Marcelo Percia escribe que desde que Ricardo Piglia publicó La ciudad ausente, el uso de la palabra ausencia suele poner en marcha una investigación. Este texto indaga qué hace la vida cuando la muerte interrumpe una conversación.
Por Marcelo Percia*
(para La Tecl@ Eñe)
(No se disuelve con la muerte: crece con la ausencia. Habita el presente como congoja. La súbita pregunta de qué hubieras dicho.)
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Desde que Piglia (1992) publica La ciudad ausente, el uso de la palabra ausencia suele poner en marcha una investigación. Este texto indaga qué hace la vida cuando la muerte interrumpe una conversación.
Escribe Piglia: “… el pájaro vuela interminablemente y en círculos, porque le han vaciado el ojo izquierdo y busca ver la otra mitad del mundo”.
Confidencias
Se añoran confidencias que se tenían con quienes ya no están.
Confidencias, antes de una revelación, comienzan como llamado. Como solicitud de escucha y resguardo.
Suelen presentarse así: “Necesito hablarte de algo”, “No sabés lo que pasó”, “Lo que te voy a decir no tiene que salir de acá”.
Confidencias conservan encantos de las infancias.
Así como los cuentos se inician con la fórmula “Había una vez” o los juegos de la imaginación con la contraseña del “Dale qué…”, las confidencias arrancan con un guiño que avisa “Esto no lo conté nunca”.
Confidencias buscan desahogos. Procuran alivio para lo que, si no, se carga como crimen o maldición.
A veces, intentan expandir felicidades que no caben en el silencio de una soledad.
Confidencias también solicitan el relevo de otro corazón que se entristezca con lo que entristece, que se preocupe con lo que preocupa, que se ponga a bailar con lo que da ganas de bailar.
Desahogos necesitan la suspensión de consejos, críticas, evaluaciones. Relevos necesitan de una mirada o gesto que ofrezcan descanso.
A veces escuchar tiene poco que ver con entender o interpretar. Tal vez eso que se llama escucha se pueda pensar como calma o cobijo que admiten lo que no se sabe, no se quiere o no se puede decir.
Confidencias cuentan dolores que se están llevando, decisiones que se tomaron o se están por tomar, arrepentimientos por algo que se hizo o que no. También desorientaciones, vergüenzas, travesuras, proyectos que se necesita animar, miedos a enfermar, amores que no saben si llamarse amor.
Una confidencia no importa tanto por lo que confía como por la celebración de una confianza.
Una confidencia no equivale a una confesión.
Mientras la confesión admite una falta que solicita castigo o perdón, la confidencia mora en una intimidad sin temores ni explicaciones.
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(Cuánto más larga una vida, más llena de ausencias. Pero, esas ausencias no siempre se cargan como pesadumbres de lo ido. A veces, se llevan como dones, tesoros, gratitudes, eternidades.)
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Discreciones
Cuánta falta hacen las discreciones de la amistad.
Discreciones acunan confidencias.
Confidencias no dan una información: dan una fragilidad, una timidez, una intemperie.
Discreciones respetan y custodian lo que duele. Tienen la prudencia de no herir lo herido.
Infidencias no revelan secretos, incendian confianzas.
Mientras infidencias duelen como una falta de amistad, chismes no la traicionan: atestiguan su inexistencia.
Una expresión castellana dice, con tres acciones verbales, la excitación del chisme: correveidile.
La discreción más lograda se sella con la muerte. Se suele pedir con esta figura: Vos, una tumba.
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(Ausencias queridas no enseñan a morir, avisan posibles finales; y, en todos, la última soledad.)
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Sentir con
¿Qué hacer cuando faltan las cercanías con las que nos gustaba sentir la vida?
Amistades dibujan en el aire un común sentir.
Un común sentir, no un sentimiento en común.
Amistades sienten la marcha callada de los días y los insomnios de las noches.
Un sentir con, en el que el sentimiento de cada cual queda expuesto y, a la vez, sustraído como un tácito saber sobre lo intransferible e intraducible.
La expresión te acompaño en el sentimiento, que declara el deseo de cercanía en el dolor, da el deseo de acompañar algo que se supone, pero no se conoce.
Lo único no se conoce, se sabe sin saberlo. Se puede saber el sentir, pero no un sentimiento.
En la amistad se da acogida al sentir, sin profanar emociones cifradas.
