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Una casa de Colombo – Por Darío Capelli

Casa Gigena-Seeber, Arquitecto Virginio Colombo.

Casa Gigena-Seeber, Arquitecto Virginio Colombo.

David Viñas solía decir que hacer política era tener una teoría de la ciudad, es decir, que no hay acción política si no parte de una reflexión sobre la ciudad. La casa Gigena-Seeber, la primera obra de Virginio Colombo, me llevó a pensar en la furia y en el amor, en la metralleta y el fratacho, en la sangre y la construcción. Pensé en la ciudad, desde ya, en lxs invisibles del Barrio Cildañez, en lxs desaparecidxs de la Esma , en lxs muertxs por la fiebre amarilla y lxs muertxs por el Covid.

Por Darío Capelli*

(para La Tecl@ Eñe)

 

David Viñas solía decir que hacer política era tener una teoría de la ciudad ¿Se entiende? No que una teoría de la ciudad es algo político –cosa bastante obvia- sino que no hay acción política si no parte de una reflexión sobre la ciudad. Casi es lo único que importa. Ganar devotos con palabras de atril es intrascendente y limitarse a contar las boletas de un concejal en la urna, directamente una canallada.

La ciudad, pues: de El Matadero a La Gran Aldea; de la gran aldea a la ciudad liberal; de la crisis de la ciudad liberal a una Buenos Aires que seduce y humilla; del entierro de Gardel al de Evita y sobre ese entierro, un relato del propio Viñas y un personaje  -Moure en “La señora muerta”-  que arruina un “levante seguro” en la fila de las exequias al tratar de “yegua” a la muchachita que creyó haber seducido. Moure podría ser una variante del Doctor Hardoy de “Las puertas del cielo” pero Viñas no es Cortázar, que ante el fenómeno del peronismo prefirió dejar Buenos Aires para poner su espíritu a salvo en París, hecho al que el propio David dedicó un capítulo demoledor y un poco injusto en la primera versión de Literatura argentina y realidad política y que en las sucesivas reediciones no volvió a publicar.   

Son ciudades que se suceden cronológicamente, por cierto. Pero también ciudades que se superponen, se penetran, se destrozan, se rehacen. Las formas de vida de una clase y las resistencias de la otra dejan su huella en la planta urbana. Y, viceversa, la ciudad macula los cuerpos que aloja y los lenguajes que la nombran. Buenos Aires desarma y sangra. A veces, incluso, sin posibilidad de síntesis. Viñas lo narró en Tartabul.  Por eso la ciudad también puede ser una catástrofe: de lxs invisibles del Barrio Cildañez a lxs desaparecidxs de la Esma o de lxs muertxs por la fiebre amarilla a lxs muertxs por el Covid.

Pero volviendo a Viñas, en el sistema literario que diseñó, hay una serie que es algo así como la proyección de la generación del ochenta hacia distintas épocas y otra serie que la desnuda en su violencia hacia los sectores subalternos. La primera está abarcada  de modo más o menos cantado entre Sarmiento y Cortázar. En cambio, Vida del Chacho de José Hernández, “He visto morir” de Arlt y Operación Masacre de Walsh son los mojones destacados de la serie denuncialista.

¿Cuántas ciudades son una misma ciudad? La crítica y la literatura de David Viñas nos fuerzan a pensar el problema. No hay jactancia ni ademán al pensar de este modo. No hay dedo índice en la sien sino política en estado puro cuando una escultura se presenta intempestiva y detiene el andar del paseante o el nombre de una calle nos sustrae del trajín diario y provoca la curiosidad de saber quién fue o que ha hecho el fulano para merecer su cartel.

1909 fue el año de la bestial represión a una manifestación obrera ordenada por el Coronel Ramón Falcón, que –a propósito- tiene su respectiva y larga calle (paralela a Rivadavia entre Liniers y Caballito) y una plaza. Hasta que la gestión de Nilda Garré le cambió el nombre, así se llamaba también la Escuela de Policía. La jornada del 1° de mayo de 1909 terminó con 14 manifestantes asesinadxs. Simón Radowitzky lxs vindicó meses después.  

Pero 1909 también fue el año de la primera obra del italiano Virginio Colombo en Buenos Aires. Por pedido de la familia Gigena-Seeber, el joven arquitecto (tenía apenas 24 años) diseñó y construyó el petit-hotel de la imagen que acompaña estas líneas. Como todo lo que hizo Colombo, puede deducirse que el principal impulso de sus creaciones debe ser un amor muy intenso por el vivir, en el doble sentido de vivir: el de domiciliarse y el de existir. Está en la calle Tucumán entre Ayacucho y Riobamba, a menos de 15 de cuadras de Plaza Lorea, escenario de la masacre policial en el día de lxs trabajdorxs.

La bruma mental de estos días me sacó a la calle en busca de algo que contrarrestara la falta de ideas. La casa Gigena-Seeber, la primera obra de Virginio Colombo, de pronto nos salió al cruce. Entonces pensé en la furia y en el amor, en la metralleta y el fratacho, en la sangre y la construcción. Pensé en la ciudad, desde ya. Pero sobre todo, lamenté que a mi Buenos Aires querida la gobierne Rodríguez Larreta y una fuerza política que, entre otras inhumanidades, también derrama lavandina sobre su historia.

 

Buenos Aires, 20 de junio de 2021.

*Sociólogo, docente UBA-UNLaM, co-editor de la revista El Ojo Mocho.

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