Con la gente adentro – Por Eduardo Rinesi

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Con la gente adentro – Por Eduardo Rinesi

Foto: Ernesto Pages

Foto: Ernesto Pages

Eduardo Rinesi reflexiona sobre la frase “gobernar con todos adentro” que el diputado Máximo Kirchner pronunció en la movilización por el día de la memoria. Rinesi propone pensar esa frase, ese “adentro”, no solo desde los planos económico y social, sino también político.

Por Eduardo Rinesi*

(para La Tecl@ Eñe)

En el curso de la jornada de conmemoración del 24 de marzo, el diputado Máximo Kirchner expresó, en una frase que pasaba en limpio lo esencial de su ostensible distanciamiento actual con la cúpula del gobierno nacional, que es necesario gobernar “con la gente adentro”. La frase, en la que resuenan los ecos de otra parecida pronunciada en su momento por su padre, es indudablemente verdadera y justa, y me parece conveniente pensar un poco sobre ella. Sobre la naturaleza de ese “adentro” que postula como un mandato para un gobierno verdaderamente democrático. ¿Adentro de qué? Me parece que el diputado Kirchner sugiere que adentro de los beneficios de un sistema económico que tiene que ser menos excluyente y menos regresivo que este que tenemos y que el que podríamos llegar a tener (teme el diputado Kirchner y tememos unos cuantos) si el país quedara atado, una vez más, a los designios del Fondo Monetario Internacional, y de los límites de un sistema social que tiene que generar más mecanismos de contención y de protección de las vidas que las que tememos que vaya a poder generar si quedáramos sujetos a la voluntad del Fondo.

Me gustaría sin embargo sugerir que a esta doble dimensión del “adentro” de la frase del diputado Kirchner hay que agregar una tercera y, me parece a mí, fundamental: no ya la económica ni la social, sino la política. En efecto, gobernar democráticamente es gobernar con la gente “adentro” de la política, y esto quiere decir: de los procedimientos de discusión y de toma de las decisiones que les conciernen, y en las que tienen que poder tener una participación mucho mayor que la muy poca que tienen. Que la muy poca que tienen –quiero decir– desde hace rato. Y por cierto que no es ninguna vocación de ecuanimidad en la dramática situación actual la que me mueve a recordar que no fue el presidente Fernández, sino su actual vicepresidenta, la que hace ahora seis años y medio decidió, con la gente –incluso con la militancia– “afuera”, y no adentro, de esa conversación, el nombre del candidato que iba a disputar la presidencia contra Mauricio Macri, y también la que hace ahora dos años y medio nos informó a través de las redes su decisión de pedirle al actual presidente de la nación que encabezara la fórmula en la que ella lo secundaría, una decisión que en los meses siguientes nos cansamos de escuchar que había sido una genialidad, un golpe maestro, una nueva revelación de su talento indiscutible.

No está aquí en discusión ni el talento ni el patriotismo de la doctora Fernández de Kirchner, por la que siento, solo por si fuera necesario decirlo, un inmenso respeto. Pero no nos hagamos los distraídos: no fue con la gente “adentro” de la política que ninguna de esas dos decisiones fue tomada por esa formidable dirigente, y acatada después por muchos millones de nosotros. Y eso no fue bueno. No es bueno. No es bueno, nunca, que la confianza en las decisiones de los líderes (por muy admirables que sean, por mucha información que manejen y que nosotros no, por mucha experiencia que acumulen y que nosotros no, por mucho talento que tengan y que nosotros no) reemplace a la política. A la política democrática, esto es, a la participación deliberativa y activa de los ciudadanos y de las ciudadanas en los asuntos que les interesan y que les conciernen, a la discusión de argumentos, al intercambio de ideas. John William Cooke sentía por el general Perón una enorme admiración, pero no cesaba de pedirle, de reclamarle, de exigirle: “Convénzame”. Convénzame, General. No me tome por idiota. No me cuente lo que decidió. Hace años que estoy en estas cosas: hágame la gauchada de gastar un ratito de su tiempo en que yo pueda hacer algo más que obedecerlo.

