Gustavo Petro y los liderazgos populistas – Por Gerardo Muñoz

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Gustavo Petro y los liderazgos populistas – Por Gerardo Muñoz

Gerardo Muñoz analiza la derrota por un amplio margen de votos del candidato de izquierda Gustavo Petro en las últimas elecciones en Colombia, y afirma que el progresismo debe reflexionar sobre la victoria de Duque, la cual redibuja los contornos del mapa de una nueva derecha regional.

Gerardo Muñoz analiza la derrota por un amplio margen de votos del candidato de izquierda Gustavo Petro en las últimas elecciones en Colombia, y afirma que el progresismo debe reflexionar sobre la victoria de Duque, la cual redibuja los contornos del mapa de una nueva derecha regional.

 Por Gerardo Muñoz*

(para La Tecl@ Eñe)

 

La derrota del candidato Gustavo Petro cierra un episodio de esperanzas y altibajos del progresismo colombiano. Hace ocho años, quienes seguimos aquella contienda electoral que llevaría a Santos al poder, éramos conscientes que Petro, aunque deseable, no estaba en condiciones para derrotar el uribismo hegemónico y depredador. Después de casi una década, el panorama es otro. Gustavo Petro, exalcalde, lector de Deleuze y Piketty, era la opción para un producir un cambio copernicano en la historia de ese país latinoamericano. Nunca una izquierda de política reformista real, comprometida con la modificación del patrón de acumulación y la reforma de un nuevo pacto social, había estado tan cerca de llegar a la presidencia.

Nadie como Petro contaba con un carisma atractivo desde una retórica interesada por reactivar las disputas que deben ser el sustento de la vida pública. Nadie como Petro estaba en condiciones de mostrar una mirada al futuro, carente de arcaísmos, y capaz de hacerse cargo de una reforma interna más allá de los cálculos electoralistas de turno sin los diseños postpolíticos cuyos programas se esmeran en administrar los goces colectivos.

Pero no ha sido suficiente. Iván Duque consiguió el último domingo vencer en las urnas por un amplísimo margen. Duque, un político joven que basó su discurso en la defensa de la “decencia”. Una muy curiosa palabra: decencia. Y también un mandato de esa administración de los goces y los estilos: “¡sea decente!”. No hay dudas que es una inflexión muy profunda en la gramática moral ya de antemano clasista, puesto que el decente no es solo el que no porta los gestos del bien, sino el que nunca podría portarlos. En realidad, la retórica de la decencia es un ardid populista que divide lo social entre los decentes y los que no pueden serlo.

A diferencia del populismo de izquierdas, la decencia sustituye la dinámica política por la preservación de una ciencia moral. Aquí es perceptible uno de los errores trágicos del petrismo: haber contrapuesto a la decencia un humanismo de la honestidad e inclusión. Faltó malditismo. Y cuando en las últimas semanas, se trabajó sobre la hipótesis de Petro como nuevo liberal de centro, las cosas se fueron a pique. Esto confundió al electorado, puesto que en tiempos donde reina la mentira antipolítica y la velocidad sensible de la imagen, una mentira no puede corregirse con un nuevo consenso. Una mentira moralista solo puede desplazarse con otra mentira que interrumpa el orden del sentido y la centralidad del tablero político. Petro, aunque con brillo carismático envidiable, tuvo déficit de frente antagónico y excesos de humanidad.

La victoria de Duque redibuja los contornos del mapa de esa nueva derecha regional. Duque no es un político hábil, incluso no es un político. Sin embargo, cuenta con la eficiente máquina simbólica y territorial del uribismo. Habrá que seguir con atención a Iván Duque en los próximos años, puesto que su figura es un síntoma de la reconfiguración geopolítica, donde conflictividad y seguridad se complementarán como operación administrativa de la vida de las poblaciones. Mientras, en el norte, la presidencia de Donald J. Trump apuesta por el aislacionismo, en el sur se pudiera estar dando una nueva reconfiguración del modelo de acumulación. En efecto, estaríamos entrando en un nuevo escenario geopolítico, un tanto disímil al viejo “Consenso de Washington” que ahora camina de la mano del nuevo giro soberanista de los grandes poderes internacionales muy conscientes del agotamiento del liberalismo como contención del orden mundial.

El progresismo debe reflexionar sobre el fracaso de Petro y la confluencia Colombia Humana. ¿Cómo pudo una figura honesta, de innegable carisma, de una agenda coherente, y de autoexamen de su propia historia, haber sido derrotado por un anti político que se dio hasta el lujo de evitar debates públicos? Debería abrirse un debate sobre el estatuto de los liderazgos políticos en el presente. En realidad, podemos decir que Petro no fue derrotado por otro liderazgo (en este caso, Iván Duque), sino por el espíritu de la “Técnica”. En el presente, no hay liderazgos ni brillos carismáticos que resistan a la encandilada exposición de los archivos de vida y de una memoria mediática que nada olvida. La técnica-política rebaja el brillo del carisma del político a la función de su opaca vida.

De ahí que Petro, mientras más quería descolocarse de su pasado guerrillero, más se exponía. La técnica (en la acepción heideggeriana) tiende a lo arcaico develado. Por eso sus operaciones funcionan sobre la base de regresar a los orígenes y trabajar sobre la especificidad de la vida humana. Y por momentos llegan a liquidar al liderazgo. Este es uno de los elementos claves para comenzar a pensar la derrota de Petro. Un populismo sin líder, mucho más contaminado e impersonal, sería hoy una mejor apuesta para un progresismo que ya no debe combatir desde presupuestos heredados de la modernidad política (Kant, Weber, etc.). Antes, el carisma podía atravesar un espacio neutralizado del liberalismo y dinamizarlo. Hoy, esos mismos brillos no alcanzan a conducir ni a reinventarse ante la consumación de la Técnica.

En las últimas semanas, Petro rebajó su populismo moviéndose al centro. Visto retroactivamente, ese fue un error táctico. Si lo que está en juego en el uribismo es la continuación de la guerra, entonces Petro no tenía que optar por un gradualismo complaciente. Como una vez recomendó el sabio Sánchez Ferlosio, ante una opción inmanente de guerra, solo el insulto es la forma diplomática más eficaz para resolver disputas que de otra manera llevarían a conflictos armados. Si nos hacemos cargo de esta lección, creo que la izquierda estaría en mejores condiciones no solo para decir las verdades que todos sabemos, sino para echar adelante un proyecto de gobierno que todos desean.

Pennsylvania, USA, 19 de junio de 2018

*Gerardo Muñoz  es profesor adjunto en Lehigh University. Miembro del colectivo académico Deconstrucción Infrapolítica (www.infrapolitica.com). Su más reciente publicación es Alberto Lamar Schweyer: ensayos de poética y política (Bokeh, 2018). Se lo encuentra en Twitter @GerardoMunoz87

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