La Argentina mercado de Milei es puro dominio capitalista que expresa un mundo de mastines dominado por el auditorio reunido en Davos, y ante quienes Milei desgranó sus inconsistencias.
Por Estela Grassi*
(para La Tecl@ Eñe)
Entre la siempre vertiginosa circulación de informaciones varias, merecen ponerse en relación tres hechos de muy distinta envergadura, pero a la que se le puede sacar provecho para advertir mejor las consecuencias del mundo distópico que imagina Javier Milei y aplauden muchos que no sospechan que son o serán sus víctimas. Me refiero al Foro Económico Mundial de Davos; la probabilidad de que las provincias vuelvan a emitir cuasi monedas, como aquellas que circularon entre 2003 y 2004 y que rescató el entonces ministro Roberto Lavagna, en los inicios de la presidencia de Néstor Kirchner. El tercero es un hecho ajeno a estos niveles de la política, como es la culminación de los caniles para los mastines del presidente en la residencia de Olivos, que él mismo comunicó por su cuenta de X.
Mientras Milei daba su discurso en el Foro de Davos, ante la crisis financiera de la Provincia de La Rioja, el gobernador Ricardo Quintela logró que se apruebe un proyecto de creación de una moneda local, el Bocade (Bonos de Cancelación de Deudas). Aquel cúmulo de cuasi monedas de fines de los años de 1990 y principios de los 2000 emitido por gran parte de las provincias, expresaba la desarticulación y la debacle de la economía argentina y el final del modelo dolarizador que le permitió a Domingo Cavallo controlar la inflación a costa del empleo y la producción local, principalmente de las economías regionales. Las cuasi monedas eran un salvataje, ponían de manifiesto problemas graves, el quiebre del mercado nacional y la desaparición de una moneda única. A nadie se le ocurría alegrarse por su emergencia.
Lejos de ello, el actual presidente se congratuló. “Bienvenidas a la competencia”, dijo, y recordó que él había propuesto un esquema de libre competencia de monedas cuando se postulaba al cargo que ahora ocupa. Por eso advirtió que de ningún modo esas monedas serían rescatadas por el gobierno nacional.
No es para sorprenderse, porque este desentendimiento guarda total coherencia con sus postulaciones previas, que repitió, sin más sustancia, en su desopilante exposición en Davos, donde reiteró su mantra contra el Estado.
Contra el Estado y cualquier atisbo de comunidad, de reconocimiento de un territorio común y de algún sentimiento de pertenencia que se exprese por el Estado nacional. Si hay algo que entender de su discurso, cuando se refiere a la Argentina como primera potencia o retrocedida al lugar 140 que hoy ocuparía -según su versión, aunque un mes atrás dijo 130- es que reduce el país a no más que un mercado -capitalista, claro- liso y llano, no más que eso. No es la sociedad, no son los lazos y las gentes que la conforman reducidas, a su vez, a mero capital humano, como denominó al super ministerio que hasta subsumió, degradada, a la educación, ese orgullo de “la argentinidad”.
Se entiende, entonces, que no le importe (o que aliente) que cada provincia tenga su moneda propia para competir en el mercado de monedas: no hay, en su propuesta libertaria, nada de todo aquello que, a contrapelo de su versión, hizo la generación de 1880 para fundar la sociedad: escuelas (con un relato de “la Argentina”), moneda, registros, caminos, puertos. Un Estado haciendo la sociedad que no existía. Una sociedad que sería profundamente desigual, con beneficiados por la política y la generosidad de la naturaleza, apropiados de la riqueza que Milei confunde con la Argentina primera potencia, y pobres, muchos pobres, a los que convertir en fuerza de trabajo disciplinada. Sea lo que sea, ese Estado hacía la “nación argentina” para que existiera un mercado.
Pero la Argentina mercado que imagina Milei carece de sustancia ni es mercado nacional, interno o algo que se corresponda con necesidades e intereses más o menos comunes de quienes hoy conforman ese territorio conquistado y hegemonizado por la oligarquía agraria, cuando era primera potencia en su ficción. La Argentina mercado de Milei es puro dominio capitalista. No hay nada más en su mundo fantasía, al que llena de datos imposibles de corroborar, que vomita sin pudor ante un público también impudoroso de ricos más ricos del mundo. ¿Es posible que ese auditorio de Davos crea de verdad que Argentina fue alguna vez primera potencia mundial?
