La autora de este artículo sostiene que ante la clausura de la memoria de las luchas que el neoliberalismo impone, urge discutir usos del feminismo –aunque también extensivos a las derivas identitarias y al pensamiento decolonial-, que trafican mediante vocabularios llamativos y programáticas fragmentacionistas, una renuncia absoluta a reconocernos en los legados de proyectos colectivos nacionales y latinoamericanos en clave antiimperialista.
Por Laura V. Martinez*
(para La Tecl@ Eñe)
En el momento de desenlace del golpe de Estado al gobierno de Evo Morales en Bolivia, junto con las imágenes del incendio de viviendas y secuestro de funcionarios, llegaban a Buenos Aires los discursos de referentes del activismo feminista y académicas que coincidían en posiciones comunes sobre el proceso en curso. El machismo atribuido a la persona de Evo, su equiparación con los líderes de la derecha oligárquica boliviana como Camacho como distintas caras de un mismo sello patriarcal que contamina incluso a la propia forma Estado, fueron aspectos centrales de sus planteos. Los soportes teóricos de estas posiciones rozan de manera más o menos subterránea la idea de una esencia femenina (figura largamente discutida dentro de la teoría feminista) como marca de alternatividad al origen y estructura netamente masculina atribuida al estado nación.
El recorte del análisis del golpe de Estado en la figura de Morales llegó al punto de destapar públicamente una ansiedad que venía cobrando fuerza en algunos nombres y renombres de la academia boliviana y argentina: la negación de la etnicidad a Evo. Lo cual curiosamente se enunciaba por personalidades del feminismo en el exacto momento histórico en que la caída del gobierno era celebrada en mítines racistas con quema de whipalas y agresiones físicas a mujeres indígenas. Como prueba de su “dudosa indianidad” hubo quienes enfatizaron su condición de sindicalista, con las cualidades imperfectas e impuras que esta identidad parece condensar en tanto asociada a las luchas obreras. Difícil no interpretar la adopción de este perfil contaminado como resultado del triunfo cultural neoliberal. Pero además puede interpretarse que – acaso de manera involuntaria o inconsciente- esperan y exigen un “indio hiperreal” (Ramos, 1992) puro ideológicamente, que vale más que los “indígenas reales” que toman decisiones propias, construyen trayectos y experiencias que no encajan con esos modelos preestablecidos de pureza ideológica. Sin descuidar la vigencia y la fuerza de los esquemas racistas de razonamiento que permean tanto la academia como cualquier otro ámbito institucional.
Pero lo que aquí se intenta discutir no es cuánto se alejó o se acercó este gobierno al parámetro esperado por sectores que lo apoyaban sino debatir con los usos de la retórica feminista que pueden terminar traficando en la arena pública, nociones teóricas y políticas de otro orden.
En primer lugar, por el uso de “lo femenino” como retórica esencialista. Si acordamos en que el conocimiento sobre la rica historia de discusiones internas en el feminismo resulta muy desigualmente distribuido en el sentido común y el conocimiento cotidiano, tal planteo corre el riesgo de reducirse a una deriva identitaria. Y como todo punto de vista teórico contiene una traducción política, al proyectar este esquema en los antagonismos sociales, la deriva identitaria expande elásticamente el relativo consenso de los feminismos desde abajo en que todo estado nación (burgués, liberal y capitalista) es patriarcal, llevándolo a alcances muchos más amplios. Entonces vale plantear que una cosa es asumir la sedimentación histórica de las estructuras patriarcales-coloniales raciales, su larga duración y su reproducción sistemática en la vida social; otra cosa muy distinta, teóricamente hablando, es conceptualizar tales procesos como esencias contrapuestas. De hecho la fijación con el antagonismo “masculino” descontextualizado está más cerca de un feminismo blanco occidentalizante, universal y neoliberal, que con las experiencias históricas y creaciones teóricas de las mujeres indígenas, negras, latinoamericanas, campesinas, que partieron de tensionar el patriarcado como un concepto que silenciaba su condición histórica de opresión atravesada por ejes raciales y de clase.
