El analista de política internacional Marcelo Brignoni sostiene en este artículo que al observar las recientes elecciones de Suecia, Italia y Brasil, países muy disimiles entre sí, puede hallarse en ellos un rasgo común: la desorientación del progresismo mainstream para entender lo que sucede.
Por Marcelo Brignoni*
(para la Tecla Eñe)
Al analizar las recientes elecciones de Suecia, Italia y Brasil, países muy disimiles entre sí, observamos sin embargo un rasgo común, la desorientación del progresismo mainstream para entender lo que sucede.
Más allá de lo que afirman algunos analistas bastante superficiales, el actual progresismo mainstream no encuentra su origen real en las escuelas marxistas-leninistas, ni tampoco en el populismo latinoamericano ni mucho menos en las ideas del teórico italiano Antonio Gramsci, quien ideó categorías y métodos de análisis, pero no generó ninguno de los insólitos contenidos y lecturas que hoy formulan los teóricos progresistas.
Karl Marx fue el mayor intelectual de los últimos 200 años, el que fomentó la división de clases sociales, el odio de explotados a explotadores y defendió la violencia como camino para implantar, como solución a la desigualdad, el control social y estatal de los medios de producción.
Aquel análisis sobre el capitalismo y sus contradicciones internas tiene muchos elementos certeros, ninguno de los cuales impulsa la democracia liberal multipartidaria a la que el progresismo mainstream considera el numen de la organización social perfecta. Sobran ejemplos históricos del socialismo real, incluso hoy mismo. La República Popular China tal vez sea el más importante y elocuente de desarrollo con inclusión social creciente. También allí, el progresismo mainstream es funcional a los intereses de Estados Unidos.
Este progresismo mainstream actual encuentra sus raíces en el liberalismo anglosajón, el que a pesar de auto percibirse como una “nueva izquierda” en realidad no es más que una conceptualidad de Estado y Sociedad intrínsecamente capitalista, pro-mercado y en la actual etapa profundamente comprometido con la globalización neoliberal. El alineamiento del G7 contra Rusia y China propugnando la desesperada continuidad de un Mundo Unipolar, es prueba elocuente de lo que hablamos.
Más allá de sus “esfuerzos” destinados a mostrar inclusiones circunstanciales a minorías, muy valiosas, por cierto, este accionar muestra a su vez la decisión del progresismo mainstream de justificar que “pobres hubo siempre” y que no se pueden modificar ninguna de las condiciones de funcionamiento de la máquina de la desigualdad en que se han transformado las sociedades de mercado actuales, por lo menos por el momento.
La militancia por “deconstruir” tradiciones, nacionalidades, historias, conceptos familiares, religiosos y de orientación sexual de los tiempos recientes, esconde centralmente lo que no dice. La necesidad de transformar ciudadanos en consumidores, países en factorías y periferias en basureros humanos para el objetivo central de la globalización: Maximizar ganancias del capital y minimizar salarios de los trabajadores.
Desde Trump para acá, el progresismo mainstream comienza a mostrar sus fisuras. Aquellas grandes ideas de dominación redactadas por Joseph Nye, el del Soft Power, tienen ahora menos impacto cultural de masas del que sus creadores supusieron.
El progresismo mainstream, heredero conceptual y tal vez premeditado del hippismo de “hagamos el amor y no la guerra”, pensado para que los jóvenes de entonces prefirieran ser pacifistas en lugar de guevaristas, no parece hoy suficiente para hacer que las masas populares crean que el DNI no binario es más importante que el poder adquisitivo del salario.
Los esfuerzos conceptuales de “progresistas” demócratas como Suzanne Nossel, que avanzó en el concepto de combinar ambos poderes (duro y blando) con el nombre de smart power, sólo intentó ser una justificación premonitoria de la brutalidad imperial de Estados Unidos y de la Secretaria de Estado a quien asesoraba, Hillary Clinton.
El “progresismo mainstream” tiene también un déficit notorio que no ha podido corregir aun, su rasgo autoritario. El de ubicar en la vereda del “fascismo” a todo aquel que no adscriba de forma absoluta a la atención prioritaria de su agenda del fundamentalismo de género, del uso del lenguaje inclusivo, de la cultura de la cancelación, del ambientalismo periférico y de la preeminencia de minorías étnicas y raciales por sobre las mayorías que se plantean llamar la atención sobre su abandono estatal y que deben “esperar” mejores “correlaciones de fuerzas”.
