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Acerca de Diario de una temporada en el quinto piso de Juan Carlos Torre – Por Juan Manuel Nuñez

El historiador Juan Manuel Nuñez nos envía este texto sobre el libro Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre. Un texto que es mucho más que una reseña; quizá, y como escribe el autor, el libro de Torre sea el espejo del gobierno alfonsinista que semeja, por momentos, algo de las situaciones, perplejidades y horizontes inciertos del proyecto frentetodista.

Por Juan Manuel Nuñez*

(para La Tecl@ Eñe)

Las derivas de la política mirada desde arriba

Sociólogo experimentado, intelectual prestigioso y de renombre, autor de libros sin los cuales sería aún más ininteligible el fenómeno peronista, Juan Carlos Torres publicó hace algunos meses un libro que generó una amplia repercusión pública. Y no es para menos.

Es sabido que toda época construye las condiciones de lectura, de recepción y de escucha de cualquier texto. La torva historia no se repite, es cierto, pero hay contextos que se emparejan con otros: deudas públicas impagables y negociaciones no del todo felices, índices cada vez más apremiantes de pobreza y de marginalidad, un gobierno que va perdiendo las bases de apoyaturas sociales y la energía reparadora originaria para chapotear resignado en la gestión de la crisis, ofensivas neoconservadoras y reaccionarias desbocadas. El espejo alfonsinista semeja, por momentos, algo de las situaciones, perplejidades, in-decisiones y horizontes inciertos del proyecto frentetodista.

A fines de 1983, con el triunfo electoral de Alfonsín, nuestro autor es convocado –en calidad de especialista en ciencias sociales- para integrarse al equipo que se va a hacer cargo de la Secretaría de Planeamiento. Con Juan Sourrouille a la cabeza, la Secretaría, en lo formal, intenta ensayar estrategias de desarrollo económico de largo plazo para el alfonsinismo, en lo real oficia de gabinete  de relevo a la primera gestión económica liderada por Bernardo Grinspun. La condición de militante histórico partidario de este útlimo, y, por el contrario, la trayectoria  de extrapartidarios de todo el equipo de la Secretaría, signan los resquemores y tensiones que atraviesa toda la relación.

El relato que trama Juan Carlos Torres no es otra cosa que una crónica de su paso por la gestión alfonsinista de la mano del equipo liderado por Sourrouille: cuenta el paso de la Secretaría de Planeamiento al Ministerio de economía allá por febrero del 1985, y del Plan Austral a la descomposición del proyecto alfonsinista cuando el Plan Primavera y la ulterior hIper.

Las cartas enviadas a su hermana -que vive en Mérida (Venezuela)-, a Silvia SIgal (que se encuentra en París), a sus padres- y las grabaciones que iba realizando en los tiempos libres de la gestión, hacen de soporte de una narrativa en primera persona que va registrando los dilemas y pujas que ocurrían en el día a día del gobierno alfonsinista.

La negativa del primer protagonista y figura central de esta crónica –Sourrouille- y las dudas del propio autor, conspiraron contra la publicación del diario. Las grabaciones y cartas sufrieron la crítica roedora del paso del tiempo; fue la reclusión pandémica la que brindó el espacio de reflexión para darle forma, así como la aceptación resignada de su realización por el creador del Plan Austral, un tiempo antes de su muerte. En las intenciones del autor se trata  de “dejar un testimonio para que llegara a todos los que fueron tocados por el mensaje de renovación democrática y decencia pública de Alfonsín”  (Torre, 2021: 504).

