País de mierda. La prédica anti política y la salida individual – Por Estela Grassi y Analía Minteguiaga

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País de mierda. La prédica anti política y la salida individual – Por Estela Grassi y Analía Minteguiaga

Un sector del periodismo ha generado una narrativa basada en una reiteración de notas dedicadas a la emigración de argentina/os que han decidido dejar el país para probar suerte en el exterior, donde han alcanzado éxitos laborales y logrado mayor bienestar. La reiteración hace pensar, sostienen las autoras de este texto, principalmente en otra batalla por la cultura legítima, y en lo inmediato, en un artilugio más de la disputa política, en un modo de aumentar el desánimo y el descontento con las condiciones críticas que se profundizaron en tiempos de pandemia.

Por Estela Grassi* y Analía Minteguiaga**

(para La Tecl@ Eñe)

En el último tiempo se ha producido una reiteración de notas periodísticas dedicadas a la emigración de argentina/os que han decidido dejar el país para probar suerte en el exterior, donde han alcanzado éxitos laborales y logrado mayor bienestar.

El tema no es nuevo, a poco de rastrear en las páginas web de noticias y de los principales diarios se encuentra que el tópico se sostiene desde añosatrás, con mayor presencia desde 2019, cuando se profundizaba la crítica situación económica y laboral luego de las PASO. Pero entonces, todavía se alternaban más asiduamente con otras referidas a visionario/as que logran importantes éxitos comerciales o profesionales a partir de “haberse animado” a encarar diversos emprendimientos por los que facturan millones (como siempre, el ejemplo es dado por “el dueño de Mercadolibre”).

Así, la tendencia sucede al entusiasmo emprendedurista, cuando empresarios y CEOs dejaban la comodidad de sus vidas para encauzar el país hacia la realidad del mercado, para todos los que quisieran habitar un nuevo suelo de emprendedores. Entonces, el problema eran los inmigrantes que venían a nuestro país a usar hospitales y universidades gratuitas. Pero la recaída populista, como la vuelta del talibán, induce ahora al éxodo propio y al autoexilio. Dorado, como el de quienes tienen residencia en Punta del Este o Miami; o aventurado, como el de quienes cuentan su experiencia a Infobae o La Nación. O “escapan a Brasil”, en palabras de Bolsonaro, el indecoroso presidente del vecino país. Mientras, Macri declama por el mundo que “el éxodo de este último año y medio no se vio nunca en nuestra historia” olvidando, acaso, que en 2019 el Washington Post y The New York Times, publicaron un artículo de la agencia internacional AP, según el cual «la incertidumbre económica» de Argentina empujaba a los jóvenes a buscar oportunidades en Europa, porque la situación del país en ese año de su gobierno se comparaba con la hiperinflación de 1989/90 y el estallido social de 2001 (acá la reproducía el cronista.com, el 23/4/2019).

Aunque comparten el énfasis en la salida individual, nos interesa detenernos en esta última preocupación de algunos medios de prensa -al punto que se identifican periodistas que asumen esta línea narrativa cual sección fija del diario[1]– porque lejos de informar con mínima prudencia acerca del movimiento de la población local y sus condiciones, vistas en conjunto y en relación con declaraciones de políticos, comunicadores y lectores, su reiteración se presenta como una prédica.  Una prédica de lo que es una buena sociedad (un buen país, que no es éste) y un comportamiento apropiado a seguir. Como en toda exhortación moral, hay un único camino para llegar a la Meca donde hallar bienestar, seguridad, libertad y/o alcanzar algún éxito y, fundamentalmente, “tener un futuro”.

La gente se va a Europa con la valija llena de sueños y busca calidad de vida. Ahora […] Tengo toda la comodidad, una gran calidad de vida…

El cambio en la calidad de vida es abismal: todo funciona bien, todo se cumple, hay Justicia, hay Salud… Vivís bien, el sueldo te alcanza, los precios son siempre los mismos… Acá, tu trabajo vale.

Las notas no hacen referencia a las condiciones de vida que den sentido a las decisiones, elecciones, deseos y búsquedas de las personas ni a los recursos materiales y culturales dispuestos, que hacen posible y relativamente razonable la decisión de probar suerte en otro país o irse por un tiempo tras algún objetivo provechoso, como estudiar, por ejemplo.  

