El contexto epocal no es favorable ni estructural ni coyunturalmente, sobre todo con el peso demoledor de una deuda extraordinaria y con la dificultad de imponer un distanciamiento de la hegemonía mundial. Pero eso no significa que no hay nada para hacer. Está claro que lo determinante es la definición de objetivos que trasciendan la complejidad del corto plazo, que signifique una transformación productiva y una transformación política.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
Cada acontecimiento público o privado, en su singularidad, expresa el atravesamiento de los factores condicionantes de lo producido, un contexto que explica o permite interpretar el acontecimiento desde la causalidad o, mejor dicho, desde la búsqueda de la causalidad. En la historia lo diacrónico y lo sincrónico actúan su incidencia para la generación de coyunturas como emergentes del devenir histórico. En este punto podemos diferenciar entre Proceso y Proyecto, y también del acontecimiento en sí, como molecular de los procesos y de los proyectos. En definitiva, un hecho social es la resultante de un despliegue de intervención que genera las condiciones de la unicidad del acontecimiento. Proceso y proyecto se cruzan en la singularidad de lo social. El acontecimiento ratifica o interpela al proceso y al proyecto como bien lo expresa la desobediencia de Antígona.
Si vamos de lo general a lo particular, el término proceso tiene diversos usos que se aplican a la evolución histórica, a lo jurídico, a la informática o al mundo empresario. Cuando éramos alumnos de la escuela primaria estudiábamos la germinación del poroto como un proceso. Ahora, cada proceso histórico es un período de tiempo durante el cual una sociedad mundial o parcialmente mundial, se organiza de una manera determinada y va evolucionando, y cambiando hasta romperse la lógica de la totalización para ingresar en una nueva etapa histórica. Esto, supone un conjunto de estructuras que a diferentes velocidades van cambiando en el tiempo y se interrelacionan entre ellas afectándose. En la historiografía de origen eurocéntrico puede verificarse los procesos de transformación en nacimiento, apogeo y muerte de las civilizaciones.
A diferencia del acontecimiento (que es de corto lapso), los procesos históricos son de larga duración. Es un término omnicomprensivo que envuelve al proyecto y la singularidad del acontecimiento. El acontecimiento es una condensación de lo que lo atraviesa, aunque no es visible, y sólo se hace aprehensible por el análisis crítico. Decimos crítico porque es antidogmático en momentos de crisis gnoseológica generalizada y de peligro de reaparición por derecha o izquierda de una esquematización del pensamiento anclado en el siglo XX.
Estamos en una nueva época, no sólo en su base material sino en las formas del pensamiento, en la velocidad innovadora de la revolución digital, con profundos cambios en los hábitos sociales, en la incidencia de las instituciones básicas de la sociedad en relación a lo comunitario; la religión, el Estado, la familia. Se requiere una actualización de los modos del pensar acompañando las novedades en los modos del hacer.
Creer que un fenómeno como el 17 de octubre, o el Cordobazo, o el Rosariazo son fenómenos repetibles, que iluminan como lámpara votiva al pueblo es, curiosamente, un pensamiento conservador. Cuesta a las experiencias populares o populistas poder pensarse fuera de los muros del pasado como si tuvieran una vigencia eterna. Hay un cambio de época, eso es indudable, lo que obliga a repensar lo transitado para volver renovado. Puede ser desgarrador pensar que lo que pasó no volverá a pasar, pero es así, no volverá a pasar en forma idéntica, si en sus parecidos de la espiral ascendente de la historia.
Procesos hay muchos y diversos, pero nos concentramos en aquellos que pueden afectar o intervenir más directamente en nuestro camino. Hay procesos mundiales que marcan las coordenadas de nuestra identidad y condicionan nuestro posicionamiento como Nación. La globalización apuntó también a homogeneizar el planeta, a darle una interdependencia irreversible, a pesar del retorno parcial de los nacionalismos.
La primera observación sobre el mundo surge sobre la distribución del poder mundial, la existencia de la desigualdad, con naciones ricas y poderosas y naciones pobres y subordinadas. Pero se observa también la matriz productiva que reproduce la desigualdad y cómo ésta atraviesa la economía, la política y la cultura. Su formato ideológico se identifica con el liberalismo o el neoliberalismo, que muchas veces se lo encapsula solamente como una agenda económica invisibilizando el dominio cultural sistémico.