Desde distintos registros, énfasis y recortes las ciencias sociales ya han visitado con profusión  el análisis del gobierno alfonsinista. Para Eduardo Basualdo, con el Plan Austral  comienza el “transformismo argentino”, es decir, la cooptación ideológica y política de la agenda de los diagnósticos, herramientas y horizontes de los partidos mayoritarios por parte de las fracciones del gran capital nacional e internacional, dejando a los sectores populares decapitados ideológica y políticamente, sin capacidad de reacción alguna-(Basualdo, 2010: 236).   Por su parte, Aboy Carles, analiza las tensiones y cambios en la identidad alfonsinista en los primeros años de gestión –cuando son abandonadas las hipótesis movimientistas, democratizadoras y populares en aras de la adopción de una mirada más ligada a las tradiciones “republicanas y liberales (Aboy Carlés, 2010: 76). Para Gargarella, Alfonsín, que cómo buen liberal temió sobre todo a la inestabilidad política y al posible golpe de Estado, se inclinó –luego del primer año de gestión- por alternativas cada vez más conservadoras que lo conducirían  al retroceso de las principales iniciativas de su proyecto y luego a ser fagocitado por sus enemigos (Gargarella, 2010: 35). Pucciarelli, en quizás la mejor compilación que existe sobre este período, estudia la ausencia de recursos políticos alternativos en el elenco gobernante y las ataduras a una lógica administradora de lo posible que encuadraron la acción del gobierno en “los límites que les imponía el tipo de correlación de fuerzas existentes” (Pucciarelli, 2006: 10).  Mariana Heredia, por último, analiza el modo en que el nuevo equipo económico de Sourrouille se va transformando progresivamente en las correas de transmisión gubernamental de las demandas neoliberales; interiorizando su agenda a programas de reformas de mercado (Heredia, 2015: 125).    

En todos estos trabajos se ubica al año 85’ y al Plan Austral como un corte en la gestión alfonsinista: de las esperanzas a la gestión de la crisis y del modelo distributivo a los planes antiinflacionarios más o menos recesivos. El diario de gestión de Torre nos mete de lleno en el laboratorio desde el que Sourrouille y su equipo fraguaban ese traspaso hacia el, así llamado,  realismo gestionario; la crónica va construyendo las esperanzas y los pesares, las broncas, zancadillas y alianzas del día a día de la gestión en un gobierno con una cabeza visible –Alfonsín- pero con una red de apoyaturas heterogéneas.

En el relato, la marca de la primera persona, la voz de Torre que emerge como brindando el ritmo de las vivencias, análisis y perplejidades, por momentos se transforma en un nosotros, una composición coral de voces que piensan y actúan más o menos al unísono (Canitrot, Machinea, Sourrouille, el propio autor), un equipo de gestión unificado, que va llevando a las mismas conclusiones, que actúa bajo las mismas premisas, que defiende posiciones espalda contra espalda; por momentos los entuertos son con el gabinete de Grinspun, por otros con el partido radical –no del todo convencido ni de la fidelidad ni de las reorientaciones de los advenedizos-, luego, contra las demandas excesivas de los sindicatos, por último, con los cuadros del FMI que piden, a medida que la crisis de las finanzas públicas se ahondan, medidas cada vez más draconianas –que, sabemos, no harán más que profundizar el derrumbe del proyecto alfonsinista-.

Sobresale, en este fresco de época, la evolución –o involución, tanto da- del caudillo de Chascomús durante los primeros años de su gestión presidencial. Grandilocuente, fiel a su programa reparador y distribuidor, elucubrando la posibilidad de dar formas al “Tercer Movimiento Histórico”, en los comienzos; anegado por el peso de las dificultades, dudas, ataduras propias e imposibilidades, cuando la inflación y la presión de los acreedores externos -y su representación política, el FMI-, vayan frenando al primer impulso transformador.

Y es que el proyecto del primer alfonsinismo intentó construir, en palabras de Alfonsín, una alianza entre la democracia y la producción: reeditar la vieja argentina mercadointernista e industrial, prender la economía que venía parada por los efectos desastrosos de los planes regresivos y extranjerizantes dictatoriales, enfatizando el rol estratégico y garante del estado. Los actores de esa alianza reactualizada serían los asalariados y la burguesía industrial, transfiguradas sus organizaciones e identidades bajo la buena nueva de la democracia, el pluralismo y la reinstauración de la ley constitucional.

El presidente Raúl Alfonsin y el Ministro de Economía Bernardo Grinspung

Las medidas de Grinspun en ese primer impulso tuvieron un claro encuadre keynesiano: expansión del gasto público, incentivos sobre la demanda interna vía aumentos proyectados del 6 o 7 % del salario real para el primer año, constitución de alianzas con la burguesía nacional (invitada a participar con subsidios y créditos del crecimiento económico), etc. Para encauzar los problemas en el frente externo y el acuciante tema de la deuda externa, la solución consistía en una estrategia agresiva con los acreedores: los excedentes que generaba la economía argentina debían estimular el crecimiento estratégico industrial, no girar hacia los acreedores de la gravosa deuda externa. Su pago no podía efectuarse a costas del atraso y empobrecimiento nacional. La resolución política del tema de la deuda implicaba negociar su achicamiento en los intereses y capital, y un estiramiento de los plazos de pago.

