A partir de un discurso del presidente Alberto Fernández, en el que menciona la obra La Peste, del escritor Albert Camus, el poeta Julián Axat analiza los distintos usos que dicha novela ha tenido en el pasado argentino, su utilización por el campo cultural y cómo cobra vigencia ante la situación actual del la peste de coronavirus.
Por Julián Axat*
(para La Tecl@ Eñe)
Hace muy poco, el presidente Alberto Fernández refirió en un discurso a la novela La Peste, de Albert Camus (1913-1960). Lo hizo en La Pampa, ante la prensa, dijo –citando al escritor argelino-francés– que la pandemia tiene dos particularidades, la particularidad de traer muchas muertes y la particularidad de dejar al descubierto las miserias de las almas (1)
Esta es la fascinación por La Peste, libro que el coronavirus ha retornado a las vidrieras de todas las librerías del mundo, y que ha impulsado a muchos lectores a releer o a leer por primera vez. Libro que también pone al descubierto una fascinación por los significados o alegorías de la peste, aquellos que exceden las cuestiones meramente sanitarias y biológicas, y se trasladan al panorama moral o existencial. Terreno literario y filosófico en el que el escritor Albert Camus logró consagrarse, antes de fallecer en un extraño accidente de autos en 1960.
Cuando uno se adentra en las páginas de esta novela, cree estar leyendo la crónica de lo que nos está pasando. Pues muchos de sus párrafos son increíblemente similares a lo que dicen los diarios de todos los días sobre la Pandemia de coronavirus: sus tramas de personajes, las listas diarias de centenares de muertes, la sensación de soledad y angustia de estar aislado, los contagios y la propagación imparable de la enfermedad que empuja a las autoridades a imponer el cada vez más severo aislamiento.
“Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo qué existe realmente por algo que no existe”. Así, con esta cita de Daniel Defoe, comienza La Peste. Dejando perplejo de entrada al lector, pues aquello que -de pronto- tiene ante su vista, habla de algún tipo de prisión que literalmente no se trata de una prisión.
Ya Defoe había escrito Robinson Crusoe y su prisión de hombre isla (ningún hombre es una isla, diría su contemporáneo el poeta John Donn, pero se equivocaba, pues el siglo XXI parece haber venido a demostrar lo contrario). Representar una prisión de cierto género por otra diferente sería como hablar de otro tipo de encierro. La cárcel de nosotros mismos. La cárcel de la soledad y la imposibilidad de comunicarnos y sentir a los demás. He ahí el existencialismo.
Pero –por otro lado– también la cita inicial refiere al trastocamiento del sistema de la representación; pues aquello que parece una pipa, al decir de René Magritte, no es/ una pipa. Como la Peste, que /no es/ una peste; sino –en todo caso– algo mucho más denso (como el Coronavirus, que no es solo Coronavirus, sino un vacío que su signo desplaza y también engendra). Y lo que Camus describe es algo que está en su tiempo, pero que lo trasciende, para devenir –en el hecho de una ciudad y una epidemia inventada por el autor– en el rango de metáfora universal. La enfermedad existencial del hombre del siglo XX.
Cuenta el biógrafo de Camus (2) que la novela estaba siendo escrita en el momento mismo en que el escritor se encontraba instalado en la ciudad de Orán, recuperándose de la tuberculosis (su propia peste). Allí mismo se enterará de la invasión de Alemania a Francia, y de las primeras medidas que impone el gobierno de Vichy: el aislamiento y estado de excepción. Es decir, las formas que Camus estudiará a fondo para describir las cuarentenas medievales, la base de los dispositivos de demarcación poblacional de las zonas de cuarentena- control de las pestes y epidemias de tifus que azotaron a Turenne en 1941, o la gripe española de 1918 (las mimas que hoy le hacen decir a Giorgio Agamben, que el peligroso estado de excepción nos gobierna).
De allí que La Peste no sea solo el diario de una peste, sino la descripción de la base subyacente de la biopolítica ejercida por el Estado sobre las poblaciones en función del “bien” depurador (que más tarde devendrán en el lager). Y su protagonista, el Doctor Rieux, será un experimento de lo humano llevado al límite, bajo circunstancia demasiado extraordinaria, especie de héroe que sacrifica todo por los demás (un hombre afortunado, al decir de John Berger con el título de su novela que homenajea a Rieux).
