Por Noé Jitrik*
(para La Tecl@ Eñe)
Mi querido amigo Darío Cantón, exquisito poeta, fue además sociólogo: no veía como antagónicos esos dos modos; su poesía es original, definida, no me canso de leerla y celebrarla pero su obra de sociólogo me es relativamente ajena, salvo por el tema de investigación que llevó a cabo durante muchos años: las elecciones en la Argentina. Para mí las elecciones son un hecho preciso, algo que ocurre cada tanto cuando el país no está invadido por alguna pretenciosa y al mismo tiempo nefasta dictadura para la cual las elecciones son como el ajo para el vampiro. No sólo estableció en años de trabajo clasificaciones de resultados y comparaciones diversas entre ellos, tendencias de los electorados y todo lo que un análisis como los que él hizo puede mostrar. Digamos que la interpretación más apaciguadora de su tarea podría ser ésta tan simple: hay cambios en las tendencias, no se puede afirmar qué pasará en el próximo episodio electoral considerando lo que pasó en el precedente. No creo, por lo tanto, que haya aventurado una interpretación de tales cambios, o sea, por qué de pronto una masa votó de una manera y a la siguiente de otra. Eso es un enigma, imposible determinarlo, razón por la cual quienes se animan con algún sistema, causas y consecuencias, o quienes siguen sus corazonadas o sus sentimientos, lo que mejor hacen es callar cuando en la nueva elección la tendencia es muy diferente. Ese razonamiento no anula el sabor de la predicción: llueven las explicaciones simplemente porque los millones de votantes construyen su decisión en un sentido o en el opuesto por múltiples impulsos, puede parecer que podrían argumentar y responder a un insidioso por qué pero en realidad la respuesta está en el inconsciente que, por lo poco que se sabe, es un territorio atravesado por vientos muy diferentes. De modo que me parece que lo único que puedo hacer es considerar lo que me acerca a una posición y alejar el fantasma de lo que me aleja y confiar en que de tal dialéctica surgirá mi voto. Claro que también puedo, y debo, hacer que otros me escuchen y procedan como yo, eso no me lo quita ninguna profecía ni ninguna indignación.
Cerca de las elecciones de noviembre algunos amigos se manifiestaron por la positiva, votar por el robustecimiento del gobierno y el rechazo a eso que se llama oposición, fenómeno nunca visto, compuesto por mentiras, olvido, cinismo, complicidad, maniobras y vaya uno a medir cuántos otros pataleos. Sin embargo, algunos, no pocos, señalaron que votarían en ese sentido “no obstante que”, fórmula que proclama una reticencia, una pérdida de entusiasmo y, al mismo tiempo, un orgullo, el de ser críticos. No importa, para lo que me interesa, si esa actitud es irradiante y otros la pueden interpretar como desconfianza y, menos contradictorios, se pasen directamente a esa ancha zona en la que conviven derechas de varios colores, delirantes, utopistas, protofascistas y lo que venga, después de todo, en una población de unos cuantos millones puede haber de todo, algunos escuchan cantos de sirena, otros dulces melodías nocturnas, otros severas obras de arte, otros sólo sus voces internas, quién sabe. Lo que me interesa es la de los que actúan valiéndose de un instrumento que no hacemos más que ponderar: la crítica. Noble instrumento que, bien usado, ilumina la realidad y hasta la reconstruye porque, antes de ocuparse de ella, la ve opaca y oscura; mal usado, la deja más oscura que antes. Creo que está ocurriendo en este momento argentino: me asedian explicaciones que parecen impecables y certeras, cuando las escucho deberían abrírseme las entendederas pero lamentablemente eso no ocurre, todo termina erigiendo la majestad de la opinión que, como harto se sabe, es un remedo de la crítica. Tal vez por eso, varios amigos, muy sensatos, se guardan, esperan; otros, más arrogantes, se visten de hipercriticismo, invulnerables, no ven atisbos, contradicciones, limitaciones y proclaman un tradicional y pintoresco ”animémonos y vayan”.
