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SILBIDOS DE UN VAGO 7 – Por Noé Jitrik

Jean Renoir

Jean Renoir

Colonialismo, exilio y la experiencia sensible de Jean Renoir.

Por Noé Jitrik*

(para La Tecl@ Eñe)

 

La historia, parece, es un relato de encadenamientos, un suceso conduce a otros hasta llegar a un presente que es más confuso que la jerga que inventó Bonino. En verdad, no sabemos cómo fue el punto de partida que ha hecho que se viva, o sobreviva, como si la idea de futuro fuera una molestia recluida, como triste certeza, en los depósitos a plazo fijo. Es claro que, por cortesía, no deberíamos ser tan catastrofistas y reconociéramos que en este estado de ánimo la pandemia desempeña un papel, bastante siniestro a decir verdad. En cuanto a cómo empieza todo esto no voy a seguir el ejemplo de Esteban Echeverría que en El matadero declara que no se va a remitir a Noé y al diluvio para describir la lluvia con que abre el relato. Me atrevo a señalar que en lo que nos concierne y afecta empieza con el colonialismo que aseguró la prosperidad de las burguesías de varios países europeos. Destrozaron regiones enteras, se llevaron todos los recursos, dejaron enfermedades y esencialmente, un sentimiento de minusvalía en quienes fueron sus víctimas inmediatas y sus descendencias. No hablemos de la esclavitud sobre la cual las burguesías europeas crearon esas bellezas que todos admiramos, cultura inclusive. ¿No es un producto, que parece tardío, del colonialismo el que muchos países del mundo estén condenados, en el mejor de los casos, a depender de sus recursos naturales, de que cuesta una locura tener educación, ciencia y, sobre todo, un sistema sanitario capaz de enfrentar pestes como la que asaltó al mundo entero y en particular a nosotros? ¿África está mejor? ¿No es un fruto tardío del colonialismo que la anterior administración haya dejado hospitales sin terminar y vacunas sin aplicar? Las lecciones que deja la historia son crueles pero no se producen porque sí, unos las aprovechan, otros son esquilmados: esto que somos y en lo que estamos sale del colonialismo pero, desde luego, eso no quiere decir que lo aceptemos sumisamente; algunos si, otros no, la pelea es de larga duración, a veces ganamos un poco, gobiernos distributivos, con más sentimiento de soberanía, otras perdemos, no podemos producir vacunas, ni Uruguay, ni Bolivia, ni Paraguay, ni nosotros mismos, los más orgullosos de sentimiento nacional. ¿Cómo hacer?

No nos sorprende que cada conversación que comienza, cada pantalla que se enciende, se prendan de un único tema, la peste que nos cerca: la sensación es que se oscurece toda otra preocupación. Pareciera que cualquier tema que no sea ése es fútil y hasta absurdo, qué comemos hoy al mediodía, qué película podemos ver, con qué se despachó hoy la Bullrich, cuál fue el último robo, qué caras están las bananas y, por lo tanto, lo desaparecemos, práctica en la que la Argentina mostró su eficacia hace unos años. Pero, a veces diciéndolo, otras en silencio, extrañamos lo que no aparece, no tenemos muchas respuestas para lo que está ahí pero también, haciendo un esfuerzo, logramos dejar a un lado esos comienzos, puesto que de todos modos no tenemos muchas soluciones para ofrecer, y nos permitimos que brote algo diferente, una observación, una idea, un recuerdo, una expresión de sentimiento. Hoy, para mí, el tema es el exilio que, a raíz de un coloquio entre dos países, México y Argentina, emergió de las sombras del olvido en el que yacía hasta parecer trivial o, simplemente, “ya pasó”. Pero no pasó: si nos detenemos un poco podemos, por empezar, reconocer una historia llena de matices, ya en la más remota antigüedad hubo exilios –todas las etnias nacen de exilios- hasta las más recientes experiencias, algunas que nos tocan y conciernen, Europa, América, nosotros, y otras que ignoramos, África sobre todo. No puedo abarcar todas, cada una es un relato, debemos detenernos y, sofrenando las confesiones de lo que nuestro exilio nos exige hacer, ver en ello algún rasgo significativo.

Lo que me suscita ahora es el exilio que se produjo a raíz del advenimiento del nazismo. Muchos artistas y escritores europeos huyeron de la muerte que les estaba “aguaitando” y encontraron refugio en lugares más sanos: músicos como Schoenberg o Weil, escritores como Brecht y Mann y tantos otros; me refiero ahora a directores de cine que estuve frecuentando estos días: Buñuel, Fritz Lang y Jean Renoir, aunque hay unos cuantos más. El tema es lo que tuvieron que abandonar como proyecto y aceptar como perspectiva. No les cupo más que adaptarse y en todos los casos hicieron películas que pueden tener toques de pasadas experiencias pero sobre todo admitieron el costumbrismo en el que se había afirmado el cine norteamericano los dos últimos y el mexicano Buñuel. Difícil opción, Buñuel y Lang habían sido maestros en el vanguardismo, para Renoir su proyecto residía en el pensamiento o el mensaje, como se lo quiera ver. Pero el lugar en el que habían caído pedía otra cosa y cada uno respondió: Buñuel interpretó lo que atravesaba la sociedad mexicana, sus pliegues y sobre todo sus modos; Lang se internó en el cine negro, como un mensaje a una sociedad que se creía triunfadora y convencida de la existencia de la felicidad; Renoir vio la posibilidad de resolver esa ecuación en comedias gratificantes pero en las que hay que advertir detalles aparentemente inocentes.

Ahora sólo quiero referirme a él, de quien he visto un par de películas filmadas en los Estados Unidos: no intenta volver al realismo poético que le había permitido hacer Los bajos fondos, La gran ilusión, El fin del día, Boudu rescatado, todas esas obras maestras tan propias del cine del momento del Frente Popular Francés en el que el Partido Comunista desempeñaba un papel importante y él un exponente destacadísimo. ¿Abandona totalmente sus convicciones siguiendo la corriente de un público que rechaza pensar? Acabo de ver una adaptación de una novela que fue muy leída, “Diario de una mucama”, de Octave Mirbeau, no es la única, también Buñuel hizo una después; la de Renoir edulcora, hay buenos, malos y deficientes pero, en definitiva, triunfa el amor. Sin embargo, por insinuación, el viejo Renoir pone su firma: lucha de clases en la cual ambos contendientes pierden, monárquicos anacrónicos versus el pueblo que festeja el 14 de Julio y que, al detener masivamente al malvado que huye favorece –comunismo puro- que aparezca el verdadero amor, única solución y, como remate, lo que el malvado se llevó despojando a los ricos es distribuido al pueblo a manos llenas. En otras palabras, en esos apenas resquicios, Renoir está diciendo “no he cambiado”. Creo que Buñuel, en la versión que hizo años después, fue mucho menos optimista. Habrá que ver.

 

Buenos Aires, 9 de mayo de 2021.

*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.

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