El sociólogo Sebastián Russo nos ofrece en esta nota un avistaje vivencial sobre la campaña de cara a las PASO de septiembre. Una campaña cuyo centro parece ser la disputa por los signos, con signos, que son los propios cuerpos. Allí, una posibilidad. La mejor, quizá la única.
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
Llega Leandro Santoro al Parque de la Estación en Balvanera. A tres cuadras de Once y a tres del Abasto. El arrabal porteño. Acto de campaña en pandemia. Barbijos, saluditos de puño y arengas para mantener la distancia que se pueda. Un grupo de «adultos mayores» (así se los llama) llevan carteles con consignas que hacen circular por entre la gente. Músicas varias (Lescano, Noble, el Indio): el kirchnerismo, sobre todo porteño, trocó bombos por cancionero popular reciente. Al cierre de Santoro un grupito canturrea las primeras estrofas de la marchita sin mayor expansión del resto, ni de ellos mismos. Un gesto, que se apaga luego del «todos unidos triunfaremos». Otro gesto.
No es poca cosa que un radical sea primer candidato del peronismo. Aunque hay que aclarar «peronismo porteño» para que la cuestión no sea taaan extravagante. De hecho Santoro en su discurso no dejó de dar cuenta de ello. Nombró varias veces a los correligionarios que le preguntan y él debe explicar su kirchnerización. Aquí, junto a lxs compañerxs, debiendo explicar su co-religare. Habla de síntesis de las tradiciones nacionales y populares. Y de batalla cultural. Plantea discutir el sentido común, el statu quo. Es laclauiano, varias veces lo mentó, no ahora, pero habló sin mentarlo de cadenas de significación, también de detectar las contradicciones fundamentales. Y que el radicalismo en su origen y el peronismo están en el mismo lugar de tal disputa: frente a la oligarquía. Aplausos en la Estación.
Pienso que podrían conversar Santoro y Damián Selci. De hecho lo hacen sin necesidad de hacerlo. Una curiosidad en la política, en el peronismo: dos intelectuales en cargos importantes. El primero sin producción teórica pero con intentonas divulgadoras en los medios; el otro un sesudo y obsesivo indagador de tradiciones teórico políticas, con una apuesta importante por fundar una teoría: la de la militancia; al militante como el sujeto de la historia. Ambos en puestos de roce y desgaste. Sin responsabilidades menores. Primer candidato a diputado porteño uno. Flamante intendente de Hurlingham otro.
La cuestión de disputar la batalla cultural, de hecho, la plantean ambos. Selci menta al cualunque, una suerte de esponja de lo dicho por la maquinaria televisiva, como sujeto a desconfiar y convencer, pero sobre todo habla Selci de fortalecer al propio, a través de una ética militante contagiosa, a imitar. La prédica de Santoro está más orientada precisamente al cualunque. La tarea de Santoro parece ser más hacia afuera que hacia adentro. Más preocupado en acercar al que está lejos que afirmar, potenciar y alentar al que está cerca. De allí su periplo por programas televisivos y cierto grado de empatía con el discurso televisivo prime time. Puede conversar con Viviana Canosa con cierto grado de código común. Me cuesta pensarlo a Selci en esa mesita, aunque menos en el conurbano, entre bombo e indubitables dedos en V. ¿Sumar o multiplicar? Sumar y multiplicar.
