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Los macristas y sus destinos – Por Sebastián Plut

Sebastián Plut afirma en esta nota que los tres determinantes que operaron para que un sector de los votantes decidiera abandonar el tren de la Revolución de la Alegría para votar por un candidato de la oposición fueron el hambre, la vergüenza y la decepción. Plut propone analizar cada uno de ellos con algún detalle.

Por Sebastián Plut *

(para La Tecl@ Eñe)

 

“Primero me enseñasteis a mendigar,

y ahora me enseñáis cómo se responde a un mendigo”

William Shakespeare, El mercader de Venecia

 

Si en 2015 nos preguntamos por qué la gente votaría por Mauricio Macri y, de modo similar, hasta hace unos meses nos preguntábamos por qué le gente volvería a votarlo, hoy cobra importancia interrogarnos sobre el desvío en esa orientación electoral. Claro que encaramos este camino teniendo en cuenta dos prevenciones: por un lado, saber que estaremos considerando solo a ese sector más volátil de los votantes (que oscila entre un 10 y un 20% del total); es decir, al grupo que no forma parte del llamado núcleo duro. Por otro lado, como dijo Pedro Saborido, macristas hubo siempre, solo estaban esperando que apareciera Macri.

Resulta inevitable, somos concientes, aferrarse a alguna premisa cuya construcción es arbitraria y su validez solo podrá ser aproximada, acotada. En este caso, partimos del siguiente supuesto: hay dos grupos de votantes que, pese a su irreductible heterogeneidad interna, podrán ser incluidos en lo que, al menos actualmente, denominamos neoliberalismo y populismo. Unos y otros ostentan algún tipo de convicción que los sitúa en lo que previamente llamamos núcleo duro, por lo cual la decisión que define cada elección está en manos del sector más variable del electorado.

El parcial acierto que tengan estas condiciones justifica el propósito de comprender qué factores son eficaces para que el grupo variable reoriente sus decisiones políticas, qué escenas resultan determinantes en la transformación de sus percepciones. Concretamente, ¿qué conjeturas son posibles y tornan inteligible que una masa significativa de votantes haya pasado de votar por Macri a votar por un candidato de la oposición?

Se nos presenta aquí la necesidad de señalar una prevención adicional, a saber, que solo podemos ofrecer un puñado de respuestas o, dicho de otro modo, tenemos la certeza no solo de la relatividad de nuestras proposiciones sino de que, seguramente, habrá otras que modifiquen o bien se agreguen a las que aquí presentamos.

En lo que sigue, entonces, expondremos tres de las razones que motivaron el viraje que exhibieron los resultados de las PASO.

Los tres determinantes que, entendemos, operaron para que un sector de los votantes decidiera abandonar el tren de la Revolución de la Alegría fueron: el hambre, la vergüenza y la decepción. Veamos cada uno de ellos con algún detalle.

 

Votar por hambre:

Numerosos votantes macristas, en forma oral o en la catarsis que habilitan las redes sociales, dicen (o hacen que dicen, que asumen) que volverán a votar a Mauricio Macri aunque se “caguen de hambre”. Sí, vociferan que prefieren cagarse de hambre con tal de que CFK no vuelva al gobierno.

¿Hay, realmente, entre nuestros conciudadanos un número significativo de ellos dispuestos a morirse de hambre con el fin de que Mauricio Macri vuelva a ser Presidente de la Nación?

Una intuición nos dice que no o, al menos, es posible que ello ocurra solo en una proporción menor. Más bien, creemos, quienes así se pronuncian cumplen con una doble condición: no son quienes pasan hambre, y al mismo tiempo, admiten que el hambre es el resultado de la gestión macrista. En suma, si excluimos a quienes se valen del cinismo, la banalización y el individualismo, pensamos que una gran parte de los votantes que modificaron su elección lo han hecho porque sufren la intolerable realidad del hambre.

Hasta los mismos funcionarios de Cambiemos afirman en público su preocupación por quienes “no llegan a fin de mes”; frase que no es más que un eufemismo que encubre que no llegar a fin de mes es pasar hambre, perder la cobertura médico, dejar de aportar a la jubilación, entre tantos otros dramas familiares y colectivos. Sin embargo, insistimos, difícilmente quienes no logran llegar a fin de mes, pues el hambre interfirió en su ciclo vital antes del día 30, vuelvan a votar al gobierno de Macri.

Evocamos aquí aquello que Freud le escribió a Einstein: “No se piensa de buena gana en molinos de tan lenta molienda que uno podría morirse de hambre antes de recibir la harina”.

Podría decirse que no es éste un voto ideológico, no es una decisión en que el yo opte por responder a la combinación entre deseos y superyó, sino a la combinación entre los deseos y una realidad insoportable.