Rápidamente, hacia la primera parte del 84’, las realidades circundantes marcaron las dificultades de esa hipótesis: la inflación en continuo aumento, la imposibilidad de mantener una estrategia confrontativa con los acreedores externos ante los riesgos de caer en default y ahondar la bancarrota económica, llevaron al gabinete de Grinspun a la primera enmienda: entre agosto y septiembre de ese año se va enhebrando el primer acuerdo con el FMI. Se pacta un ajuste en el gasto pero sin una devaluación brusca. Las políticas que se empiezan a implementar son contractivas –aumento de tarifas, suba de tasas de interés- e intentan contener, en lo esencial, la expansión inflacionaria. Junto con la implementación de las medidas sugeridas por  el FMI se comenzaron a exacerbar las rispideces entre el gabinete económico -que empieza a crujir- y los cuadros no partidarios de la Secretaría de Planificación. Torre nos cuenta, por una infidencia de Caputo, cómo los define Grinspun: Sourrouille y su equipo son “tecnócratas vendidos a la patria financiera” (Torre, 2021: 164)

Raúl Alfonsín, Juan Vital Sourrouille y el primer Ministro de Economía Bernardo Grinspun

Pero más allá del brulote, que expresa el clima de disputa y de guerra interna que se vive entre las distintas facciones del gabinete en los momentos en que el gobierno realiza su primer zig zag, el entuerto para Torre no es personal o meramente ideológico; es en la cabeza gubernamental donde hay que alterar los diagnósticos y horizontes porque : “el problema es, en el fondo, un presidente que no quiere creer en unas restricciones allí donde las hay y aspira a vivir del voluntarismo allí donde se necesita paciencia, trabajo y realismo” (Torre, 2021: 157). En ese sentido, “la Secretaría de Planificación le dice al gobierno dónde están las restricciones, le señala las dificultades que tiene por delante. (….) cuáles son los objetivos, es decir, en nombre de qué la Argentina va a pagar su deuda y hacer los ajustes que impone la emergencia” (Torre, 2021: 158).

Así, al ir  leyendo el libro, y a medida que avanzamos en el registro de las desgravaciones, intervenciones y cartas, entramos al clima de un gobierno que a cada paso profundiza la distancia entre su prístina estrategia reparadora y la gestión cada vez más condicionada de y por la crisis. En este sentido, el libro de Torre no nos viene a traer un nuevo corpus documental o nuevas fuentes de  información que vengan a complementar o innovar los estudios sobre el primer gobierno de la transición democrática. Más bien viene a confirmar el corpus analítico más o menos establecido para analizarlo.

Lo que resalta sí en el texto de Torre es el peso de los imaginarios sociales, de las construcciones simbólicas de la realidad en la toma de decisiones políticas, en las configuraciones de lo sensible que delimitan el orden de lo visible y de lo posible en el accionar gubernamental. Es notable cómo esa  voz periódica que va anotando los límites, restricciones y pesares del día a día gubernamental, se encuentra atrapada en una racionalidad finalista que encuentra, como única vía de escape, la ligazón cada vez más imbricada con las recetas neoconservadoras de los conglomerados locales y extranjeros o las representaciones políticas de los acreedores.

El 7 de diciembre de 1984 Torre cartea a su hermana: “el Fondo Monetario Internacional ha oficiado de gran pedagogo y sacado al gobierno de sus fantasías. Como era previsible, un gobierno que no lograba encontrar por su cuenta la racionalidad es conducido a ella pero de la mano de un libreto ortodoxo, que está al servicio de los bancos acreedores de la deuda externa. (…) Se impone flexibilizar el libreto ortodoxo; pero por lo menos existe una conciencia nueva de la crisis, que hace poco estaba ausente (…) Esa conciencia nueva de la crisis está en la política económica del gobierno; no lo está, en cambio, en su discurso”. (Torre, 2021: 169).

