Esta nota fue escrita para La Tecl@ Eñe por Emilce Moler al cumplirse el 40 aniversario de La Noche de los Lápices, en septiembre de 2016. Moler es una de los cuatro estudiantes que sobrevivieron al asesinato perpetrado por el Terrorismo de Estado luego del operativo militar que se llevó a cabo en la ciudad de La Plata entre el 9 y el 21 de septiembre de 1976. Desde hace años viene realizando la tarea de esclarecer lo ocurrido y sembrar conciencia en aquellos que no vivieron la dictadura cívico-militar.
Por Emilce Moler*
(para La Tecl@ Eñe)
Cada 16 de septiembre es una oportunidad para escribir nuevos relatos, recrear experiencias, evocar imágenes, tejer tramas de la memoria y, sobre todo, proyectar nuevos horizontes.
A lo largo de estos años nos encontramos con avances y retrocesos en el ejercicio de poder pensar nuestro pasado reciente en base a las memorias que se despliegan, como parte de las piezas de un rompecabezas que seguimos armando hoy, en el presente. El pasado no vive en fechas estancas que nos trae el calendario, el pasado vuelve todos los días, cuando tomamos decisiones, elegimos, legislamos. Cada nieto recuperado es el más claro ejemplo que este pasado no quedó atrás. Los juicios que se han desarrollado y aún bregamos por su continuidad, son en el hoy: con abogados de hoy, con jueces de hoy, con gran parte de una sociedad civil que acompaña, como se vio recientemente en la ciudad de Córdoba, en el ejemplar juicio del centro clandestino La Perla.
Llevamos 33 años de democracia. Una democracia que fue fortaleciéndose a pesar de muchos obstáculos, pero mucho de lo que pudimos andar fue en parte gracias al compromiso y la lucha de los ex detenidos, quienes junto a todos los militantes de derechos humanos, Madres, Abuelas, Hijos, desde los primeros momentos, decidimos hablar. Salir a contar lo que nos pasó, además de remover historias muy dolorosas para muchos, nos liberó de ese lugar en el que los mismos represores habían decidido ponernos. En la clandestinidad, en la ilegalidad, ahí donde nada parecía verdadero.
Después de muchos años de lucha, de contar nuestras historias; las voces de los sobrevivientes se convirtieron en testimonios, los cuerpos de los desaparecidos permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio se hizo discurso, la memoria, la verdad y la justicia, política pública. Estas conquistas no han sido fáciles, fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con gran parte una sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir. Sin embargo hoy y con el gran impulso de las políticas implementadas a partir del 2003, fuimos venciendo de a poco el silencio y el miedo que ellos implantaron como herramienta fundamental para la instauración de un modelo socio-económico excluyente, apelando al adormecimiento de una sociedad y eliminando los canales de participación política en un Estado democrático.
Quienes asumimos el compromiso de abrazar la lucha por los derechos humanos, nos hemos planteado en forma permanente un sinfín de preguntas: ¿Cómo transmitir a las futuras generaciones la historia del horror? ¿Qué queremos trasmitir? ¿Cómo lo hacemos? Y pese a que durante este tiempo fuimos encontrando respuestas -de acuerdo a las diferentes coyunturas políticas que atravesamos-, estos interrogantes siguen emergiendo y planteándonos nuevos desafíos para avanzar en el camino de la verdad y la justicia.
En lo personal, durante todos estos años compartí cientos de charlas, entrevistas y encuentros con jóvenes que me ayudaron a comprender las demandas de cada momento, así como también los diferentes obstáculos a vencer.
“¿Señora, es cierto que torturaban?” Esta es la pregunta que contesté cientos de veces durante los primeros años de la democracia. Fue el período que los esfuerzos se centraban en “intentar que me crean”. Tuve que describir los horrores perpetrados por la dictadura, contando una y mil veces lo sucedido porque debía vencer el “acá no pasó nada”, vencer el silencio.
A medida que nos iban creyendo comenzaban a surgir las preguntas que ponían en evidencia la impunidad: “¿Señora, y dónde están los militares que hicieron todo eso?” Y ante esta reflexión tenía que contestar: caminando libremente por las calles. Y describía las distintas estrategias que fuimos encontrando para que los hechos no quedaran impunes, producto de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final e Indulto. Y pese a todos los logros -juicios en España, Juicios por la Verdad, juicios penales- sabíamos que aún faltaba mucho y que, además, era una carrera contra el tiempo.
Siempre en las charlas surgía: “Señora: qué es militancia o militar” y entonces había que poner en juego elementos didácticos para que puedan hacerse alguna representación de estas actividades de participación política, que, para esos años, década del 90, eran prácticas casi desconocidas o al menos bastante ajenas.
