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TANTEOS EN LA SOMBRA 3 – En busca del tesoro escondido – Por Noé Jitrik

De Frondizi y “Petróleo y política” a la instalación de una plataforma petrolífera en el mar argentino en manos de Shell. ¿Una nueva “frondiziada”?

Por Noé Jitrik*

(para La Tecl@ Eñe)

La mera invocación a determinadas palabras produce un efecto; no todas por supuesto. La palabra “Adiós”, por ejemplo, es como una puerta que se cierra cuando alguien se va. Puede no tener ese sentido en determinado contexto pero en sí misma es como lo definitivo. No sé cómo se ha formado, probablemente porque la “a” inicial corta lo divino, pero no lo puedo afirmar. Hay otras: me interesa ahora el sustantivo “fracaso” y el adjetivo que deriva de él: “fracasado”. ¡Cómo suena en inglés! “Looser” es tremenda y se suele emitir como un disparo, es casi un certificado de defunción cuando se le aplica a alguien de quien nada se quiere y nada se espera. Pero no es tan sencillo; en la mayor parte de los casos sólo indica una apreciación pero que carece de base: ¿por qué alguien sería un fracasado, en qué orden? ¿Indicará un desequilibrio entre una promesa de realización y su realización? Si eso fuera todo se aplicaría con justeza luego de una evaluación (una tentativa declarada que no funcionó, un proyecto que no tomó forma, un examen que no se aprobó, una competencia deportiva que terminó mal, etcétera), no tanto si brota como manifestación de un encono en lo personal (un matrimonio que se rompe por culpa de uno de los cónyuges). Obviamente, su antónimo es “triunfo”, pero este término ahora no me interesa, tal vez resulte interesante después que se comprenda un poco mejor qué es el fracaso.

O que lo comprenda yo. Yo diría que el fracaso resulta de una frustración pero eso me parece claro en el terreno individual y personal y quizás no deje huellas, diferente es cuando es considerado un fracaso socialmente. Eso indica que lo que llamamos “sistema” es quien permite un logro y autoriza un proyecto o una posición o un cargo, un ministro por ejemplo, pero considera fracasado a quien no cumple con ello. Un científico que descubre algo importante pero que no se presenta como rentable es rechazado y sobreviene la frustración. En otras palabras, el fracaso se produce cuando no se responde a expectativas de un nivel superior pese a, o porque, las desbordan: el genio ignorado es presentado como un fracasado. ¿Lo es? Pongamos un ejemplo: Alfonsín no pudo terminar su mandato ¿es un fracasado? ¿Es un fracasado Trotsky? Si un ser humano es reconocido como tal, e incluso él mismo se reconoce tal, se puede concluir que haber sido abandonado por quienes otorgan reconocimiento y retribución o seguridad no califica de fracasado; sólo lo sería quien hubiera renunciado a lo que podemos llamar valores, la inteligencia, la generosidad, el gusto por las cosas, la consideración del otro, la atención a lo que es humano, la creatividad, el aprecio por la vida y todas sus prolongaciones. Lo otro, el reconocimiento, el éxito, el aplauso que no se recibe no merece ser llamado fracaso. Al contrario.

Pero el fracaso acecha, está detrás de cada iniciativa, del tipo que sea. Una relación que se entabla puede fracasar pero, desde luego –el ejemplo no es bueno- no por eso el rechazado es un fracasado; un Gobierno que empieza comienza su gestión con cierta dosis de expectativa, tanto de los que lo votaron como de los que perdieron y, al cabo de un tiempo no pudo o no quiso hacer lo que había prometido de lo cual resulta que ha fracasado, para unos porque no ha cumplido, para otros porque hicieron lo posible para que fracasara: estoy hablando de la Argentina actual. Macri, como Menem no pueden considerarse fracasados: uno hizo lo que había prometido hacer y lo que querían que hiciera quienes lo sostenían, el otro porque no hizo lo prometido pero hizo lo que exigen quienes otorgan triunfo, los mismos que luego apoyaron a Macri. Por lo tanto, ¿qué es lo que salva del fracaso o lo adjudica?

En muchas de mis notas aparece mencionado el nombre de Arturo Frondizi que, vale la pena recordarlo porque la memoria popular es corta, fue Presidente de la Nación elegido por una impresionante cantidad de votos en 1958 y despedido sin mayor cortesía por los militares en 1962 y recluido en la isla Martín García, una especie de Isla del Diablo argentina: un par de Dreyfuss nacionales fueron a parar ahí. Esos votos resultaron de un acuerdo entre un caudal propio, los radicales más o menos de centro izquierda, y uno prestado, el peronismo, fiel a las indicaciones de un Perón prohibido y exiliado.

