ENTREVISTA A MARÍA TERESA ANDRUETTO/“UNA LECTORA DE PROVINCIA” – POR YAEL NORIS FERRI

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ENTREVISTA A MARÍA TERESA ANDRUETTO/“UNA LECTORA DE PROVINCIA” – POR YAEL NORIS FERRI

María Teresa Andruetto/ Foto: Hugo Suárez

En esta conversación exclusiva para la Tecl@ Eñe, a propósito de la presentación de su último libro, “Una Lectora de Provincia” de Editorial Ampersand, Colección Lector&s, María Teresa Andruetto comparte su fascinante mundo literario y su profundo vínculo con la lectura. A través de las palabras de Yael Noris Ferri, exploramos un libro que es un atlas de experiencias literarias. María Teresa nos transporta a su infancia, su insilio, y la construcción de su biblioteca democrática, tejiendo una narrativa única sobre la pasión por la lectura. Además, reflexiona sobre la importancia de la voz de las mujeres en la literatura.

Por Yael Noris Ferri*

(para La Tecl@ Eñe)

—Yael Noris Ferri: Quisiera iniciar esta conversación deteniéndome en el título del libro que nos obsequia Teresa. “Una lectora de provincia” que forma parte de la Colección Lectores de la Editorial Ampersand. Y de repente recuerdo a Rodolfo Walsh, su carta a Vicki, porque esto pasa con los libros, nos evocan otros libros, otros escritores.

“María Teresa Andruetto es una lectora del pueblo, su nombre es conocido en cada esquina de nuestra ciudad. Desde niña se dedicó a hacer literatura.Todos la conocemos como “La Tere”, La Tere del pueblo. Aquí lo voy a fundamentar para que no quede como un simple halago. ¿Qué significa ser del pueblo? Significa que lo que hace, lo hace en beneficio de toda la sociedad, del pueblo y para el pueblo. Porque su literatura es un literatura con una clara posición política que consiste en actuar contrariamente al egoísmo bastardo de un ególatra. Porque La Tere, como relata su libro, desde niña se interesó por el margen, los del margen. Ella es nuestra porque crecimos con sus cuentos, en nuestra juventud y adolescencia tuvimos sus poemas y en la adultez nos llegaron sus novelas. Mi evocación a Walsh fue porque en un momento él menciona que Vicki se había entregado a la villa y él sabía que allí había una elección. Quienes leemos a La Tere sabemos que no duda en entregar su literatura al pueblo, y eso la hace ser nuestra, nuestra escritora, nuestra lectora. Ahora te invito Tere a conversar presentándote como lo hacés en la página 157 de tu libro. Sería hermoso que nos leas un párrafo…

—María Teresa Andruetto: Muchas gracias Yael, a ver:

“Soy descendiente de italianos, pero también soy mujer, soy latinoamericana (lo latinoamericano pesa mucho en  algunos libros míos), soy de provincia, me crié en un  pueblo, provengo de sectores medio bajos, mi paisaje de infancia es la llanura, fui joven en los setenta… podríamos ir hasta el infinito en esas capas superpuestas que conforman lo que somos.Tuve preocupación por lo social desde que era una niña y una mirada política sobre el mundo desde que era adolescente y eso ya nunca se fue, sin importar las condiciones de vida (¡tan diversas!) por las que he pasado. Pero no se trata de un programa explícito: a la hora de escribir me preocupan sobre todo las cuestiones formales (¿quién va a contar?, ¿cuál es su punto de vista?, ¿el narrador habla o escribe?, ¿a quién le dice o le escribe lo que escribe o dice?, ¿cuenta lo que vio o lo que le contaron?, ¿cuál es el tono de ese relato?, ¿es melancólico, resentido, enojoso, distante, técnico…?). Esas cosas me interesan y también me liberan, porque lo otro aparece mientras estoy ocupada en esos asuntos. Me gusta que sea así: me saca de lo unívoco, de lo autoritario con respecto al lector. No siento que deba decirle a quien lee cómo tienen que ser las cosas, cómo sería bueno que fueran; me interesa ver por qué unos personajes hacen lo que hacen o actúan como actúan, ya que en toda situación humana hay múltiples razones para vivir como se vive y actuar como se actúa. La literatura es una de las formas más interesantes de la memoria de un pueblo.”