Apenas se sale de Buenos Aires en cualquier medio, en particular en auto y un viajero se interna en alguno de los caminos que van al oeste o al sur o al norte, el paisaje se precipita pero en lo igual, no en lo diverso, como ocurre en otras regiones del país y en otros países: aparece alimentando, o apaciguando, o aburriendo, la extensión, lo que se llama, con sospechoso énfasis político, el “campo”. Animales que pastan desconociendo el destino que les espera, bosquecillos lejanos en los que debe haber alguna casa, esforzados arroyos o ríos y hasta lagunas y, sobre todo, planicies verdes en primavera y grises en invierno. Kilómetros y kilómetros de espacio en los que raramente hay personas, es como si esa trabajada tierra tuviera vida propia y autónoma, quizás de esas soledades surgirán espigas o algo semejante que generarán ante todo riqueza y, con ella, alimentos. No tiene sentido detenerse y considerar aunque asalta la idea de que alguien posee esas extensiones. ¿Cómo entenderlo, acostumbrados como estamos a la diversidad y al contraste? Me refiero al paisaje, que me produce una emoción metafísica, la inmensidad, el derroche de la extensión, no sé si es bello o sobrecogedor, pero no a los poseedores, no imagino quiénes pueden ser aunque seguramente se sabe: se sabe que están abroquelados, no refugiados y que llegar a ellos quebrando la inmensidad de sus campos es casi imposible, no ya físicamente, dónde estarán, sino en lo que significan, impenetrables, tanto como las verdes planicies que vemos a izquierda y derecha mientras buscamos algún puerto de llegada. ¿Será esa impenetrabilidad la cifra de su poder? ¿Será lo que no se comprende de esa suma, extensiones lisas por kilómetros y dueños ausentes, el núcleo de las desdichas de este país, lo que casi ninguna política logró modificar?
Cuando esto se publique habrán tenido lugar las elecciones legislativas de Noviembre. Se sabrá qué porvenir nos espera: ¿se aprobarán proyectos que, por respeto a las leyes de la democracia, de lo cual algunos, muchos, se aprovechan, no se han podido ni siquiera tratar y seguirán sin tratarse, o, por el contrario, se tratarán y sectores de la sociedad argentina tendrán alguna respuesta o algún alivio? ¿Qué papel desempeña el deseo personal, individual, eso que nos conflictúa porque nada podemos hacer cuando median millones indescifrables de deseos? Tal vez, ojalá, se nos brinde la posibilidad de identificarnos con un viento de cambio, tal vez los agoreros, devenidos analistas, modifiquen sus profecías con las que aturden y lo que vaya a suceder no sea un aplastante retorno a un tedioso espectáculo como los que vivimos muchas veces, como si el “corsi e ricorsi” de la historia fuera una fatalidad. En otras palabras, qué otra cosa que pensar y observar podemos hacer desde lo que el lenguaje, y no el poder, puede proporcionar?
Algo podemos hacer: rodear el fenómeno, dejar de lado las exigencias de la actualidad y considerar temas que reaparecen en las contiendas actuales pero que la sobreabundancia de comentarios tapa; no competir con este campo discursivo, que tiene voceros competentes o que se arrogan competencia, algunos que hacen de lo deleznable su modo de vida, podría dar nombres pero no lo voy a hacer, otros que razonan y explican, en algunos casos en la refutación, en otros en la sustancia de los problemas; también podría dar nombres pero no lo voy a hacer porque, en ambos casos, informan acerca del estado de la discusión y de la presencia o ausencia de varios ingredientes fundamentales, la decencia, la profesionalidad, la memoria, la inteligencia. Pero hablo de rodear este aspecto de la realidad como salida, al menos para quien, como creo estarlo haciendo, trata denodadamente de encontrar en cada situación el concepto que la alimenta y que sostiene lo que se dice. Discurrir, por ejemplo, con algunos amigos participantes gracias a mi entrañable Facundo Giuliano, acerca de la “culpa”, parece abstracto en principio, y hasta evasivo, pero da para mucho más. O, lo que pronto sucederá, discutir acerca de la dialéctica del “dar” y “recibir”. Porque, si nos detenemos un poco en estos dos tópicos, por poco que lo pensemos terminamos en el corazón de los conflictos actuales y más duros acerca de los cuales las declaraciones, adhesiones o rechazos, nos llevan a la mera réplica, a un descentramiento que pretende ser el centro mismo de los conflictos. Lo nuestro, como elemental ejercicio crítico, no sólo nos saca del asfixiante sistema de la réplica, sino que es de alguna manera una invitación a dar forma a un discurso que “permite” y nos saca de los estruendosos y vacíos que nos “obturan” y nos llenan, valga la paradoja, de vacío.
Buenos Aires, 4 de diciembre de 2021.
*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.