La discursividad popular es fangosa. Intentar que una fuerza política que la expresa sea un coro uniforme de niños cantores es tan absurdo como abjuratorio de su potencia político social.
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
Alguien muere, alguien nace, alguien sufre
y un hombre se calló la boca
(Gelman/ Cedrón)
La discursividad popular es fangosa. Intentar que una fuerza política que la expresa sea un coro uniforme de niños cantores es tan absurdo como abjuratorio de su potencia político social. Más aun luego de la propuesta explícita de que sea la unidad, en las diferencias, lo que converja en un frente patriótico popular. La univocidad de discurso es propia de la razón empresarial y/o metafísico purista. No del enchastrado universo del popolo.
De allí que las metáforas zoológica y aluvional habría que recuperarlas de formas afirmativas, constitutivas. Las fuerzas populares no pueden ser sino multiformes, multicolores. A contrapelo del ascetismo circunspecto del pequeño/gran burgués. Y tal multiplicidad no puede expresarse sino a través de un avance caótico, un frente de tormentas que acosa sobre todo por su impredecibilidad y carácter indómito.
Acallar voces (que podemos/debemos cuestionar) sólo debería hacerse bajo la concepción de un campo de discusión siempre abierto. Incluso aquel que pueda pretender que alguno que otro efectivamente no hable. Aunque esto (zoológica, aluvionalmente) no pueda ser nunca posible. He allí el carácter trágico de la política que la perspectiva popular asume y ahonda
Desear que el otro calle, en tanto “carta de intención”, es de hecho lo propio de una lógica política agonista. En tanto exacerbación radicalizada del habla. Algo dicho, que resulta insoportable (desde el “callate, callate, callate que me desesperas” hasta el “haga el favor de callarse, por favor”, del rey Juan Carlos, perdiendo la etiqueta real ante un desbocado Chávez), algo toca/roza/trasvasa un límite. Pero al hacerlo produce e invoca a una definición. Lograr que efectivamente el otro calle es por el contrario la expresión de la derrota de la política. No sólo por la abjuración ética de una voz disidente a un núcleo discursivo preestablecido, sino porque esa voz callada impide la consolidación del propio discurso por expresión de sus bordes. Aún más, que el otro calle impide que voces radicalizadas, al borde de un ideario, permita encontrar allí una representación. La unificación moderada de un discurso no produce necesariamente la moderación de posiciones. Siempre que haya un «norte discursivo» (un gobierno popular y nacional) las divergencias no sólo son in-abjurables (para la pureza he allí la razón empresarial o la idílica), sino constitutivas. Para nosotrxs el fango.
Y ya que si algo hay es (cadáveres, es decir) restos, enchastre, barro. Y si se pretende consolidar una fuerza popular debe trabajarse desde la mezcolanza, menos como problema que como potencia. Siendo el verdadero problema no el desbocado, sino el callado. Y no hablamos de aquel/la que ya habló, que dejó todo dicho y calla, sino del que se aguarda emita una palabra. “Qué espera para hablar, acaso es una copa no colmada, las copas pierden con el tiempo” (Balada del hombre que se calló la boca)
Hasta el ministro de “producción”, Dante Sica, pide que los empresarios (los suyos) hablen, se expresen públicamente (y dejen el wasapp). Que tomen la voz en la escena pública. Que se embarren, a su modo. Que hagan política, que salgan al ágora, que la ocupen. El oficialismo hace política. Claro está que el establishment configura no sólo una voz más o menos unívoca: defender el capital y a las reformas que permitan expandirlo. Sino que tiene un enemigo claro: aquel/la que impida su ganancia. Y toda apuesta política debe pugna por unificar una voz. Pero el campo popular (y porque el campo es/debe ser del pueblo -digamos, al paso-) tiene su retórica: la “multiformidad aluvional”, que es su potencia. Movimientista más que partidaria. Frente popular versus frente patronal.
Por tanto pasa -mucho- menos por hacer callar que por hablar más y mejor. A través de un modo de unificación entreverada de y en la diferencia. Un modo de condensación discursiva pluriforme, radical o moderado (pero enchastrado, enchastrándose -fax a/l Tigre-) de las demandas populares. Un modo afirmativo, aquí sí positivo, posicionado, situado, de lo abjurado por el liberalismo. La voz que no se calla; el de aquel/la que se para y dice (principio de la Stasis -Agamben informa-); el de aquel/la que no se calla, se para, dice y por alquimia salvífica, en inferioridad de condiciones, como voz de lxs -siempre- oprimidxs, aglutina la potencia desbocada de lo salvajizado. Y agarrate, a galopar.
Buenos Aires, 26 de julio de 2019
*Docente – Sociólogo-Frente de Tormentas