Que Frondizi haya sido el producto de esa combinación, o ese acuerdo, se debe en alguna medida a que en los últimos años del peronismo y como diputado fue un férreo opositor a la política petrolera que estaba tratando de imponer el gobierno de Perón a través de negociaciones con una empresa llamada “California” o algo así. Para apoyar su interesante punto de vista Frondizi publicó un libro, presuntamente escrito por él, titulado “Petróleo y política”, que fue un decisivo documento: claramente se defendía en sus páginas esa riqueza nacional. Insólita estrategia pero de enorme resultado, por fin una alternativa al peronismo tenía un fundamento muy fuerte, era nada menos que la soberanía, palabra que había recibido muchas invocaciones desde antes de Yrigoyen y después, cuando se creó Y.P.F., pero innumerables traiciones, hay una historia de la entrega protagonizada por gobiernos de diverso discurso, casi siempre el mismo: extraer de la tierra ese tesoro escondido y sostener un desarrollo que parecía obvio lograr para el bien de la patria.

Pues apenas llegó a la Rosada, no creo ser injusto si conjeturo que aconsejado por el dinámico Frigerio, el viento cambió y el gobierno presidido por el autor de “Petróleo y política” empezó a negociar la prospección y extracción del oro negro, como en mediocre metáfora se decía entonces, con las condenadas empresas extranjeras, monopolistas e imperialistas. De nada le valió, ni hubo desarrollo, ni mejoró la economía nacional y, por añadidura las concesiones se multiplicaron y los personajes antes vindicados reaparecieron en la escena, Alzogaray y tantos otros rencorosos, pero fieles a sí mismos, defensores de lo que por ser moderados llamaríamos “pro colonia”, en fin lo de siempre. Y pensar que no tomé distancia en su momento de la importancia del episodio: nunca dejaré de reprochármelo.

¿Por qué lo cuento? Pues porque estamos a punto de caer en una nueva “frondiziada”, o sea, con similares justificaciones -el tesoro escondido, el desarrollo nacional- se anuncia que este gobierno tiene la intención de autorizar que la Shell instale una plataforma petrolífera en el mar argentino, a trescientos kilómetros de Mar del Plata. Casi no se necesita argumentar en contra porque va de suyo: arruinar el mar, liquidar especies, aprovechar empresarialmente los beneficios, burlar la soberanía nacional y un largo etcétera, enumerar el cual sobrepasa mis posibilidades y amenaza con reinstalar el férreo argumento, “son todos iguales”, prometen y hacen lo contrario, cómo demonios juegan con el futuro cuando arruinan el presente y en nombre de qué lo hacen.

A todo esto se refiere, en un buen gesto, plausible y valiente, pero ignorando el antecedente que me ocupó una página, una declaración en la que las X en ciertos sustantivos conspiran contra la seriedad del asunto, firmada por 300 intelectuales, artistas de la especie televisiva, escritores, periodistas y otros, condenando la tentativa. La declaración salió, obviamente no en La Nación, Clarín ni Infobae, sino en Página/12, no en tapa, como correspondería, sino en la sección de espectáculos, como si ocupar el mar argentino por una empresa transnacional fuera un mero acto teatral.

Escuché atentamente las explicaciones que dio Axel Kiciloff, muy cuidadoso y bien informado: irrefutable desde el punto de vista económico: queremos sostener o tener industria, queremos que nuestro pueblo viva mejor y no tenemos energía: la necesitamos pero no tenemos recursos para satisfacerla, está ahí, enterrada en las profundidades del Océano, parece muy simple. Sospecho que no ha de ser tanto, sospecho que un análisis sólo económico, no dudo de su buena fe, no basta y no sé qué oponerle pero las analogías me matan, cuántas veces para resolver una carencia de dinero alguien, una persona o un gobierno se endeudan y luego no pueden responder, el remedio peor que la enfermedad. ¿Será así? Venezuela tiene petróleo y no por eso está boyante, Italia no tiene y siempre se las ha arreglado. ¿En qué consiste la relación entre carencia y necesidad? Me gustaría tenerlo claro y que la historia no me dé lecciones de humildad.

La Cumbre, Córdoba, 26 de febrero de 2022.

*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.

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