Hay una hegemonía planetaria que tiene sus ejes centrales en la producción de bienes y servicios; en el mercado y la propiedad privada, o sea es el capitalismo en cualquiera de sus formas. Está el régimen democrático liberal que se fundamenta en la representación popular. Y, otro eje es el cultural que enfatiza el individualismo en los estilos de vida y en la educación. El sistema con desigualdad interna se cierra sobre su propia naturalización, como observó agudamente Antonio Gramsci sobre lo que hoy llamamos producción de subjetividad. Este sistema vigente, a pesar de sus distorsiones, tiene algunas características que lo diferencian de anteriores; es abierto y agregativo, es decir que permite y posibilita la evolución cultural, la pluralidad de ideas, la neutralización y la cooptación de quienes se ubican en las fronteras; para los fronterizos está la CIA o su conversión en mercancía.
Esa flexibilidad que lo diferencia de otras etapas de la historia, posibilita que lo que llamamos ortodoxia liberal esté en decadencia frente a la vigencia del Estado y una heterodoxia económica y apertura cultural, que privilegia los intereses. Este no es el liberalismo originario, pero mantiene la simiente moral del éxito personal por encima de lo comunitario.
Todo cambio o transformación es posible agregarlo, pero siempre que no afecte el núcleo de la acumulación económica. Al ser un sistema abierto permite un camino evolutivo con fundamento ético/social vinculado a la ampliación de la libertad individual, a los cambios en la vida de las familias y las personas. La lucha por el feminismo, la despenalización del aborto y las minorías sexuales, encuentran resistencias conservadoras o adherentes dentro del mismo patrón cultural. La lucha contra el patriarcado no es en sí misma antisistémica (aunque algunos de sus activos lo son) sino que está en la corriente evolutiva que es retenida o acelerada según el posicionamiento de las fuerzas sociales en relación al cambio. Cuando fuimos vanguardia mundial en la legalización del matrimonio igualitario (julio 2010) fue dentro de un proceso de actualización de la sociedad burguesa. Rápidamente otros países de prosapia liberal siguieron el mismo camino. Esto no evita la existencia de contradicciones intrasistema; ni la aparición de conflictos comerciales o de rebeliones populares, o fracciones dominantes que disputan la vanguardia tecnológica o las anomalías del subsistema político en que la democracia liberal no cumple sus promesas. Pero, creer que la lucha por la legalización del aborto es una gesta antiliberal o antineoliberal, es un error fácilmente demostrable.
La existencia y vigencia del peronismo indica puntos de tensión con el régimen político de origen liberal, pero eso no indica que el peronismo no haga uso de ellos e inclusive haya evolucionado en su consideración. Hubo poco tiempo para que tengamos más acontecimientos del último Perón, pero hubo gestos de desplazamiento hacia una posición no beligerante respecto al sistema político. Queda la impresión de que una vez más, el líder leía correctamente el cambio internacional, o sea, la evolución de la guerra fría.
Hoy, EEUU camina en forma decidida hacia la unipolaridad; y ni China, ni Rusia alcanzan, todavía, a ponerse a la par, y el dominio cultural sigue estando protagonizado por los valores occidentales y cristianos. El Papa Francisco interpela al sistema, a veces con expresiones brillantes como “Laudato si” (2015) pero posee los límites pragmáticos que tiene el titular del Vaticano. Más allá de las diferentes prospectivas que existen sobre el futuro del capitalismo o de los EEUU, inclusive el tratamiento como entidades diferentes. Existe la duda que la ley decreciente de la tasa de ganancia o de la tasa de interés no asegurarían per se, el final del sistema, sino la reorganización de la globalización y la elevación de la lucha por el beneficio. Hoy está claro que Trump es un eficaz instrumento de la restructuración sistémica, ratificando la unipolaridad y la extorsión y amenazas como líder planetario. Esta titularidad norteamericana convierte a la dependencia en una incapacidad más evidente.
A estos procesos hay que agregar la extraordinaria evolución de la tecnología (cuarta revolución industrial) y la disputa por su margen de autonomía respecto al sistema económico tradicional de los mercados. La vanguardia del proceso económico y cultural es tecnológica y esto desplaza el poder económico hacia otras fuentes. Pero no hay duda que la era digital sella el individualismo. A los relatos sobre la mortalidad del sistema hay que mencionar el desequilibrio ecológico, el cambio climático y la aparición de cisnes negros como virus imprevisibles. Los señalamos, pero no creemos que puedan asegurar el final de la época.