También dejan fuera las condiciones de posición en el sistema mundial y de desarrollo de los países de alojamiento, para enfatizar rasgos “culturales” (o de comportamiento social) que atraen del nuevo lugar y se contrastan con los locales, que conducen (casi) a una huida del país.

… vive a 30 cuadras del Mar Mediterráneo y, entre las ventajas de vivir en ese país (se refiere a Israel), destaca la seguridad … “Vos podés ir a un bar y dejar el celular arriba de la mesa sin que te lo arrebaten. … También es cierto que podés estar en un bar y que empiecen a sonar las sirenas y te tengas que proteger en un refugio, pero no existe el estado de tensión constante que hay en la Argentina”

En general, muestran gente contenta de haberse ido (la joven se arrepiente de no haberse ido antes…) y lugares bellos. Aunque las hay también de jóvenes desencantados, “sobrescolarizados… generación de deseantes sin deseos…”, se dice, que aún no han partido.

Tienen en común una crítica negativa de la política en tanto práctica social de construcción de la sociedad (cómo y con quienes), y de la política cotidiana, de puro interés de “políticos” inescrupulosos. Esos que Milei, un libertario violento y anti Estado pero jamás antisistema, nombra como una casta parasitaria e inútil a la que se propone echar a las patadas, mientras se autoproclama «yo soy el rey, yo soy el león», parafraseando la canción de La Renga.

Instigación al desinterés y al desentendimiento por la vida en común; desestímulo anunciado, que se enuncia (y divulga) como probable “baja participación electoral” o voto a la derecha libertaria y fascista, como si nada tuvieran que ver los modos de hacer política.

¿Por qué irse?

¿Qué me hartó de la Argentina? La política… el político… Ver lo mal que hacen las cosas y pensar que, más adelante, todo se va a poner aún peor. (…) Me harté de saber que nada va a cambiar…

Pero si esta prédica antipolítica se inscribe en la disputa política presente, más profundamente se trata de un combate cultural contra la Argentina de la que hay que huir: una sociedad desgarrada, amenazada y cuya continuidad peligra, como la de sus miembros meritorios. Y peligra tanto que hasta emergió un movimiento separatista que merece una entrada en Wikipedia: Independentismo mendocino o Mendoexit.  

Entonces, el combate es por el sujeto y por la sociedad deseada; por los alcances de la integración social (con quienes y cómo). Por una sociedad con más oportunidades, pero nunca iguales, en el extremo ideal del ultra liberalismo redivivo[2].

Las prioridades están distorsionadas […] no entiendo en qué prioridad del Gobierno están los derechos del ciudadano común, el que no delinque. […] hay un maltrato hacia los ciudadanos, que somos los que pagamos los impuestos.

Además de la falta de empleo, un punto esencial en la vida de casi todos los argentinos que emigran es escapar de la inseguridad…

El registro reiterado de las experiencias narradas en las notas se inscribe en la presunción de la imposibilidad de la Argentina de garantizar la existencia de sus miembros y su propia existencia como sociedad “normal”. Esto es, previsible e integrada según unos cánones -por paradójico que parezca- excluyentes de las clases populares, sobre todo cuando no se avienen a aceptar pasivamente las condiciones de su subordinación y manifiestan activamente sus reclamos. De otro modo, sin los conflictos derivados de la desigualdad.

Por contraste con las dificultades profusamente reiteradas, las notas hacen referencia a países pujantes (Israel y Malta), país serio (Paraguay), país de gente amable (Brasil), tranquilo, respetuoso y ordenado, como Uruguay. Y siempre y sin más justificación, Europa y Estados Unidos. Lugares, países, culturas, que se presentan como la salida para quienes se animan a emprender otra vida (otro emprendimiento) ante el panorama de desestructuración, irracionalidad e imprevisibilidad local. Eso es lo que anuncian los titulares:

Emigró a los Estados Unidos, y hoy es millonario: “En la Argentina subsistía, acá progresó”

A los 50 años emigró a España y en una semana consiguió trabajo: “Cada día que pasa pienso lo bien que hice en irme”

Emigró a Malta y a los 15 días consiguió trabajo: “Acá vivís bien, el sueldo alcanza y te olvidás de la inseguridad”.

El pujante país que eligen cada vez más argentinos para emigrar (se refiere a Israel).

Caso paradigmático: es argentino, se fue a Paraguay buscando “un país serio” y se hizo millonario.