La “Nueva Derecha”, así entiendo debemos llamarla, avanza sobre su astuta flexibilidad especulativa, destinada a contener marginados desesperados por un capitalismo que no da respuestas y que acusa a los pobres “no progresistas” de fascistas por pretender que su agenda sea tenida en cuenta por la política.
La “Nueva Derecha”y la “Nueva Izquierda” libran un combate que va ganado la “Nueva Derecha” por abandono de la “Nueva Izquierda” que sólo puede reclamarse como continuidad de las luchas de la “Vieja Izquierda” con un alto grado de bonhomía de parte del observador imparcial.
Entender el concepto de Popular y abandonar el concepto de vanguardia maestro ciruela, para aprender a escuchar más que a dar instrucciones, es un imperativo de la hora.
Es recurrente lo que no se quiere entender. Pasó en Estados Unidos, en Suecia, en Italia y ahora en Brasil, por citar sólo algunos ejemplos.
La Nueva Derecha parece haber aprendido a procesar, aun con una carga de cinismo importante, los cambios sociales y la marginación de las otrora clases populares que ha generado la globalización neoliberal.
Desde la white trash para acá, la Nueva Derecha ha venido para quedarse y ha echado raíces en múltiples países representando la desesperación de millones, su impotencia, sus deseos, sus miedos, sus esperanzas. Si queremos dejar de equivocarnos tenemos que asimilar esto.
Hay que empezar a juzgar e interpretar a la Nueva Derecha como lo que es, una radiografía de una gran parcela de la sociedad occidental, esa que el neoliberalismo financiero y el “progresismo mainstream” se ocupan en invisibilizar.
No entender la popularidad de la Nueva Derecha es un suicidio político. Traer a nuestras latitudes la dicotomía “autocracia o democracia” un error de bibliotecarios con poco conocimiento del territorio geográfico y político sobre el que pretenden actuar.
Ayer nomás, el partido de Bolsonaro ganó la mayor base parlamentaria de todas, 99 diputados. El Partido de los Trabajadores, el PT, consiguió 79. De los 27 senadores que se votaban este domingo, el PL consiguió ocho; el PT, cuatro.
En los mayores estados del país, representantes o aliados del bolsonarismo se consolidaron. En Río de Janeiro y Minas Gerais ganaron en la primera vuelta; en São Paulo, Tarcísio de Freitas, ex ministro de Bolsonaro, irá a la segunda vuelta contra Fernando Haddad, ex ministro de Lula, que parte como desafiante y no como favorito. Es posible que de los cuatro estados más importantes del país, el bolsonarismo se quede con tres y el PT sólo se quede con uno, Bahía, que será definida también en la segunda vuelta. En Rio Grande do Sul el General Hamilton Mourao, vicepresidente de Bolsonaro, ganó la lección a Senadores.
Es muy importante que Lula sea el próximo presidente de Brasil, pero la agenda del “progresismo mainstream” no da cuenta de la exclusión de nuestras mayorías populares. Esa agenda que no gana elecciones ni en Suecia y que mucho menos lo hará por estas tierras.
Volver a la agenda de los populismos y de la izquierda latinoamericana es el desafío de la hora. La otra opción será seguir perdiendo elecciones y echarle la culpa a los pobres de que no saben votar.
Ojala Lula gane el 30 de octubre.
Buenos Aires, 4 de octubre de 2022.
*Analista Internacional
1 Comment
Muy buen análisis. He escuchado con asombro, que el periodismo progre, habla de la dicotomía Democracia-Neofascismo, sin categorizar cuales son las propuestas de cada bando. Parece que no les importa que los «demócratas sean neoliberales, ni que los neo-fascistas quieran terminar con las mentiras de todos los políticos. «SE IGUAL». El capitalismo a través del neoliberalismo ,ha mezclado tan bien las cartas, que los análisis del progresismo, son peores que los de la derecha. En Brasil, ganó el Lulismo, que asegura un gobierno, pro capitalista neoliberal, que no dará respuestas a los desposeídos, tal cual el FdeT en nuestro País. De Europa siempre pensé ,que salvo los rusos, son todos históricamente fascistas.