Ricardo Aronskind propone en esta nota un criterio para ordenar la enorme variedad de ideas y propuestas que están surgiendo como alternativa y reemplazo del actual proyecto de destrucción social y nacional.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
No hace falta que estalle la economía, ni que el dólar se vaya a la estratósfera, o que quiebre medio país, para decir que este gobierno, y sobre todo este proyecto neocolonial, es una desgracia para la mayoría de la población y que este experimento debe terminarse para dar paso a una etapa nueva de recuperación nacional.
Diversas noticias de las últimas semanas indican un agravamiento del cuadro en el que el mileísmo se desenvolvió hasta ahora: avances sólidos de la investigación internacional por la estafa “Libra”, derrotas parlamentarias llamativas, creciente tensión financiera y cambiaria, deterioro de la actividad económica, desgaste de la figura presidencial, reagrupamiento del “centro” para preparar una alternativa, pedidos formulados desde el capital norteamericano de construcción de “consensos”, que este gobierno no puede satisfacer, etc.
En diversos ámbitos se están trabajando ideas y planes en función de dar respuestas en el mediano plazo (es decir, con vistas a las elecciones presidenciales de 2027) y también en la eventualidad de un descalabro anticipado del gobierno (antes o después de las elecciones de este año). Los ámbitos son los más diversos, desde la derecha cuya discrepancia central con Milei son los “modales”, hasta los sectores de centro (en la línea “Milei pero con Garrahan”), y también en diversos y heterogéneos espacios autodefinidos del campo nacional y popular.
Por supuesto que la carencia de una conducción que construya poder político hace que no quede claro con qué capacidades se podrá contar para implementar las medidas, y cuál será el marco institucional y de alianzas en las que se apoyará tal propuesta.
Ideas hay muchas y muy buenas, hay mucha gente que tiene conocimientos rigurosos de los más diversos temas y que tiene excelentes ideas para implementar rápidamente. El vuelco positivo del país se podría notar en relativamente poco tiempo.
Lo que aquí queremos proponer es un criterio para ordenar la enorme variedad de ideas y propuestas que están surgiendo para reemplazar el actual proyecto de destrucción nacional y social.
¿Cuál debe ser la pregunta ordenadora?
Los economistas de la derecha no mileísta no tienen demasiado problema con el ajuste antipopular que realiza el gobierno, pero están preocupados por el nivel irreal del tipo de cambio, entre otras cosas porque no le permite al gobierno acumular reservas. Esas reservas, piensan, son fundamentales para poder afrontar los próximos pagos de deuda, lo que permitirá que baje el costo del crédito internacional a la Argentina (el “riesgo país”) y así poder obtener nuevo crédito para ir pagando el enorme monto de deuda -con los acreedores privados y con el FMI- que vencerá en los próximos años. Pagar deuda con deuda durante décadas, desperdiciando el esfuerzo nacional en el pago de intereses eternos.
Todo el razonamiento de estos economistas está básicamente construido sobre cómo hacer para pagar la deuda externa y no entrar en default. Todo lo que proponen, en consecuencia, son medidas para conseguir la mayor cantidad posible de dólares como sea, en el corto plazo, y conseguir “confianza internacional” (o sea, del gran capital), vendiendo todo lo que se tenga para conseguir divisas, comprimiendo el mercado interno al máximo –cosa que está haciendo Milei y que se intensificaría con una fuerte devaluación-. Coinciden con Milei en que no importa qué capitales vengan con tal de que vengan, y que lo que pasa en el país y con la gente es una variable menor, subordinada a sus grandes “equilibrios macroeconómicos” calibrados para pagar incansablemente deuda y rematar, incansablemente también, los bienes naturales del país.
Así como la derecha tiene estos claros “principios” ordenadores, que le permiten construir una jerarquía de medida relevantes, y una secuencia a lo largo del tiempo, es muy importante que el desperdigado espacio nacional y popular encuentre su propio principio económico-social ordenador.
Para la derecha, la pregunta fundante es: “¿Qué quiere el mundo de nosotros?”.
Para Milei el “mundo” es sólo Estados Unidos. Para la derecha no mileísta, el “mundo” es Estados Unidos y Europa, hoy convertida en vasalla de los norteamericanos.
Y lo que “quieren de nosotros” en los centros de poder es que les paguemos eternamente intereses enormes por las deudas contraídas o inventadas por los gobiernos neoliberales, que no les hagamos competencia produciendo bienes sofisticados, que les vendamos lo más barato posible tanto nuestras grandes empresas como las riquezas petroleras, mineras, agrícolas e ictícolas. Y están dispuestos a darnos más créditos para que les compremos más a sus productores -que están en serios problemas con la competencia que llega desde Asia- a costa de los nuestros.
Para el espacio nacional y popular la pregunta fundante no puede ser nunca “¿Qué necesita el mundo de nosotros?” sino qué necesitamos nosotros.
¿Qué queremos ser nosotros? ¿Qué país queremos tener? ¿Cómo queremos vivir? ¿Qué tipo de sociedad nos parece mejor? ¿A dónde queremos llegar?
Sí. Hace rato que no se discute esto en forma masiva y generalizada. Un pesado manto de pobreza intelectual se ha abatido sobre el campo popular. Cada experiencia parece hundirlo más en su capacidad de imaginar y de proponer.
