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Los Amores de Lilita, sexto capítulo del folletín “LA CARRIÓ – Retrato de una Oportunista” – Por Carlos Caramello

Foto del casamiento de Elisa Carrió y Enrique Santos.

Foto del casamiento de Elisa Carrió y Enrique Santos.

El sexto capítulo del folletín “LA CARRIÓ – Retrato de una Oportunista”, aborda la vida sentimental de María Elisa Avelina; un tramo importante de la parte más opaca de su biografía porque, acaso por repetir el mandato materno, parecería haber elegido siempre ricos, poderosos, acaudalados para sus relaciones formales mientras, entre sus sábanas, estarían ocultos conatos de pasión, chispazos de lujuria y el peor sexo: el del intercambio del Poder.

Por Carlos Caramello*

(para La Tecl@ Eñe)

“El amor es para gente real”

Charles Bukowski

Yo no veo los noticieros porque veo películas de amor… como no consigo el carpintero para casarme”. Los exégetas de la doctora Carrió, esos que creen que siempre habla con parábolas, buscan el sentido oculto de esa confesión. “¿Un carpintero?, se preguntan. ¿Será que hace referencia a la Virgen María, con la que ella misma ha confesado que habla? Como José era carpintero…” Conociendo al personaje es probable que en esos días de mediados de 2019 necesitase arreglar alguna cosa de madera en su chacra de Capilla del Señor y, entonces, estuviese obsesionada con un ebanista. También puede que se sienta Pinocho en manos de la Embajada, y requiera su propio Gepetto… vaya uno a saber.

Como fuere, la vida sentimental de María Elisa Avelina empezó temprano. Pero, no por ello, parece haber sido ni feliz ni tan siquiera satisfactoria. Sí conjuga un tramo importante de la parte más opaca de su biografía porque, acaso por repetir el mandato materno, parecería haber elegido siempre ricos, poderosos, acaudalados para sus relaciones formales mientras, entre sus sábanas, estarían ocultos conatos de pasión, chispazos de lujuria y el peor sexo: el del intercambio del Poder.

Nadie tomaría en cuenta los paseos de la mano, las invitaciones a tomar un helado ni las cartas sonrojadas de la adolescencia temprana pero Lilita tuvo, ya en séptimo grado, un noviecito: Marcelo Soler. Un recién llegado a Resistencia desde Buenos Aires, que había sacado chapa de “forastero” (cosa muy apreciada por entonces entre las niñas de las ciudades del interior). Y, encima, hijo de un Ministro que lo mandaba a la escuela con chofer: Elisa era la envidia de sus compañeras. Pero aquello no duró demasiado.

Ya en primer año del secundario empezó a salir con Armando Riera, un joven que cursaba tercero. Aún hoy hay compañeras de esa época que aseguran que fue su gran amor pero, como canta Carlos Gardel, “Hoy un juramento, mañana una traición/Amores de estudiantes flores de un día son”… y parece que fue así nomás. Muchos años después, cuando ya era diputada, volvió a Resistencia a dar una charla y, a posteriori, ofreció una conferencia de prensa. Una periodista de una radio local pidió preguntar: “Cómo te atrevés a hablarme, vos -la frenó Lilita-. Vos me quitaste a mi novio Armando” y estalló en una carcajada que bien podía ser fingida. Porque rencorosa… pero nunca perdedora.

Pero el amor… esa palabra, dice Cortázar. El amor llegaría al más puro estilo de las mujeres de la familia: joven, rico y estanciero. El mozo se llamaba (y se llama, porque vive), Enrique Santos. Se conocieron en una cancha de rugby, durante un partido. El sitio no parece hoy de los más apropiados para iniciar un romance pero, en los tempranos 70´s se llevaba bastante: amigos comunes que te presentaban, la seguridad de estar en un club de “gente bien”… Nada, esa idea tan clasemediera de no juntarse con la chusma. Lo cierto es que se casaron enseguida. “A los 16 años”, aclara siempre Carrió aunque su madre Lela la corrige: “a los 4 días cumplió 17”. Manías de jugar con el tiempo.