Sentimientos no se pueden traducir, aunque cada comunidad disponga de palabras para nombrarlos. La educación sentimental de cada época se especializa en designar lo que estamos sintiendo. Ninguna relación se sustrae al automatismo o tentación de las designaciones.
Se extraña, de esa amistad que nos falta, la apertura en la que importa más alojar el sentir que traducir sentimientos.
Se extraña no tener con quién sentir lo que no se puede explicar.
Entre los enunciados con sentir y sentir con, el oído prefiere el último.
Si un consentimiento declara conformidad o aprobación de algo, el sentir con habilita el solo sentir sin necesidad de conformidad ni aprobación. Sentir con como sostén o soporte de lo que, sin un común sentir, no se llega a insinuar.
Amistades, cuando hablan, se sienten sintiendo. No sienten lo mismo. Aunque coincidan o disientan en un nombre, lo sentido se les escurre inasible.
Una canción de las gestas deportivas termina así: “Es un sentimiento / no puedo parar…”. Expresa el momento de un sentir que desborda fronteras, mientras sentimientos acontecen como cosa única y diferente en cada sensibilidad.
Saber el sentir, eso solo: reconforta y aproxima.
Si las cercanías queridas no están, hay cosas que no se pueden sentir. Se extraña un sentir con, insustituible.
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(Cada tanto se celebran citas no concertadas con las cercanías queridas que ya no están. Y, de pronto, una soledad se encuentra hablando, riendo, llorando, llamando ausencias que acuden a escuchar, a reír, a abrazar, como breves e instantáneas alucinaciones de la amistad.)
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Tacto
Se extraña de la ausencia querida el tacto de esa amistad. El trabajo que se tomaba para decir, con cuidado, cosas que pueden doler o incomodar. Incluso, a veces, la decisión de callar o esperar el momento.
Tener tacto consiste en saber que la vida duele y que cada cual hace con ese dolor lo que puede.
Muchas veces ese dolor se cubre con la piel de una rareza, una locura, una extrañeza. El tacto consiste en no objetar lo que se hace para suavizar el dolor.
El tacto tiene más relación con la prudencia, la precaución, el respeto, que con la posibilidad de sentir empatía poniéndose en una piel ajena.
El tacto consiste en saber el sentir.
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(Ausencias, a veces, acompañan con música la soledad.)
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Rarezas
Se extrañan las rarezas de la amistad que no está. Sus extravagancias, sus manías, sus caprichos.
Una común rareza no describe una misma rareza compartida, sino un común en el que las rarezas se aceptan y se quieren, sin que se entiendan o tengan consonancias entre sí.
Deleuze (1988) dice en una entrevista que aceptamos la amistad con sus locuras. No la tratamos de cambiar como, a veces, hacemos con quienes nos trajeron al mundo, con quienes formamos parejas o con las vidas que ahijamos.
La idea de una amistad con la rareza, recuerda el pensamiento sobre lo extraño en Nietzsche.
Su obra interroga una posible amistad con lo que no resulta asimilable, con lo que difiere de lo previsto.
Una amistad con lo que no se presenta como similar o semejante. Una amistad no con lo próximo sino con lo lejano.
Una amistad con lo que no se puede reducir a lo conocido.
Nietzsche se pregunta por la amistad con la enemistad. Imagina una comunidad de existencias extrañas. Entrevé la amistad como sublimación de la enemistad y, también, la enemistad como condición de la amistad.
Paranoias sobrevienen como antenas que detectan bases enemigas en las cercanías.
El secreto pacificador de la amistad reside en que la extrañeza no la habite como amenaza, sino como encanto.
Blanchot (1971) piensa la amistad como reconocimiento de una extrañeza mutua, como distancia infinita, como separación en la que aquello que separa compone la relación.
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(Estabas, eso solo alcanzaba. Aunque los encuentro se diferían, existía la posibilidad. Eso bastaba. Ahora siento tu ausencia como venganza de lo aplazado.)
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Éticas
Amistades no necesitan el labrado moral de un código que indica qué corresponde y qué no.
Amistades gestan éticas que se preguntan, cada vez, qué pide y desea la amistad.
Amistades se sostienen en la confianza de que no se harán daño.
A veces se daña sin querer; otras por mal cálculo o descuido; otras por acosos de la rivalidad.
Amistades sufren imponderables de la vida en común.
Códigos resuelven de antemano qué se debe hacer, éticas suponen el vértigo de una decisión.
