Las expectativas defraudadas generan en la sociedad el mismo desencanto que respecto del neoliberalismo. Hoy es más importante que nunca contraponer la gesta popular al híper-individualismo, pero con formas y contenidos que interpreten las nuevas necesidades y demandas de una sociedad que ha cambiado profundamente.
Por Carlos Raimundi*
(para La Tecl@ Eñe)
Se puede caracterizar el presente político de la Argentina desde distintos planos.
El plano de los trastornos de personalidad del presidente y el listado inacabable de sus atropellos linda con lo incomprensible y podría situarse en el marco de lo irracional. Sus actitudes, sus reacciones y sus propios gestos lo inhabilitan para entablar relación interpersonal alguna: con él sólo se puede coincidir o ser blanco de insulto. Cuando esto proviene de un jefe de Estado, no sólo es grave desde el punto de vista político, sino que incide en el entretejido social y condiciona el clima general.
Sin embargo, detrás de todo esto hay una racionalidad y una estrategia consistente, calculada con experticia. La desmesura de las medidas adoptadas no sólo generan consecuencias económicas, sino que también sumen a la sociedad en un profundo desorden. Desorden de la organización familiar; destrucción de la previsibilidad que implica una vivienda, un mantel tendido, una escuela, un medicamento, una rutina laboral; se desmiembra el tejido productivo, se debilita el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Se degrada el propio lenguaje.
En definitiva, se elimina todo lo solidario, lo comunitario, lo asociativo, con la finalidad de desterrar todo vestigio de sujeto social y político. Todo en consonancia con el híper individualismo que modelan las plataformas digitales y las mal llamadas redes sociales, un tipo de sociedad en la que sólo merece vivir quien se haya sobrepuesto a los desafíos del libre mercado.
La Argentina no tiene un gobierno, sino que está sometida a un plan de negocios. Las medidas de política doméstica y los lineamientos de la política exterior se aparean como el nado sincronizado. El discurso de Milei en Davos, más allá de sus gravísimos errores históricos y de sus disparates conceptuales -como señalar a los monopolios como los grandes benefactores de la humanidad- es orientador sobre cuál es su estrategia de inserción internacional. Y la integración de su gabinete económico con altos representantes del sector privado, preanuncia, una vez más, a cuáles intereses sirven ellos durante su paso por el Estado.
Ambos planos, el de la política exterior y la doméstica, confluyen en la entrega de nuestras reservas, nuestras empresas y nuestros recursos naturales a los monopolios privados tanto internos como externos, pero ambos tras-nacionalizados.
A Milei no le afecta la incoherencia de abrazarse con Donald Trump en una cumbre de las ultra-derechas y luego rogarle a Biden que lo ayude con el FMI. Porque más allá de la competencia electoral que mantienen en los EE.UU, ambos ceden a la potencia del capital financiero globalizado.
La economía de ese país, así como la del eje nor-atlántico que incluye a la Unión Europea, están exhaustas por los malos resultados de la guerra en Ucrania, a lo que se suma la reciente agudización de la situación de Medio Oriente. El mundo capitalista no goza de las mismas condiciones de liquidez monetaria de los años 90, las que permitieron financiar el ajuste del menemismo, sostenerlo en el tiempo y demorar su caída. No hay tal financiamiento para Milei.
¿Cómo llegamos a esto?
Los siguientes señalamientos están realizados desde la más absoluta buena fe, con el objetivo de que reflexionemos seria, pacífica y profundamente sobre lo acontecido en los últimos años, para no cometer los mismos desaciertos, y analicemos el momento histórico y los cambios ocurridos, para intervenir en ellos con el menor margen de error posible. Comprender, para tomar las decisiones más apropiadas.
Formular una autocrítica no es sinónimo de debilidad. El reconocimiento de un error humaniza a la política, le otorga un tono de sinceridad, necesario para empatizar con las personas que no piensan como nosotros y a las cuales debemos persuadir de nuestras ideas y de nuestros valores.