Si el FMI oficia de gran pedagogo y organizador de los sentidos de las medidas gubernamentales, va a ser el equipo de Sourrouille el que eduque in situ a la cabeza presidencial en la imposibilidad de pensar o hacer otra cosa: el imaginario, las sensibilidades que despliega la crónica de Torre es el de transfigurar las limitaciones y condiciones de la gestión alfonsinista en un destino: la de enmarcar la gestión en torniquetes cada vez más  y más conservadores. Por supuesto, la autoimagen que construye es la de ocupar un lugar intermedio, una autopercepción de equilibrista entre los fundamentalistas neoliberales y los fundamentalistas populistas; el justo medio de un proyecto que, aupado en las renovaciones de las centroizquierdas europeas contemporáneas, pueda priorizar la racionalidad económica a un horizonte lejanamente progresista: “Nosotros, que pretendemos movernos en una tercera vía, estamos fuera de encuadre y nos satisfacemos a nadie. Solo nos soportan” (Torre, 2021: 409). Pero en lo real de los diagnósticos y de las medidas implementadas, más que los detentadores de una fantasmática tercera vía, comenzaron a instrumentar, de manera más o menos creativa, con distintos dispositivos y énfasis, las orientaciones centrales del neoliberalismo: incentivar la apertura económica al, así llamado, mundo; “modernizar” las regulaciones laborales; ligar la inflación al déficit público y a la emisión, y la emisión al gasto social; implementar un plan de privatizaciones de las empresas públicas; dar señales de confianza a los acreedores externos y a los conglomerados económicos nacionales, etc.

Durante abril del 85’ comienzan los Juicios a las Juntas; al mismo tiempo, la inflación, más allá del cambio del gabinete, parecía imparable. Con la democracia amenazada por la posible revancha militar y la estampida en los precios, el alfonsinismo convoca a un acto en la Plaza de Mayo el 26 de abril para reafirmar sus apoyaturas sociales: movilizan las distintas facciones de la UCR, los organismos de derechos humanos, las izquierdas, el fragmentado PJ, etc. En su discurso, Alfonsín hace, de lo que podría haber sido una reafirmación de las promesas y compromisos de campaña, de un camino a Damasco bajo la promesa de la reparación, un valle de lágrimas, una gramática de las imposibilidades democráticas: la economía argentina, dice, está quebrada, el estado se encuentra sobredimensionado –y la emisión descontrolada es la principal causante de la inflación-, la democracia no podrá redistribuir nada –cuanto mucho podrá hacer que los esfuerzos sean equitativos.

Es, si se quiere, la presentación pública de los diagnósticos y horizontes que van a cristalizarse, en el plano de la gestión, con el Plan Austral.

Un Austral, Un Dólar

Para Torre, la intervención de Alfonsín por fin empalma las necesidades reales de la gestión gubernamental con el discurso, pudiendo reorientar los sentidos en torno de las limitaciones del presente: “el hombre que salió al balcón de la Casa Rosada expuso ante la multitud la áspera convicción que había madurado en sus conversaciones con el equipo económico” (Torre: 2021: 221). Y en la reformulación política del discurso presidencial descubre la labor didáctica de la gestión económica, cabecera de playa, intelectual colectivo del zig-zag: “En el discurso del presidente se pudo ver algo que había estado haciendo Juan Sourrouille: había estado  hablándole al presidente y los frutos de esa conversación aparecieron a la vista el 26 de Abril” (Torre, 2021: 222).

El libro va construyendo los avances y retrocesos, las luces y sombras de una gestión económica que tiene como objetivo dotar de racionalidad a un gobierno asediado por demandas heterogéneas –de los acreedores externos, de los sectores populares, de la UCR, de los grandes conglomerados nacionales- y que debe re-estructurar una economía protegida y estancada. Se trata de dotar al gobierno de “una visión social-demócrata moderna” (Torre, 2021: 332) ante un partido y un gobierno que, supuestamente, estaba anegado por una agenda vieja.

Pero, bien mirado el asunto, lo que demuestra el libro es que, más que modernizadores, el núcleo que rodeó a Sourrouille fue el eje articulador de la gramática que imposibilitó al alfonsinismo a construir un camino alternativo del que los creadores del Plan Austral habían elucubrado como destino; habrán ejercido como guardianes del peso condicionante de las relaciones de fuerzas –siempre- adversas, como pedagogos del linde de lo posible.

