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Escucharnos – Por Roque Farrán

A partir de un artículo de Jorge Alemán, “¿Qué ocurre con Agamben?” publicado en el diario Página 12, Roque Farrán se pregunta: ¿por qué no pensarnos y citarnos más entre nosotrxs?, ¿para cuándo la generosidad y la confianza en nosotrx mismxs?.

Por Roque Farrán*

(para La Tecl@ Eñe)

 

A diferencia de lo que ha sugerido Jorge Alemán en un artículo reciente (“¿Qué ocurre con Agamben?”), pienso que este confinamiento en cuarentena se parece bastante a una especie de “internación colectiva”; solo que en lugar de ofrecerlo como paradigma del estado de excepción y el control absoluto, considero que podemos apreciar cómo, en situaciones extremas, podemos afinar los modos de cuidado: la atención de sí y de los otros. En ese mismo sentido, comparto la inquietud de Donna Haraway: las opiniones de Zizek, Agamben o Han me resultan insulsas, repetidas, aburridas o paranoicas, ¿por qué entonces seguir haciendo alusión a ellos?, ¿por qué no nos pensamos y citamos más entre nosotrxs?, ¿para cuándo la generosidad y la confianza en nosotrx mismxs? Más que preguntarnos qué le ocurre a Agamben, si tenemos que leer a Chul Han o es una pérdida de tiempo, creo que tendríamos que preguntarnos qué nos ocurre a nosotros mismos. ¿Por qué es tan difícil armar una escena de pensamiento local, donde nos citemos para marcar nuestras diferencias o convergencias, pero donde esencialmente nos tengamos en cuenta?

No se trata de un problema meramente académico, el pensamiento material es asunto de vida o muerte. La vida y la muerte no son solo temas para estudios especializados en biopolítica o eruditos helenísticos, sino cuestiones cruciales que atañen a todo el mundo. Hoy más que nunca la filosofía se hace práctica concreta. Pues la fórmula de la biopolítica se desbalanza aun más peligrosamente bajo la modalidad de gobierno neoliberal-neofascista: ya nada de hacer vivir, solo dejar morir de a miles, como vemos espantados ocurre en Brasil o EEUU. Estamos ante una novedosa mutación de la lógica mortífera de gobierno: pura desidia que ni siquiera implica movilizar recursos destructivos, más bien todo lo contrario. Ante esa desafectación radical, la política de cuidados encarada por nuestro gobierno y en especial por el presidente, atento al respeto por los muertos (que no se reducen a meras cifras) y a valorar el esfuerzo de los vivos (con consideración especial por las diferencias de clase, género o edad), muestra que es posible otro modo de encarar la biopolítica y administrar los recursos: biopolítica popular enlazada a prácticas de cuidado. Hay que estar atentos a valorar las singularidades y a no despreciar masivamente al Estado porque lo que se está jugando no son simples relatos teóricos.