Las razones que esgrimen las personas que se han ido son sus justificaciones e interpretaciones corrientes de problemas sociales, políticos y económicos, por los que se sienten o vieron afectados: falta de trabajo, ingresos insuficientes o insatisfactorios, inseguridad laboral y la inseguridad o miedo de sufrir una agresión, un robo, un asalto. Pero no son sus decisiones el objeto de estas reflexiones, sino la reiteración y esta disposición de las justificaciones y argumentos, en el entramado de la disputa político-ideológica.

Composición gráfica realizada por Infobae para ilustrar una de sus notas sobre emigrantes.

¿Condiciones personales o capital incorporado?

De los relatos aludidos en la prédica migratoria se desprenden también otras cuestiones que quedan subsumidas en la narrativa de los países normales versus el anómalo que expulsa. Nos referimos a la disposición de ciertas condiciones que las y los emigrada/os portan como valores socialmente producidos (capitales, en los ya clásicos términos de Bourdieu), como el nivel de educación alcanzado (la carrera y el tipo de carrera), el manejo de un idioma extranjero, principalmente el inglés, porque es el lenguaje de la comunicación intercultural especialmente en el mercado laboral globalizado y, en muchos casos, la doble nacionalidad que facilita la radicación. La europea ofrece más chances de éxito porque permite elegir varios destinos que estén dentro de su espacio comunitario.

Ella es licenciada en comunicación, mientras que él es ingeniero electrónico. A pesar de que ambos tenían trabajo en Argentina, comenzaron a buscar otros rumbos laborales en internet. […} las vueltas de la vida los llevaron a la encantadora ciudad de Budapest […], donde hoy viven, trabajan y son felices. […} Ambos tienen la ciudadanía italiana y, vía internet, consiguieron trabajo antes de emigrar…

Si la formación universitaria (para los que son profesionales) es un capital incorporado a la hora de conseguir empleo en el exterior, no se hallan referencias explícitas al sistema educativo que permitió el ingreso irrestricto y gratuito a la universidad. Y si el “check list” del “manual migratorio” pareciera mostrar que la ciudadanía argentina nunca es suficiente, el prestigio de la universidad es una carta de presentación, principalmente en el caso de la UBA, que se mantiene en los primeros lugares de un ranking de Universidades, según destacan los mismos diarios. No obstante, se impone la crítica a la no presencialidad en el período de la pandemia por las políticas sanitarias dispuestas por el gobierno nacional, contraponiéndose a ese reconocimiento, pues se aleja a la juventud de cualquier sueño de progreso.

Así, el ingeniero recibido en la Universidad pública dice que “Es terrible que no haya educación, aún más en el caso de los chicos con menos recursos […]. Eso va a hacer que el país termine en una decadencia impensable. La educación es una herramienta de subsistencia, pero el Estado no te la da y no le importa”. Y aunque La Universidad de Buenos Aires (UBA) se ubica como la mejor universidad iberoamericana […} Y los extranjeros de países limítrofes […] eligen emigrar a la Argentina para acceder a una educación de prestigio… lo que resulta objeto de destaque es que la estudiante brasilera ve peligrar su futuro porque no puede retornar a las clases por las restricciones impuestas por el gobierno nacional.

Ahora bien, si una de las razones que da fundamentos a los deseos o decisión de algunas personas de emigrar es la disconformidad con el empleo y/o desarrollo de la profesión, en el país de destino no siempre se trabaja en el campo de aquello que se estudió. Sin embargo, otros logros son posibles para destacar en titulares, como el caso de la aspirante a piloto comercial promovida a mejor niñera de los EEUU.

Como en cualquier proceso migratorio, también las y los argentinos se insertan en ocupaciones desprotegidas o muy alejadas de su formación, cuando llegan al país o zona elegida como destino, sin conexiones o contactos laborales establecidos. Lo que se resalta, en estos casos, es que la decisión de hacer “cualquier cosa” que no se estaría dispuesto a hacer en el propio lugar, es el monto de los ingresos que pueden obtenerse, al margen de las condiciones laborales: acá (en EEUU) conseguís trabajo rápido, ganás muy buenas propinas, no pagás ningún impuesto… dice un joven dispuesto a enseñar yoga en la playa, hacer masajes a turistas o changar muebles en una mudanza. O aquel que lleva título, pero recorre Europa cantando rock argentino en las calles, por lo que dice lograr hasta 100 euros por día a la gorra; o el abogado que decidió en plena pandemia irse a trabajar de repartidor (delivery) y ahorró 15.000 euros en un año, fundamentalmente gracias a las propinas. Son ocupaciones precarias y de subsistencia que las notas presentan, sino como éxitos, sí como oportunidades en países que ofrecerían condiciones que contrastan con las de Argentina, que niega oportunidades y obliga al exilio. 

