Una mirada sobre el “centralismo cultural” en clave de amor-odio por Buenos Aires.
Por Carlos Caramello*
(para La Tecl@ Eñe)
“Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos”
Jorge Luis Borges
Les gusta Buenos Aires. “Las luces del Centro” (aunque ahora hay “luces” hasta en Paso del Sapo, Chubut); la calle Corrientes, Florida o Santa Fe (que están cada vez más “difíciles” de disfrutar), los shoppings (invadidos de adolescente bulliciosos), los bares notables (porque el resto se han transformado en pizzerías con neón, fórmica y potus de plástico colgados del techo o, lo que es peor, en pubs malolientes y cervecerías artesanales), la Costanera y sus “carritos” (que imitan en cualquier pueblito que tenga un hilo de agua), la “noche porteña” (que cada vez empieza más tarde).
Les gusta el barrio de La Boca con su cortada Caminito (que dentro de poco pasará a llamarse “Litle Road” porque ya es casi un territorio de turistas angloparlantes), los bailarines de tango (que si bailaran así como bailan, en una milonga, serían echados a patadas por impertinentes), los colores de las casas (esos con los que nunca pintarían la propia) y hasta el olor acre del Riachuelo (ese perfume único mezcla de los derrames de residuos industriales, gasoil de los motores y maderas putrefactas de barcazas hundidas).
Aunque se despierten en su pueblo, les gustan las noticias de cómo está el tránsito en las calles de Buenos Aires, los horarios de trenes que salen o llegan de lugares que desconocen; los inconvenientes en las líneas de subterráneos; el clima para todo ese día en la Ciudad Autónoma y las entrevistas a laburantes porteños que se cagan de frío y de humedad esperando un colectivo que no llega. Y les gusta acostarse con el desalojo del conventillo de Balvanera (barrio que no pueden distinguir ni haciendo fuerza) que deja a 64 familias en la calle; con el asesinato de un vecino de Boedo que recibió un disparo en medio de una acalorada discusión sobre si San Lorenzo debe o no volver al predio que hoy ocupa un supermercado y con la inundación de Belgrano que arruinó las mercaderías de varias zapaterías y lencerías.
Les gustaría vivir en ese departamentito de Puerto Madero, treinta y un cómodos metros cuadrados muy bien distribuidos, con baño y kitchinet y vista al río color león (aunque algunos tengan un maravilloso río color verde jangada en sus ciudades). Un habitat-miniatura que paga apenas 30.000 pesos de expensas porque seguridad las 24 horas, monitoreo on line, sum con quincho y parrilla, gim (por turnos) y demás amenities. O acaso prefieren uno de los tantos loft de San Telmo (esos que tienen el inodoro justo en el medio del ambiente) situado entre dos cervecerías y con un teatro off-Corrientes en la vereda de enfrente y la feria artesanal en la puerta los sábados, domingos, feriados y fiestas de guardar. Eso si, con vista al pulmón de manzana.
Pero, qué se le va a hacer: les gusta. Les gusta el Obelisco (aunque nadie entiende ese monumento fálico que los porteños ignoran hasta cuando pasa por al lado) y el Teatro Colón (que ahora se alquila como cualquier salón de fiestas). Y, aunque detestan a los porteños, por agrandados, sobradores, maleducados y poco hospitalarios, a los 10 minutos de haber pisado CABA ya hablan estirando la “ye” y remarcando las “eses” (no sea cosa que los confundan con payucas que terminan las palabras con “jota”).
¿Les gusta Buenos Aires? Bueno, déjenme contarles algunos datos del momento en que esto se escribe: es la ciudad con mayor número de infectados de COVID-19 por habitante: 1 cada 45 (1 cada 75 si contamos sólo a los activos; más de 5 por manzana). Que el primer gran brote se produjo en las villas de emergencia porteñas en donde todavía no llegaba el agua corriente (gracias a la desidia del PRO que hace 13 años maneja la ciudad). Que cuando la pandemia parecía dominada en casi todo el resto del país, salvo en el AMBA y Chaco, el gobierno de CABA relajó los controles, fomentó marchas, permitió paseos con los hijos pequeños, hizo la vista gorda al desafío de vecinos de Recoleta que salían a bailar a la calle y hasta estimuló la presencia de runners en los parques y plazas (el propio Jefe de Gobierno salió a correr… como para dar el ejemplo) lo que redundó, no sólo en un crecimiento geométrico de los contagios sino, además, en las exportación de Coronavirus al Gran Buenos Aires y a otras provincias que recibían servicio de la Capital.
Y déjenme decirles, además, que esta ciudad capital de la República, la más rica de la Argentina, con un PBI per cápita cercano a los 17.000 dólares, en los últimos años gastó más en el arreglo de veredas que en infraestructura hospitalaria. Que al principio de la pandemia se compraron barbijos a 3000 pesos cada unidad (10 veces su valor de mercado) que, a la postre, resultó que estaban vencidos. Que el personal médico de los hospitales públicos trabaja en infra-condiciones de protección y seguridad; que estiman que ya hay más de 15.000 contagiados dentro de los trabajadores de la salud en los hospitales y que, aunque piden a gritos piedad porque ya no pueden con sus vidas, ni las autoridades ni los porteños les dan 5 de bola; que el Gobierno de la ciudad tiene, desde el año pasado, a los enfermeros como personal administrativo y que los niveles de ocupación de camas han colapsado, más allá de las declaraciones del Ministro de Salud porteño que desafió al presidente diciendo que “en la Ciudad garantizamos la atención y priorizamos a las personas que tienen cobertura sólo pública”.
Por eso, si tanto les gusta Buenos Aires les cuento que, de acuerdo con algunos testeos recientemente realizados, más de 20% de los habitantes de esta Metrópoli están dispuestos a migrar si se produjesen algunas condiciones como tener trabajo y vivienda. Y otro 18% analiza la posibilidad… yo incluido.
Entonces, háganme una oferta; entrego mi cómodo y coqueto monoambiente, 25 apretados metros con vista a la nada pero en el corazón de Recoleta a cambio de tu casita pueblerina, con un pedazo de terreno, parrilla, tierra para armar una quintita y en medio de las calles arboladas de un barrio en donde, todavía, te despiertan los gallos…
Claro, se los ofrezco porque dicen que les gusta Buenos Aires…
Buenos Aires, 12 de agosto de 2020
*Licenciado en Letras, escritor y autor junto a Aníbal Fernández de los libros “Zonceras argentinas al sol” y “Zonceras argentinas y otras yerbas”, y “Los profetas del odio”. Su último libro editado es “Zonceras del Cambio, o delicias del medio pelo argentino”.
1 Comment
Muy buen artículo Carlos.
Abrazo