Hablo en primera persona. Porque, como tantos miles de militantes, estuve presente, bajo la lluvia, aquel 13 de abril de 2016 a las 7.30, en la primera presentación de Cristina en Comodoro Py. A partir de allí se inició un proceso de organización, movilización, esclarecimiento, resistencia y construcción de una alternativa, a la cual Cristina nominó inicialmente como Frente Patriótico y luego fue la unidad ciudadana. Un gran frente orientado a defender los derechos que se habían ganado durante los gobiernos kirchneristas, en una suerte de continuidad de su discurso del 9 de diciembre de 2015, cuando expresó que no venían por ella sino por nuestros derechos. Al cabo de ese proceso recuperamos el gobierno en 2019, por eso no me considero ajeno a él, porque fui partícipe de toda la lucha que nos demandó conseguirlo.
Y cuando hablo de empatizar con quienes no piensan como nosotros, no me refiero a quienes representan definitivamente los intereses antagónicos a los de las mayorías populares. Me refiero, más bien, a todas aquellas personas sin una posición política definitiva ni una orientación permanente de su voto, sino que oscilan según el panorama que observan al momento de decidir. Porque, objetivamente, pertenecen a nuestro campo de representación, aunque circunstancialmente hayan votado a otro espacio político.
Hay personas –votantes- que por momentos toman decisiones que nos parecen incomprensibles a primera vista, incluso injustificables. Personas del común que no han tenido la oportunidad de estar suficientemente informadas o politizadas, que no han ejercitado el pensamiento crítico, y por lo tanto son más permeables a la información hegemónica que a las explicaciones más complejas o a la comprensión profunda de la realidad. Y sin embargo deben ser representadas por nosotros.
Los atributos de persuasión subliminal de los aparatos ideológicos del poder real, las enormes máquinas-herramienta con las que cuenta el poder, son los suficientemente potentes como para lograr que muchas personas adhieran a su discurso, si no tienen los correspondientes elementos de análisis.
Además, está de por medio una cuestión matemática: si en algún momento fuimos mayoría y dejamos de serlo, quiere decir que hay una cantidad de personas que votaron otro espacio pero deberían ser nuestros votantes. Por lo tanto, debemos reconquistar su adhesión.
Es imprescindible indagar sobre las causas que llevaron a una mayoría a inclinarse por un candidato cuyas actitudes lindan con lo demencial.
Un enorme porcentaje de votantes del actual oficialismo no comparte que haya que desmantelar la educación pública y la investigación, ni el monto abusivo de las tarifas ni la inclusión de la Argentina en una guerra de terceros países. Entonces, ¿por qué?
¡Qué mal habremos hecho las cosas como para que una mayoría prefiriera al actual presidente! ¡Cómo habrá sido de mala la sensación que dejamos! Sensación de desorden, de impotencia, de falta de autoridad.
Un objetivo central de la política de masas es conducir el Estado. La resistencia puede ser un camino, pero las verdaderas transformaciones se producen a partir de la administración del Estado.
Desde luego que administrar el Estado no equivale a tener todo el poder, eso es una obviedad. Pero sí permite contar con una gran cantidad de herramientas, tales como incidir sobre la agenda política diaria, convocar a las organizaciones sociales, sindicales y empresarias, orientar el sentido de la comunicación pública, establecer reglas para el funcionamiento de la economía, evitar los abusos del poder fáctico, propender a la administración soberana de los recursos estratégicos, instar a la movilización social en defensa de determinados intereses. Herramientas a las cuales no se puede renunciar, porque eso implica no ejercer la autoridad.
Cuando se conduce el Estado se puede apelar a múltiples justificativos, menos decir que, por acción u omisión, no se tiene responsabilidad sobre lo que ocurre. Además, quien conduce el Estado no puede victimizarse. Quien conduce el poder ejecutivo puede argumentar muchas cosas, pero no que no tiene responsabilidad sobre cómo votó la gente.
La tendencia general en occidente
Se escucha con frecuencia mencionar al crecimiento de las ultra-derechas como un fenómeno universal; yo prefiero, por el momento, remitirme a Europa y América.