El hacendado y la hija del político. Los dos más lindos de Resistencia. Ella 45 kilos a fuerza de coserse la boca para no comer. Bronceada, rubia (se había cansado del castaño oscuro natural), siempre bien vestida (su deporte era comprar ropa). Él, alto, morocho, de ojos verdes y tupido bigote mexican style (estaba de moda por esos días) y, encima, estudiante de veterinaria.

Enrique Santos y María Elisa Avelina.

El matrimonio se celebró el 22 de diciembre y casi se termina el mismo día (de todas maneras no dudaría mucho más): papá Coco, para animar la velada, había contratado un conjunto de Mariachis que dirigía un amigo suyo. Amigo de Coco, de la UCR cantado. Y cantada fue la marcha radical, como homenaje, cuando promediaba el almuerzo. Enrique Santos golpeó la mesa con su puño derecho y se levantó mientras decía “Mi casa no va a ser un Comité”. Luego pegó media vuelta y se retiró del festejo. Lilita lo siguió con mirada lánguida, le sonrió a un joven Raúl Alfonsín, diputado recientemente electo, y quedándose sentada a la mesa dio señal contundente de que la fiesta seguía.

Fue el primer chisporroteo de una pareja conformada por una mujer que había crecido en el corazón mismo de la política de Resistencia y un hombre de campo que vio, con sus ojos de niño, llorar un mar de lágrimas a su madre porque había sido despedida de su empleo de maestra rural por no llevar luto por Eva Perón. Un hombre que muchos años después, siendo ya presidente de la Sociedad Rural del Chaco, reconocería que su familia “nunca estuvo afiliada. Quizá mi papá no se dio cuenta pero con el correr del tiempo yo entendí que todo pasa por la política”.

Elisa María Avelina volvió embarazada del viaje de bodas -tiempos en los que ningún macho probado iba a permitir que su esposa se cuidara-. Pero aquella fantasía que había tenido Lilita de escapar, a través del matrimonio, del yugo familiar -sobre todo el impuesto por su madre-, se había resquebrajado y poco faltaba para que se hiciese añicos. No había más boliche bailable, ni bar, ni tan siquiera partidos de rugby. A la vista sólo estaba un marido conservador que prometía una vida tradicional y recoleta, pariendo hijos, educándolos y cocinando almuerzos y cenas todos los días para toda la familia. Verdad que sus amigas la visitaban en la casa aprovechando las ausencias de Enrique y organizaban verdaderos torneos de chismes, pero no era lo mismo: las otras vivían y ella escuchaba.

Así, un día, corrió a la casa de Lela para consultarle. “Separate pero no te divorcies… y mantené las apariencias”, la aconsejó. Y así lo hizo. No habían pasado 4 meses y Carrió había pasado de casada a separada de hecho y, lo más importante, había empezado a cursar la carrera de Derecho en la Universidad Nacional del Nordeste, mientras a Chinqui, su bebé, lo criaban las abuelas.  

La universidad le trajo un nuevo amor: Justo Bergadá. Pero la muerte, que parece estar ensañada con Carrió, se lo arrancó de las manos[1]. Se encerró en sus estudios, se apartó de esa vida que tanto le gustaba y recién para los días de la recuperación democrática, apareció otro hombre en su vida, al menos en la pública: Miguel Benítez, abogado, peronista, casado, 4 hijos.

Pero nada de eso la iba a amedrentar. Ya se había construido un nombre. Y un nuevo personaje, que fumaba como un murciélago y tomaba más café que un turco. Se habían conocido en su paso por la Justicia y forjado una íntima amistad. Tanto que Miguel dormía a veces en el desordenado departamento de Lilita. Cuando ella renunció a su cargo en la Justicia, se asociaron y, a partir de allí, la “amistad” se profundizó. Cuando sus amigas preguntaban si pasaba algo, Carrió apenas si sonreía con un halo misterioso.

