Las figuras que hoy representan un estadio postconvencional de la moral son el Papa Francisco, José Pepe Mujica y el personaje de «El Eternauta» Juan Salvo. En este estadio predomina el bien común, la magnanimidad y el desinterés personal en miras a un bienestar común y la justicia social. Sin embargo, aunque se invoquen sus virtudes, no son expresadas en concreto desde una praxis ética y política.
Por Angelina Uzín Olleros*
(para La Tecl@ Eñe)
El fallecimiento del Papa Francisco y el de José Pepe Mujica, siendo uno el máximo representante de la fe católica frente a un ex presidente ateo, confluyen en la necesidad de invocar y destacar los valores propiamente humanos que enaltecen la condición de la humanidad que anida en cada uno de nosotros y nosotras, ya sea que se encuentre latente o que se manifieste en acciones altruistas, generosas, de cuidado de sí y de nuestros entornos culturales e institucionales o de la naturaleza en general. Multitudes se han expresado en las últimas semanas, tanto en el escenario público como en los de las redes sociales, invocando los valores de honestidad, austeridad, amor al prójimo, dando estos ejemplos de coherencia entre el decir y el hacer.
El estreno de la serie «El Eternauta» es otro fenómeno para destacar: las consignas “nadie se salva solo” y “lo viejo funciona”, recorren todas las expresiones volcadas en debates, comentarios, performances, invitados especiales a programas en general, ya sean noticieros o de temas de actualidad. No sólo cobra vida la ficción de una historieta argentina, con paisajes de Buenos Aires y modismos que nos pertenecen; sino que al mismo tiempo resurge, cobra vida, la historia del autor y su familia: todos, todas desaparecidos y desaparecidas en la dictadura del ’76. Lectores de «El Eternauta», autores y autoras de libros y artículos sobre la biografía de Héctor Oesterheld, salen a la luz; entrevistas a Elsa Sánchez, su mujer y madre, abuela de jóvenes víctimas del terrorismo de Estado, renueva y afianza la búsqueda de los nietos/as, quienes seguramente fueron apropiados/as por aquellos años.
Bajo la impronta de una moral conservadora siempre se puso el énfasis en las apariencias, los buenos modales, las mujeres encerradas en la familia dando muestras de maternidad responsable, de abnegadas esposas, de gestos de permanente renuncia en pos de asegurar con su comportamiento la buena educación de sus hijos e hijas. Moral expresada en una terminología propia de las buenas costumbres, de una existencia honorable, adornada por el buen decir y la actuación pública de hombres honestos de conductas intachables. El orden establecido estaba expresado en la permanencia de familias que daban muestras de cómo vivir, sobre todo, a quienes eran los menos favorecidos de la sociedad. Hoy, la contradicción de este conservadurismo político adornado con recetas neoliberales en el ámbito económico son como el café descafeinado del que hablaba Slavoj Žižek.
Liberales en contra de la libertad de expresión, conservadores que aceptan insultos y permanente descalificación expresadas por el presidente de la Nación, justificación de conductas de evasión impositiva y fuga de capitales, maltrato permanente a periodistas bajo amenaza de ser denunciados o denunciadas penalmente. Una larga lista de agresiones y violencias injustificadas se esgrimen desde los poderes del Estado, donde las contradicciones están a la orden del día y nadie resiste un archivo. ¿Cuál es la moral de nuestra época? Aquí y ahora. Lo viejo funciona, pero los jubilados y jubiladas son reprimidos cuando reclaman por sus derechos; nadie se salva solo, pero mejor quedarnos en casa viendo la serie y no exponernos en la calle, en los diarios o en las asambleas, si las hay.
En la segunda mitad del siglo pasado el psicólogo de Harvard, Lawrence Kohlberg, elaboró una teoría del desarrollo moral: su preocupación era ¿cómo es posible el aprendizaje de la moral? Y, ¿cómo se expresa en las diferentes etapas de la vida? Es así como investiga su teoría bajo la hipótesis de la existencia de tres estadios: preconvencional, convencional y postconvencional. En los últimos años de su vida llevó su teoría a los países «subdesarrolados» entendiendo que, así como los individuos pasan de un estadio a otro, también lo hacen las naciones; esta parte resulta muy polémica dado que los programas civilizatorios de la mano de los colonizadores han situado a los colonizados en el estadio preconvencional. ¿En qué consiste cada estadio?, categoría tomada de la psicología de Jean Piaget.
En el preconvencional el desarrollo moral se expresa cuando la persona juzga los acontecimientos según el modo en el que estos la afecten a ella, el individuo mide las consecuencias inmediatas de sus acciones, evitando las experiencias desagradables vinculadas al castigo y buscando la satisfacción de las propias necesidades; por esa razón, todavía no puede concebir que exista un dilema moral porque no se perciben los choques de intereses. En este estadio se opta por el relativismo y el individualismo, porque no consideran valores colectivos: cada uno defiende lo suyo y obra en consecuencia.
En el convencional se tiene en cuenta la existencia tanto de una serie de intereses individuales como de un conjunto de convenciones sociales acerca de lo que es bueno y lo que es malo, que ayuda a crear un pensamiento ético colectivo; las acciones buenas están definidas por cómo repercuten sobre las relaciones que uno tiene con los demás. Cuando el adulto acepta el cumplimiento de las normas, acepta a todas las personas que se sujetan a la ley y rechaza a quienes las desobedecen. El postconvencional se da en casos excepcionales, Kohlberg toma como ejemplo a personajes como Mahatma Gandhi, Martin Luther King o la madre Teresa de Calcuta. Hoy los equivalentes a esas figuras bien podrían ser Francisco o Mujica, o el personaje de «El Eternauta», Juan Salvo. En este estadio predomina el bien común, la magnanimidad y el desinterés personal en miras a un bienestar común y la justicia social.
Seguramente si Kohlberg pudiera viajar en el tiempo y vernos bajo el gobierno de La Libertad Avanza, bien podría decir que estaba acertado su enfoque: hay países que están en el estadio preconvencional del desarrollo moral (de los pueblos). Y coincidiría, en medio de las tormentas éticas de nuestro presente, con la pregunta que se hace Alain Badiou en Estados Unidos: “¿Cómo es posible que un hombre como Donald Trump -imprevisible, misógino, xenófobo- se haya transformado en el presidente de la primera potencia mundial?”.
Recién estamos ensayando las respuestas…
Paraná, 23 de mayo de 2025.
*Dra. Ciencias Sociales. Coordinadora Académica Maestría en Género y Derechos. UNGS/UADER