Jorge Halperín analiza en esta nota los otros síntomas producidos por la pandemia del Covid-19: aumento de las desigualdades, un estado general de tristeza, una creciente indiferencia de muchos, la sobrerrepresentación de minorías rebeldes y una invisibilización de las mayorías que acatan las disposiciones sanitarias y se cuidan para cuidar también al otro. Halperín afirma que corremos el riesgo de que los síntomas nos hagan perder la perspectiva y dejar de advertir que el gobierno no ha perdido un solo votante y que el Frente de Todos, aún con sus diferencias, sigue unido.
Por Jorge Halperín*
(para La Tecl@ Eñe)
Fastidiados con la pandemia y sus cuidados, algunos ricos y famosos emigran a Punta del Este mientras que los vulnerables se van a Guernica.
Se conocen desde hace meses los síntomas típicos del Covid-19 (tos, fatiga, algo de fiebre), pero, al cabo de medio año, emergen otros síntomas dentro y fuera del registro médico.
Y hay cuatro o cinco de ellos realmente inquietantes: el aumento de las desigualdades, un estado general de tristeza, una creciente indiferencia de muchos, la sobrerrepresentación de minorías rebeldes y una invisibilización de las mayorías que acatan las disposiciones sanitarias y se cuidan.
Está claro que la pobreza aumentó cinco puntos desde la muy elevada que dejó Mauricio Macri, que la pobreza infantil alcanza al 56% de los chicos, que le desocupación trepó al 13,4 %, y que la falta de ingresos y la desesperación llevó a muchos vulnerables a producir no una sino unas 80 tomas de tierras tan sólo en la provincia de Buenos Aires.
Pero lo que es malo para el gaucho no es malo para todos.
En un informe de OXFAM, que es una confederación de 19 ONGs internacionales, se señala que en América Latina 73 multimillonarios incrementaron durante la pandemia su patrimonio en 48.000 millones de dólares, y, en el caso particular de Argentina, el patrimonio de los súper ricos que era de 8.800 millones de dólares en marzo, trepó últimamente a 11.200 millones (¡un 30% en seis meses!).
Quienes pelean sin descanso contra el impuesto por única vez a la riqueza, invierten en oro, en la bolsa y en propiedades mientras las persianas de fábricas y comercios están a media asta y las gotitas del virus se expanden.
La pandemia no es una tragedia para todos.
Pero, además de contagiar y matar, licúa no sólo los ingresos de las mayorías sino también los recursos del Estado: los gobiernos de América Latina gastan el 4% de su PBI en salud, lo que viene a ser la mitad promedio de lo que invierten los países de la OCDE. Pero, a causa de la pandemia, en nuestra región se perderán ingresos fiscales por 113.000 millones de dólares, el 59% de los presupuestos en salud.
Los bolsillos vacíos se combinan con la tristeza. Un académico español habla de la “Tristeza Covid”. Y alude a ese cóctel que estamos digiriendo desde marzo compuesto de encierro, desconfianza del otro, que camina enmascarado y me puede contagiar, repentinas ilusiones por señales de mejoras que rápidamente se derrumban, e incertidumbre, con un futuro en el que sobran los interrogantes.
No es extraño que muchos reaccionen con indiferencia, no sólo al diario conteo de infectados y muertos, que parece conmover menos que la cotización diaria del blue – podríamos describirlo como una negación maníaca -, sino también a las cifras de nuevos pobres, a las tomas de tierra, a la lista de víctimas entre el personal de la salud.
Y el tremendo efecto de distorsión creado por minorías opositoras que optan por rebelarse, desobedecer las reglas de aislamiento – incluso quemar barbijos -, y gritar su furia contra un gobierno que apenas cumplió diez meses lidiando con un bicho y una herencia catastrófica.
Y así se hacen muy visibles, casi dominan la escena esas minorías multiplicadas artificialmente por los grandes medios opositores. Y también los grupos despolitizados que salen a contagiarse.
La desobediencia y la oposición copan la pantalla mientras quedan fuera de registro las mayorías que apoyan al gobierno y obedecen las reglas.
Y a muchos nos corre un hilo de impotencia observando cómo el virus se ha complotado con un poder corporativo violento para colocarnos en esta encerrona y dejarnos en una espera que se hace eterna.
Corremos el riesgo de que los síntomas nos hagan perder la perspectiva y dejar de advertir que el gobierno no ha perdido un solo votante y que el Frente de Todos, aún con sus diferencias, sigue unido.
Es más de lo que puede decirse hoy de la derecha opositora.
Buenos Aires, 13 de octubre de 2020.
*Periodista. Autor de “El fin de la obediencia”.