Esa capacidad de sacrificio de Rieux pone de manifiesto que la grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal. No hay nada hermoso en el dolor, pero indudablemente nos abre los ojos y nos obliga a pensar. Rieux no se acostumbra a ver morir a sus pacientes. Piensa que la respiración de un moribundo es una objeción irrebatible contra la supuesta bondad de la vida. La vida es absurda, ilógica; sin embargo, la rebeldía contra la muerte tiene un sentido.
El arquetipo de Rieux es quizás muy elevado para el hombre común y corriente. Claro que funciona como una suerte de héroe moderno; héroe que, a diferencia de Mersault (otro inolvidable personaje de Camus, en la novela El Extranjero) Rieux es el hombre que se enfrenta el absurdo y estupidez humana con su abnegación y capacidad de entrega. Esa es, en definitiva, su rebeldía.
La victoria corresponde a la muerte. Para Rieux, la existencia solo es “una interminable derrota”. Se trata de una convicción respaldada por la miseria física y moral que aflige –en mayor o menor grado– a la humanidad, y que las pestes ponen en evidencia. No muy lejano a Hanna Arendt, Albert Camus pensará que el mal y la indiferencia son más abundantes que las buenas acciones. El hombre no es malo en sí, pero su conocimiento de las cosas es tan deficiente que sus actos más crueles proceden de esa ignorancia.
Aislamiento y tiempo en La Peste
“… El sufrimiento profundo que experimentaban era el de todos los prisioneros y el de todos los exiliados, el sufrimiento de vivir con un recuerdo inútil. Ese pasado mismo en el que pensaban continuamente sólo tenía el sabor de la nostalgia. Hubieran querido poder añadirle todo lo que sentían no haber hecho cuando podían hacerlo, con aquel o aquellas que esperaban, e igualmente mezclaban a todas las circunstancias relativamente dichosas de sus vidas de prisioneros la imagen del ausente, no pudiendo satisfacerse con lo que en la realidad vivían. Impacientados por el presente, enemigos del pasado y privados del porvenir, éramos semejantes a aquellos que la justicia o el odio de los hombres tienen entre rejas. Al fin, el único medio de escapar a este insoportable vagar, era hacer marchar los trenes con la imaginación y llenar las horas con las vibraciones de un timbre que, sin embargo, permanecía obstinadamente silencioso…” (3)
Respecto del aislamiento social que provoca la cuarentena, como Marcel Proust, también Camus nos hace meditar sobre el tiempo. Normalmente, no percibimos su espesor, el abanico de posibilidades que contiene cada minuto. Solo hay una forma de comprender su carga fructífera: “sentirlo en toda su lentitud”. Esa experiencia se hará asequible para todos con la peste, pero la incertidumbre y el miedo transformarán la lentitud en parálisis, estancamiento.
El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. El tiempo es la materia de la que estamos hechos. No podemos permitir que pase de balde, sin producir frutos. No es posible volver atrás. El tiempo perdido es irrecuperable (4).
Del mismo modo, que la Peste no es solo la Peste, la crónica del Coronavirus, no es solo la crónica de la pandemia del Sars Covid-19. Representar algo qué existe realmente, por algo que no existe. La peste dentro de la peste. El virus dentro del virus.
La capacidad de reflexionar lo que la peste nos deja como tiempo muerto/vivo, en la angustia de la soledad, en la alteridad, en el dolor de los demás. En –definitiva– en poder pensar en la densidad de lo humano (o post-humano). Allí aparece la novela de Albert Camus como interpelación, moraleja y espejo para mirarnos (5).
Camus en Villa Ocampo
Albert Camus fue receptado en Argentina gracias a las gestiones de Victoria Ocampo, a través de la editorial Gallimard y de su amigo en común, Roger Callois. Por eso, la novela La Peste fue publicada por primera vez por Revista Sur, recién en el año 1949, con una traducción de Rosa Chacel, justo un año después que Camus visitara nuestras pampas.
