El Día del Bandoneón en Argentina se celebra el 11 de julio de cada año en homenaje al nacimiento de Aníbal Pichuco Troilo quien nació un 11 de julio de 1914 y fue considerado un eximio bandoneonista, compositor y director de orquestas de tango.
Por Héctor O. Becerra*
(para La Tecl@ Eñe)
Sobre su origen
Horacio Salas, un reconocido escritor y periodista argentino sostiene que un lutier alemán -Heinrich Band- creó hacia 1835 un instrumento que combinaba elementos de la concertina y el acordeón. Algunos años más tarde su creador había iniciado en Hamburgo la fabricación en serie de los famosos bandoneones AA.
Cuenta la historia que ya al año siguiente había un ejecutante que por las noches tocaba en las trincheras de la guerra de la Triple Alianza con un instrumento que llevaba la marca Band-Unión derivada del apellido del fabricante y de la cooperativa que se animó a fabricarlo.
El deslizamiento metonímico desde “Band-Unión” a nuestro actual “bandoneón” puede suponerse que se produjo por la dificultad que encontraba la voz para desplazarse desde la consonante “d” (de “Band”) hacia la “u” y la “i” (de “Unión”) debido a que éstas son dos vocales cerradas, de allí que por efecto de la pronunciación han sido reemplazadas por la “o” y la “e” que son abiertas y por lo tanto más accesibles a la dicción.
La poesía tanguera y el bandoneón
El bandoneón se ha ganado un lugar privilegiado dentro del tango convirtiéndose en el instrumento emblemático del género. Así lo entienden una cantidad considerable de autores que, al ir dándole cuerpo a las letras, comienzan a incluirlo dentro de la métrica de los versos. En 1924 Celedonio Flores escribe su tango Muchacho, con música de Edgardo Donato.
“Que decís que un tango rante
no te hace perder la calma,
y que no te llora el alma
cuando gime un bandoneón”
Y Alfredo Le Pera en el ya tradicional Mi Buenos Aires querido, con música de Carlos Gardel (1934), alude al instrumento con una original metáfora del turf.
“Hoy que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
y oigo la queja
de un bandoneón
dentro del pecho pide rienda el corazón”
En algunas letras el término “bandoneón” va dando lugar al más familiar de “fuelle”. En Melodía de arrabal, por ejemplo, escrito por Alfredo Le Pera en 1933, con música de Carlos Gardel leemos:
“Barrio plateado por la luna
rumores de milonga
es toda tu fortuna:
hay un fuelle que rezonga
en la cortada mistonga”.
En 1950 Homero Manzi en su lecho de enfermo del sanatorio Güemes seguramente con motivo del centenario de la fabricación del primer fuelle escribe uno de sus últimos poemas. El mismo lleva por nombre Che bandoneón, la música es de Aníbal Troilo y es notable el efecto que produce un modismo porteño, que se utiliza para evidenciar la familiaridad que surge entre el personaje de la letra y su instrumento.
“El duende de tu son, che bandoneón
se apiada del dolor de los demás
y al estrujar tu fuelle dormilón
se anima al corazón que sufre más…”.
Seguimos con atención los versos que muestran una creciente identificación entre el instrumento y su ejecutante, donde ambos parecen mimetizarse y las letras van caracterizando al bandoneón y le terminan insuflando vida propia. En uno de nuestros tangos más populares: La última curda escrito por Cátulo Castillo en 1956, con música de Aníbal Troilo, leemos:
“Lastima, Bandoneón, mi corazón
tu ronca maldición maleva…”
No nos pasa desapercibido que el autor escribe “Bandoneón” con la letra “B” mayúscula, como si el instrumento –el sustantivo en términos gramaticales- se hubiera metamorfoseado y pasara a ser el nombre de alguien.
El ser humano en algún momento del día necesita beber y necesita hacerlo con moderación, entonces descubre que puede ahuecar la palma de su mano y recoger en ella el agua. De tal forma, cuando inventa la cuchara; en realidad, lo que está haciendo es crear un instrumento que funciona como continuación del brazo y de la propia mano. ¿Cómo logra el bandoneón convertirse en instrumento de la persona, en una continuación de ella? El poeta lo describe en Bandoneón arrabalero:
“Bandoneón arrabalero,
viejo fueye desinflao
Te encontré como a un pebete
Que su madre abandonó
…
Te llevé para mi pieza
te acuné en mi pecho frío…
yo también abandonado
me encontraba en el bulín…
Este tango escrito en 1928 por José María Contursi, musicalizado por Juan Bautista Deambrosio, es la primera letra dedicada íntegramente al bandoneón. El personaje de la historia rescata un instrumento del descuido o del olvido de alguien y esa circunstancia lo hermana en el sentimiento, porque él también ha sido abandonado.
El hablar de las personas se apoya necesariamente en la respiración, ya que la emisión de la voz tiene por soporte la función respiratoria. Sin embargo, la angustia parece inhibir la palabra. Muchas veces sentimos que las palabras nos ahogan. Dice Enrique Cadícamo en su tango Nostalgias escrito 1935, con música Juan Carlos Cobián.
“¡Hermano!
yo no quiero rebajarme
ni pedirle, ni llorarle,
ni decirle que no puedo más vivir…
.…
Gime bandoneón. Tu tango gris, quizás a ti
te hiera igual algún amor sentimental…”
El personaje de la letra herido en su amor propio se dirige a su hermano, tal vez a un amigo que trata de manera fraternal y le habla de la mujer de sus sentimientos, de su miedo a llorar o terminar implorando.
A modo de conclusión
Para los poetas, los músicos y los milongueros, para el tango, el bandoneón será entonces quien se hace cargo de reproducir el gemido y el reclamo por el dolor que la vida y el amor nos ocasiona. Si la poética tanguera se ha puesto a la par de la académica es porque ha sabido reflejar el sentir popular. El bandoneón parece ser el instrumento que mejor captura la esencia del tango y su sonido queda asociado a la nostalgia, la pasión y la melancolía de ese pueblo.
11 de julio de 2025.
*Docente de ética en TEA & DEPORTEA. Autor de «La maravilla de estar comunicado».
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1 Comment
Nota muy musical e interesante!