Si la Argentina de Milei no es un territorio común, si no existe una comunidad que lo habita, sino pura tierra mercancía (ficticia, enseña Karl Polanyi) todo puede venderse, desmembrarse, mercantilizarse. Ni moneda común, ni obra pública que conecte el territorio, ni escuela común, cada niño estudiará en su casa, según alguna idea peregrina que vino después de los boucher que entusiasmaban al financiero Ramiro Marras, el otro libertario que aprendió una única respuesta para todas las preguntas: “lo hará el mercado”. Un proyecto que mereció la única observación atinada en la nómada vida política de Patricia Bullrich: ¿a qué mercado educativo recurrirían los niñitos de la Puna?, que desacomodó al hoy presidente cuando todavía eran contrincantes. ¿Para qué serviría la obligatoriedad escolar si no se trata de socializar, de interactuar, de reconocerse? Para eso está X, que es también la voz mecánica de un presidente robot que emerge de un capitalismo primitivo traído de nuevo a la vida por los libertarios del siglo XXI.
Por último, la clonación (los perros clonados y encerrados en caniles separados, con aire acondicionado) puede interpretarse, a su vez, como la simbolización del ideal libertario del sujeto: la humanidad devenida en seres sin pensamiento, idénticos, ni siquiera rebaño, sino mastines que, sueltos, se atacan unos a otros y se impone el más fuerte, por un pedazo de tierra o por toda la tierra, por un pedazo de carne o por toda la carne. Mastines aislados y acondicionados.
Con Eliana Lijterman escribimos sendas notas: en La Tecl@ Eñe, sobre las categorías sociales que produce el discurso político dominante; y en Página/12, sobre el Estado que interviene y desguaza el Estado para dar piedra libre a un capitalismo más salvaje. Profundizando en esas reflexiones, puede advertirse que debajo de esas categorizaciones aparece en proceso la emergencia de un submundo de seres sin pensamiento ni sentimientos hacia otros humanos, vociferantes, insultadores anónimos por las redes sociales (¿”Animales sueltos”, era un anticipo?), mientras el Estado se parece más a un cancerbero que abre la jaula o amenaza con encerrar a orcos que osen reunirse en un grupo de 3 o más para reclamar juntos por una parte común. Un cancerbero que cuida a los mastines de extravagantes amenazas, como la de la célula terrorista del peluquero y el tenista que, acaso, blandían peines o raquetas, pero como no reunían el fatídico y peligroso mínimo de tres, encerró también al espía denunciante, no más que un mastín sin cerebro.
Más en serio, hace años Oscar Oszlak se ocupó de demostrar cómo el Estado nacional había constituido la sociedad argentina estableciendo límites territoriales, definiendo y documentando la pertenencia y las obligaciones (la partida de nacimiento frente a la parcialidad religiosa de la fe de bautismo; la libreta de enrolamiento para los varones que debían cumplir con el “servicio militar” y la libreta cívica para las mujeres (las que deberían luchar por décadas para ser ciudadanas plenas), las aduanas, las comunicaciones (el correo, los caminos y la red ferroviaria), la moneda única, la escuela común, entre tantas intervenciones que irían alimentando una identidad nacional que no existía sin ese esfuerzo por producir “una nación” en un territorio social y culturalmente diverso, cuya conquista fue también violenta y desmembró pueblos originarios, además de ideológica. Una identidad, un territorio, un mercado, un régimen económico sostenido en la apropiación y explotación privada de las riquezas naturales (las tierras fértiles, principalmente). Y habría mucho más para decir de la creación y existencia de la nación argentina, sus desigualdades, las luchas y disputas por la pertenencia a la “comunidad nacional” y por el sentido mismo de la identidad. Bibliotecas enormes de producción histórica dan testimonio y discuten sobre ella.