Voy a relatar una experiencia personal que viene al caso, no solo por la política de los cuidados aludida, sino por cómo me he implicado en ella hace tiempo. Recuerdo esto: había despertado hacía muy poco del coma inducido, tenía dificultad para respirar, me habían hecho una traqueotomía, o sea tenía un agujero a la altura de la garganta y una válvula, tosía bastante seguido, me daban accesos de tos porque además tenía líquido en los pulmones y todavía no se habían dado cuenta, hacía picos de fiebre también, temblaba mucho, mientras querían que empiece a moverme, pararme e intentar caminar algo, lo cual me parecía imposible, pues apenas me podía sostener en pie; en algún momento vino a verme el cirujano que me había operado, había pasado a curar las heridas y al abrir el vendaje se espantó: me había eventrado de nuevo por la tos, o sea mis órganos se habían abierto paso a través del abdomen, dijo que tenía que entrar a quirófano urgente y mientras conseguían lugar, porque todo allí era muy precario y no había gran disponibilidad de recursos, otro médico-enfermero me dijo que tenía que entrenar los pulmones para salir mejor de la operación, me enseñó un ejercicio que consistía en soplar un recipiente lleno de agua mediante una cánula, que no dejara de hacerlo, insistió; casi no tenía fuerzas pero me comprometí a pleno con ese ejercicio. Fue clave para recuperar el ritmo respiratorio luego de la anestesia. Esa sensación de ausencia radical de aire es indescriptible: respirar mecánicamente es como un dolor de otro mundo. Y no obstante también pasa, supongo que es eso o la muerte. Lo cuento así porque no hay nada que alguien no pueda soportar, porque si no lo soporta ni siquiera se dará cuenta. No hay que asustar a nadie; hay que prevenir y ejercitarse. Tampoco tiene sentido victimizarse por nada del mundo. La muerte nos toca a todos sin excepción, tarde o temprano, y es un proceso de disolución natural. Mejor conciliarse con esa idea materialista. Luego están todas las significaciones y valoraciones sociales de las que hay que apartarse rápidamente, porque incluso en los dispositivos asépticos de intervención médica, por acción u omisión, se infiltran de manera fastidiosa.

La disposición estoica o materialista ante la muerte, no implica cultivar una suerte de pesimismo ontológico o hipocondría generalizada, al contrario, ello nos habilita a encontrar la alegría en cada singular gesto de amor. El contento o amor de sí, por ejemplo, es una alegría que brota apenas de considerarse a sí mismo y la propia potencia de obrar. Es un afecto crucial que está en la base de lo que para Spinoza es la máxima sabiduría y virtud humana, la felicidad o libertad: alcanzar la beatitud. Estos términos pueden tener ciertas resonancias religiosas, pero Spinoza muestra su concatenación racional geométricamente: los afectos son tratados como puntos, líneas y planos. He estado pensando mucho en estos afectos últimamente. Recuerdo que cuando desperté del coma, en un estado de precariedad e inermidad absolutas, la más mínima función o acto corporal se me aparecían como un imposible: respirar, hablar, caminar, comer, etc. Y también recuerdo la alegría indescriptible que me produjo cada vez, pese a la incertidumbre respecto al estado general de mi cuerpo, recuperar la voz, el alimento, el movimiento, la respiración, el deseo. El considerarse a sí mismo y la propia potencia de obrar no es algo místico ni banal, son esos pequeños gestos materiales los que nos constituyen. Son actos simples que damos muchas veces por hechos, automatizados o naturalizados, pero que quizás solo en la privación absoluta o en el ejercicio de las prácticas de sí podemos valorar como corresponde. Para mí no fue un segundo nacimiento, como me dijeron algunos, sino el verdadero nacimiento, porque el anterior ni siquiera tenía consciencia o valoración alguna de lo que adquiría y luego perdería abruptamente: ninguna imagen ideal o trascendente, sino ejercicios vitales concretos.

Entre esos ejercicios vitales la escritura, como una constante, siempre me acompaña. Al despertar en la sala de internación, recuerdo también haber intentado garabatear algo. Entre tantas luces y ruidos de tosidos, me costaba mucho dormir. El mayor alivio vino cuando pude salir de terapia y luego retornar a casa. Por eso, algo que aprecio mucho de la nueva situación es el silencio nocturno; dormimos mejor. Incluso tenemos más tiempo y estamos más atentos a los estados de ánimo, a lo que pensamos y sentimos, nos preguntamos seguido: “¿Cómo estás?”. Mi hija sigue aprendiendo a su ritmo, siempre un poco más adelantada que la suposición escolar, así que las tareas que nos mandan son un complemento a veces entretenido, otras no tanto. La escritura de sí continúa por otros derroteros; me desperté la otra noche con una pregunta: ¿qué prácticas de sí se pueden reconocer en el campo popular? Muchas veces hablamos de saberes, legados y tradiciones populares, en términos muy amplios, pero sería bueno conocer y compartir el detalle: ¿cómo hace cada quien para resistir a la barbarie, a las inclemencias del tiempo, para cultivar una mínima felicidad que dé sentido a la vida? Algunos hablan de “estrategias de supervivencia”, pero yo creo que es otra cosa: hay sabiduría popular y es vital, si no, no estaríamos acá; hay que tomar nota de ella.