El peso de los marcos imaginarios delimitaron las decisiones del equipo económico: se trataba, luego de los fuegos fatuos del comienzo, de poder articular la estabilidad de un régimen democrático con la reformulación de un régimen de acumulación. Para encarar esta tarea había que bajar las expectativas sociales, transfigurar las referencias tradicionales, cambiar los signos de las alteridades pretéritas, pero también reformular las alianzas sociales tradicionales del radicalismo. A mediados de 1985 Alfonsín realiza un discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, a pocos días de  la presentación en sociedad del Plan Austral: dice que en el pasado reciente muchos empresarios orientaron su comportamiento hacia la especulación en lugar de la inversión productiva, habla de acaparamiento y egoísmo. J. C Torre cuenta que–en un encuentro posterior en Olivos con el presidente- le hizo notar que “no me parecía oportuno lo que había dicho debido a la necesidad que tenemos en la coyuntura actual de contar con la cooperación de parte del mundo de las empresas” (Torre, 2021 238).  

Y en este viraje, Torre es por entero consciente que ellos ocupan un lugar de avanzada. Una sensibilidad transformadora y alternativa a los valores tradicionales de la UCR que, como en Gramsci, cuando lo nuevo  no nace y lo viejo aún no muere, crea raras metamorfosis. En una carta a Silvia Sigal el 12 de diciembre del 84’ Torre le plantea que el gran mérito de Alfonsín fue “haber captado las fuentes de innovación existentes en la Argentina de hoy y canalizarlas al proceso de transición a la democracia. Al canciller Caputo y su gente puede sumar el equipo de Sourrouille y agregar a Carlos Nino y los jóvenes abogados que lo rodean. La cuestión que está abierta es cuánto de esos aportes de innovación echarán raíces y encontrarán abrigo en el viejo árbol del radicalismo”. Caputo, Sourrouile, Nino: académicos e intelectuales modélicos que –como Torre- se integran, siendo extrapartidarios, al llamado alfonsinista. El ditirambo y el autobombo visibiliza un nosotros, al mismo tiempo que excluye: Alfonsín debe soportar las demandas y reticencias de un partido  “lleno de viejos reflejos vetustos” (Torre, 2021: 176).

Una muestra de esas dificultades se expresa cuando, a comienzos de 1986, algunos cuadros del radicalismo parlamentario –Stubrin, Jesús Rodríguez y Jaroslavsky- visitan al equipo económico para analizar los modos de reorientar el discurso público del partido ante las dificultades económicas de la población: caída del salario, recesión y el anuncio de futuras privatizaciones. La pregunta que realizan los referentes del radicalismo es ¿cómo defender el proyecto político alfonsinistas ante estas aciagas circunstancias? Torre reflexiona luego de la reunión: “El partido radical está avanzando en una línea pragmática, racional. Sin embargo, carece de libreto que le permita justificar este cambio de rumbo; en consecuencia, avanza aunque lo hace bajo la mirada siempre vigilante de aquellos con quienes compartió por muchos años luchas políticas en nombre de propuestas de muy diferente espíritu, esto es, más próximas a una cultura económica favorable a un fuerte rol del Estado y recelosa de la empresa privada” (Torre, 2021: 294).

Alfonsin y Sourrouille

A partir del 1° de julio del 87’ Torre decide dejar de grabar y comienza a tomar el registro de la gestión con lapicera y papel: “Grabar, esto es, escucharme hablar en voz alta, se ha vuelto psicológicamente cada vez más difícil. La desazón que me produce nuestra experiencia en el Quinto Piso se refleja en el tono lúgubre de mi voz, que me resulta insoportable”. (Torre, 2021: 397). Y es que una creciente sensación de abatimiento y derrumbe atraviesa el registro a medida que el proyecto alfonsinista se va descomponiendo. Sobre todo luego de la derrota electoral de Septiembre del 87’ la crónica se vuelve cada vez más descriptiva y sombría, y menos analítica y proyectiva.

