Claudio Zeiger nos trae en este artículo a Roberto Arlt y sostiene que si hay un escritor al que nos gustaría interrogar sobre la vida global y cotidiana del aquí y ahora, de este presente de incertidumbre, ese es Arlt, y por varios motivos que Zeiger aborda.
Por Claudio Zeiger*
(para La Tecl@ Eñe)
“Parece tan difícil imaginar la vejez de Arlt como la juventud de Macedonio Fernández. ¿Qué hubiera pasado con Roberto Arlt de no haber muerto a los 42 años? ¿Hacia dónde habría avanzado su escritura?”, se preguntaba Ricardo Piglia. Estos interrogantes sin respuesta, pero tan actuales como pertinentes, nos traen al presente pandémico. Si hay un escritor al que nos gustaría interrogar sobre la vida global y cotidiana de aquí y ahora, someter a la emergencia y a las urgencias de la incertidumbre, auscultarle los pálpitos acerca de lo que nos depara el destino, es él. Es Arlt. ¿Por qué?
Por varios motivos.
Porque escribió en los 30 y 40, los años en los que el mundo comenzó un ciclo de crisis terminales que parecía inagotable, con la Gran Depresión, el ascenso del nazismo y el fascismo, la revolución rusa girando vertiginosamente sobre su propia cerrazón aunque generando la sensación de que el comunismo también era un movimiento expansivo, y por supuesto la Segunda Guerra Mundial. De hecho, por estos días se habla de una crisis de la magnitud de aquella del 30, y con la posibilidad de que la devastación del virus no se detenga o adopte el modelo cíclico del eterno retorno, iríamos a un escenario de parálisis mundial, más que la actual. El panorama está abierto.
La visión de la sociedad que Arlt volcó en Los siete locos y Los lanzallamas está indudablemente inserta en esos contextos. Entre el apocalipsis y el complot, su visión de la política es la de la construcción de grandes liderazgos mesiánicos, duros, basados en una suerte de “mentira verdadera”. Debe ser un relato hipnótico, de fuerte convicción, para encauzar los ánimos de las masas, que pueden virar de la acción colectiva a la autodestrucción individual. Si bien tipos como el Astrólogo quieren hacer una revolución, o al menos conspirar para ella, no importa tanto el contenido sino La Forma de la revolución. Debe ser violenta, con gases tóxicos, carros blindados y guardias enmascarados, escenas de esa distopía con la que hoy coquetea todo novelista que se precie. Pero, como aclara el mismo Astrólogo aceptando su esencial desorientación, Lenin sí sabía a dónde iba. Él no.
Hoy, Arlt captaría seguramente la diferencia entre los líderes moderados que entendieron al menos que el mundo está en juego y en riesgo cierto, y aquellos que, envueltos en su mesianismo, mareados por algún innegable carisma, parecen estar enfrascados en la fase negadora, imbuidos de omnipotencia, lanzados hacia adelante.
El otro Arlt de entonces, el de las Aguafuertes porteñas, presenta un imaginario más tranquilo y territorial, más barrial y urbano, basado en la observación de los estilos y tipologías de la calle, esas calles que conocía de memoria. Es el gran cronista que luego se forjará en España, donde vive recorriendo el país casi un año y en Marruecos (cantera de los futuros cuentos de El criador de gorilas). Cuando vuelve de ese viaje, Arlt se convertirá en otra clase de viajero, en otra clase de observador. Ya no se tratará de la calle pateada desde tan joven (tan juguete rabioso) sino del relativo encierro de la redacción, donde las noticas del cable inspirarán el repentismo, dispararán la historia pensada y ejecutada “en una baldosa”. Y eso también legitima nuestras ganas de interrogar a Arlt como si estuviera vivo ahora, en plena pandemia.
Desde 1937 hasta su muerte en 1942, Arlt escribe para el diario El Mundo notas y crónicas en dos secciones o columnas, “Tiempos presentes” y “Al margen del cable”. ¿De qué habla? De la guerra, de demoliciones de edificios en Buenos Aires; de fabulosos naufragios y ladrones de cadáveres, de noticias del lejano oriente y personajes como Hitler, Al Capone, Nijinsky o Rodolfo Valentino. De una noticia más o menos insólita y lateral arma una historia, expande un núcleo, pero siempre en un marco, en un contexto que es el Mundo, lo que hoy no dudaríamos ni un instante en llamar “la globalización”.
Preguntarse hoy como habría reaccionado Arlt –como periodista y escritor- frente a la pandemia, es preguntarse cómo habría reaccionado sucesivamente a la aparición de la televisión, a internet, el mundo en redes, los avances sorprendentes de las tecnologías de la comunicación, la virtualidad, las fake news, la posverdad.
Era la suya una mirada abierta a la incesante producción de paradojas, una mirada híper realista, una mirada-taladro. Y, sin embargo, las columnas del periodista que produce una observación aparentemente infinita anclado en una redacción (en una situación de encierro asimilable a la del actual teletrabajo) también va revelando cierta ajenidad, la creciente sensación de un desborde de ese mundo que (de tan global, de tan real), parece encaminarse a una gran Ficción en la que nada sucede de manera concreta, mundo tan conectado que termina en el peor de los aislamientos donde nadie se conecta de verdad.
Obviamente, Arlt no hubiera sido partidario de negacionistas, conspiranoicos y alucinados del Nuevo Orden mundial. En lo específico, su capacidad de analizar lo que está sucediendo en Europa por esos años es notable. Su mirada es eminentemente política. Quizás, como nos sucede a muchos, habría empezado a abrumarse con curvas, estadísticas, cifras comparativas. Quizás habría tratado de romper el encierro de la redacción a la que llega el cable para auscultar con barbijo la realidad de los hospitales. Esto ya es especulación pura. Y, sin embargo, cómo nos interesa saber cuál habría sido el futuro de ese joven Roberto Arlt al que –con Piglia- no podemos imaginar de viejo. Pero sí actual. Nuestro contemporáneo.
Buenos Aires, 2 de agosto de 2020
*Escritor y periodista. Editor de los suplementos Radar y Radar Libros del diario Página/12.