Aunque, pensándolo más, la palabra ética quizás no diga lo que una amistad hace: cuidar el momento, disfrutar de él, deseándolo, festejándolo.
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(Una vida no se sabe si no se cuenta. Amistades se necesitan para saber la vida. En cada amistad la vida se cuenta distinta. La recepción calculada también produce un relato. Por eso, con cada ausencia se ausenta un modo de estar en la vida que se componía y actualizaba en ese encuentro, relación o desvarío de una conversación.)
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Complicidades
Se siente nostalgia por la inofensiva complicidad de la amistad que falta.
La sonrisa o gesto de bienvenida. El silencio oportuno.
Amistades tienen la complicidad de los encuentros entre amantes, pero sin la clandestinidad, el secreto, la ocultación.
Amistades no se reúnen para asaltar un banco o cambiar la vida o hacer justicia, aunque sientan ganas de esas cosas.
Complicidades componen una forma de las confianzas. Dan reposo a la vulnerabilidad.
Complicidades añaden a las confianzas el contento de estar con.
Esa alegría sencilla, se extraña de la amistad ida.
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(Me dijiste que un día te diste cuenta que caminabas más despacio.)
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Distancias
La muerte no sobreviene como distancia, sino como ausencia. En la ausencia no hay distancia, hay imposibilidad. La distancia cuenta con la reparación de la cercanía. La ausencia avisa lo irremediable.
Amistades se reconocen, también, por las distancias, las idas y venidas, los silencios, los malos entendidos. Sin eso no hay amistad.
Una pregunta: ¿cuánta distancia, cuántas idas y venidas, cuánto silencio, cuántos malos entendidos soporta una amistad?
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(Un tributo de la gratitud nunca dicha lo suficiente, consiste en transformarla en generosidad.)
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Memorias
¡Qué ganas de volver a escuchar aquellas historias!
“Contame otra vez el día que te mordió un tiburón. O cuando escapaste por la ventana en el momento en que llegó la pareja de tu amante. O el día en que, en la clase de expresión corporal, tenían que gritar y gritar lo más que se pudiera y que cuando, por fin, abriste los ojos estaba la policía. O decime de memoria todas las calles, de ambos lados, que cortan la Avenida Rivadavia desde que nace en Congreso hasta Lacarra. O recordame (contorneando la cadera y extendiendo una mano y abrazando con la otra) cuando te ganabas la vida bailando en una academia de tango. O repetime cuando te sugestionaste que cada noche podía ser la última y te acostabas con una novela policial abierta en una página con frases marcadas en rojo para cuando llegara el médico forense”.
Amistades rememoran momentos sagrados.
Las anécdotas componen sus narrativas dichosas.
Se trata de episodios compartidos o no. Cuentos breves de situaciones dolorosas, vergonzosas, graciosas, increíbles, que, con el paso del tiempo, admiten omisiones y agregados, exageraciones y fantasías.
Las anécdotas que componen el archivo de una amistad se vuelven clásicas por el hecho de reeditarse innumerables veces como si se contaran por primera vez.
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(Sin consentimiento de la fantasía no hay amistad. Sin relato de historias inverosímiles no hay amistad. Sin invenciones desmesuradas no hay amistad. La amistad está en el mundo para atesorar fantasías, historias inverosímiles, invenciones desmesuradas. En esa común imaginación acontece la vida).
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Muertes
La muerte deja a la amistad en espera. Aguardando que, lo que ocurrió, no haya ocurrido.
Espera como la sola congoja que acompaña.
Dice Derrida, en su despedida a Emmanuel Lévinas el 28 de diciembre de 1995, “…espero encontrar la entereza para hablar aquí. Me gustaría hacerlo con las palabras de un niño, llanas, francas, palabras desarmadas como mi pena”.
La muerte no dice la última palabra en una amistad. No hay palabra última, sí palabra ultimada o sin vida.
Tras la muerte queda la palabra como ceremonia de resucitación. Una palabra que vuelve a suscitar una conversación sin que la otra vida esté.
Tal vez se llame duelo a la conversación que se sigue llevando con una ausencia.
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(Acontecida la muerte, sobreviene la ausencia. A veces, ausencias ocupan toda la esfera celeste con sus ternuras y calmas, con sus adioses y nunca mases. Entonces, suspiros exhalan lágrimas secas.)
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Secretos
Amistades resguardan secretos.
Aunque el secreto mayor que permanece sin revelar, incluso para quienes traman amistad, reside en el secreto de esa inexplicable amistad.