Más que atosigarnos entonces con encuestas de opinión o dilemas morales que fijan a los sujetos en soluciones tan predeterminadas como falsas, tendríamos que indagar en los modos efectivos y afectivos que inventan los sujetos para responder al malestar imperante: modos que nos pueden transformar realmente en lugar de reproducir lo peor. La filosofía que es por definición amor a la sabiduría, nos predispone mejor a esa escucha.

La filosofía está al alcance de cualquiera porque es un conjunto de prácticas, ejercicios y herramientas que nos constituyen. Así, suele recurrirse a la imagen del martillo para exponer problemas filosóficos básicos, por ejemplo la distinción entre teoría y práctica: ¿quién sabe en efecto lo que es un martillo, el ingeniero que dispone de los conocimientos físico-mecánicos para fabricarlo o el carpintero que lo usa cotidianamente en su trabajo? También se ha usado la imagen del martillo para brindar una idea de la génesis, precisamente, de la idea o del conocimiento: tener una idea verdadera es como tener un martillo, no nos preguntamos cómo llegamos a fabricarlo suponiendo que deberíamos haber necesitado antes otro martillo para hacerlo, etc., porque entonces caeríamos en el círculo vicioso del escepticismo: el conocimiento o la adquisición de ideas, como la fabricación de herramientas, resultarían imposibles. Sabemos, sin dudas, que para arribar al martillo actual ha habido todo un proceso de desarrollo tecnológico: habrá sido construido primero con materiales más toscos o precarios, palos o piedras que luego ayudaron a forjar otros metales, etc. La idea quizás está en el golpe primero: un elemento que choca con otro elemento y lo inserta. O quizás al principio el choque produce solo una chispa de inspiración. Tampoco se trata de salir a golpear necias cabezas, o de romper ídolos (por más huecos que estén): la filosofía a martillazos. Las ideas suceden de golpe, ¡es así!, luego uno va aprendiendo a perfeccionarlas de a poco, a insertar unas en otras, a transmitir el conocimiento que resulta de ello, a mejorar los materiales y las aleaciones, etc.

En fin, escuchémonos más entre nosotros, hagamos cajas de herramientas que sean cajas de resonancias para producir conceptos que nos transformen, en lugar de salir a rebatir o repetir ídolos que se caen solos.

 

Córdoba, 14 de mayo de 2020.

*Investigador Adjunto (CONICET). Miembro del Programa de Estudios en Teoría Política (CIECS-UNC-CONICET)

3 Comments

  1. nora merlin dice:

    Me gustó mucho lo que escribiste Roque, adhiero. Me gustó también, quizás por lo que afirma el feminismo que lo personal es político, el coraje de compartir tu nacimiento. Gracias.

  2. Roque dice:

    Me alegro Nora que lo digas, realmente he aprendido mucho de mis amigas feministas, sobre todo filósofas, acerca de la necesidad de ponerle cuerpo al concepto; es crucial exponerse sin adornar la cosa…

  3. Gonzalo dice:

    Roque, que opinas del tema en cuestión, a mas de un año de esta nota?
    ¿Fue posible establecer una «atención de sí y de los otros»?
    digo, ¿Qué rol cumple el tiempo acá? si partimos de tu nota como propuesta, reflexión, vivencia, casi al inicio de la Pandemia, ¿extraes alguna «conclusión»?.
    La última, :¿Cómo se hace para atender-se/les, ante una representación de la muerte que -contrario sensu- parece experimentarse en la más pura «individualidad»»? (el fantasma covid podría tocar mi puerta hoy)
    Gracias, saludos y abrazo