La relación de amistad entre Ocampo y Camus tuvo su inicio en Paris, seguirá con una intensa correspondencia (que continuará hasta la muerte del escritor), y tendrá su consagración cuando el escritor visite el país el 12 de agosto de 1948, tras su paso por Brasil y Uruguay.
Las dos noches que Camus pasó en Buenos Aires, lo hizo alojado en Villa Ocampo, donde fue rodeado por numerosos intelectuales cuyo signo político contrario al peronismo marcó la agenda del escritor, quien prefirió no hacer conferencias, pero si todo tipo de declaraciones a la prensa en contra del gobierno de Perón; al que –como su anfitriona- consideraba una dictadura militar que ejercía todo tipo de censuras contra los intelectuales (6)
En efecto, cuando el agregado cultural de la embajada de Francia le preguntó cuál sería el tema de su conferencia en Buenos Aires, contestó: «La libertad de expresión». Camus no sólo se negó a dar la conferencia anunciada sino que no quiso que su visita tuviera carácter oficial. Contrariamente a lo que le habían aconsejado desde la embajada, se solidarizó con Victoria Ocampo y los escritores del grupo Sur. Dirá Victoria Ocampo poco más tarde: «Camus sabía perfectamente a quién daba su adhesión y por qué; aquí como en otras partes del mundo. Y su adhesión fue siempre abierta, clara. No pactaba. Comprendía muy bien, además, que nosotros estábamos ya maduros para el simbolismo de La peste y que ‘éramos un país paralizado por una creciente plaga; una plaga que minaba nuestro organismo moral'» (7)
Para el gorilismo cultural de la época, “la peste” era el mismo peronismo. Una plaga moral incorregible de alto poder contaminante engendradora de “la chusma”. Y la visita de Camus, será una forma de utilizar la obra del gran escritor para una operación política localista, de muy baja calaña, pero con alto grado de efectismo.
Con posterioridad, en 1953 será la Revista Contorno, la que receptará la obra de Camus y Sartre, y la polémica entre ambos en Combat y Temps modernes. Los hermanos Viñas, Murena, Massota, Sebreli, Martínez Estrada, etc; todos ellos intentaron construir una historia crítica de la literatura nacional, desde la izquierda, y con una mirada más profunda sobre el fenómeno del peronismo (8). Los jóvenes de Contorno diseñaron su proyecto editorial oponiéndose a los planteos de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Uno de los primeros reproches a Sur fue su escasa preocupación por la realidad. Desde su nombre, Contorno, se ubicaron precisamente como una alternativa opuesta y abarcativa. Según sus integrantes, a partir del golpe del 55´ se atravesaba un tiempo de desorientación en el que, si bien era difícil tomar posición, estaba “prohibido guardar silencio”. El “denuncialismo” anunciado desde el primer número, como voluntad de ser la voz de los que no tenían voz, definió un nuevo rol del intelectual que tenía sus raíces en el pensamiento de Jean Paul Sartre y Albert Camus.
En este contexto, serán leídas las novelas El Extranjero y La peste (ésta última será reeditada por Sudamericana a partir de 1968 con la misma traducción de Chacel). Para muchos de los contornistas (no para todos), ya no será el peronismo la plaga o peste que azota nuestras pampas, sino en todo caso la necesidad la literatura a partir del compromiso que debían asumir los intelectuales respecto de la apremiante realidad y las injusticias en que vivían. Camus dejaba de estar en el medio de una puja localista del campo cultural con el peronismo, y se abría a otras lecturas.
Los usos de La peste en argentina, son los usos de Albert Camus. Podríamos incluso referir a la película de Luis Puenzo (9) que pasó sin pena ni gloria, y que fue muy criticada por caricaturizar a la complejidad de sus personajes (10). Pero en el capítulo sobre los usos de la Peste no puede faltar Juan José Sebreli, verdadero experto en Camus, y hoy más cercano a las ideas de Sur y de la derecha más rancia y gorila, que al pensamiento de aquellos jóvenes contornistas de izquierda, que leían en La Peste como la una enfermedad del sistema social y económico colonial.
¿Quién de nosotros, Rieux?