En el discurso que desgranó la noche del escrutinio de las elecciones de medio término, el presidente Fernández dijo dos cosas. Cosa uno: que estaba muy contento porque el buen tratamiento dado al problema de la pandemia, los cuidados que todos habíamos tenido y los sacrificios que habíamos hecho habían rendido sus frutos y hoy la situación estaba mucho mejor y podíamos salir de casa y abrazarnos y reunirnos y conversar. Cosa dos: que quería avisarnos que en unas semanas iba a mandar a las cámaras del Parlamento un arreglo al que estaba cerca de llegar su ministro de Economía con los responsables del FMI. La tensión entre los dos momentos del discurso es flagrante. Porque cualquiera podría preguntar: Presidente, si estamos contentos porque ahora podemos salir y abrazarnos y reunirnos y conversar, ¿no habría sido interesante que nos propusiera conversar, por ejemplo, sobre la deuda externa y sobre el Fondo y sobre qué hacemos con esa deuda con el fondo, en lugar de avisarnos que iba a mandar, no al pueblo sino a los representantes del pueblo en el Congreso, un acuerdo alcanzado a puertas cerradas y (supongo) en inglés entre los técnicos de un lado y del otro? Nos desplazamos del “Esto no es para discutirlo todos: ella sabe” al “Esto no es para discutirlo todos: es muy técnico”. No avanzamos.

Ya sé: esta es la primera vez que una negociación de estas características con el Fondo pasa por el Parlamento, y los representantes del pueblo en ese Parlamento votaron por abrumadora mayoría la autorización para firmar el acuerdo que puso a su consideración el Ejecutivo. No estaría bien, por lo tanto, decir que esa autorización no tiene toda la legitimidad que, en una democracia representativa como la nuestra, necesita. Pero la legitimidad tiene dos patas o dos lados: uno procedimental y otro político, y aquí estamos hablando de política. Y desde ese punto de vista tanto las condiciones en las que se alcanzó esa mayoría como los pedigrís de algunos de las particularidades que la integran (y que parece que hemos decidido que no es de buen tono recordar: ¿cuántas veces más vamos a tener que oír que “Gerardo es un capo” y enumerar todas las cosas que debemos a su responsabilidad y preocupación por nuestros nietos?) son especialmente preocupantes. Por eso es necesario aprovechar esta situación de tanto dramatismo para volver a insistir en que esa democracia representativa que tenemos está muy por debajo de las exigencias de la democracia mucho más potente que tenemos que tener si queremos ponerla en condiciones de cumplir con el desafío del “con la gente adentro” que planteó el diputado Kirchner.

Al quien por eso mismo querría insistir en señalarle que ese “adentro” tiene que ser un “adentro” no solo económico y social, sino también político. La gente tiene que estar adentro de las discusiones y de las decisiones, y si quisiera agregar un reproche más a los varios que pueblan esta nota podría recordar que fue el propio diputado Kirchner el que nos informó que su decisión de renunciar a la presidencia del bloque oficialista en la Cámara de Diputados no la consultó “con nadie”. Sin duda eso es menos grave que no consultar con nadie el nombre de un candidato a presidente, o que no consultar con nadie los contenidos de un acuerdo que después se logrará aprobar (da la sensación de que sin haber hecho mayores esfuerzos de convicción dentro de las filas propias) con los votos de “Gerardo” y sus secuaces, cómplices de la toma de esta misma deuda que ahora nos asfixia y bravos militantes del sometimiento argentino a los poderes económicos del mundo. Pero en todo caso no deja de configurar los rasgos preocupantes de una escena (uso la metáfora a propósito) donde la política parece haber sido reemplazada por los golpes de teatro, la discusión por los gestos destemplados, y las angustias y las ideas, los dolores y las opiniones de la gente por la discutible capacidad interpretativa de sus representantes.