Pensar en el estado como esencia masculina empuja a la vez un movimiento de deshistorización. El potencial teórico del marco feminista decolonial/poscolonial es clave para pensar los trayectos históricos de los estados ex colonias, incrustados en otras estructuras coloniales, racistas y patriarcales superpuestas a las formas liberales y los esquemas de ciudadanía. Pero resulta obvio recordar que esta superposición también se fue amasando en una experiencia material de lucha y resistencia en el continente. En América Latina, con su historia de golpes de Estado por injerencia imperialista y millones de desaparecidos a nivel regional, en nuestra defensa de la “democracia” está incorporada la memoria de los muertos. Condensa caminos locales, regionales, al igual que los derechos humanos como plataforma política. Resulta un poco más claro interpretar, en este marco, la ola de reacciones incluso desde los propios feminismos, dejando en claro que no había lugar para competencias de sofisticación analítica mientras reprimían cortejos fúnebres de asesinados por el gobierno de facto, lanzando gas lacrimógeno a los ataúdes envueltos en la bandera de los pueblos originarios.
A casi dos meses del golpe se han estabilizado algunos ejes del discurso público para legitimar “la nueva etapa” boliviana, y no deberíamos dejar estas escenas en la intrascendencia de lo anecdótico. Cabe resaltar que la cara visible del gobierno de facto es una mujer, retratada por la revista Forbes en una portada que reza “el poder es femenino”. Sabemos que el orden neoliberal se reproduce con una plasticidad que le permite adueñarse y “poner a trabajar a su favor” múltiples significantes y plataformas de lucha, como la diversidad y el reconocimiento de las diferencias, el ecologismo, y también el feminismo. Queremos prestar atención a los esquemas esencialistas de las posiciones identitarias, porque afectan directamente el potencial del pensamiento feminista como marco de crítica histórica y situada. Si Evo y Camacho son equiparables, ¿por qué no podrían serlo Evo y Piñera, presidente jaqueado por sus políticas de ajuste neoliberal sangriento y represión sistemática a miles de chilenos en las calles? La deriva identitaria –en este caso de lo femenino- puede hacernos caer, al menos en algunas coyunturas, en una encerrona de confusión ideológica, donde el orden de discurso del capitalismo tardío ha removido con éxito la clave de lectura geopolítica de los hechos. Utilizando conceptos y reflexiones surgidas en el campo decolonial y poscolonial en sus cruces con los feminismos, el significante masculino como crítica a un orden político en decadencia participa de una controversia que va mucho más allá de los sucesos bolivianos, si consideramos que figuras del poscolonialismo oficial global, como Homi Bhabha han enfatizado recientemente las equivalencias entre Maduro y Trump como «líderes titánicos” masculinos.
Tal vez ayude recordar que las posiciones decoloniales contienen presupuestos de crítica a los proyectos nacionales dentro del llamado tercermundismo y anticolonialismo, así como cuestionan la polaridad izquierda-derecha como categorías cognitivas del pensamiento occidental. Pero una cosa es asumir estas discusiones para repensar, recrear nuevos horizontes de emancipación, y otra es clausurar la memoria de las luchas y las conexiones entre las búsquedas de ayer y hoy; arrojándolas a todas, codo a codo con los sectores dominantes, al fuego de los intentos fallidos y viciados de origen por la forma estatal y los líderes masculinos (autodenominados y discutidos como socialistas o afines). En este fuego ardería el recuerdo de grandes hombres como Tomas Sankara y sus políticas revolucionarias y de promoción de derechos de la mujer en Burkina Faso, pero también las políticas de cuidado y reparación sanitaria si pudiera resumirse lo que abrió la revolución cubana liderada por Fidel. Contra esta clausura urge discutir usos del feminismo –aunque también extensivos al pensamiento decolonial-, que trafican mediante vocabularios llamativos y programáticas fragmentacionistas, una renuncia absoluta a reconocernos en los legados de proyectos colectivos nacionales y latinoamericanos en clave antiimperialista. Porque en medio de estas huellas de experiencias inconclusas e imperfectas también caminamos, reflexionamos y luchamos millones de mujeres del continente.
Buenos Aires, 2 de enero de 2020
*Docente universitaria y terciaria-Conicet – Dra. en Antropología (UBA)
1 Comment
.muy bueno