Algunos han decidido ceder a Cristina Fernández su capacidad de razonar y le han encargado que resuelva todos los complejos problemas políticos, económicos, sociales, comunicacionales y culturales. Esa forma de hacer (o de no hacer) política parece estar agotada.
Hay que desatar la imaginación popular y hay que poner a trabajar a los especialistas en la resolución concreta de los problemas principales de acuerdo a lo que la mayoría necesita.
Ordenar y jerarquizar las ideas
Así como para la derecha las propuestas surgen casi naturalmente, luego de definir que las políticas públicas argentinas están para servir al capital concentrado, al capital financiero y al capital multinacional, así debería ser relativamente sencillo ordenar las secuencias y las prioridades de una propuesta de política-económica popular.
El punto de partida no pueden ser nunca las necesidades del capital, máxime en una etapa de la economía mundial en que lo que se propone es que gane un tipo de capital que ni siquiera genera empleo, que se niega a pagar impuestos, que no genera ni promueve cadenas de valor locales, o que no ayuda a que el país solucione sus problemas externos sin sacrificar a su población.
Tienen que ser las necesidades de nuestra población el principio ordenador fundamental de cualquier propuesta política popular.
Necesidades que este gobierno de la ultra derecha neoliberal ha puesto de manifiesto con claridad: Alimentación de calidad, acceso pleno a la salud, vivienda para todos, educación en serio, servicios públicos accesibles, empleos no precarios, protección social. Pero también derecho al ocio y a la sociabilidad, hoy también denegados por un proyecto hostil al país y a los seres humanos.
Sería relativamente fácil partir de la canasta de consumo popular –o de diversas canastas de consumo según sector social- para ver en qué cosas se puede avanzar rápidamente en restituir la posibilidad de acceso a los bienes necesarios para una vida digna. Ese sería un primer gran paso hacia la construcción de un país integrado, mejor distribuido poblacionalmente, enriquecido en su diversidad.
Allí donde aparezcan cuellos de botella determinados por falta de producción, o por poderes monopólicos que ganan con las carencias colectivas, la acción pública deberá ser rápida y eficaz, para avanzar en soluciones que den alivio y restituyan la seguridad en la vida cotidiana de la población.
Las variables políticas a las que nos han acostumbrado las corporaciones concentradas, como “la confianza de los mercados”, deben pasar a un plano inferior en las consideraciones públicas. De todas formas los famosos mercados, que tanto desconfían de los gobiernos populares, hace rato que no invierten en nada productivo en nuestro país, como ya lo demostró el experimento Macri y el experimento Milei, cuando son ellos los que están en el gobierno.
Sólo cuando el Estado se asume como locomotora del desarrollo, los privados descubren que hay movimiento, hay actividad y hay negocios que se pueden hacer. Esa es nuestra experiencia histórica, y es también la lección que dejan los modelos de los países donde vienen pasando muchas cosas en términos de desarrollo y calidad de vida, especialmente en Asia.
Levantar el nivel de vida del 60% de la población no debería ser un problema complejísimo para un país como la Argentina, no por su dotación de recursos naturales, como se suele repetir, sino por las capacidades acumuladas en décadas de progreso social, productivo y científico. Por la gente que tenemos acá, con ese fundamental patrimonio humano que está aquí, disponible para una construcción vital.
Por supuesto que habrá que atender a cuestiones relevantes, estratégicas, como el funcionamiento eficaz del Estado. Debe ser un aspecto central del instrumental popular, impulsando las actividades productivas más útiles para dar soluciones concretas a la población, pero también para ir pavimentando un sendero de progreso de largo plazo.
Un Estado capaz de detectar todos los sectores y actores –que son muchos- con potencial de crecimiento, de desarrollo industrial, de creación de trabajo calificado, de exportación o sustitución de importaciones. Capaz de apoyarlos con inteligencia, no repartiendo plata sin saber cuál será la aplicación concreta de los fondos, sino condicionándolos a objetivos sociales relevantes. No hay espacio para un Estado manirroto, pero mucho menos para un Estado neocolonial al servicio del capital extranjero. Un Estado con capacidad de mirada estratégica, construida en diálogo intenso con la comunidad, y poblado por cuadros que sepan, trabajen y estén comprometidos con un proyecto nacional.
Precisamente el largo plazo es lo que no existe en el universo neoliberal, ese que vive en el minuto a minuto del valor del dólar y de la tasa de interés. Es de ese mundo, brutalmente empobrecedor, del que debemos salir.
Hace falta a una reversión completa de los criterios de organización de las políticas públicas, entre ellas las económicas; necesitamos un cuestionamiento de fondo del sentido común “económico” instalado progresivamente desde 1976; y esperamos que ocurra una conmoción en la relación de la política con la sociedad.
Si esta propuesta elemental de reordenamiento de criterios públicos básicos nos suena “radical”, sólo es porque todos estamos impregnados por el retroceso ideológico y cultural que sufrimos en las últimas décadas. Por eso hoy está Milei.
Pero como el neoliberalismo extremista no es un hecho de la naturaleza, sino una configuración histórica de poder político, tenemos mucho para hacer para salir del pozo actual y poner en marcha una nueva Argentina, apta para estar en una Latinoamérica más independiente y en un mundo más plural.
Domingo 17 de agosto de 2025.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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