El último feminismo, del mismo modo que sucedió con el surgimiento del psicoanálisis en plena época victoriana, agujereó la actual subjetividad, interrumpió un sentido común naturalizado, interpeló lo social y causó el debate también en el campo del psicoanálisis.
Por Nora Merlín- Sergio Zabalza*
(para La Tecl@ Eñe)
La irrupción de los feminismos y la diversidad sexual vino a subvertir lo establecido con la misma fuerza de inscripción que tuvo en los orígenes el psicoanálisis. En efecto, a principios del siglo XX Freud enunció que la pulsión no tiene objeto. En otros términos, el ser hablante está desamarrado del orden que impone la naturaleza al resto de los seres vivos, una condición cuyas consecuencias se asumen no sin obstáculos, luchas políticas y el lento cuestionamiento de prejuicios. El estatuto que orienta la satisfacción en el ser humano es un orden ético fundado en el inicial desvalimiento de la criatura humana que acarrea también todas las motivaciones morales[1]. Luego, el único requisito a observar es el respeto por la diferencia que encarna no tanto el semejante sino el prójimo.
El último feminismo, del mismo modo que sucedió con el surgimiento del psicoanálisis en plena época victoriana, agujereó la actual subjetividad, interrumpió un sentido común naturalizado, interpeló lo social y causó el debate. Los psicoanalistas nos vimos en la necesidad de aclarar que cuando mencionábamos sexualidad, falo, castración y femenino, usábamos las mismas palabras que los feminismos pero no hablábamos de lo mismo. Al calor de ese debate nos enteramos que tampoco decíamos lo mismo entre algunos psicoanalistas con los que pensábamos que “sin dudas” afirmábamos lo mismo.
¿Qué efecto tuvo el último feminismo sobre el psicoanálisis?
Si el psicoanálisis está en la vereda de enfrente del binarismo ¿en qué sustento radica tal acusación de parte del feminismo? El feminismo logró sacar a los psicoanalistas de cierta zona de confort e interrogó algunos automatismos retóricos con los que se gozaba dando por sentado o cerrados algunos conceptos. Si los conceptos “se saben” terminan burocratizándose y se aplasta la subversión que trajo el psicoanálisis como corpus teórico. Claro está, una cosa es enunciar un dato, un descubrimiento o un hallazgo, otra muy distinta resulta asumir las consecuencias del cambio de discursividad. Es que un acontecimiento supone inmediatamente que todo lo que se dice a continuación estará al servicio de su neutralización y ocultamiento.
Entonces, para ir al grano, si es cierto que la pulsión no tiene objeto, no hay para el psicoanálisis objeción alguna a la diversidad en que la sexualidad humana se manifiesta en los seres hablantes. Y para ir aún más allá, si es cierto que NO existe la Relación Sexual, llama la atención que en la comunidad analítica prevalezca en el espacio visible un marcado orden heterosexual. Se trata de un obstáculo de los analistas, mas no del psicoanálisis. No es para sorprenderse, si tal como refiere Lacan en su texto Dirección de la Cura, la resistencia es siempre de los analistas. Una resistencia para asumir la diferencia que nos constituye. Según Eric Laurent, un homosexual puede ser analista sólo si acepta su homosexualidad[2]. Ahora bien lo mismo vale para un heterosexual, si es cierto que llamamos “heterosexual, por definición, a lo que ama a las mujeres, cualquiera que sea su propio sexo”[3]
En otros términos, aquí lo heterosexual resume una alteridad que tanto Freud como Lacan ponen a cuenta del campo femenino (que no son las mujeres), al punto que este último formula que “es bien notable y comprensible que Dios nos aconseje no amar más que a nuestro prójimo y de ninguna manera limitarnos a nuestra prójima, ya que si nos dirigiéramos a nuestra prójima iríamos simplemente al fracaso”[4]. La connotación que el término prójima guarda en tanto puta -mujer de dudosa conducta, dice el diccionario-, traduce ese objeto inquietante aunque atractivo capaz de amenazar el narcisismo del espejo provisto por la imagen estereotipada del semejante. Dicho de otra manera se goza más allá de los estereotipos que el género anatómico o el sexo eventualmente adoptado sugieran. El goce siempre es diverso respecto a un nosotros, abyecto: prójima.
Desde este punto de vista la diversidad es un dato de entrada en el esquema teórico del psicoanálisis: tan cierto es que nadie es igual a sí mismo como que la singularidad es lo que me diferencia de mi mismo. Desde este punto de vista, nadie es Toda lesbiana, Todo hombre, Toda trans, Toda mujer. Por algo en su seminario titulado “…o peor”, Lacan observa que “Cuando digo que No Hay relación Sexual propongo muy precisamente esta verdad, de que el sexo no define ninguna relación en el ser hablante”[5].
“El goce femenino no se opone al goce para todes, sino que abre la puerta a la diversidad, allí donde la singularidad no comulga con el individualismo»
Tanto para el psicoanálisis y, agregamos, para los feminismos, habrá que estar muy advertidos y custodiar que no se transformen en cosmovisiones, porque, tal como las define Freud en la Conferencia 35, constituyen sistemas cerrados, dogmas religiosos que explican todo, sin resto.
Si esto sucediera el cocodrilo neoliberal se dará un banquete.
Referencias:
[1] Sigmund Freud, “Proyecto de una psicología para neurólogos”, en Obras Completas, A. E. tomo 1, p. 362.
[2] Eric Laurent, “La elección homosexual”, en Mónica Torres, Jorge Faraoni, y Graciela Schnitzer: Uniones del mismo sexo: diferencia, invención y sexuación, Buenos Aires, Grama, 2010, p. 16.
[3] Jacques Lacan, “El Atolondradicho”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 491.
[4] Jacques Lacan, “La Tercera” Lacan, J. : “ La tercera” en Revista Lacaniana, EOL, Nº 18, mayo 2015, p.30.
[5] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 19, “ …ou pire”, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 13
Buenos Aires, 29 de julio de 2019
*Psicoanalistas