La opinión pública es la afirmación del engaño del self made man, del individuo que abomina del todos alentando una autonomía que prescinde de toda solidaridad. Como forma de agrupamiento que no requiere co-presencia física pretende imponer una guillotina sobre nuestras memorias e identificaciones mediante una considerable cuota de hostilidad.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
Aludir a la conciencia, en un sentido amplio, destaca la necesidad de construir un mayor conocimiento sobre nuestros propios pensamientos, un creciente entendimiento de nuestra vida pulsional y, también, de la realidad y de los otros. Pese a ser territorios parcialmente dejados de lado por los psicoanalistas, tiene suma importancia profundizar nuestros conocimientos sobre la conciencia y el pensar, tanto en nuestra labor clínica como social.
Freud no fue ajeno a tal propósito y quizá, por ello mismo, propuso el análisis como el camino para adquirir “aquel plus de libertad anímica en virtud del cual la actividad conciente se distingue de la inconciente”.
Una porción de esta tarea, pues, es preciso dirigirla a la comprensión de la llamada opinión pública, y no porque esta última sea un fenómeno nuevo, pero sí debe despertarse nuestra conciencia sobre ella, nuestro saber sobre su lógica y función.
Una revisión histórica nos llevaría hasta los tiempos de los oráculos griegos, pero sin ir tan atrás en la cronología, señalemos que ya a fines del Siglo XIX Gabriel Tarde reflexionó lúcidamente sobre este asunto y, en particular, sobre la influencia de los medios de comunicación (en esa época, los periódicos).
Décadas después, sabemos, Edward Bernays (sobrino de Freud) se valió de Psicología de las masas y análisis del yo para construir su propia teoría y metodología de lo que él mismo llamó “la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas”. También sostuvo que “casi todos los actos de nuestras vidas se ven dominados por un número relativamente exiguo de personas que comprende los procesos mentales y los patrones sociales de las masas”.
La hostilidad de Freud hacia su sobrino fue manifiesta y quizá por ello, conociendo el libro de este último, fue que poco después escribió en Inhibición, síntoma y angustia: “Supongamos que en un Estado cierta camarilla quisiera defenderse de una medida cuya adopción respondiera a las inclinaciones de la masa. Entonces esa minoría se apodera de la prensa y por medio de ella trabaja la soberana «opinión pública» hasta conseguir que se intercepte la decisión planeada”.
¿Cómo definir conceptualmente a la opinión pública? ¿Cómo se crea? ¿Cuáles son sus componentes? ¿Qué es lo que justifica que a determinadas afirmaciones las categoricemos como opinión pública?: a) ¿es por su objeto, es decir, porque trata de un asunto de interés común que una opinión es pública?; b) ¿es por sus fuentes, por ejemplo, porque responda a la influencia de los medios u otros factores similares?; c) ¿es por el tamaño de la muestra, a saber, que reconozca elementos comunes o similares en gran parte de la población, algo así como la media de lo que piensa la población?
La frase que cité de Freud permite pensar dos tipos de masas: aquellas en las que los sujetos se reúnen físicamente y aquellas en las que los individuos sólo se unifican por medio de su opinión. Como afirmó Bernays es a estas últimas a las que el propagandista se propone “controlar y sojuzgar con arreglo a nuestra voluntad sin que estas se dieran cuenta”.
Agreguemos que las masas que requieren de la co-presencia física son heterogéneas, reúnen una pluralidad de singularidades y recogen y reelaboran tradiciones diversas. En cambio, la opinión pública como agrupamiento no exige la co-presencia física, y se caracteriza por una actualidad permanente y por la homologación –regresión- del pensamiento.
¿Por qué la Opinión pública supone una regresión del pensamiento?
Citemos nuevamente a Freud, esta vez en Para la prehistoria de la técnica analítica. Dice: “Más oprimente que la censura de los gobiernos es la censura que la opinión pública ejerce sobre nuestra labor espiritual”. Si en la opinión pública tiene importancia su contenido, también resulta relevante la lógica con que opera el pensamiento en la reproducción de dicha opinión.
A diferencia de los movimientos populares –que combinan realidad actual con un conjunto de tradiciones- la opinión pública campea sobre la actualidad, sobre un permanente presente. En los términos freudianos del esquema del peine, se trata de una hiperestimulación del polo de la percepción en detrimento de la memoria. Esta suerte de hiperrealismo sin memoria se fija, a su vez, por la reiteración constante de un mismo mensaje, por la repetición de una afirmación, lo cual parece poner de manifiesto cierta intensidad que tiende a agotar esa función del sistema psíquico que Freud llamaba la investidura de atención.
En su texto sobre las masas, Freud dice que la opinión pública se crea por la necesidad de sujetos débiles de reforzar su acto intelectual y afectivo “por la repetición uniforme de parte de los otros”. Es decir, que ciertas ideas y ciertos afectos se consolidan en tanto y en cuanto tengan una mayor frecuencia y, a su vez, resulten parecidos a los de los otros. Podemos decirlo del siguiente modo: la opinión pública no se trata solo de cómo agrupamos expresiones semejantes entre sí, sino que aquélla se alimenta de la tendencia de ciertos sujetos a no ser, cada uno, el único que piensa de tal o cual modo.