Votar por vergüenza:

Desde que Macri asumió la Presidencia de la Nación nos llamó la atención el silencio de sus propios votantes, al menos en relación con las medidas que aquél tomaba. Inicialmente entendimos que operó la necesidad de sofocar una crítica al gobierno pero también, y sobre todo, la autocrítica consecuente. Posteriormente, advertimos que el silencio nacía también de sentimientos de la gama de la vergüenza y la humillación por haber creído lo no creíble; sentimientos ominosamente promovidos y explotados por la retórica oficial. En un artículo publicado hace unos 5 meses (1) concluí con un interrogante que en aquel momento califiqué de optimista: ¿por qué no considerar la posibilidad de que mucha gente afirme públicamente que votaría por Macri –respondiendo a expectativas de sus contextos específicos- pero que, luego, a solas en el cuarto oscuro, se defina por un candidato opositor?

Hoy se escucha en los medios hablar del voto vergüenza, lo que nos lleva a conjeturar que lo que muchos convalidaron sofocar durante algo más de 3 años, mientras permanecieron apresados en el mutismo, hoy devino en una suerte de disociación entre palabra y acto: que muchos votantes dijeran una cosa pero hicieran algo diferente. No debería asombrarnos que quienes se avinieron a silenciar sus críticas, e incluso a asumir humillada y calladamente el deterioro de sus condiciones de vida cual si fueran fracasos personales, retribuyan –conciente o inconcientemente- con la misma moneda: el silencio.

Votar por decepción:

 El mercado, en artificial apelación a la potencialidad, nos dice “usted puede” (como el Gobierno que arenga “Sí, se puede”), alimenta nuestro egoísmo y luego reclamamos como acreedores de aquello sobre lo cual creíamos tener una posibilidad o derecho. La vivencia de decepción es la conclusión necesaria de aquello que creímos poder y que disfraza la impotencia del egoísmo. El derecho que decanta de la lógica del mercado es el del egoísmo del mercader, se funda en él y lo ceba, con lo cual crea una sociedad de acreedores. Lo vivido como decepción es no haber podido satisfacer mi egoísmo cuando me hicieron creer en su potencia.

La sociedad entendida meramente como un conjunto de egoísmos ilusionados por el mercado deviene irremediablemente en muchedumbre de narcisismos dispersos y afrentados que reclaman como acreedores que, retroactivamente, construyen una escena de injusticia.

La antigua tradición weberiana fundada en el espíritu de capitalismo parece haber decantado hacia un capitalismo del espíritu que expandió la lógica económica del mercado sobre los diferentes ámbitos de la vida y del intercambio social. Cuando aquella lógica rebasa sus propios límites nos hace creer que ejercemos ciertos derechos cuando solo nos dispara la ilusión de tener un poder que, a lo sumo, nos ofrece la ocasión de sentirnos acreedores. En este rol el ciudadano no entiende su derecho como denegación de ciertos privilegios sino, únicamente, como un bien privado. Claro que, finalmente, el sujeto queda privado de sus más genuinos derechos por lo que solo le resta reclamar por la injusticia padecida. El sujeto egoísta-acreedor solo posee la envidia resultante de haberse sacrificado, es decir, de haber entregado lo propio y luego reclamarlo como ajeno.

Hay una secuencia precisa que siguen (padecen) quienes adhieren a las promesas del mercado: 1) fortalecen el egoísmo y el individualismo; 2) enfatizan el ideal de la ganancia (económica) y se persuaden en cuanto a alcanzar los privilegios que satisfacen sin fin nuestro egoísmo; 3) al cabo, “descubren” que solo unos pocos pueden acceder a aquellas posiciones privilegiadas; 4) finalmente, quedan inmersos en una vivencia de injusticia (muchas veces muda) y decepción.

Las conclusiones no se hacen esperar. Que entre un 10 y un 20% de los votantes haya pasado de votar por Macri a votar por la fórmula Fernández-Fernández no puede (ni debe) interpretarse necesariamente como un giro ideológico hacia el populismo.

En efecto, son otras las razones que determinaron el giro, razones que pese a tener una densidad emocional significativa no suponen un cambio cultural. Más aun, posiblemente esas razones puedan retrotraerse una vez que las urgencias queden resueltas y, a su vez, el paso del tiempo haga olvidar los sentimientos de vergüenza y de decepción.

La historia, efectivamente, no es teleológica, no tiende inevitablemente hacia ningún fin específico, sino que va modificándose al compás de las exigencias que, en cada período, pueden volverse más imperiosas, sean las de los deseos, las del superyó o las de la realidad. 

 

Referencias:

(1) Plut, Sebastián; (2019) “El silencio y la vergüenza”, La Tecla Eñe, 3 de abril de 2019.

*Autor de El malestar en la cultura neoliberal (Ed. Letra Viva) y de Escenas del Neoliber-Abismo (Ed. Ricardo Vergara).

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