—Yael Noris Ferri: Pensando en estos once ensayos con tanta vida literaria anudada, podría decirle a los lectores que el libro para mí es un atlas, un atlas literario. Cada capítulo es un mapa de las marcas, de las líneas de tu vida lectora en anécdotas, en encuentros, en territorios que habitaste, en la infancia, en la juventud, en la adultez, en un  territorio de memorias.

Por eso, me gustaría que nos cuentes de una marca, un trazo, que responde a un recuerdo infantil en el ensayo titulado “Se distrae, se obnubila, se extravía”. ¿Qué lector a veces no pasa por esos estados? Te leo el recuerdo que aparece en la página 22 del libro:

“El asunto es más o menos así: mi mamá me mandó con un papelito (todavía no sabía leer, pero me fascinaba la escritura, los signos, el misterio que guardaba esa anotación de mi madre) al bar de Rabachino (bar de hombres, de vino, donde funcionaba también un almacén), a una cuadra de mi casa. Si no sabía leer, quiere decir que no tenía más de cuatro años; se trataba de un pueblo pequeño, de un barrio con calles de tierra, donde no pasaban autos… En fin, a mi madre se le ocurrió mandarme con un papelito a comprar unas fetas de patita de chancho, seguramente para resolver una comida rápida (quién sabe si no se habría arruinado otra vez el Bram Metal, el bendito calentador que cada dos por tres se atascaba, ya que no tuvimos cocina a garrafa sino hasta varios años más tarde).

Yo tenía que darle el papelito a Lola, la mujer de Rabachino, y decirle que anotara el costo de la compra en su cuaderno. Era la primera vez que iba sola a alguna parte: iba mirándome los pies, con la vaga idea de que no debía dejar de mirarlos para evitar perderme; pero mirándolos me distraje. Cuando levanté la cabeza, desconocí el lugar: un tejido de alambre con enredaderas al lado de una casa blanca. Asustada, me arrinconé contra el tejido y unas mujeres me rodearon y empezaron a preguntarme todas al mismo tiempo cómo me llamaba. No pude decir ni una palabra. Hasta que pasó el cartero en su bicicleta, que tenía un canasto de metal adelante, lleno de cartas. Él, un varón entre esas mujeres, se bajó de la bicicleta y me preguntó si mi mamá se llamaba Cleofé. Yo dije que sí o hice que sí con la cabeza, y él (no había otra Cleofé en el pueblo) me cargó en el canasto de las cartas y me llevó a mi casa. Recuerdo que la retó mucho a mi mamá (esos retos no están en el poema, ni en la novela, ni en el texto escrito para el aniversario del asilo), seguramente porque siendo tan pequeña, debo haberle dicho que me había mandado a hacer las compras”.

