluso, que el artista se haya inspirado en Eneida al esculpirla) no parece seguir el mismo patrón de la desmesura para figurar el sufrimiento del personaje: por tratarse de semejantes alaridos, podemos sugerir que estaría abriendo demasiado poco su boca. No obstante, al verlo no nos quedan dudas de que Laocoonte está sufriendo. Y mucho. Una y otra representación (la poesía de Virgilio y el grupo escultórico adjudicado a Atenodoro de Rodas) tienen por objeto el sufrimiento de Laocoonte pero los recursos para su figuración no son los mismos y hasta no dudaríamos en considerarlos opuestos. Sin embargo, lo que ambas representaciones transmiten, cada cual apuntando a un sentido diferente (una al oído, la otra a la vista), es una sensación similar si no idéntica. Podríamos asimismo deducir lo contrario: si el escultor hubiese dado una forma extremadamente abierta a la boca de Laooconte tratando de imitar el verso virgiliano, la imagen –probablemente- provocaría una cierta repulsión en lugar de transmitir el sufrimiento del personaje. O si el poeta hubiera omitido el verso en el cual se anuncia el alcance de los gritos proferidos (“que llegan hasta los astros”), no nos haríamos una idea del dolor padecido por Laocoonte –castigado por los dioses olímpicos al pretender despabilar a troyanos sobre la trampa equina de los aqueos- y creeríamos quizás que se está entregando estoico a la asfixia de las serpientes que ya lo envuelven. Por estos motivos, no es sencillo rotular una imagen, como no lo es ilustrar un texto. Al menos sabemos que el verso de Virgilio sólo podría servir de epígrafe a la escultura con los debidos reparos que observó Lessing.
¿Qué podemos decir de la conocida foto del retorno de Perón a la Argentina luego de tantos años de exilio? A ese día consagramos la celebración de la militancia peronista: cada 17 de noviembre dedicamos un brindis a la memoria de su persistencia, reafirmamos nuevamente el valor de la lealtad y honramos la capacidad organizativa de un movimiento naturalmente tumultuoso. Pero lo cierto es que no fueron los millones de militantes que lucharon para que Perón vuelva quienes quedaron fijados en el objetivo de la cámara que retuvo el episodio; ni sus efigies, las que dejaron su bajorrelieve en nuestras retinas. Probablemente, tampoco podría haber sucedido eso: difícil es que una fotografía de Perón junto a anónimos militantes de distintos niveles tuviera la pregnancia que tiene la más conocida junto a José Ignacio Rucci. Pero ¿Por qué Rucci? En aquel avión venían además Leonardo Favio, Obregón Cano, Bidegain, los curas Mugica y Vernazza, actores y actrices como Juan Carlos Gené y Chunchuna Villafañe, Hugo del Carril –la voz de la Marcha Peronista-, Juanita Larrauri –la voz de Evita Capitana-, Nilda Garré y Jorge Taiana, Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Menem y Cafiero, entre otros y otras. La historia y el futuro del peronismo viajaban en ese chárter de Alitalia. Su presente –el del peronismo-, sin embargo, se exhibió nudo en la escena de las escalerillas, al pie de la nave, cuando el vuelo dialécticamente superador ya era cosa de pasado. Allí resultaba evidente que la aufhebung peronista no había sido tal y que aún restaba que sucediera el capítulo más doloroso en la saga del movimiento. Poco tiempo debió pasar para que Perón volviera a ser el protagonista de un segundo nostos aunque, para la nueva ocasión, lo sería por sustracción, ya que entonces no habría descenso en el teatro de los sucesos, ni paraguas, ni quien lo sostuviera. Cosa que sí que hubo en la escena del 17 de noviembre de 1972. Y como veníamos diciendo, acaso ésa –la de Perón bajo el paraguas de Rucci- sea la imagen, la única (aunque en verdad se trate de varias y desde distintos ángulos) que nos remite al Día del Militante. Que así sea, resulta por lo menos injusto: no encaja con el significado que tiene este día para el grueso de la militancia. Incluso para quienes no sientan comunión con los fundamentos y las acciones de la tendencia revolucionaria del peronismo; incluso para ellos y ellas –decía- debiera resultar incómodo que sea ésa la primera imagen que se nos presenta cuando evocamos la tenacidad con que bases y cuadros se comprometieron con el retorno de Perón ¿Qué quiso decirles a los militantes de entonces cuando pergeñó que ésa y no otra fuera la imagen que fijaba el momento en que volvía a poner pie en su Patria? ¿Qué mensaje quiso enviar a la posteridad?