A ese modo de entender la democracia hay que oponer una apuesta por la participación efectiva de los hombres y mujeres y grupos sociales más diversos, la movilización real de las voluntades y las ideas, la inteligencia colectiva de la ciudadanía. Recién iniciada la pandemia, el presidente Fernández recibió de Hugo Moyano las llaves del Sanatorio Antártida y en el discurso que ofreció le preguntó si se acordaba de que una vez, en un asado (“¿Te acordás, Hugo?: Estabas vos, Pablo, los chicos…”) le había prometido que íbamos a volver mejores. “Y volvimos mejores, Hugo”. No había que haber leído la obra completa de Eliseo Verón para entender que la frase apuntaba en una dirección precisa: pocos años antes, la jefa de un gobierno peronista se había sacado de encima a la dirigencia del movimiento obrero organizado con un ademán de fastidio anti-corporativo que reíte de Alfonsín. Y ahora el (por lo demás muy alfonsinista) Fernández le decía a Moyano que ahí tenía, que era verdad nomás: que habíamos vuelto mejores, y que ahora estábamos encantados de compartir acto con él. Alguno podía abrazar (yo abracé) la esperanza de que hubiera ahí el punto de partida de una revisión de gran alcance de nuestras muy escasamente democráticas maneras de entender la democracia.

Pero no. No alcanza con compartir actos y con decir Hugo y Pablo y Gerardo y Héctor. Esos son, si acaso, buenos modales, que para volverse modales democráticos deben ir acompañados por un trato igualmente respetuoso, y por una convocatoria igualmente fervorosa, a la participación efectiva, en las grandes discusiones colectivas, de la ciudadanía. Que no debe ser tenida en cuenta apenas como el objeto de nuestros desvelos y cuidados (la presencia de la idea de “cuidado” en la retórica del presidente es interesante, y revela su atención a las primicias que trajo consigo el mayor movimiento social y político argentino de las últimas dos décadas, que es el gran movimiento de mujeres, pero es necesario estar muy atentos frente a sus inflexiones o derivas potencialmente menos emancipadoras), sino como el sujeto de su propia vida colectiva. Si lo entiende, y si se anima a actuar en consecuencia, la dirigencia de los dos grandes grupos que hoy conviven en el interior de la coalición que gobierna la Argentina están a tiempo de detener al mismo tiempo el papelón que están haciendo y, lo que es más importante, la degradación de nuestra vida colectiva. Es con la gente adentro y discutiendo que podremos salir, unidos, de este enredo.

Buenos Aires, 27 de marzo de 2022.

*Filósofo y politólogo.

5 Comments

  1. nora+merlin dice:

    Muy bueno! Me sumo a la demanda de profundización de la democracia expresada por Eduardo Rinesi

  2. Noé Jitrik dice:

    Excelente tono la reflexión de Rinesi: es una manera de escribir pensando o pensar escribiendo; el pensamiento se desarrolla mansamente regando la tierra (seca) por donde pasa. Así debe ser. Y también criticando, en el mejor sentido de la palabra.

  3. Elisa dice:

    Buenísimo, Eduardo. Comparto plenamente.

  4. Zeta dice:

    Este artículo del querido Eduardo tiene muchos méritos. Escojo solo dos, para resaltar. El primero es salir de la pirotecnia superficial, que tanto parece seducir a nuestrxs dirigentes, menos preocupadxs por la sociedad profunda que por el impacto en las redes de sus actos y sus dichos.
    El segundo es que Eduardo se atreve a pensar en voz alta. Esa rareza…

  5. Estimado Eduardo: muy buen aporte, a mi modesto entender, de su parte. No obstante, me parece que le cae medio «pesado» a Cristina, entiendo que el lugar que ocupa se lo ganó con su gestión y compromiso, es lo que cientos de miles de argentinos le seguimos reconociendo. Le caben seguramente críticas, pero sin su liderazgo creo que estaríamos mucho peor….