Desde lo nacional es importante ver cómo se posiciona nuestro país, en función de sus intereses, respecto a la situación regional e internacional, frente a un escenario de liquidez ideológica que pondera aún más los intereses. No vale el posicionamiento casi exclusivamente ideológico, no pudiendo caracterizar un objetivo estratégico, sino que habrá que sublimarlo como un conflicto permanente. Es oportuno preguntarse por el destino de ciertos proyectos que tienden a reconvertir infructuosamente el proceso. Crudamente conviene preguntarse por el destino de esas experiencias y observar a dónde van; veremos que algunas de ellas no van a ninguna parte y terminan aumentando los problemas de los más humildes.
Es importante desistir de todo determinismo que implique que los factores de poder mundial establecen el discurso subordinado, en forma literal, como si el mundo tuviera un automatismo que lo constituye. Hay un contexto cultural propio de una época civilizatoria, o de una época de dominación que continúa a otras en la historia de la humanidad. Es decir, que las naciones y las personas pueden pensar y actuar en un rango de libertad, pero el libre albedrío es una ilusión de los subordinados. Hay margen o rango de maniobra para las naciones y para las políticas locales, pero no creemos en la absolutización de la libertad. Es decir que las naciones, en lo local, tienen su margen de maniobra en su rango que va de izquierda democrática a derecha, pero siempre dentro de las coordenadas del sistema, con momentos de tensión entre, por ejemplo, los populismos progresistas y la fuerzas de las corporaciones internacionales, que incluyen a las grandes empresas de comunicación como actores.
La revolución China, Cubana, o la experiencia del chavismo, o la profundidad de la reforma boliviana o la revolución ciudadana de Ecuador o el propio kirchnerismo, son fenómenos locales producto de proyectos políticos que han podido desplegarse (más parcialmente o menos parcialmente) a contrapelo del contexto. Pero, si analizamos la evolución de cada una de estas experiencias veremos cómo los condicionantes sistémicos (que involucran lo social-cultural, lo político, lo económico.) actúan.
Hoy, nuestra alternativa es la democracia representativa pero es necesario mejorarla, nuestra alternativa es la República, y poner el acento en la institucionalización de los cambios, para no depender de los ciclos de las figuras de excepción. La adjetivación negativa sobre el sistema mundial o nacional con gestos denunciativos no logran más que entusiasmos con escasa incidencia estructural.
4. Proyecto
El proyecto, menos general que el proceso, indica la conformación de una intención privada o pública de realización de uno o varios objetivos, en base a los recursos disponibles. En el caso de lo público, nos estamos refiriendo a la política, que requiere de una visión, de objetivos y la metodología para alcanzarlos y afecta a los otros, e influye, bien o mal, en el bien común.
El término proyecto y peronismo han estado ligados durante toda su historia. Pero es oportuno decir que el proyecto formalizado desde la muerte de Perón, ha caído en su significación. Durante años permaneció vigente el proyecto económico del tercer gobierno peronista (1973-1976) que tenía el propósito de provocar un desarrollo del capitalismo nacional, a partir de la puesta en práctica de un programa que buscaba fomentarlo, y establecía una planificación integral de la economía y abarcaba los varios aspectos de la estructura económica. Su obra más mencionada constituye un proyecto orgánico y es “La Comunidad Organizada” que la gran mayoría de los jóvenes no conoce. Su potencia se ha perdido a lo largo del tiempo, en simultáneo con la crisis de las formalizaciones ideológicas del siglo XX. En tiempos de distopías, al texto surgido en 1949, le costaría convertirse en una agenda programática para la actualidad.
En este caso, hay dos circunstancias contingentes que pueden afectar la elaboración de un proyecto; uno tiene que ver con el futuro como posible y la otra que tiene que ver por las condiciones coyunturales en las que se diseña el proyecto. Interviene lo posible y lo deseable en su elaboración. Lo deseable, que es lo permanente en el peronismo, es la justicia social, la igualdad y la soberanía. Son los estandartes de la paz o de la guerra. Con esas aspiraciones se ganan elecciones y se mantiene vigente un peronismo que ya no tiene un proyecto como lo tenía en los 50 o en los 70.