Recientemente, en un portal informativo sospechado de vínculos con la Embajada de Estados Unidos, el inefable Sergio Berni ha elegido esa misma imagen para ilustrar su panegírico a Rucci ¿Qué dice allí el Ministro de Seguridad bonaerense? Que el asesinato del líder sindical fue una acción irreflexiva de quienes no comprendían la naturaleza del proceso histórico. Al concretar esa acción, estos sectores que –según sus términos- tampoco entendieron que el tiempo de la Resistencia había cesado, cometieron “un crimen tan atroz que abrió una llaga en el seno del propio peronismo”. Nada dice el Teniente Coronel retirado sobre las llagas que abrieron los asesinatos de Atilio López, de Julio Troxler o de Rodolfo Ortega Peña. Digo. Como para equilibrar un poco la cosa. Ni tampoco considera Berni si aquella llaga todavía permanece o ya cerró definitiva. Más bien parece entrar en estado confusional cuando en una modulación hacia el presente cree ver un parecido entre lo que acaba de considerar una acción irreflexiva por un lado y, por el otro, la intolerancia de la oposición de nuestros días que, perdida en el fárrago de lo inconducente, se aleja de las razones del pueblo. ¿Cómo así? ¿Entonces la tendencia revolucionaria no era una corriente interna del movimiento sino una facción opositora al peronismo? Al comparar aquella etapa con la actual, no compara –sin embargo- actores de la misma naturaleza: compara, repetimos, un ala histórica del peronismo con sectores políticos que hoy lo enfrentan. Pero incluso es peor. Porque a la oposición actual le concede todavía la posibilidad de redimirse si entiende lo que no entendió Montoneros pero que Perón propiciaba al fundirse en un abrazo con su adversario político y que Rucci había comprendido muy bien al suscribir, como Secretario General de la CGT , el Pacto Social junto a otros sectores de la economía.
Entonces, para resumir, Berni solicita “honrar la memoria de Rucci” para sepultar nuestras propias disidencias internas a varios metros bajo tierra. Paradójicamente (o no tanto), “honrar la memoria de Rucci” es el mantra que repite en un texto ilustrado por la imagen que más espontáneamente se asocia al día de la militancia peronista. En cambio, anticipa futuras alianzas con sectores ajenos al movimiento nacional-popular, lo cual no sería un gran inconveniente si no fuera por los intereses que representan esos posibles suscriptores de un nuevo pacto y frente a quienes Berni se desarma en promesas de “entrar en acción” con tal de garantizarles un efectivo cumplimiento de sus derechos a la vida, la libertad y la propiedad privada. Esto último puede verse en los reclames proselitistas de lo que se presume debe ser su organización partidaria, “Fuerza Buenos Aires”. Ojalá no lo fuera y se trate sólo de un vocativo ya que cada uno de estos spots que Berni protagoniza cierra con dos sellos: uno, el que dice, en efecto, “Fuerza Buenos Aires”; el otro, el de la Gobernación de la Provincia. Berni es un problema por dónde se lo mire. Hay peligro tanto en la posibilidad de que se autonomice como en la de que crezca todavía más dentro de los límites del peronismo y termine arrastrando todo el escenario político-institucional hacia concepciones regresivas respecto de lo que hasta aquí hemos conseguido: en principio (lo cual no es poco), derrotar electoralmente a una derecha de naturaleza antipopular, ajustista, represiva y misógina.
Con esto terminamos: decíamos al principio que hay palabras más poderosas que mil imágenes e imágenes para las cuales todas las palabras del idioma le quedan chicas. La palabra militancia es excesiva a cualquier imagen pero si una le correspondiese, ha de ser aquella que todavía no existe: millones de jóvenes pateando fábricas, barrios, escuelas y universidades llevando la buena nueva de los frutos que han dado la lucha por una distribución más justa de la riqueza, la del ambientalismo popular por una educación que tenga en su centro a la naturaleza como bien común y la de las mujeres por el derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos. Dos de estos anhelos ya tienen su media sanción. Otro será ley muy pronto.
Buenos Aires, 19 de noviembre de 2020.
*Sociólogo, docente UBA-UNLaM, co-editor de la revista El Ojo Mocho.