Si la co-presencia física puede conducir a acciones que están impedidas para el sujeto singular, su equivalente en la opinión pública es que el sujeto se habilita a manifestar y defender afirmaciones cuya veracidad no tiene fundamentos concretos, tal como sucedió, por ejemplo, con el célebre “affaire Dreyfus” dado a conocer por E. Zola. Ya Gabriel Tarde afirmó: “conozco regiones francesas donde sin haber visto nunca un solo judío, eso no impidió que el antisemitismo floreciera allí, debido a la lectura de periódicos antisemitas”.
Este aislamiento en el que se configura la opinión pública nos indica, entonces, que tal ligazón por vía de lo que así se piensa es la expresión del agrupamiento del sujeto individualista. En dicho agrupamiento, pues, queda jerarquizado el lazo abstracto de quienes sólo participan como público, de quienes sólo admiten una influencia a la distancia y que, por eso mismo, pretenden desconocer que son influidos. La tentativa de desconocer la vivencia de influencia es correlativa de un contagio sin contacto.
En este sentido, la opinión pública permite conquistar un precario sentimiento de pertenencia eludiendo las angustias y fantasmas que despierta la intersubjetividad cuerpo a cuerpo.
La opinión pública es la afirmación del engaño del self made man, del sujeto que se supone autoengendrado, del individuo que abomina del todos. Es la vía por la cual el sujeto aislado se consuela en su soledad hasta el momento en que lo azota el pánico, momento en que, como señaló Freud, la falta de miramiento por el otro se vuelve fuente de una angustia insoportable.
Por último, sostendré que la opinión pública es el vehículo privilegiado para expandir la hostilidad. Suele hablarse del nivel de agresión o, como también se llama, del lenguaje de acción, que prevalece en las redes sociales o en portales periodísticos, y se lo atribuye a la impunidad que brinda el anonimato. Sin embargo, hay una razón adicional para este lenguaje de acción, a saber, la necesidad de compensar la ausencia física, esto es, la tentativa de crear una mayor intensidad como equivalente y sustituto del acercamiento físico. De hecho, no es sino en los medios o en las redes donde hoy asistimos a la ejecución pública de determinados personajes. Citemos nuevamente a Gabriel Tarde: “Inventar un gran objeto de odio para uso del público, sigue siendo uno de los medios más seguros de convertirse en uno de los reyes del periodismo”.
La distancia física conduce, entonces, a una exacerbación de la hostilidad como forma de figurar un acercamiento y, quizá esto permita entender por qué en la opinión pública cobran particular relieve las sospechas y la desconfianza.
Pese a que se ha dicho que en las masas (de presencia física) se produce una regresión del pensamiento, creo que dicha regresión es más palpable en la opinión pública. En efecto, la repetición idéntica de frases y la generalización que proponen, evidencian una significativa homogenización así como un pensar carente de fundamentos y, no menos importante, una considerable cuota de hostilidad. Se promueve por esa vía una simplificación del pensar y se alienta una disminución de la exigencia de trabajo psíquico.
A modo de síntesis
La opinión pública, entonces, como forma de agrupamiento pretende imponer una guillotina sobre nuestras memorias e identificaciones. Se alienta aquí y allá una independencia banal, una autonomía que carece de toda solidez, un individualismo que prescinde de toda solidaridad. Desde este aggiornado panóptico se ataca toda pertenencia cual si fuera el signo indudable de la mayor corrupción, se reprocha toda dependencia porque ésta, precisamente, es evidente indicio de identificaciones y memorias.
Resulta notable que, sin mediaciones, al sujeto que se referencia con un grupo se le diga que se ha quedado en el pasado. Ser miembro de, pues, es la prueba de sus dos delitos: se identifica con y tiene memoria. El acusado, entonces, es expulsado sin mora hacia el submundo de la barbarie, es enviado fuera del reino de la civilización de los autónomos. Sentirse incluido en un colectivo, agrupado en el reconocimiento de un líder es, curiosamente, sinónimo de fanatismo, pese a que aquella posición no supone homogeneidad alguna. Más aun, memoria e identificación, y agreguemos ligazones libidinales, no son antagónicas con la pluralidad.
El pensamiento crítico ha sido injuriado pues a quien piensa se le advierte no aprendas del otro porque te va a influir, porque corrés el riesgo de identificarte. Es la hegemonía de un modelo cultural que califica como buena la ausencia de dependencias o filiaciones. Dicho de otro modo, toda dependencia manifiesta será sospechada de infecciosa, fanática o corrupta.
Buenos Aires, 13 de mayo de 2018
* Doctor en Psicología. Psicoanalista. Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política de la AEAPG.
1 Comment
Excelente artículo! Los profesionales de la reflexión debemos aportar hoy más que nunca a la «refexion social» de nuestra realidad.