El peronismo fue atravesado por los procesos mundiales siempre; nació así en el intersticio del Acuerdo de Yalta, luego integró el tercer mundo y más tarde, en plena expansión capitalista, se subordinó automáticamente al Consenso de Washington. Es notable cómo el peronismo no mantiene una imprecación al discurso antimenemista y esto se deba seguramente a que la unidad corporativa ha olvidado la gestión. Finalmente, hacía el 2003 desplegó una alianza en la región con algunos países como Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Nicaragua y un poco más lejos Cuba. Hoy, el retroceso es evidente y el chavismo como expresión del modelo de Socialismo del Siglo XXI ha terminado. En realidad, revisando lo actuado a nivel latinoamericano podemos decir que se ha tratado de acuerdos entre naciones progresistas diferentes entre sí, y no había ninguna intención de expansión de un modelo en particular. Hoy, ni Cuba ni Venezuela pueden ensanchar su experiencia.
En el esquema organizacional pensado por Perón, se ponderaba el movimiento que se destacó por encima del Partido Justicialista. Han quedado huellas de ese movimiento, pero como lo fue en su época de apogeo en los primeros dos gobiernos de Perón y en la Resistencia, hoy no tiene gran significación. Y el Partido asomó como una concesión a la democracia burguesa y el PJ se convirtió en un Partido más, con poca significación política en relación a su caudal electoral. Uno de los aportes fundamentales de Antonio Cafiero fue su revalorización, al liderar un movimiento como la Renovación que ponía el énfasis en la democracia y la República.
Hoy, el PJ es mucho menos de lo que podría haber sido y quedó a mitad de camino de la reconstrucción de los jirones del movimiento. Por lo tanto, el proyecto no tiene voluntad partidaria, están los valores doctrinarios, las 20 verdades, y una larga práctica sobre el poder político nacional. Por lo tanto, hubo proyectos o hay proyectos pero no inciden en el proceso, y hay proyectos que sí incomodan al poder mundial, como la experiencia de Evo Morales/García Linera en Bolivia. Y una dinámica de conflicto y negociación establece el vínculo con el país latinoamericano.
Hoy, en una situación mundial en donde no hay espacios de alianzas fuera de lo hegemónico, el peronismo se integra con posiciones que van de una fracción ligada a la tradición de la Tendencia o al progresismo de los 70, y otro sector más conservador, no antisistema. Y ha encontrado una bisectriz en el presidente Alberto Fernández, que trata de mantener equidistancias desde una posición más realista que ideológica. En realidad, la ideología está pero no obstaculiza los intereses.
¿Qué hacer en este camino tan estrecho? Esta es la pregunta digna de ser problematizada desde lo nacional y popular. Pensamos que debe primar la actitud crítica y la inteligencia estratégica que selecciona cuidadosamente lo táctico sin abandonar los objetivos. Es necesario que la República y la Democracia funcionen, y que funcionen para poner la ley al servicio del pueblo y no que repitan la desigualdad. Hay que activar en contra de las falencias de la democracia dominante en occidente: elitización y ausencia de representación como oferta de una política profesional que está desprestigiada. La crisis de representación genera la idea de que la política es excedentaria, y mucho más si ésta es tomada por la acción popular. En los partidos y movimientos populares deberían desestimarse las prácticas que hacen que un grupito de dirigentes decidan todo.
Si se pondera el conflicto, para la dinámica política principal, es imprescindible definirlo, caracterizarlo y asegurar sus pasos tácticos. El discurso antisistema sin resolución pragmática, asegura un entusiasmo que pronto se disuelve en el aire. El liberalismo o neoliberalismo, con sus actualizaciones, es la matriz cultural dominante de la época. Pero, hay que considerar que la prioridad de los intereses impulsan lo pragmático.
El contexto epocal no es favorable ni estructural ni coyunturalmente, sobre todo con el peso demoledor de una deuda extraordinaria y con la dificultad de imponer un distanciamiento de la hegemonía mundial. Pero eso no significa que no hay nada para hacer. Está claro que lo determinante es la definición de objetivos que trasciendan la complejidad del corto plazo, que signifique una transformación productiva y una transformación política. Mayor organicidad, y mayor participación en las instituciones de la sociedad civil, son necesidades imprescindibles para poder avanzar.
Buenos Aires, 19 de febrero de 2019
*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.