La política del significante propugnada por ciertas filosofías francesas de fin de siglo, sin un sujeto histórico fuerte, está siendo comandada por lógicas comunicativas autocentradas que permiten el ascenso de personajes de una ultraderecha que hasta el pasado reciente no habían ganado elecciones. La elección en Chile revela este proceso y también que el estallido de 2019 no cristalizó en un sujeto político compacto. También pone de manifiesto que en ella se juega más que la presidencia de Chile: Se juega el destino del estallido de 2019, su horizonte emancipatorio y el recomienzo del futuro político para la región.
Por Alejandro Boverio*
(para La Tecl@ Eñe)
Ya no resulta sorpresivo que candidatos que no provienen de partidos tradicionales crezcan de manera exponencial producto del aceleracionismo existente en los modos de comunicación contemporáneos, algoritmo mediante, y se impongan electoralmente. El príncipe moderno, como supo llamarlo Gramsci, esto es, el partido, está siendo relevado, aquí y allá, por procesos que gozan de la ausencia de toda mediación, y en donde la imago y un cierto consignismo vaciado de sentido por la misma lógica del algoritmo captura, desde la inmanencia de la second life, la verdadera vida. La política del significante propugnada por ciertas filosofías francesas de fin de siglo, sin un sujeto histórico fuerte, está siendo comandada por lógicas comunicativas autocentradas que permiten el ascenso de personajes de una ultraderecha que hasta el pasado reciente no habían ganado elecciones.
Kast se suma a la lista continental de los personajes oscuros que valiéndose de estas lógicas comunicativas acelera su crecimiento electoral hasta terminar imponiéndose en una elección general. Sabemos lo que sucedió, por caso, con Bolsonaro. Luego de imponerse electoralmente -después, cabe decir, que se produjera un golpe a través del impeachment que destituyó a Dilma-, ya en el poder, al no contar con mediaciones partidarias, se abre a la locura política. A la misma locura política a la que se abrió Trump en el poder. En el caso de Trump, si bien pertenecía a uno de los dos partidos norteamericanos tradicionales, ganó las elecciones a pesar del partido republicano y contra los medios tradicionales.
Boric también creció al margen de los partidos tradicionales. Su ascenso, a la vera de los movimientos estudiantiles que tomaron fuerza desde el 2011 en Chile, encuentra carnadura luego del estallido social de 2019 que abrió la brecha política que permitió el llamado al plebiscito y el proceso constituyente en Chile. Es difícil imaginar que un proceso político que se inaugura con una profunda crisis política de un gobierno de derecha termine resolviéndose por el lado de Kast, un candidato de ultra-derecha. Sin embargo, cuando la elección es, como se dice habitualmente palo y palo, el sistema de ballotaje se abre a una cuantificación muchas veces caprichosa. El verdadero problema en Chile es que, producto del estallido, no se cristalizó un sujeto político compacto. El estallido fue dispersión y, como cualquier estallido, produce anomalías difícilmente controlables.
La crisis del 2001, en nuestro país, habilitó que dos años después emergiera el kirchnerismo, proceso político impensable sin una crisis de tal magnitud. El gran desafío de Boric es entonces poder asumirse como el verdadero portavoz del horizonte de emancipación que abrió el estallido social y hacer explícito que Kast no hace sino cerrar ese proceso. Ello implica generar, de aquí a las elecciones, un amplio consenso con las fuerzas de centro y de centro-izquierda de cara a un balotaje que está real y abismalmente abierto.
En términos de Nuestra América, un triunfo de Boric y, luego, el año próximo, un triunfo de Lula en Brasil, abriría una nueva etapa para la izquierda continental. Y serviría para apalancar los tibios gobiernos de López Obrador en México y de Alberto Fernández en Argentina. Por ello, en una época en donde las fronteras limítrofes de nuestros países tienen menos peso específico frente a las lógicas de comunicación contemporáneas que barren toda frontera, un triunfo de Boric es importante en una dinámica de dominó continental, producto de esta evanescencia de los límites nacionales, como bien supo aprovecharlo la derecha en años pasados y, entonces, el continente cambió de color. Hoy, en el continente, estamos, ni a la derecha, ni a la izquierda. Hay países de un color y otros de otro. Para decirlo aristotélicamente, estamos en el justo medio. Un triunfo de Boric podría iniciar el dominó para la izquierda. El de Kast, uno para la ultraderecha. Por eso tenemos que apoyar, cada uno desde su lugar, a Boric. En esta elección se juega más que la presidencia de Chile. Se juega el destino del estallido de 2019, su horizonte emancipatorio y el recomienzo del futuro político para la región.
Buenos Aires, 22 de noviembre de 2021.
*Filósofo y ensayista.
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Estoy de acuerdo y no soy optimista es muy triste