—María Teresa Andruetto: Es un recuerdo muy antiguo, creo que ése y otros dos más que no están contados en el libro, uno sí, el de ver a mi bisabuela leyendo y preguntándole de que estaba enferma ese sí lo menciono en el libro. Pero hay otro recuerdo que no menciono que es la muerte de la hermana de una amiguita de la infancia, cuando era muy, muy pequeña, estoy hablando de cuatro años, más o menos, y que me impactó mucho. Supongo que es porque se llamaba “Teresita”  y a mí me decían “Teresita” cuando era chica. Entonces una que era apenas más grande que yo, que había muerto de leucemia en el barrio y que era hermana de mi amiga,  me trajo así tan tempranamente la percepción de la muerte. Y el otro recuerdo tan antiguo es este del extravío. Yo hice muchos años de análisis y en uno de los procesos de análisis, en uno de los procesos, en la primera de esas etapas, la analista me pregunta qué recuerdo lejano puedo contar y entonces aparece este recuerdo, de la vez que me perdí, cuento brevemente eso y claro, en el proceso de análisis fui viendo cómo eso quedó en mí y entró en mi escritura. Quedó de muchas maneras y se fue creando, transformando y cobrando distintas significaciones. Cuando lo conté fue porque ese episodio se contaba en mi casa, como que yo era una persona distraída. Siempre me hacían bromas que me había perdido, pero claro, lo que no había cargado de sentido es que era tan pequeña y que mi mamá, era como era, y me mandaba a hacer tareas desde muy pequeña. Después lo ví a la distancia, en la madurez, en el trabajo del análisis. Siento que ahí estaba todo, siento que ahí estaba mucho. Porque están las cartas, o sea está la escritura, está la comunicación, porque tengo un modo de estar como escritora y como persona, como docente, muy en comunicación con los otros. En ese recuerdo está la palabra de mi madre, las mujeres, la escritura en las mujeres como un acto privado, íntimo incluso la grafía. El único hombre que lleva la correspondencia, las palabras, era el hijo del maestro  “Bono. El maestro de mi pueblo que para entonces era un maestro grande, anciano, era un maestro que había fundado un colegio, el primer colegio de mi pueblo.“El extravío” esto de ser distraída es también el extravío de la escritura.No es el extravío que da las dolencias del alma, Creo que la escritura como extravío es un extravío donde uno se abstrae, quizás, pero es un extravío del que se puede volver.

—Yael Noris Ferri: Vamos a otro mapa, tu tiempo de juventud, ahí escribís: «Cuando a fines del 75, apenas recibida, decidí resguardarme e irme de los lugares conocidos hacia la Patagonia, repartí los libros de literatura que tenía entre amigos y llevé los más comprometedores –los de política– a la casa de mis padres para guardarlos en una cómoda grande de cinco cajones. Luego me fui. 1976/77. Insilio patagónico. Un año y medio en Trelew, muy ligera de equipaje, en donde solo tenía conmigo tres libros: las obras completas de Borges, aquellas de Emecé con sobrecubierta de color verde, regalo de las compañeras de la casa donde vivía; Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino, en la edición de Minotauro; y un libro de Carlo Emilio Gadda del Centro Editor de América Latina, del que me desprendí en la más tonta de las situaciones”.

Me interesa pensar en ese momento de quiebre ¿qué te hizo elegir esos tres libros? ¿Cómo fue tu tiempo de insilio en esas obras?

Gentileza de María Teresa Andruetto.

