El historiador Pablo Suárez sostiene que frente al discurso antiestatista de la derecha, es posible transmitir el valor de desarrollos comunitarios vinculados a la necesaria existencia de un Estado fuerte y eficiente.
Por Pablo Suárez*
(para La Tecl@ Eñe)
En estos días hemos leído a mucha gente que está muy impactada por los resultados de las elecciones. En función de eso nos proponen salir a militar, salir a convencer, salir a explicar. Y es acá donde ya se empieza a complicar en los modos.
Se ha dicho mucho que Milei capitalizó el enojo de mucha gente contra la “clase política” y por una serie de transposiciones enrolladas y con poco fundamento, el despeinado ha logrado convencer a mucha gente de que el Estado es algo así como la herramienta por medio de la cual la “casta” ejerce la dominación sobre los ciudadanos, a los que una y otra vez se los identifica como individuos.
Acá hay un punto que considero clave y que es un trabajo previo muy importante desarrollado por ciertos sectores que podemos identificar como “la derecha”, que ha consistido en ocultar o ayudar a ignorar lo que el Estado hace por la gente. Incluso, muchas personas informadas de nuestro entorno ignoran que sus consumos de energía, transporte y hasta la orgullosamente privada escuela de sus hijos, recibe, más o menos, ayuda del Estado. ¿Mis ejemplos? El colectivero que no sabe que las ganancias que paga -y que tanto le molestan- sirven para pagar, mediante subsidios, ¡su propio sueldo! El del hombre que transporta discapacitados ignorando que si el estado retira su ayuda a las Obras Sociales, sólo podría transportar a las escasas familias que puedan sufragar el enorme monto que representa para una familia ese servicio.
Dos operaciones concluyentes y -sabemos- un toque sobreactuadas:
1) El Estado no sólo no me da a mí y le da a los vagos (como ya vimos esto es muy relativo), sino que
2) me saca (los más célebres: ganancias a los trabajadores bien pagos, aportes patronales para que las pymes tomen más empleo registrado).
Sumémosle que en algunas áreas en las que el Estado es “garante de derechos” (educación, salud) lo hace defectuosamente y en algunos casos con grandes sospechas de corrupción (PAMI, Obras sociales, etc.), o reclutamiento de amigos, parientes o con planteles exageradamente grandes. En seguridad, la falta de capacitación de los efectivos, los bajos sueldos y los acuerdos de las cúpulas policiales con el narco, son algo más que sospechas.
Ahora bien ¿tiene sentido que nuestras acciones de “convencimiento” o “diálogo político” consistan en defender a ese Estado? Considero que no. Es someterse a una andanada de argumentos irrefutables por cualquier persona que viva por fuera de algún microclima de una oficina pública.
Porque -y aquí hay un punto importante- muchos de esos amigos y vecinos serán anti estatistas pero no son individualistas. Van a la iglesia, rezan por los otros, colaboran con el que le falta, aportan trabajo voluntario al club de sus hijos, en la comisión de patín, se suman a la jornada de laburo en el club, en la escuela, se reconocen como parte de algún colectivo y no dudan en dar parte de su tiempo y su dinero (sabemos que el tiempo es oro) para esos agrupamientos.
El Estado es una expresión de la comunidad pero no es la única. Y en ese sentido, considero válido el intento de recuperar el espíritu comunitarista o colaborativo de esas personas, un espíritu que no siempre encuentra en el Estado un interlocutor válido.
Ahora bien, eso no nos impide informarlos acerca de las cosas que el Estado -que es algo más que la herramienta de la casta y puede ser pensada como herramienta de la comunidad- hace por ellos aunque ellos no se lo pidan.
Creo que la operación de unir “Estado” a “casta” le puede salir mal a Milei. No estoy seguro de que sus votos -ni los de Bullrich- expresen un deseo de menos Estado, aunque sí de menos política, o en todo caso, menos Estado al servicio de la política. Para mí eso sí se ha convertido en el “sentido común” de gran parte de la sociedad argentina (logro de ese sector ideológico) pero no creo que haya logrado instalar el paquete completo del individualismo retrógrado que propone el candidato. Es como cuando instalás un programa y te pide “full” o “custom”: acá hay una instalación bastante customizada. Se instaló el antiestatismo pero hay lazos comunitarios que están activos y a los que habrá que proteger y consolidar gane quien gane.
Considero que la fuerza del argumento reside en transmitir hasta qué punto las políticas y el marco de ideas que promueven desde LLA complicaría el crecimiento de algunos desarrollos comunitarios de los que el Estado actual es una expresión defectuosa o un mal socio. Pero reconocer sus debilidades no significa borrarlo de la escena ya no sólo política, sino también de la escena social en la cual el Estado está presente.
Todo esto no sería tan difícil si no tuviéramos una cultura política tan estadocéntrica. Hoy, muchos de nuestros compañeros de izquierda y peronistas sólo conciben la política a través (o a partir) del Estado, en forma de subsidios, partidas, ayudas, etc. Y eso ha empobrecido no sólo la gestión, sino también las posibilidades de crecimiento de las redes de acción política y social autónoma. Pero bueno, eso quedará para después. Hoy podemos hablar de lo que tenemos en común, de lo que nos une, que en muchos casos hubiera sido imposible si todos fuéramos individualistas en extremo al modo de la caricatura que se propone desde esa usina.
Si hemos construido diálogos fructíferos durante todo el año, en la convivencia cotidiana, podemos aspirar a que esos argumentos encuentren buena repercusión entre nuestros interlocutores y generar un entorno humano donde aquellas ideas no ganen nuevas voluntades.
Rosario, 7 de septiembre de 2023.
* Historiador. Es autor de «La ciudad híbrida. Historia de Rosario 1689-2021» e «Historia del agua en Santa Fe. 1520-1815.