Las charlas se daban en grupos reducidos, en algún aula, en alguna escuela de adultos, en horarios alternativos. Cuando la situación no estaba trabajada pedagógicamente antes, era un desgaste personal muy grande.
Cuando asisto a lugares donde trabajaron el tema, las preguntas son distintas, interesantes de acuerdo al contexto político que se vive y entonces sí empieza a tener sentido mi presencia y es altamente gratificante por los aportes de los jóvenes.
Un nuevo momento y una nueva oportunidad se nos presentó a partir del 2003 cuando el Estado, por primera vez, empezó a acompañarnos en nuestros reclamos. Un nuevo escenario se nos presentaba con un Gobierno que demostró en reiteradas oportunidades la voluntad política de hacer de los derechos humanos un tema central de su agenda.
Nos dio la oportunidad de interpretar de otro modo la década del 70, que había sido reducida al horror de la dictadura, historias y proyectos políticos de aquellos años invisibilizados. El giro ocurrido en la ciudadanía abrió la oportunidad de acercamiento al pasado reciente, permitió correr el velo que nos impedía pensar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que significó el compromiso político para muchos jóvenes hasta que fuimos alcanzados por la brutalidad del poder que terminó haciendo añicos ese impulso transformador. Se logra así completar las historias de los compañeros desaparecidos con sus militancias
Y es en este punto donde volvemos a actualizar los cuestionamientos sobre cómo seguir para afianzar lo alcanzado y que no se convierta en un punto ciego.
Durante los últimos doce años se abordaron en forma permanente estas temáticas, tanto en las conceptualizaciones sobre la memoria, como en las tensiones en que se inscriben y los conflictos que generan.
Hubo espacios donde se repensó cómo continuar en estas trasmisiones. Y en este nuevo desafío los jóvenes son quienes vuelven a crear interrogantes que nos atraviesan. Permitir y promover que surjan estos conflictos naturales, estas contradicciones, es un paso no sólo necesario sino sumamente motivador para que ellos puedan apropiarse de la historia. Muchas veces, algunos docentes y padres se paralizan y se angustian frente a este tipo de dificultades; pero hay que tener en cuenta que para los alumnos las controversias y tensiones, funcionan como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y colaboran en el proceso de producción del relato histórico.
Se conmemora un nuevo aniversario de La Noche de los Lápices. A lo largo de estos años, sentí la necesidad de mantener el recuerdo de mis compañeros de militancia desaparecidos – Claudia Falcone, Horacio Húngaro, Daniel Racero, Francisco Lopez Muntaner y Clara Ciochini, entre tantos otros – , informar sobre lo ocurrido aquel trágico septiembre y sobre todo, lo más importante, contribuir a comprender por qué ocurrieron estos trágicos episodios para que el deseo del “nunca más” sea una realidad. Estoy convencida que las políticas estatales sobre memoria, verdad y justicia son la columna vertebral de esta trasmisión.
Y en este 2016 nos encontramos que con nueva gestión del gobierno, se desfinanciaron programas, proyectos y políticas de pedagogía de la memoria, programas de inclusión educativa, de acciones vinculadas a los juicios por lesa humanidad. Se escuchan voces a favor de prisiones domiciliarias, de justicia por mano propia, de retrocesos históricos. En síntesis, se siente una velocísima política de desjerarquización de los logros en derechos humanos producto precisamente de 40 años de lucha y progreso alcanzado.
Pero estas voces sin embargo no resuenan muy fuerte, son solo susurros. Son sofocadas por la risa, el canto de los jóvenes en las plazas, en las marchas, con sus banderas, en los miles de actos que se realizan en las escuelas a lo largo de todo país para esta fecha. Pareciera que la verdad le ganó al oprobio, la valentía venció al miedo, la justicia derrotó al delito.
Este 16 de septiembre las calles se llenarán nuevamente de jóvenes que sí saben lo que pasó en la dictadura, que sí saben lo que es la militancia y que conmemoran el día de los derechos de los estudiantes secundarios, derechos ganados podemos afirmarlo, por la política.
Para mí, todo esto, permite confirmar que esa agenda que se construyó con la democracia, permite dejar los incentivos más fuertes para que ellos, los nuevos actores, sientan que los valores de nuestra lucha se mantienen más vivos que nunca.
Esta nota fue publicada en La Tecl@ Eñe, el 15 de septiembre de 2016
*Profesora de Matemática, máster en Epistemología y doctora en Bioingeniería; se especializa en la enseñanza de la matemática y procesamiento de imágenes médicas y de antropología forense. Investigadora en UBA.