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(Ausencias responden sin responder. Responden con la insidiosa pregunta que les está dirigida. Responden con el habla callada del silencio.)
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Proximidades
Amistades componen íntimas costuras. Cicatrices que unen los lados de una herida. Tejidos que se entrelazan alrededor de un corte en común
Los motivos de una amistad componen extrañezas.
A veces, amistades no tiene motivo, acontecen por azar. Otras se buscan, se desean, se propician.
Amistades no se explican, se agradecen.
Tal vez se trata de atracciones entre soledades que se encuentran en una común vocación alojadora.
En una semejante disponibilidad para dejarse habitar por el miedo, el silencio, el amor, el dinero, el trabajo, la lucha, el porvenir.
En una común afectación que potencia sensibilidades que se confían preocupaciones y desvelos.
En una común desolación o duelo o estado que no se sabe decir.
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(La obsesión de querer revivir a una ausencia para contarle momentos bellos que le hubieran gustado, no cesa).
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Risas
Se atribuye esta ocurrencia a Oscar Wilde: “La risa no es un mal comienzo para la amistad. Y está lejos de ser un mal final”.
No hay otro reír que se asemeje al de la amistad.
Se trata de risas muchas veces inexplicables.
De pronto, se desencadenan porque sí.
Risas de la amistad no necesitan simpatías ni elocuencias especiales. Cualquier soledad puede tener el don de la gracia o de la inspiración en un momento de cercanía deseada.
Amistades festejan chistes que nadie entiende, pero que igual hacen reír porque da risa ver reír a una amistad.
Se trata de un común reír que hace nacer una sensación de felicidad del acto de estar riendo.
Cuando una amistad ríe sana la vida.
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(Dijiste que te sentías como un gigante doblegado por cientos de enanos que te atacaban a garrotazos.)
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Soledades
Amistades no suspenden la soledad. Inventan zonas de soledad entre soledades. No se trata de una nueva o tercer soledad, sino de un entre quienes la soledad.
Un entre soledades que suspende ensimismamientos o los ridiculiza. Soledades encantadas, curiosas, atentas a la irrupción de lo inesperado.
Amistades saben la soledad, las respetan y las festejan.
En una amistad cada soledad encuentra una oportunidad de amnistía, o pausa, o resguardo del asedio de lo común.
En una amistad pocas veces se interrumpe un silencio para preguntar: ¿Qué estás pensando?
Deleuze (1988) dice que en esas circunstancias nos podemos entender sin tener que explicarnos.
Soledades no se conocen. Se las presiente, se las supone, se las imagina como interioridad, como pensamientos vaporosos, como memorias inasibles, como nerviosismos. A veces, se las escucha hablar solas como ecos que llegan desde una montaña.
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(Después de haber intentado todo para no morir, pasabas horas meditando, en silencio y con los ojos cerrados, para que el pensamiento, en el que tanto creías, llegara hasta el corazón de cada célula anómala.)
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Nacimientos
Alejandra Pizarnik (1971) en el poema Sala de psicopatología, dice “haber intentado nacerse sola” sacando la cabeza por su útero, pero que no pudo.
Se nace muchas veces, hasta que en una de esas tantas, se nace de la soledad. Nacimiento de la soledad y nacimiento de la amistad tienen algo en común.
Una amistad se presenta como oportunidad de un nacimiento. Se llega a una amistad teniendo ya una vida, incluso otras amistades, y, sin embargo, en cada amistad nacen otras formas de hablar, de reír, de escuchar.
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(Sumergidos en las ausencias, de lejos se ven formas vivas entre las piedras.)
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Conversaciones
Amistades conversan. Se enredan en una conversación infinita para citar la inolvidable fórmula de Blanchot. O se complotan en una oralidad encantadora de la nada para citar a Macedonio Fernández. O se complacen en ruidosos cotorreos y algarabías de un momento en común como el que se escucha desde la calle, al pasar por una escuela, durante un recreo.
Amistades tienen lenguas propias.
Lenguas que emplean la lengua habitual intervenida por pasadizos excavados en la historia de esa amistad. Se trata de palabras inventadas o cargadas con otras significaciones u otras memorias. Funcionan como alusiones o sobreentendidos que esquivan desacuerdos.
Una canción de María Elena Walsh que se llama Serenata para la tierra de uno dice una condición del amor y la amistad: “porque el idioma de la infancia es un secreto entre las dos”.