—María Teresa Andruetto: En ese quiebre del Insilio, ni sé si era una elección llevar esos tres libros.Por un lado sí, yo sabía que tenía que ir liviana de equipaje, con muy poquito. Uno de los primeros libros que llevo son: “Las obras completas de Borges” porque me  lo acababan de regalar, eran la editorial Emecé y tenían una sobretapa de color verde. Esas obras tienen los nombres de mis compañeras de la casa donde vivía, en los tiempos de estudiantes. Una casa donde vivíamos cuarenta y cuatro mujeres, en una planta alta y una planta baja. Me lo habían comprado entre todas.Los otros dos libros no sé… los tenía o los había comprado económicos, uno era  del Centro Editor de América Latina, el libro de Carlo Emilio Gadda, que era un libro que tenía, porque lo habíamos leído en literatura Italiana. El libro “Las Ciudades Invisibles” de Italo Calvino ya lo había leído más de una vez, era una edición  de Minotauro muy barata. Este libro con esos textos muy breves me encantaban y me siguieron encantando, es un libro que nunca me defraudó en las relecturas. El libro de Gadda, me gustó mucho, me gusta mucho, es un autor raro, es un autor de una escritura refinada, exquisita. Es un autor casi sin argumentos en lo que cuenta. Es un autor muy experimental, propio de un estudiante de letras de los años setenta. Lo cierto es que tenía esos tres libros. El de Borges lo tengo, lo conservo. El de Calvino lo tengo también. Muy roto, pegado, lo vuelvo a arreglar, adoro esa edición totalmente arruinada y vuelta a reparar. Tan así es el libro que se los presté a la gente del Archivo de la Memoria. Es un libro que está expuesto con todas sus pegatinas. El lomo del libro está expuesto en el Archivo de la Memoria en Córdoba. Es una muestra que se llama: “No tiene abriles este marzo del 76”, que es una frase que escribí en ese libro, el día del golpe o al día siguiente. El libro de Gadda lo perdí o lo entregué, en una situación un poco absurda que me hace pensar que yo conocía nada de la vida. Vivía en la periferia de Trelew, y en el camino al centro encontré a una mujer que lloraba, le había pasado algo que me parece era en relación a la violencia doméstica. Traté de consolarla, esta cosa mía de empatía con los otros, quería hacer algo, tampoco tenía mucha cosa para dar, pero bueno, yo quería darle algo, quería consolarla y tenía el libro de Gadda a mano, quise dárselo, ella no quería y yo insistía. Finalmente lo tomó y después, mucho tiempo después pensé que no tenía lógica esto, que era algo que quien sabe si le habría servido, si le habría gustado. Era más una necesidad mía de dar, que la de ella de recibir. Hasta que uno aprende que lo del dar tiene que ver con la necesidad del otro de recibir. Quiero aclarar que muchos libros míos fueron quemados.A veces, recibía una carta de mis padres donde decían:  “tuvimos que hacer una fogata”. Esto se debía  a que se encontraban amenazados por una razia militar, en el pueblo de mis padres donde había dejado los libros más comprometidos políticamente.

 —Yael Noris Ferri: Diría Hélène Cixous “como se hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas”. Esta cita que tomás de Cixous, en referencia a tu madre, la escucho como un eco en el libro. Me provocó intriga cuando la posteaste en tu muro ya que tu literatura está llena de personajes femeninos y hay un rescate a las mujeres. Contanos lo que desees sobre esto…

María Teresa Andruetto: Sí, la frase de Hélène Cixous me resulta extremadamente conmovedora y reveladora. Es de un libro que se llama “La llegada a la escritura”. No es casual porque ella que es una intelectual, psicoanalista, filósofa, escritora, una gran referente intelectual. Ella escribe que la llegada a la escritura, entiendo más a la escritura ficcional  o autobiográfica, la llegada a la escritura es como un camino hacia la madre. Es muy hermoso ese libro, salvaje, me parece que en ese libro ella dice: “Se hablaban como se hablan las mujeres cuando nadie las mira para corregirlas” o “Nos hablábamos como se hablan las mujeres cuando nadie las escucha para corregirlas”. En ese decir ella se incluye, nos hablábamos como se hablan las mujeres… me parece que hay muchas cosas allí, de la intimidad, de la palabra. De la palabra entre una hija y una madre, que tanto me interesa. También hay un deslizamiento desde el patriarcado hacia otra cosa. Se supone que los varones o lo varonil, lo masculino representa el saber, el reconocimiento, el deber ser, entonces ellas se hablan de entre casa. Eso me ha interesado mucho en la escritura y alcanza a pisar su punto máximo en mi libro: “Cleofé”. Las mujeres hablándonos, las amigas, madres e hijas. Las mujeres hablándonos como podemos, como queremos, como se nos ocurre, cuando nadie nos corrige, cuando nadie nos supervisa, cuando puede haber ese modo disidente de usar la lengua, desprolijo, desacatado. Hablo como se me da la gana. Hablo con mi amiga, con mi hija, o mi amiga conmigo, como se nos da la gana. Las palabras de las mujeres, las palabras íntimas y más, que se desarman en un acto de fe, de una fe común con la otra.

