La derecha quiere que gane Larreta y que, de ese modo, les junte la cabeza a todos ya que el broker inmobiliario que gobierna la Ciudad, se ve incomodado tanto por la derecha light (López Murphy) como por la derecha hard, es decir, fascistoide (Espert, Milei). En cuanto al Frente de Todos Juan Chaneton pregunta sobre temas de los cuales mucho no se habla: Si gana Alberto Fernández, ¿quién gana? ¿Si gana Tolosa Paz en la Provincia, ¿quién gana? Y más: con ese millón de trabajadores y trabajadoras encuadrados en los movimientos sociales que lideran Pérsico y Navarro, refractarios a toda transformación estructural de la Argentina, ¿quién gana? ¿Por dónde pasa el eje que separa a los que quieren esta transformación estructural de los que no la quieren en absoluto?
Por Juan Chaneton*
(para La Tecl@ Eñe)
Dice la derecha, por estos días, que el gobierno de Néstor Kirchner fue de lo mejor que hubo en las últimas décadas. En particular -dicen-, porque desendeudó al país. Lo dicen Majul y el diario La Nación por boca de sus diferentes profetas. Dicen eso aunque desde hace por lo menos una década venían diciendo lo contrario. Pero entonces, ¿por qué lo dicen? Lo dicen porque, ellos también y como corresponde a periodistas que militan en la derecha política de este país, están en modo campaña. Decir que Néstor fue bueno, cuando eso lo dice la derecha, es decir dos cosas. Primero, que Cristina es malísima. Segundo: que ellos, al contrario de lo que dice el kirchnerismo, son capaces de un juicio sereno y objetivo y que, asimismo, son moderados, imparciales y, en buena medida, justos y equilibrados en sus dictámenes, al punto de que pueden verter sobre el ex presidente Kirchner, una opinión no sesgada hacia el odio. Pura impostura, claro, pero todo le viene bien a la derecha con tal de que el gobierno pierda. Hasta desdecirse de lo que venían diciendo le viene bien.
La derecha quiere que gane Larreta y que, de ese modo, les junte la cabeza a todos: al «populismo» y al que, sin ser populismo, ha devenido una suerte de hidra de varias cabezas, no muchas, pero que alcanza, esa hidra, como para molestar al broker inmobiliario que gobierna la Ciudad, al que incomodan tanto por derecha light (López Murphy) como por derecha hard, es decir, fascistoide (Espert, Milei). Todos ellos importunan al broker porque le quitan votos en la interna y en la externa, aunque es imposible cuantificar el volumen de esa pérdida.
Ahora bien, en cuanto a nosotros, ¿para qué queremos que gane Alberto? ¿Para que proclame, después del triunfo, la revolución bolivariana argentina? No parece ser el caso. Si gana Alberto, ¿quién gana? ¿Si gana Tolosa Paz en la Provincia, ¿quién gana? Y más: con ese millón de trabajadores y trabajadoras encuadrados en los movimientos sociales que lideran Pérsico y Navarro, refractarios a toda transformación estructural de la Argentina, ¿quién gana? ¿Por dónde pasa el eje que separa a los que quieren esta transformación estructural de los que no la quieren en absoluto? De esto no se habla. Y que no se hable de esto, ¿es malo o es bueno?
Y el problema es que, en esta campaña, los «intelectuales orgánicos» de la derecha sí hablan. Y lo que dicen por boca de, por caso, Miguel Pichetto, es que lo que está en juego en la Argentina es el problema del poder y cómo no perderlo (ellos saben muy bien que el poder, en la Argentina, lo tienen ellos). Y no deja de advertir, Pichetto, que Mario Firmenich acaba de decir que Emilio Pérsico, el que acaudilla a cientos de miles de pobres de cuyos planes sociales vive (lo mismo dice La Cámpora), es el Vandor de los movimientos sociales. Y sigue diciendo la derecha que en la tensión CGT-Movimientos Sociales y en el tipo y modo que tenga la resolución de esta tensión, se juega lo esencial del futuro político de la Argentina (lo mismo parece decir La Cámpora por boca de Larroque). No dice nada nuevo -al menos para nosotros- la derecha. Pero lo deseable sería que todo esto que dice la derecha no fuera una novedad para los nuestros.
Por el contrario, nunca se habló tanto, en una campaña electoral, de drogas y de sexo. No se crea, sin embargo, que se habla con profundidad de esos temas. Nadie profundiza porque, en suma, nadie sabe nada de esos temas; y los que saben no son candidatos; y si lo fueran, serían pésimos candidatos porque el saber académico y el saber político son saberes distintos. Esto ocurre en todo el sistema político occidental. Es el divorcio entre política y conocimiento. Un problema, ahí, para el sistema político de Occidente.
También se optó por no echar más leña al fuego de las discusiones sobre los fuegos fríos, valga el oxímoron, que nos destruyen la naturaleza a vista y paciencia de sociedad y Estado.
Por caso, un señor ya de edad devenido negociante insomne y que sólo impresiona con su arte a los que identifican dinero con inteligencia, se exhibe en el ágora en que se ventilan los asuntos públicos haciendo agua cuando las consecuencias de sus negocios quedan al descubierto.
El Paraná y su cuenca es el que da vida al humedal violado hoy por estos «emprendedores» con un signo pesos en cada ojo y que atentan contra la naturaleza y que, de ese modo, devienen artífices de un daño emergente que nos perjudica a los argentinos todos, pues arruinar la naturaleza es una insólita agresión contra nosotros mismos, por más millonarios que sean quienes de ese modo proceden sin que, por otra parte, el Estado haga nada para obligarlos a enmendar y/o compensar los daños producidos.