La confianza en un idioma íntimo y compartido compone la excepcionalidad de esa conversación.
Conversaciones en la amistad muchas veces no tienen temas ni motivos fijos. Siguen cursos imprecisos. Practican derivas y vagabundeos no como pérdidas de tiempo, sino como deseo de solturas.
Se conoce la expresión hablar de bueyes perdidos que describe el discurrir sin plan ni apuro.
A veces, amistades hablan de nada. Se trata de un habla confusa, superpuesta, continuamente derivada, interrumpida, en la que se pierde el hilo o se mezclan todas las líneas haciendo un matete.
Tal vez en esa palabra resida el sentido de la conversación. Un intricado anudamiento que un común reír disuelve como instantánea magia conversacional.
Conversaciones de las amistades admiten medias palabras o trasmisiones sin palabras.
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(La ausencia dice la muerte y dice la nada. Dice, también, una interrupción que reinicia, una y otra vez, un estado de conversación que se sitúa entre el desvarío y el recuerdo, entre la evocación y el llamado, entre la tristeza y la magia).
Intimidades
Lo contrario de la intimidad reside en la enemistad, la hostilidad, la desconfianza.
Fernando Ulloa advierte que la intimidación sume a la intimidad en una pesadilla.
Si la fuerza, en su arrogancia, hace alarde de todo lo que puede; debilidades susurran percepciones afligidas, presagios aciagos, la fragilidad de la vida.
Una hazaña de la amistad consiste en acoger debilidades en una intimidad sin coacciones.
No se trata de mi intimidad, tu intimidad, nuestra intimidad, sino de una común intimidad. Burbuja, nube, sueño velado, reserva respetada. Una intimidad que disfruta de la proximidad olvidándose de la prescripción de tener que hablar.
Una intimidad que transcurre como el tiempo que tarda una tela recién lavada en secarse con el viento.
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(Mientras la pena enternece y suaviza las palabras, la amenaza las vuelve ásperas y cortantes.)
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Protagonismos
Amistades admiten licencias para que cada cual tenga un momento para darse importancia. Se trata de pequeños alardes permitidos entre cercanías. Pero el abuso de esa oportunidad o su no alternancia, desgasta y lesiona secretas armonías de la complicidad.
Ahora, que te extraño, convoco el discreto protagonismo de tu ausencia.
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(Por momentos, te ausentabas estando ahí. Hasta que todas la palabras quedaban cubiertas por el silencio. Entonces, poniéndote de pie, proponías: ¿Dejamos por hoy acá?)
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Amistades sin amistad
¿Se podría hablar de amistades clínicas? ¿Conversaciones de muchos años que transitan amores de transferencia, una y mil veces, pero que no se reducen a eso? ¿Amistades sin fiestas, sin cenas, sin vacaciones compartidas, sin cafés en bares, sin asados, sin visitas inesperadas, sin caminatas conversadas? ¿Amistades sin favores, sin demandas, sin expectativas de amistad?
Una amistad que no sabe si llamarse amistad. Una amistad que se ausenta de la amistad para escuchar lo que se sustrae a la amistad.
Tal vez se trata de una amistad con el dolor, con lo inexplicable, con lo sustraído. Una amistad con la pregunta sobre si la vida podría darse de otra manera. Una amistad con la promesa de que habrá una próxima vez.
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(Hablamos para saber cuánto nos duele un dolor. Para tener oportunidad de sentir cuánto nos pesa un pesar. Para obtener un desahogo o la gracia del olvido. Para que otra vida nos releve de tanta soledad.)
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Maurice Blanchot, tras la muerte de George Bataille en 1962, advierte que no se habla sobre el amigo, sino que se sigue hablando con él. Que no se escribe acerca de su ausencia, sino que se prolonga la conversación. Que se busca seguir escuchándolo, permanecer junto a él, continuar queriéndolo.
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(Si estuvieras con vida en este momento funesto escribirías, por fin, la página perfecta que le daría a este mundo desquiciado una salvación que no sabemos, porque esa perfección nos está vedada.)
Buenos Aires, 26 de enero de 2024.
*El autor es psicoanalista, ensayista y Profesor de Psicología de la UBA. Autor de Deliberar las psicosis ( 2004); Alejandra Pizarnik, maestra de (2008): Inconformidad (2010). Su último trabajo publicado es «Sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades». Ediciones La Cebra.
1 Comment
Un texto hermoso y conmovedor.
Agradecida por su generosidad en compartir.