Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
No me sorprende el resultado de las elecciones en Ecuador: me da simplemente vergüenza: ¿no se dan cuenta los que votaron a un banquero, y no sólo por serlo –tiene su historia-, que no muy tarde tomará las medidas que la derecha suele tomar sin respetar ningún código y que esas medidas se los tragarán sin piedad? ¿Qué pasa por la cabeza de esa gente? Quisiera creer, no obstante el rechazo que me produce esa decisión más o menos colectiva de votar a esos sujetos en ambos países, que lo que está pasando como para que se produzcan esos atentados a la razón responde a un lugar común que los debe tener satisfechos, “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Ese crudo y chato realismo expresa una profunda renuncia, a pensar, a comprender, a conocer, a transformarse y, correlativamente, lleva a una siniestra adhesión, a seguir siendo esclavos, se verá muy pronto con ese banquero en el poder. Ya pasó y sigue pasando, en Brasil, en Bolivia, en la Argentina misma cuando grandes masas votaron al macrismo. ¿Se estará produciendo un reflujo cuando parecía que apuntaban expresiones de renovación? ¿Toda idea de izquierda que encarnara en la clase obrera y en los marginados y desposeídos yace en el olvido, no resuena, no convoca? ¿Todo es un conformismo que no resulta, crea insatisfechos que se someten y eso es todo? ¿Quién me podrá responder?
En mi primer viaje a Londres, un poco después de terminada la guerra, alojado en una casa, no recuerdo de quién, intenté bañarme, contrariando muchas arraigadas costumbres europeas. Abrí la canilla hasta el tope pero nada; sólo lo pude conseguir cuando puse unos peniques en un receptáculo ad-hoc. Lo recordé asociándolo con lo que hay que pagar en los peajes que están diseminados por todos los caminos del país. Consecuencia: el que no tiene monedas no se puede bañar en la milenaria Inglaterra ni puede transitar en la moderna Argentina. Claro que en el primer caso se trata del mero cuerpo y en el segundo de un automóvil pero el sentido es el mismo y si bien se puede entender en el primero –la guerra y sus penurias- no es tan fácil comprenderlo en el segundo, no se entiende muy bien por qué algunos han logrado esa sinecura, no se ve que apliquen el dinero a nada especial, salvo a sus propios bolsillos. ¿Quiénes son esos afortunados? No lo sé y tengo la impresión de que nadie, los miles de automovilistas que juran por Dios y el Santísimo antes de llegar destino, lo sabe. Se sabe, en cambio, que es por concesiones otorgadas por el munificente Gobierno que podría, bien podría, decir que ya no, o no más, o, por lo menos, no cobren lo que cobran, “la codicia les rompe el saco”, proclamaba el rebelde Martín Fierro. No quisiera ser malevolente pero se da esta curiosa situación: mientras algunos se desgañitan mostrando todo lo que ha significado el macrismo en materia de extraer leche en las fatigadas ubres del Gobierno, Macri, su familia y sus adláteres, beneficiarios de esas concesiones, siguen sacando tan campantes dinero a carradas. ¡Tánto, amantes sumisos, adoramos a los ricos que no nos importa que nos esquilmen como si fueran vulgares proxenetas!
Desde hace no mucho, quizás desde que se declaró la pandemia, o desde que la cacería de dólares hizo que el Banco Central trabajara febrilmente, cada vez que quiero hacer un pago o una transferencia bancaria por teléfono y cuando ya he dado toda la información necesaria, brota una voz femenina que, a una velocidad prodigiosa, me informa que debo atenerme a una cantidad de disposiciones, cada una con un número, que ningún ser humano podría retener pero que conducen a que no las infrinja, si las infringiera –qué bonita palabra- sería pasible de tremendos castigos, el primero de todos que no podría hacer el modesto pago o la exigua transferencia que pretendo hacer. A duras penas logro escuchar palabras como “disposiciones”, “complementarias”, “anexo”, “inciso”, “regulación”, que podría comprender por separado y de una en una pero así, de golpe, y a ese ritmo, no me queda más que decir que sí, sólo porque no tengo la menor intención de que los dólares aparezcan en ese fugitivo escenario.
Pero lo entiendo: se trata de una explicación que, por cierto, se ha generalizado, nada va al grano últimamente. Me he enterado de que, por ejemplo, se han cerrado las fronteras para vuelos procedentes de México, Uruguay y Brasil pero entre los considerandos y los antecedentes que justifican la medida, hay tal cantidad de explicaciones que termino por ir al hecho crudo pensando que seguro hay razones suficientes y valederas para fundarlo. Y así siguiendo: estamos en un momento cultural en el que hay que explicar, tal como suele darse en el teatro pero mucho más, se lo ejecuta con tal florescencia de palabras que se ha constituido en un rasgo propio de un tiempo en el que la sinrazón es soberana, por empezar la peste, pero, en otro nivel, el comportamiento de ese extraño fenómeno llamado “macrismo” cuya existencia es totalmente inexplicable. Salvo que algún audaz, que no faltan, logre explicarlo.
No sé qué compromiso me llevó hace algunos años a la ciudad de Houston; en realidad fueron dos veces: durante la segunda me alojaron en un hotel próximo a una de las clínicas en las que se supone que recomenzará la menoscabada vida de los ricos de Arabia Saudita y otros países petroleros. El olor a especias vagaba por los pasillos, los parientes de los internados cocinaban en sus habitaciones, no porque no pudieran pagarse los restaurantes sino por la nostalgia de los lejanos sabores natales, mientras esperaban los informes médicos. La primera fue otra cosa: en las calles del centro al atardecer no había alma viviente, de los grandes edificios emergían de pronto algunos seres temblorosos seguidos por perros que hurgaban en la acumulada basura; los edificios parecían abandonados, penosa impresión de decadencia que, seguramente, debe haber inspirado a Clifford Simak para escribir Ciudad, cuyo tema es, precisamente, el abandono. Houston, tan poderosa, tan “moderna”, tristemente abandonada. ¿Qué? ¿Capitalismo derrotado? No parece, para el capitalismo lo que no sirve, cosas y personas, se tira y a otra cosa, así las cosas sean ciudades, sin piedad. Quiero creer que se trata simplemente de decepción: se creía en la modernidad y sus apariencias y estructuras y he aquí que al cabo de un tiempo no resultó. ¿Pasará lo mismo con los edificios, puro vidrio exterior, que se están reproduciendo al costado de la Ruta Panamericana? ¿Y con los que emergieron en Las catalinas en Buenos Aires y en las cercanías de Puerto Madero, pura exhalación de la concentración capitalista? Me estoy refiriendo, cualquiera lo entiende, a lo que responde a la imaginería macrista en la ciudad de Buenos Aires, los proyectos en Costa Salguero, las autorizaciones desmedidas de edificios gigantescos y ese implícito deseo de que Buenos Aires llegue a ser como Hamburgo, o como Nueva York. ¿Tiene ese propósito algo que ver con el alma de esta ciudad?
Buenos Aires, 24 de abril de 2021.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.