Contra esa construcción, con todos y cualquiera de sus claroscuros, arremete el libertarismo. El absoluto desconocimiento (más todavía que desinterés) por cualquier sentido de lo común o comunidad, explica la respuesta del presidente al proyecto de La Rioja por crear una moneda propia, hasta la idea de eliminar la obligatoriedad de asistencia escolar. No hay en su ideología un ápice, una sola idea, que sostenga la necesidad de hacer algo por o en común. Por eso, su política es poner a disposición “libremente” la tierra y el subsuelo, el mar y los cielos, para que se los apropien seres sin sentimiento, ni pertenencia, ni pensamientos que no sean los de reconocerse a sí mismos como mastines que puedan avanzar limpiamente, comprar, sin ley de tierras, llevarse el litio o los minerales, los peces o las rutas aéreas, todo bien acondicionado por el Estado. Es decir, establecido por una ley que la miserabilidad de una oposición amiga en el Congreso, apenas edulcora. En el otro extremo, donde van a parar los caídos del sistema, matar o morir se vuelve natural, o agarrarse de los pelos por un pedazo de tierra sucia, o por comida de un camión volcado.
Ese avance sobre una nación, un espacio, un territorio, una pertenencia común, no la inventó Milei y sus adláteres. Ese desentendimiento de lo común es parte del proyecto neoliberal que empezó con las descentralizaciones de servicios varios (en materia educativa, también con las mejores intenciones). Los ´90 menemistas fueron un caldero de producción de una sociedad que profundizó sus desigualdades, pero, más aún, allanó el camino a las distinciones sociales que la mercantilización de los servicios y espacios comunes materializaba.
Pero ahora no se trata solamente de desentendimiento, sino de absoluto desconocimiento, de la pura nada. Si el macrismo se mostraba superfluo con sus manifestaciones vecinalistas y los animalitos reemplazando figuras históricas en los billetes de pesos de circulación nacional, interpelaba todavía a una cierta socialidad de club de amigos, nada de lazos e intereses más que los naturalmente propios. Pero la radicalización de un individualismo deshumanizado, la absoluta ajenidad de algo que dé unidad a sujetos humanos, tal como se pone de manifiesto en las expresiones extremas del actual presidente, expresa un mundo de mastines, seres clonados, sin sentimientos ni pensamientos, capaces de atacarse como -ahora nos enteramos- harían sus “hijitos de cuatro patas”. Un mundo aterrador, si pensamos en el futuro de hijes y nietes.
Milei y sus barrabasadas no es la causa, sino la consecuencia de esta sociedad, y también de esos ricos riquísimos ante los que desgranó sus inconsistencias, que apenas advierten que la tierra arde también bajo sus pies y puede quemarlos, incluso a ellos, antes de que puedan instalar sus bunkers en Marte.
Referencias:
Grassi, E. y E. Lijterman (2023). Gente de bien y caídos. La Tecl@ Eñe, 12/12/2023 (https://lateclaenerevista.com/gente-de-bien-y-caidos-por-estela-grassi-y-eliana-lijterman/)
Grassi, E. y E. Lijterman (2023). Un Estado presente para refundar la vida social. Diario Pagina 12.com, 29/12/2023
Oszlak, Oscar (1997). La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional. Buenos Aires. Planeta
Polanyi, K. [1944] La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. México, FCE, 1992
Buenos Aires, 25 de enero de 2024.
*Profesora e Investigadora Consulta IIGG-FCS-UBA.
2 Comments
Excelente, como de costumbre, su artículo. Mucha claridad, y sin pelos en la lengua. Me gustó sobre todo, su análisis, sobre la aparición y sus consecuencias, de J Milei, un anarco-fascista-NEOLIBERAL, montado por las corporaciones y agigantado por el «circulo Rojo» a través de sus medios y redes, y sobre todo, la mediocridad inmensa de los presuntos dirigentes populares, quienes solo atinaron a denunciarlo, pero no a destruirlo en tiempo y forma.
Muy bueno e interesante volver a pensar lo común, la comunidad, el territorio, la nación frente a un capitalismo salvaje.