Estas tendencias no son súbitas ni responden a una causa única. La robotización, la automatización del trabajo y la revolución tecnológica digital transformaron la organización de la producción y, por lo tanto, la forma de vida. Entre los rasgos centrales de estos nuevos modos de trabajar y de vivir encontramos una creciente propensión a la fragmentación de los sujetos sociales y políticos que conocíamos. Adonde una sola rama de la industria concentraba no sólo el centro de la actividad productiva, sino también la provisión de insumos, el trasporte, la comercialización, la indumentaria y la alimentación de sus trabajadores, hoy encontramos una multiplicidad de firmas diferentes; cada una con sus propias características. ,
Si a eso le sumamos los efectos de las nuevas plataformas y las mal llamadas redes sociales, y su predilección por los tiempos cortos, las frases de impacto, el retraimiento individual, todos rasgos agravados por la pandemia, encontramos como resultado una inevitable predisposición al malentendido, y de allí a la ansiedad, el malestar, la inquina, la enemistad y finalmente, la polarización social.
Los grandes servidores digitales se apropian de nuestros gustos, nuestras preferencias, nuestras inclinaciones, nuestros deseos. Y sus algoritmos preparan una respuesta particular para cada uno de nosotros. Así, bajo la apariencia de que somos sujetos libres, protagonistas de una comunicación más democrática, nos convertimos en meros engranajes de una maquinaria absolutamente manipulada desde el vértice, una mercancía. Se fragmenta hasta el infinito el sujeto social y colectivo, y se concentra el poder en el vértice. En esencia, todo lo contrario de una mayor democratización de la comunicación.
Con la pandemia, aunque no sólo por la pandemia, este fenómeno se aceleró e incrementó exponencialmente nuestra dependencia, y el poder y la rentabilidad de los grandes servidores. Desde su lógica, ¿por qué deberían subordinarse a las normas establecidas por la autoridad pública, en este caso el Estado?
Las lógicas de las redes y del mercado están invadiendo velozmente todos los aspectos de nuestras vidas. La colecta de un “influencer” de las redes sociales afronta los gastos de una intervención quirúrgica que debería estar a cargo del sistema de salud estatal. Hoy, los grandes estudios jurídicos de los fondos de inversión, como parte del mismo sistema de poder financiero, no sólo compran los derechos para litigar en los grandes juicios internacionales, sino también de los pleitos personales de la gente común. Se aprovechan de las urgencias del ciudadano común que debe enfrentar un juicio y de la lentitud y de los laberintos del sistema judicial para comprarles, por poco dinero, su derecho a litigar. Se ganan los juicios pero no se hace justicia, y la justicia pública, emanada de la autoridad, se aleja cada vez más de las personas.
Las últimas palabras no buscan agotar el análisis del tema, sino, simplemente, explicar por qué hoy no tienen la misma fuerza que antaño conceptos como “el movimiento obrero” que protagonizó el 17 de octubre o “la clase trabajadora” o “la unidad obrero-estudiantil” que impulsó el Cordobazo.
Esto no significa que se deba renunciar a la idea de gesta popular. Todo lo contrario. Hoy es más importante que nunca contraponer la gesta popular al híper-individualismo, pero con formas y contenidos que interpreten las nuevas necesidades y demandas de una sociedad que ha cambiado profundamente.
Las protestas de honda raíz popular, y en muchos casos indígena, que tuvieron lugar en nuestra América Latina durante los últimos años, demuestran el hastío, el hartazgo moral frente a los ajustes del neo-liberalismo y la expectativa en las alternativas políticas de raigambre popular. Ahora bien, si esas alternativas políticas no les mejoran la vida, terminan por defraudar aquella expectativa, y sobre ellas cunde el mismo desencanto que respecto del neoliberalismo. Y la tendencia de la época marca el rumbo hacia las salidas individuales y no socialistas, y, por lo tanto, hacia los grupos y liderazgos políticos que las alientan.
Continuará…
La Plata, 30 de abril de 2024.
*Abogado y docente, exdiputado nacional y del Mercosur y último embajador en la OEA.
4 Comments
Excelente artículo de Carlos Raimundo. Mis felicitaciones y un saludos cordial. Mario Casalla
Excelente escrito , permite ayudar a pensar sobre la oscuridad de la situación en la cual estamos viviendo.
Muchas gracias.
Cómo siempre Carlos Raimundi ordena nuestras ideas y desarrolla nuevas situaciones.
Esperamos la próxima
Impecable análisis . Clarísimo. Necesario sobre todo, para acompañar los intentos de descifrar la compleja coyuntura social y política.