Una razón más por la cual es necesaria la reforma constitucional. Pues si el Estado nada hace ante los desmanes ecológicos de estos peligrosos «hombres de negocios» es porque si hace, pierde, es decir, perdemos todos, porque la Constitución consagra el derecho de estos privilegiados a hacer negocios incluso enervando el derecho de los ciudadanos que no cuentan con privilegio alguno sino con problemas serios reciclados ad æternum.
El artículo 41 de la Constitución Nacional contiene, como programa ecológico, un saludo a la bandera que no sirve ni para ponerle límites a Costantini por el norte, ni a IRSA por el sur. Y se impone, como reflejo pavloviano vinculado a nuestra subsistencia como pueblo, otorgarle estatuto constitucional al cuidado y protección de la naturaleza. Como los intereses que se oponen a tan sensata aspiración son fuertes y fundados en la «libertad», lo que se requiere es la modificación, también, del artículo 38 de la Magna Carta sancionada hace ya casi ciento setenta años, en cuanto esta norma declara que » … Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático». Si esto no se modifica, estamos en el horno porque significaría que los cambios de todo tipo que han experimentado las sociedades humanas desde aquel tiempo a esta parte no son tenidos en cuenta por la Constitución.
Prolepsis. No estoy diciendo que los partidos cuentan con raigambre constitucional desde 1853. No se me escapa que el artículo 38 es una «creación pretoriana» de la asamblea reunida en Santa Fe en 1994. Estoy diciendo algo mucho más sustantivo. Estoy diciendo que si, pese a no tener jerarquía constitucional por más de un siglo, los partidos se consolidaron como forma de representación de intereses y opiniones, ello ocurrió porque gris es la teoría pero verde es el árbol de la vida, esto es, corría el tiempo y los partidos se consolidaban porque su existencia y función era acorde con la naturaleza de las cosas, aunque la CN (la teoría) no se diera cuenta de ello. Del mismo modo, en el presente las organizaciones de la sociedad civil carecen de tal reconocimiento constitucional pero «el árbol de la vida» las ha parido, hace ya más de cuatro décadas, como actor sustancial de la realidad, y si la CN no se da por enterada es porque la CN está haciendo con tales organizaciones sociales lo mismo que una vez hizo con los partidos: no se daba cuenta de que existían hasta que se tuvo que dar cuenta y recibirlos en «la hoja de papel» (Lasalle dixit) en que consiste la Constitución, más vale tarde que nunca. Lo hizo en 1994 sancionando el artículo 38 mentado en el párrafo anterior.
Estos son algunos de los asuntos que tiñen la coyuntura y que parecen de coyuntura pero son, en realidad, estratégicos y de largo plazo y a los cuales, como decimos más arriba, se ha optado por cubrir con un piadoso manto de silencio debido a que, con el actual sistema político, no se puede hacer nada, y debido también a que las elecciones de noviembre nos soplan en la nuca. Y en este punto todo induce a pensar que, como vienen las cosas, el FdT gana por poco y ojalá ganara por mucho, aunque cabe reincidir con la pregunta del comienzo: si gana el gobierno, ¿quién gana?
Algo anda mal en el sistema político cuando comienzan a insinuársele, desde dentro mismo de su cuerpo enfermo, unos tumores con potencial de metástasis. Fascistas parece exagerado si el término se aplica a Espert o a Milei. Pero no hay que confundirse. Para ser fascista no hay que ser una réplica de Mussolini. Alcanza con menos. Lo que Espert y Milei tienen de fascistas es que le echan la culpa de las penurias del pueblo a la clase política -a la que llaman «casta»-, y no a los monopolios consolidados como dueños de la riqueza nacional. Son los políticos y no aquellos monopolios los responsables de que el pueblo no pueda vivir mejor, se debata en la desesperanza o viva en la miseria. Mussolini decía lo mismo y con esa cantinela marchó sobre Roma para beneplácito y satisfacción de los enemigos de la clase obrera italiana que venía en modo amenaza, esa clase, porque Lenin, desde Rusia, azuzaba la insurrección a escala europea. Hoy, en Argentina y Latinoamérica, no hay ni Lenines ni insurrecciones a la vista, pero hay, en potencia y larvada, una protesta social que recorre el continente a lo largo y a lo ancho de una geografía social irredenta pero indómita o, cuanto menos (si «indómita» parece un exceso de entusiasmo), revoltosa y anhelante de otra cosa.
Y algo más tienen de fascistas nuestros Milei y Espert: se proponen (aunque ninguno de los dos tiene uñas de guitarrero) imponer el darwinismo social a como dé lugar. El «mercado» sin Estado como solución ya pasó, pero ambos alumnos de la «escuela austríaca» insisten con sus virtudes. Un fanático estrafalario y sin cultura general, como lo fue Friedrich Hayek, inspira sus afanes argentinos. Lo que proponen no cierra sin matar gente, y eso es lo que no pueden decir. Pero la tragedia ya ocurrió, ese es su karma: fue la hora de la espada que anunció Lugones y que ya tuvo, aquí, desde Uriburu en adelante, diversos y variopintos profetas, Videla incluido. A ellos, en cambio (a estos nuevos fascistas), sólo les queda la farsa, el inodoro de la historia, de nuestra módica historia argentina.
Votemos, pues, y votemos bien. Pero no dejemos nunca de preguntarnos: ¿para qué votamos?
Buenos Aires, 7 de septiembre de 2021.
*Abogado, periodista y escritor.