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POSTEMILLAS – La campaña del gol en contra – Por Vicente Muleiro

En una campaña en la que el periodismo basura impuso el tono banal, los políticos tiraron golpes de efecto para ponerse a la altura de ese enanismo. Consiguieron hacer reír con palabras e imágenes bizarras aún a riesgo de que se rieran de ellos. Pero habría que discriminar. No todo es joda: ni los llamados al golpe ni el siniestro derrotero de Javier Milei.    

Por Vicente Muleiro*

(para La Tecl@ Eñe)

Postemilla. 1. Absceso que supura. 2 Punta visible de un tumor.                                   

El color de la campaña. El otrora diario sábana y ahora felpudo  exhibió el miércoles 1, en su portada digital, a los verdaderos protagonistas de la campaña opositora con tres notas sobre el proselitismo al PASO. Pero en los artículos no interpelaban ni difundían ideas de candidato alguno. Fueron solo las vociferaciones de tres vociferantes: Majul, Feinmann y Viale. De ellos fue el contenido y la imagen. Acaso obedecían a una estrategia subliminal: en términos cromáticos tienen que ver con el Colorado Santilli y la ocre Vidal.

Pero por qué no te callas. Es que cada vez que las figuras opositoras de primera línea salen al ruedo hay que esconderlos por lo menos un día para ponerlos a salvo. Vidal traza el mapa territorial clasista del consumo de marihuana y le dan para que tenga. Macri llama a no pagar impuestos y le recuerdan que, como Presidente, se empeñó en la recaudación regresiva. Fernando Iglesias aparece en la tele y de manera ampulosa hace notar que todo le importa un huevo. Pero nadie, en todo el espectro político, se salvó de meterse goles en contra.

El trío más mentado. Sucedió que una –Sabrina Almechet- perseguía un piojo, la otra –Paula Oliveto- una bolita de moco y el otro –Iglesias- se rascaba ahí. Eso no alza la imagen salvo que busquen  parangonarse a los tríos cómicos del mundo del espectáculo como Los tres Chiflados (Moe, Larry y Shimp) o los hermanos Marx en su momento cumbre (Chico, Harpo y Groucho) o la variante nac and pop de Los Midachi. Los cráneos de la campaña atormentan sus cerebros pensando ya en noviembre: es posible que no les convenga aparecer como chiflados; menos como marxistas ¿Los tres chanchitos?, sugirió una creativa. La hicieron callar.

Quiosquitos porteños. Para tratar de salvar las papas, las calles de Buenos Aires están moteadas por los quiosquitos blancoamarillos de Juntos por el Cambio. Reparten, claro, la imagen de María Eugenia Vidal, flor de lino bonaerense. Un porteño tanguero, y lunfa, rechazó la boleta ampulosamente: “Salí de ahí, salí. ¡Yo no voto extranjis!”.  

El lugar del transgresor. Siempre aparece alguien listo a  ocupar el sitio del loco, el de quien pretende conquistar a contramano de las gestualidades de campaña estabilizadas por la reiteración o la falta de ideas. Javier Milei, al tanto de su íntima condición clownesca, saltó al ruedo. Se aferró a la polisemia de la palabra libertario –lastimando su raíz anarquista- y se vendió más piantao que el de la balada de Piazzolla y Ferrer. Pero entre su intento de seducción juvenilista se le filtró el elitismo kitsch y un odio espantapájaro. El círculo farsesco se cerró con la admisión pública de que fue colaborador de uno de los más siniestros y corruptos capos de la dictadura. Antonio Domingo Bussi, sí. Ese general que en los centros de desaparición se quedaba a contemplar el espectáculo de los condenados cavando su inminente fosa para reservarse el tiro de gracia. En ningún sentido Milei es joda.   

Buenos Aires, 7 de septiembre de 2021.

*Escritor, dramaturgo, poeta y periodista.

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