Y sí, como lo decís, hay un rescate de mujeres. Desde chica hay una mirada ahí, creo que tiene que ver con la complejidad subjetiva de mi mamá. Ella era una mujer muy fascinante, su voz, su letra, era muy bonita también. Era por un lado muy fascinante y por el otro muy imprevisible, muy variable, con cierta inestabilidad en su carácter, en sus emociones. Yo era muy pequeña y quería comprenderla, por qué en un rato ella pasaba de un estado al otro. Veía cómo todo el tiempo ese lugar de mujer está defendiendo su lugar, luchando con el lugar de la madre. Eso se hizo expansivo en mi interés a otras mujeres.

Gentileza de María Teresa Andruetto.

—Yael Noris Ferri: “Para leer bien un libro hay que leerlo como si uno lo estuviera escribiendo. Empezando por no sentarse en el estrado con los jueces y en su lugar permaneciendo de pie en el banquillo con el acusado”, dice Virginia Woolf. Esa relectura sostenida, en un tiempo como ese de tanta soledad e introspección, fue un gran aprendizaje. Lo decís en el capítulo Lectura rumiante, ¿podés explayarte en este corazón de cómo lee una lectora de provincia?

—María Teresa Andruetto: ¿Cómo lee una lectora de provincia? Lee como puede, un poco el libro es esto. El paso por distintos modos de leer, cómo lee una niña en un pueblo donde no hay librerías, no hay bibliotecas, un poco en la escuela. Después cómo lee una adolescente en un lugar donde no se lee mucho, no se lee tanto, en un lugar donde ella va queriendo leer. Cómo lee una chica que llega desde el pueblo a la ciudad, desde el pueblo a la Universidad. Esto me pasaba mucho, cree que todo lo que lee o estudia es poco, para poder aprobar una materia, entonces resulta que lee mucho más de lo que le piden. Lee siempre tratando de estar a la altura de lo que le puedan pedir. Entonces el profesor cita nombres y ella los anota, los busca, los lee, los rastrea por todos lados. Ese modo de leer rastreando, buscando, ya no se fue. Tampoco se fue ese gusto de estudiante de los primeros años setenta que leíamos mucho la relación entre literatura y política, literatura y sociedad. Es la idea que promueve que un escritor no está solo en la ciudad, no es un árbol solo es parte de un bosque. Escribe en un país, en un contexto, en una lengua. Eso empiezan a ser los libros para mí. Un árbol en un bosque. Lo de lectura rumiante, es porque hubo una voracidad, en la niñez en la infancia, así como hacen los rumiantes que mastican tragan, devuelven, vuelven a masticar y tratan de digerir.

—Yael Noris Ferri: Con el capítulo “Los locos, los cuerdos y los que tiran de la cuerda” el atlas de tu libro inicia con una oración que me emocionó. Escribís: “Cuando regresé del insilio tuve que hacer una biblioteca, esa fue democrática”. Pienso en una biblioteca democrática hoy, a 40 años del regreso de nuestra Democracia. Más atrás contás que Borges en casi todos sus poemas se figuraba el paraíso como una biblioteca, digo, quién lo ha perdido todo pero ha ganado la vida, vuelve empezar, y vos volviste de casi cero ¿cómo fué ese tiempo? ¿qué es una biblioteca democrática?

María Teresa Andruetto: Yo digo una biblioteca democrática cuando pude empezar a comprar libros, después de mi insilio y con el regreso de la democracia a nuestro país. También pasé años muy duros en la dictadura, de mucha carencia económica. No solo perdí los que tenía, sino que tampoco compré libros esos años. Mi vida en el insilio se redujo a la sobrevivencia. Empiezo a comprar libros en el 84, cuando empiezo a trabajar, a dar talleres, a dar clases. Esos años los recuerdo como de una pulsión, una fuerza, un deseo, en ese despertar democrático, en esa primavera del 86, 87, ahí se hizo mi biblioteca desde cero.

Córdoba, 18 de noviembre de 2023.

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