¿Cuál es la cuestión?

¿Puede influir en algo esta prédica en las decisiones de las personas que están en condiciones de migrar, sea con la expectativa de radicarse definitivamente o por algún período? No puede saberse con la información disponible. Pero su reiteración hace pensar, principalmente, en otra batalla por la cultura legítima. Y en lo inmediato, en un artilugio más de la disputa política, en un modo de aumentar el desánimo y el descontento con las condiciones críticas que se profundizaron en tiempos de pandemia, cuyas consecuencias son, así, atribuidas “únicamente” al país del irredento populismo. Un término que, a su vez, se incorpora a las intervenciones y discursos de política/os y comunicadora/es de manera vaga, pero descalificante y, sobre todo, amenazante. Así, “el populismo es más peligroso que el coronavirus” (Pag12, 4-3-2020) y es un azote para el país, en palabras del ex presidente Macri. (https://www.infobae.com/politica/2021/05/05/).

Por lo tanto, más allá de la fidelidad o no de los testimonios o de la real coincidencia de los entrevistada/os con la edición de las notas, el objeto de la reflexión (y de lo que debiera ser un análisis político-cultural), es el universo ideológico en el que abreva y al que contribuye la estrategia periodística. Un universo (un sistema de ideas, una representación del mundo, un conjunto de prácticas) que tiene al individuo solo (cual Robinson Crusoe) como sujeto de la historia, y al país como un lugar invivible que lo cercena y que expulsa a quienes trabajan, se forman y producen. Una representación del mundo que tiene a los privilegios y recursos de los que disponen las personas como sólo méritos individuales, y a la lucha por una vida mejor como desmérito y abuso. Un punto de vista (el de los privilegios y las distinciones), que derrama hacia abajo: mientras la candidata María Eugenia Vidal marca la diferencia que autoriza la marihuana en Palermo, pero no en la villa de emergencia o en el barrio popular. Esmeralda Mitre hace lo propio con ella, venida de Morón a vivir en La Isla de Recoleta. ¡Mirá que hay que vivir en Morón!, le dijo Esmeralda a Bercovich, pero se corrigió enseguida. No hizo lo propio Vidal, que no filtra las distinciones a pesar de su experiencia política.

Es un contexto de justificaciones muy poderoso el de la prédica al exilio, como el reverdecer del ultraliberalismo que convoca a jóvenes desencantados. Un contexto de justificaciones que merece ser analizado antes que creído como la manifestación o consecuencia de hechos duros. La pregunta que debe formularse es si el desencanto y las posturas antipolíticas, los extremos libertarios o el simple descreimiento en los políticos porque son todos iguales, son consecuencia obvia de sus comportamientos o de los hechos sociales o económicos que los preceden. Dicho de otro modo, ¿antecede una realidad pura y dura a lo que se enuncia y anuncia el conjunto variado de discursos y opiniones que se hacen audibles, respecto de la cual el descreimiento, la antipolítica, el individualismo, etc., son respuestas? ¿O la propia formulación de los problemas y las respuestas, son un modo de construir una realidad invivible? Lo enunciado, ¿es simplemente un diagnóstico o es parte del enigma social-político-cultural que es la sociedad argentina contemporánea?  Antes de creer que irse y despreciar a la política y a los políticos son respuestas, la pregunta es cómo esas respuestas (y no otras) se hicieron / hacen posibles. Esa es la cuestión.

Referencias:

[1] En Infobae ver: “Argentinos en el mundo” https://www.infobae.com/tag/argentinos-en-el-mundo/

[2] Ver entrevista a Alberto Benegas Linch, presidente de la Fundación Libertad y Progreso, en El Berlinés, suplemento dominical del diario La Nación, 29 de agosto 2021.

Buenos Aires, 12 de septiembre de 2021.

*Antropóloga; **Politóloga.

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