Al volver de unas vacaciones por el Sur con su padre (“un tour de despedida”, según ella), Elisa corrió a los brazos de Miguel y de allí en más estuvieron juntos. Tuvieron dos hijos: Victoria e Ignacio. La unión fue buena, estable. Benítez fue un gran compañero: contenedor, afable, y lo que las vecinas llamarían “un padrazo”. La pareja, sin embargo, duró hasta el año 2000, cuando Carrió decidió mudarse definitivamente a Buenos Aires.

Momento de quiebre: la vida sentimental de Lilita entra en una suerte de cono de sombras del que apenas si emergen jugueteos verbales, chanzas, equívocos que son las formas más utilizadas por esta señora cada vez que desea tener algo escondido. “Estoy de novia”, aseguró en un programa de Mirtha Legrand en 2018. “Me casé en el Norte”, tuiteó en 2017 acompañando la frase con una foto en la que está del brazo de un señor que oculta su cara con un sombrero de ala bien ancha. En 2019, durante una estadía en Bahía Blanca reconoció haber tenido un “touch & go” con un conocido jugador de básquet: Roberto Zelaya… en fin, una lista de supuestos disparatados que buscan confundir sobre esas cuestiones que ella quiere ocultar.

Por ejemplo, ese chisme increíble que fue publicado en el número 95 de la Revista Mu -medio contracultural que no hace humor sino periodismo- y es una de esas historias que, de tan fantásticas, suelen ser ciertas. Además dicen que el relato viene de un legislador que no es precisamente kirchnerista. Y, en realidad, refiere a los “sacrificios” que algunos están dispuestos a hacer para arrimarse al poder y a los negocios… nada de amor. El libelo dice más o menos así: “Alfonso Prat Gay llegó a compartir los bailes de Cambiemos sobre diversos escenarios, incluido el ministerio de Hacienda, empujado por una revelación. La revelación ocurrió́ en 2012, cuando era miembro de la Coalición Cívica y fue convocado a una reunión en el departamento que tiene sobre la Avenida Santa Fe la diputada Elisa María Avelina Carrió, conocida mediáticamente como Lilita. El economista bajó del ascensor y tocó el timbre. La dueña de casa le abrió́ la puerta con una sonrisa serena y completamente desnuda. Informó: ‘Estaba teniendo relaciones con Dios’. Prat Gay comprendió́ así que en el futuro sería conveniente visualizar otras anatomías políticas[2].

Zonas oscuras en su vida sentimental. Noviazgos que se le han atribuido y que nunca tuvieron confirmación, como por ejemplo el que le “inventaron” (?) en 2018 con quien fuera auditor general de la Nación, el radical Leandro Despouy. Contaban las malas lenguas de la Cámara de Diputados de la Nación que, cada vez que el hombre llegaba, ella ordenaba a todos sus colaboradores que los dejaran solos y no la interrumpieran.

Pero probablemente el más oculto y escandaloso de los secretos entre sábanas que guarda sea la fogosa relación que, se dice, mantuvo con un hombre de los medios, un veterano periodista de moral “liviana”, proclive a estafar artistas plásticos y a prestarse a juegos de panelista. A ellos los habría presentado un dilecto amigo de ambos, hombre de trajes llamativos -si lo hay-, quien se habría ocupado de que se forme esa pareja para así alejar algunos rumores que lo unían a la dirigente política. Cosas que se cuentan entre cerdos… y peces.

Sentimental y coqueta, Elisa María Avelina Carrió supo declarar alguna vez que Dios le “puso una panza así enorme para que nadie crea que yo era linda. Si no, no iba a ser gorda, iba a ser puta”… La respuesta que le atribuyen a Elizabeth “La Negra” Vernaci es colosal. Le contestó: “Es mejor ser puta que ser Carrió”.

Buenos Aires, 17 de septiembre de 2022.

*Licenciado en Letras, escritor y periodista.


[1] Ver capítulo 4 “Tanatocrática y Coqueta”

[2] Charlas de Country, MU – El Periódico de lavaca http://www.lavaca.org/media/pdf/mu/mu95.pdf

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