Ya para el 88’ el registro refleja un gobierno, náufrago de sí mismo, en plena desbandada: se trata de una “parálisis de la gestión, por los vetos cruzados”, un gobierno asediado por la inflación y las pujas corporativas que “comprometen la orientación general” (Torre, 2021: 447). La estrategia para ese entonces consiste en poder llegar a la orilla de la entrega de la banda presidencial al próximo candidato electo. Torre renuncia, hacia fines de ese año, hastiado por las circunstancias, a su cargo en el Quinto piso. Unos meses más adelante, en plena campaña electoral, va a ser Angeloz, candidato a presidente por el radicalismo quien, ante la estampida de la hiper, pida la cabeza del segundo Ministro de Economía de Alfonsín. La eyección del equipo de Sourrouille, sin pena y sin gloria, concluye el relato de Torre. Cabe preguntarse, cuando cerramos el libro, hasta qué punto este relato que intenta oficiar de homenaje a una gestión económica y a su protagonista central (Sourrouille), a un gobierno y a líder (Alfonsín) y a una generación de académicos integrados a ese proyecto, representa verdaderamente una reivindicación laudatoria.

Un escritor florentino dijo una vez –pero para siempre- que hay dos tipos de príncipes: los hay impetuosos y los hay parsimoniosos. Difícil decidir qué hacer ante el flujo incesante y casquivano del mundo amplio y diverso: el virtuosismo político consiste en acomodar el propio accionar a la condición fluctuante de las circunstancias y, ante bretes indecidibles, más vale siempre el ímpetu del transformador que la quietud reactiva de la conservación.  En su exilio interno, nuestro escritor también entrevió las virtudes que debieran tener quienes brinden sus consejos al príncipe: a solas, tendrían que decirle la verdad de las circunstancias, por feroces que fueran. Pero difícilmente hubiese apoyado la posición del consejero que, en toda circunstancia difícil y cuando las papas quemaran, advirtiera al príncipe sobre el porvenir oscuro desencadenado por su accionar intrépido. Por el contrario, el consejero virtuoso habrá de impulsar a que el príncipe formatee con voluntad lo existente, discipline la arisca fortuna, lo conmine a batirse ante el fuego de lo imprevisto. Imagino que Maquiavelo elucubraba que ese hipotético consejero debía ser portador de ciertos rasgos: imaginación, audacia, arrojo, energía.

Porque, bien mirado el asunto, la política, y el toscano de esto sabía, más que administración consensuada de la crisis o la gestión de las coacciones existentes regidas por reglas pactadas, es la configuración de campos de fuerzas antagónicos, la posibilidad de convocar voluntades colectivas que, al mismo tiempo que reconfiguren al mundo, puedan renombrarlo, reordenarlo.

Muy distinto es lo que nos viene a mostrar el relato de Torre: una gestión económica y un proyecto anegado por sus propias imposibilidades, una racionalidad finalista -de lo único posible- que sólo reparte barajas perdidosas, un discurso que anuncia los pesares de las condicionantes condiciones; una sensibilidad cada vez más lejanamente progresista pero que maridará con el porvenir oscuro de ciertos alfonsinismos: decente y elitista, laico y recoleto, liberal y conservador.

Bibliografía:

-Aboy Carlés, Gerardo (2010): “Raúl Alfonsín y la fundación de la “segunda república”, en Gargarella, Roberto, Murillo, María Victoria; Pecheny, Mario (2010): Discutir Alfonsín, Bs. As., Siglo XXI.

-Basualdo, Eduardo (2010): Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del Siglo XX a la actualidad, Bs. As., Siglo XXI.

-Gargarella, Roberto (2010), “Democracia y derechos en los años de Raúl Alfonsín” en Gargarella, Roberto, Murillo, María Victoria; Pecheny, Mario (2010): Discutir Alfonsín, Bs. As., Siglo XXI.

-Pucciarelli, Alfredo (2006), “Introducción: la contradicción democrática”, en Pucciarelli, Alfredo (coord.), Los años de Alfonsín ¿El poder de la democracia o la democracia del poder?, Bs. As., Siglo XXI.

-Torre, Juan Carlos (2021), Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín, Bs. As., Edhasa.

*Historiador. Docente en la UNR.

Rosario, 12 de mayo de 2022.

1 Comment

  1. Leandro Boero dice:

    El mayor triunfo del neoliberalismo fue colonizar el alma del sujeto, cuya alienación obstaculiza cualquier posibilidad de emancipación ante la opresión del poder de las corporaciones, la pregunta sigue siendo como desmontar semejante aparato opresivo y si el poder político tiene algún margen de maniobra ante tal despliegue del establishment