Así mismo (o en tal sentido) la campaña gráfica de Santoro y el peronismo porteño no lo separa demasiado de candidatos opositores. Los afiches lo tienen a él mirando de frente junto a la frase “la vida que queremos”. Frase que si bien arraiga en el deseo, en el futuro, elude un posicionamiento y acuña un significante vacío/indiscutible: la vida. Palabra albertista, distinta a “el otro”, cristinista: en Santoro/Selci se expresa esta tensión, que no casualmente es también porteñidad/conurbanismo. Por el lado de la oposición se tensiona la típica imagen del rostro del candidato, a través de escenas en las que por caso María Eugenia Vidal está junto a gente. Acompañando/actuando el slogan de campaña: “es lado a lado”. Cerca, rodeada de personas. Pero también se dijo que el slogan de Juntos (aquí) por el Cambio parece aludir (de forma no buscada, podemos creer, ingenuos analistas) a que la propia Vidal va de un lado a otro de la General Paz, cuanto menos. Como sea, la propuesta enunciativa es distinta, expresando gesto descontracturado, gesto de cercanía, situación gestual de trabajo, o al menos recorrida de campaña. Una trama de gestos, que no estarían mal si no se condecirían tan poco con las acciones de gobierno realizadas. Curioso el slogan de Florencio Randazzo, pero en mismo gesto eludidor de posicionamiento y genérico de los espacios con posibilidades concretas. “Hacen bien”, aludiendo al ex ministro de CFK (aquí sin mentarla como en el spot, de su voz impostada, pero al menos plantando una bandera, traicionera, parásita y misógina, pero bandera al fin) y Carolina Castro, miembrx de la UIA. Hacen bien, que es decir, los otros hacen mal, y no porque hacen las cosas mal, sino porque son/serían indigestos, incluso al borde de imaginarlos malignos: hacen el mal. Vamos con vos, es el otro slogan de Randazzo, que rastreando en la red, es el mismo que usó Elisa Carrió en su anodina candidatura a presidenta con Fernando Iglesias como diputado. Signos.
Encuentro unas notas sobre el mito, que eran parte de una perdida nota al pie de una tesis doctoral no menos perdida. Allí se lee/me leo diciendo, probablemente con influencia barthesiana, que la derecha (el poder mediático empresarial) construye, replica sus mitos como verdades. De satisfacción de placeres inmediatos, los surgidos de la opresión cotidiana: comer, comprar, viajar. La izquierda (por su parte) expresa su íntimo desacuerdo con el mundo del consumo y las mundanidades capitalistas, de ahí un arraigue popular poco extendible, al menos con facilidad. ¿Cómo reponer el mito de modo crítico? A través de la construcción afectiva y expansiva de/desde lo existente. Por caso “la patria de la felicidad” como mito, como una forma afectante/política que no abjure del consumo, sino que construya otro mundo desde allí. En el último tiempo Daniel (el otro) Santoro (el pintor), a quien la película “Pulqui. Un instante en la patria de la felicidad” de Alejandor Fernández Moujan está dedicada, viene sosteniendo y expandiendo el concepto de la democratización del goce (por caso, del consumo), para pensar al peronismo, para pensar una patria de la felicidad. Bueno. Si el peronismo es/puede seguir siendo el mito de la patria de la felicidad, es porque su simbología no solo alude a la vida, sino a ésta como conflicto y goce.
Co-religare compañeril, de tradiciones populares pues que abreven en verbas y cuerpos encendidos. Que hagan de la mítica y mística liberal, de arraigues tintineantes pero no menos pregnantes, un habla sin cuerpo (que dure lo que un meme). Desde cuerpos otros, no solo (aunque fundamentalmente) “vivos”, sino más bien vitales. Santoro estaba de hecho no solo rodeados de “tercera edad”, y de pibxs, sino junto a Paula Arraigada, primera candidata a legisladora porteña trans. Una trama corporal y arrabalera de posicionamientos, tradiciones, disputas y apuestas militantes que permite imaginar arraigues que apuesten a la duración, no solo a al sobre-vivir. Apuestas a la conmoción empática, de patrias felices y una vida en común que emerja y se enchastre de signos, del acto mismo de enunciación, de la enunciación como religare de lo que se dispersa y acelera en mensajitos de audios. Disputar los signos, con signos, que son los propios cuerpos, esos mismos que la derecha supone cerca, de su lado, pero inoloros, insípidos, no pueden con-mover, devenir (el) otro. Allí hay una posibilidad. La mejor, la única.
Buenos Aires, 21 de agosto de 2021.
*Sociólogo UBA. Docente UNPAZ/UNGS/UBA.