En realidad, este texto nació de un artículo publicado tiempo atrás, en este mismo medio, por Horacio González (11). Allí se refiere al Doctor Rieux, para reflexionar sobre la necesidad un nuevo tipo de humanismo. Volver a releer a La peste, reflexionando en toda su densidad literaria, para traerla al presente. Para pensar la complejidad de lo humano, pero también en la necesidad de la rebeldía camusiana.
Ante la disyuntiva entre la economía y la salud, aparece la figura, el arquetipo del doctor Rieux marcando un camino a la política. Una suerte de neo-humanismo crítico de sí mismo, que piensa bajo la duda de sí y la afirmación de las grandes causas que recorren los subsuelos del pasado, del presente y del futuro (dixit, González).
Hoy podemos apreciar cómo en nuestro país, los medios de comunicación y grupos de poder están reproduciendo la peste moral dentro de la peste biológica. No solo a través de la viralización de fake news, sino –en forma más sutil– inoculan el virus del odio para manipular a aquellos que baten cacerolas y repiten sloganes sin verdaderamente comprender de qué están hablando.
Da igual, son los caceroleros de la anticuarentena, los defensores de Vicentín, o los indignados por la liberación de los presos de las cárceles. En esas pestes, el poder de comunicación “piensa por vos”. “Habla por vos”. “Cacerolea por vos y con vos”. Verdaderos contagiados morales como replicantes del virus.
Solo para castigar al gobierno que ante el descalabro y la herencia dejada, intenta mantener el equilibro social/económico en medio de la cifra de contagios y el pico de muertes.
Ojala haya un Rieux que salve a América de las pestes con las que arrasarán Trump y Bolsonaro. Ojala haya un Rieux que nos salve de nuestras calamidades cotidianas, tanta decadencia moral dejada por los servicios de inteligencia que hoy salen a la luz en la Argentina. Ojala haya un Rieux ante el desparpajo y la enjundia de los sectores que vaciaron al país durante los últimos cuatro años.
En aquellos barros y en estos lodos, también la banalidad. También la peste moral ya vieja, la que actúa como déficit del pensamiento dentro de la pandemia real y biológica; y si bien azota al mundo por igual; en nuestras latitudes hace estragos sobre los más débiles y vulnerables. La pandemia que se reproduce a toda velocidad en los barrios pobres. Sin agua potable y sin elementos de higiene. Que mata por olvido e indiferencia, al igual que en los barrios pobres de Orán que retrata Camus.
Claro que del otro lado, siempre están aquellos que piensan más en el bienestar de los demás que en el propio bienestar. Los que se “sacrifican”. Los que –como el Doctor Rieux– siguen en la primera línea del frente, en la trinchera diaria. Asumiendo los riesgos de poner el cuerpo en los territorios, con responsabilidad y humanismo.
Los justos y miserables. Los rapaces y solidarios. Categorías universales –antinómicas Camusianas- de los seres humanos. Categorías que, vistas a la luz de países como los nuestros donde los niveles de sufrimiento son tan altos; y donde resulta importante –en esta particular circunstancia que estamos todos viviendo– dejar en evidencia la dialéctica entre egoísmo y solidaridad.
¿El infierno son los otros /o los otros el paraíso?
En la peste moral más que biológica, reinan los idiotas morales. Para esos apestados morales, no tiene sentido reparar en la existencia ajena.
En las antípodas de Rieux, también, hombres sencillos, demasiado miserables. Individuos por separado más que ciudadanos. Monadas que aprovechan el momento sin ceder nada, para ver de qué forma seguir acrecentando o acumulando bienes y servicios.
Vuelvo al comienzo. A la cita de Camus que da inicio a su novela. Representar algo qué existe realmente, por algo que no existe. La peste dentro de la peste. El virus dentro del virus. En el recuerdo de las injusticias que relata Albert Camus, –siguiendo esta idea del discurso del presidente Alberto Fernandes– las peores epidemias son más morales que biológicas: las crisis sociales y catástrofes que no pueden ser sobrellevadas con dignidad y hacen a los hombres infames, mezquinos, egoístas y miserables. Son aquellas epidemias de la ética humana. Los apestados morales que, tarde o temprano, mueren (absurdos) de indignidad.
Notas:
La Plata, 21 de junio de 2020
*Poeta y abogado